jueves, 23 de junio de 2016

SIEMPRE HE QUERIDO LO MISMO DE TI

                                                 SIEMPRE HE QUERIDO LO MISMO DE TI

Me da vergüenza decirte esto en estas circunstancias, ya no estás entre nosotros, eso me pesa como una losa que es imposible que pueda remover de sobre mis espaldas. Pero que conste que siempre he querido lo mismo de ti, no solo que fueras mi esposa, mi amadísima compañera, la madre de mis hijos, mi sueño a pesar de que otros no te vieran así.
El problema, excúsame si me equivoco, fue que, creo, que tú esperabas más cosas que yo de ti, sabías que yo soy una persona trabajadora y que nunca os hubiera dejado colgados pasando hambre o alguna otra necesidad, no me da vergüenza decir que me dejé la piel en todo aquello que hice, que jamás engrosé las filas del paro, que nos buscamos la vida juntos, tú conmigo y yo contigo, ¡y cómo defendías tu territorio! Eso me cautivaba siempre de tu persona, y eso fue lo que se nos subió a la cabeza poco a poco, el tocar dinero relativamente fácil, honradamente ganado eso sí, pero mucho dinero, quizás demasiado, con menos hubiéramos sido más felices.
Nunca quise nada más de ti que eso, que fueras más moderada, pero las circunstancias posiblemente de las miserias pasadas en tu corta edad, te llevaron a querer más y mejor. Yo ya te quería así, como eras, ¿para qué más? Reconozco que en esto fui yo el que se pasó tres pueblos, al serte infiel, al buscar en otra persona algo que dejé de ver en ti, llegó el momento, en el que lo más importante en tu vida visto como yo era, en qué me estaba convirtiendo, fueron tus hijos, nuestros hijos, lógico, yo quedé no sin razón, a un lado, aparcado como cuando llegas de trabajar y dejas que el motor se enfríe en el  garaje hasta el siguiente día.
Aun así te seguí queriendo como a mi vida, miento, si te hubiera querido como a mi vida no te habría alternado con la otra mujer con la que después de verme inmerecido por ti, me casé con ella. Fue peor el remedio que la enfermedad como se suele decir, y en consecuencia yo fui el culpable de dejarte y echarte en las manos de otros hombres, al fin y al cabo eras una mujer joven, merecías toda la felicidad que alguien te pudiera dar, y evidentemente te la dieron, una felicidad efímera, fácil, que te distrajo hasta que la muerte llamó a tu puerta, ¡Cuánto sentí no poderme despedir de ti…! Solo me queda el consuelo de haber podido verte la cara y recordar…

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