LA LUNA
SABE COMO DUERMO
Echando de menos a un pequeño
pueblo del cual me fui creyendo que era lo mejor que podía hacer; como en
muchas otras ocasiones… estaba equivocado, vale que el pueblo parece que sea
uno de esos pueblos del oeste americano, retratados en las películas, en lo que
solo pasa e vez en cuando, un pestilente caballo con un jinete encima, cansados
ambos de cabalgar y cruzar montañas, valles y desiertos arenosos. Pero era mi
pueblo, me fui y ahora, a estas alturas lo echo de menos un montón, al pueblo y
sus gentes, las pocas que de vez en cuando saludas cuando sales de casa a tirar
la basura a cincuenta metros de casa, el pequeño bar con los asiduos clientes
que van a tomar unos vinos y por la tarde si no hace mucho calor, juegan unas
partidas a las cartas o al dominó. Tendríais que vivir este pequeño,
insignificante acontecimiento, es cierto que no es importante, pero para mí, en
mis actuales circunstancias es lo que más deseo.
De otra forma mi sueño es ligero,
desarbolado, tenso, nervioso y hasta inquieto durante toda la noche, noches cortas, con tres o cuatro horas de
sueño tengo más que suficiente, el resto del tiempo pienso, siento mi pueblo,
Onzonilla, se me llena el corazón cuando hablo de él, y el corazón se me encoge
cuando pienso en la razón que me llevó a irme a vivir a un lugar donde creía
que iba a estar mejor, estorbaría menos y que tendría todas las atenciones que
necesitaba. Nada de eso se ha cumplido, ahora es cuando mi espíritu pelea por
cambiar lo que ya es inevitable. Sí, podría llenar este vacío haciendo
malabares para volver allí, pero… ¿a qué precio?, tiemblo al pensar en todo el
enredo que supondría el volver a andar lo desandado.
Veo desde mi residencia a los
peregrinos que van y vienen a Santiago de Compostela, ¡menudo viaje! Pero lo
hacen por placer, luego cuando llegan a sus casas tiene un millón de historias
y anécdotas que contar a los amigos y familia. Muchos vienen desde China o
Australia, otros desde lugares más cercanos pero vuelven a su lugar de origen
con algo entre las manos, chips de fotografías y lugares preciosos que han dejado
plasmados en sus tablets para que los más incrédulos, sepan y constaten, que
han estado visitando un templo con una historia llena de polémicas y de batallas
en manos, de no pocos reinos de siglos pasados.
¿Qué tengo qué enseñar yo a nadie
salvo una vida llena de errores y calamidades que además me han traído al error
y que dependo de la buena gente del lugar, miembros a los que considero como mi
propia familia, para que me ayuden a desenredar lo que yo mismo he liado?
Solo la luna sabe cómo me siento cuando cierro
los ojos por la noche y sueño con las calles casi vacías de la hasta ahora era
mi lugar, mi localidad, el lugar con el que sueño cada vez que llega a mi
olfato, el olor del estiércol de las vacas y las ovejas que las gentes guardan
al anochecer en sus majadas.
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