jueves, 23 de junio de 2016

LA LUNA SABE COMO DUERMO

                                                    LA LUNA SABE COMO DUERMO

Echando de menos a un pequeño pueblo del cual me fui creyendo que era lo mejor que podía hacer; como en muchas otras ocasiones… estaba equivocado, vale que el pueblo parece que sea uno de esos pueblos del oeste americano, retratados en las películas, en lo que solo pasa e vez en cuando, un pestilente caballo con un jinete encima, cansados ambos de cabalgar y cruzar montañas, valles y desiertos arenosos. Pero era mi pueblo, me fui y ahora, a estas alturas lo echo de menos un montón, al pueblo y sus gentes, las pocas que de vez en cuando saludas cuando sales de casa a tirar la basura a cincuenta metros de casa, el pequeño bar con los asiduos clientes que van a tomar unos vinos y por la tarde si no hace mucho calor, juegan unas partidas a las cartas o al dominó. Tendríais que vivir este pequeño, insignificante acontecimiento, es cierto que no es importante, pero para mí, en mis actuales circunstancias es lo que más deseo.
De otra forma mi sueño es ligero, desarbolado, tenso, nervioso y hasta inquieto durante toda la noche,  noches cortas, con tres o cuatro horas de sueño tengo más que suficiente, el resto del tiempo pienso, siento mi pueblo, Onzonilla, se me llena el corazón cuando hablo de él, y el corazón se me encoge cuando pienso en la razón que me llevó a irme a vivir a un lugar donde creía que iba a estar mejor, estorbaría menos y que tendría todas las atenciones que necesitaba. Nada de eso se ha cumplido, ahora es cuando mi espíritu pelea por cambiar lo que ya es inevitable. Sí, podría llenar este vacío haciendo malabares para volver allí, pero… ¿a qué precio?, tiemblo al pensar en todo el enredo que supondría el volver a andar lo desandado.
Veo desde mi residencia a los peregrinos que van y vienen a Santiago de Compostela, ¡menudo viaje! Pero lo hacen por placer, luego cuando llegan a sus casas tiene un millón de historias y anécdotas que contar a los amigos y familia. Muchos vienen desde China o Australia, otros desde lugares más cercanos pero vuelven a su lugar de origen con algo entre las manos, chips de fotografías y lugares preciosos que han dejado plasmados en sus tablets para que los más incrédulos, sepan y constaten, que han estado visitando un templo con una historia llena de polémicas y de batallas en manos, de no pocos reinos de siglos pasados.
¿Qué tengo qué enseñar yo a nadie salvo una vida llena de errores y calamidades que además me han traído al error y que dependo de la buena gente del lugar, miembros a los que considero como mi propia familia, para que me ayuden a desenredar lo que yo mismo he liado?
 Solo la luna sabe cómo me siento cuando cierro los ojos por la noche y sueño con las calles casi vacías de la hasta ahora era mi lugar, mi localidad, el lugar con el que sueño cada vez que llega a mi olfato, el olor del estiércol de las vacas y las ovejas que las gentes guardan al anochecer en sus majadas.

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