miércoles, 15 de junio de 2016

ESCUELA PARA UN FLORISTA

                                                       ESCUELA PARA FLORISTAS

Parece que hasta para esto, para ser un buen florista se necesita título, ¡he que la gente va en masa a aprender de que va el tema este! Comprendo por ejemplo, que la curiosidad o la necesidad de ocupar tiempo en llevar a cabo un hobby lleve a personas muchas de ellas con tiempo libre, a aprender a criar un bonsay, un ciencia biológica que lleva muchos desarrollándose y haciendo que de pequeños árboles salgan auténticas maravillas. Puede quién no crea que he comido higos de bonsay que tienen cientos de años de antigüedad… pues es cierto, el maestro que cuidaba de él decía que no había fruto mejor que aquel, el que sale de los bonsáis.
De estos árboles puedes cosechar de todo, en lo referente a frutos me refiero, otro forofo de los bonsáis, me dio a probar un día con cierto recelo, es comprensible tienen a estos árboles como si fueran hijos suyos, una diminuta granada. No podía creer el sabor y el olor que despedía aquel diminuto manjar, fruta apreciadísima por reyes y sabios con una cantidad de cualidades curativas, proteínicas y vitamínicas difíciles de encontrar en otros frutos.
El negocio es de un amigo de escuela, del colegio quiero decir, se pasó veintidós años en Japón por asuntos de  trabajo, ya sabéis, cuando comenzaba a desarrollarse el asunto de las computadoras y los ordenadores. El trabajo le permitía mucho tiempo libre a diferencia de otros que trabajan más horas que un reloj, hay relojes japoneses que señalan treinta y seis horas en lugar de las habituales veinticuatro…, es broma, pero que curran lo suyo si quieren ganar pasta y vivir en un apartamento de quince metros cuadrados, eso es cierto como tres y dos son veinticuatro.
Que paso un día por delante de una herboristería y veo una floristería, me llamaron la atención las orquídeas entre otras muchas plantas, tenía que hacer un regalo y pensé que el mejor modo de complacer a la mujer de mi amigo, era regalarle una de esas extrañas y hermosas flores. Tras el mostrador donde atendía una mujer algo mayor muy bonita, se intuía un biombo de cañas de bambú, y mesas todas ellas juntas, donde casi en absoluto silencio, unas cuantas personas sentadas con pequeñas herramientas, parecían ser todas ellas personalizadas, alicates, pinzas, alambres de aluminio de diferentes colores, saquitos de tierra fertilizada especialmente para este tipo de plantas tiestos cerámicos también de diferentes colores medidas y formas.
Le hice una señal a la señora para indicarle si podía mirar lo que estaban haciendo aquellas personas, hombres y mujeres indistintamente, trabajaban, esa fue la expresión que se me ocurrió,  podaban, daban forma a sus plantas, pinos extraños, ficus de todas las especies imaginables, me quedé parado, cuando la señora que adquirió un ramo, seguramente para un regalo o evento importante porque el ramo era inmenso, la dueña de la tienda se me acercó. ¿Sabía usted que el cuidado de los bonsáis es toda una ciencia que a menudo se transmite de padres a hijos y así hasta generaciones? Venga conmigo por favor quiero mostrarle algo. Pasamos a una habitación con pinta de ser una exposición, que era precisamente lo que era y me enseñó el árbol más maravilloso que jamás había visto, un olivo de cientos de años, parecía muerto pero nada más alejado de la realidad, su madera parecía carcomida por el tiempo, pero en muchos de los extremos, a pesar de los huecos que presentaba el tronco, el olivo estaba más vivo que yo, todo él era belleza pura, hasta el recipiente que lo sostenía inmenso estaba todo él craquelado, su marido estuvo parcheando el tiesto, si así se le podía llamar, para no tener necesidad de ser cambiado por otro. Sin duda era el centro de atención de todos los afortunados que tenían oportunidad de entrar en aquel templo lleno de vida vegetal y hasta se podría decir que milenaria.
Sí amigos, eso fue lo que me decidió a ser un cultivador de bonsáis, de pronto sonó la campanilla de aviso que indicaba que alguien entraba en la tienda. Señora, si le parece paso mañana y me cuenta cómo y de qué manera puedo formar parte de esa familia de cultivadores de bonsáis.
Perfecto, si viene usted a eso de las siete de la tarde tendré tiempo sobrado para poder explicarle todo lo referente al tema de estas maravillosas joyas vivientes. Hablaba de los bonsáis con solemnidad, con reverencia incluso, y entre tanto, al salir de la tienda, olvidé recoger el regalo que tenía seleccionado para mi mujer, un precioso reloj de pulsera que llevaba buscando desde hacía más de un año y que ni por Internet había sido capaz de encontrar. Tuve que mentirle y decirle que hasta mañana no lo tendrían preparado, el vendedor estaba tan triste como yo pero ya no se podía hacer nada más que esperar que llegara la tarde siguiente. Sabiendo que iba a cumplir con mi promesa se quedó un poco desilusionada pero la cosa no pasó de ahí, salimos  a cenar a una pizzería y después de la primera botella de vino el asunto quedó zanjado.
Desde entonces, que me apunté a aprender a cuidar bonsáis, mimarlos como algo preciosísimo para mí, entendió que comenzaba a ir a una nueva universidad, la de aprender a saber respetar lo que todos deberíamos apreciar como algo grande, universal y hasta puede que eterno, el aprecio por lo que la naturaleza nos regala a diario a pesar del desprecio que la mayoría sentimos por ella. “Tratamos a la Tierra como mera basura y ella nos recompensa regalándonos flores” Sabias palabras las de Confucio, que animan el espíritu de todos los que descubrimos que hay muchas más cosas en el exterior, a nuestro alrededor, que lo que meramente vemos como meros objetos.


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