lunes, 20 de junio de 2016

HIJOS AJENOS

                                                            SOMOS HIJOS AJENOS

Oye que yo sé quiénes son mi padre y mi madre no te pases. La realidad es que nadie discute sobre eso, pero todo el mundo sabe que somos solamente, moléculas que vienen y van de un lugar a otro, esto es indiscutible y además cierto. No importa si sabemos de cierto, quienes son nuestros padres, lo que es dudoso es si nuestros progenitores siempre, y enfatizo siempre, han sido gente fiel y que han mantenido los valores más elementales de la moral como parte de sus vidas.
¡Cuántas sorpresas se llevan hombres y mujeres, cuando aparecen en determinado momento, hijos que no sabían que tenían…! En algunos casos se utilizan a estos niños (as), para chantajear a supuestos padres por cuestiones de fortunas o solo, para joder la marrana. Sí, todos somos hijos ajenos, ajenos cuando es el caso que son pequeños, de no saber de dónde vienen, y porqué de golpe se encuentran en otro lado de la historia, la que ellos creían que era su legítima vida.
Ese y no otro, es el motivo por el cual se puede afirmar que somos hijos ajenos. Otros corren peor suerte, sus padres, al saber que no son hijos legítimos suyos, pasan de ellos, los tienen con dolores de parto, como cualquier otra madre, pero se limitan a mantenerlos sin hacerles el menor caso. ¿Has visto cómo juega al baloncesto mi hijo?, el hijo de ves a saber tú quién, pero se enorgullecen de ellos solo en estos casos concretos, nada más.
Somos hijos ajenos, porque en algunos casos, no nos parecemos en nada a nuestros padres, eso nos despersonaliza, no es que nos convierta en seres extraterrestres, solo que algunos padres, lucen a los hijos como quién luce una corbata nueva o en el caso de la madre, en un prendedor nuevo y caro. Todos tenemos nuestro valor y eso hace que seamos gente digna de ser apreciada a pesar de ser ajenos, ajenos a algunos padres, que pasan por alto muchas características que son muy valiosas.
Hace poco tiempo atrás un niño, con su santa inocencia me dijo tanto a mí como a mi esposa… “¡Me gustaría tanto que fuerais mis padres, no os cambiaría por nada del mundo!” Se me calló el alma a los pies, el niño recibió una bofetada de esas que hacen época, pero no pudo solucionar nada con ese deseo suyo, pensé en la que se iba a ganar cuando llegara a su casa.
Hijos ajenos… eso es lo que en ese momento sintió este pobre crío, lo dijo sin vergüenza alguna, lo suyo era pura sinceridad, alegría por esperar que probablemente la respuesta sería… “A por nosotros os lo podéis quedar, no hace otra cosa más que enredar…” Penoso e inmoral, no por el hecho de que dijeran que sí a la propuesta de la criatura, más bien vergüenza ajena de que un niño pequeño, de no más de siete años hubiera cavilado en su cabezita, esta conclusión. A veces pienso, que no nos merecemos tener hijos en determinadas circunstancias, cada vez se dan casos en que los niños son el blanco de las iras de los padres, tanto madres como padres, en ocasiones, matan a sus hijos como venganza contra cualquier cosa que les parezca que sus cónyuges les han hecho, o que solamente sospechan que les han hecho.
Los hijos en estos casos, se convierten en moneda de cambio, por alguna presunta putada que creen que su esposa o esposo les han hecho.
En este sentido los hijos somos, yo también he sido hijo aunque mis padres siempre nos han querido a los tres hermanos y hasta nos han defendido, cuando ha sido necesario, con sus propias vidas. En una ocasión, en la feria que se organizó cerca de casa, concretamente en la Plaza de las Arenas de Barcelona, ahora transformado en un espacio lúdico y en unos grandes almacenes, unos chavales que me llevaban como mínimo cinco años de edad, se metieron conmigo y mis hermanos tirándonos palomitas de maíz y faltándonos el respeto diciendo que éramos unos cobardes y yo que sé cuántas cosas más, mi padre se puso en pie, se acercó a ellos sin armar follón y al instante desaparecieron del banco donde estaban sentados.
Me felicito de haber tenido padres como el mío, me hizo sentir un hijo propio de mis padres, no los hubiera cambiado por nada del mundo. Lloré mucho su muerte, no solo por la enfermedad que los abatió, además de eso, los lloré porque perdía un castillo protector, siempre los consideré así, aunque la muerte no es ajena a nadie, me pasé mucho tiempo pensando injustamente, ¿por qué se los había de llevar a ellos con la falta que nos hacían?


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