SIEMPRE HE QUERIDO
LO MISMO DE TI
Me da vergüenza decirte esto en
estas circunstancias, ya no estás entre nosotros, eso me pesa como una losa que
es imposible que pueda remover de sobre mis espaldas. Pero que conste que
siempre he querido lo mismo de ti, no solo que fueras mi esposa, mi amadísima
compañera, la madre de mis hijos, mi sueño a pesar de que otros no te vieran
así.
El problema, excúsame si me
equivoco, fue que, creo, que tú esperabas más cosas que yo de ti, sabías que yo
soy una persona trabajadora y que nunca os hubiera dejado colgados pasando
hambre o alguna otra necesidad, no me da vergüenza decir que me dejé la piel en
todo aquello que hice, que jamás engrosé las filas del paro, que nos buscamos
la vida juntos, tú conmigo y yo contigo, ¡y cómo defendías tu territorio! Eso me
cautivaba siempre de tu persona, y eso fue lo que se nos subió a la cabeza poco
a poco, el tocar dinero relativamente fácil, honradamente ganado eso sí, pero
mucho dinero, quizás demasiado, con menos hubiéramos sido más felices.
Nunca quise nada más de ti que
eso, que fueras más moderada, pero las circunstancias posiblemente de las
miserias pasadas en tu corta edad, te llevaron a querer más y mejor. Yo ya te
quería así, como eras, ¿para qué más? Reconozco que en esto fui yo el que se
pasó tres pueblos, al serte infiel, al buscar en otra persona algo que dejé de
ver en ti, llegó el momento, en el que lo más importante en tu vida visto como
yo era, en qué me estaba convirtiendo, fueron tus hijos, nuestros hijos,
lógico, yo quedé no sin razón, a un lado, aparcado como cuando llegas de
trabajar y dejas que el motor se enfríe en el
garaje hasta el siguiente día.
Aun así te seguí queriendo como a
mi vida, miento, si te hubiera querido como a mi vida no te habría alternado
con la otra mujer con la que después de verme inmerecido por ti, me casé con
ella. Fue peor el remedio que la enfermedad como se suele decir, y en
consecuencia yo fui el culpable de dejarte y echarte en las manos de otros
hombres, al fin y al cabo eras una mujer joven, merecías toda la felicidad que
alguien te pudiera dar, y evidentemente te la dieron, una felicidad efímera,
fácil, que te distrajo hasta que la muerte llamó a tu puerta, ¡Cuánto sentí no
poderme despedir de ti…! Solo me queda el consuelo de haber podido verte la
cara y recordar…
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