LA MANTA EN EL TENDEDERO.
-¿Quiere que la ayude Agapita?, esta manta pesa mucho, y más mojada. –Esta mujer es Maruja la vecina-
-No quita, vas a subir ahora a casa solo por eso, ya la tiendo yo solo me queda esta manta que secar, gracias.
Maruja es de estas mujeres que cuando se levanta ya lo tiene todo hecho, su marido se levanta a las cinco de la mañana, baja al bar se toma un coñac, y coge el todoterreno de la empresa, para recoger al resto del personal que trabaja con él en la cantera. No vuelve hasta las siete y media o las ocho, deja al personal en sus casas y él se recoge en la suya. Atiende la cena que su mujer la ha preparado, aunque ella no cena, ha estado picando de aquí y allá mientras estaba cocinando, que su marido quiere comida de cuchara, no esas bobadas que come la mayoría que no es más que comida basura.
Maruja le pregunta que tal ha ido el día “Pues como siempre harto de tragar polvo, hoy nos hemos retrasado al volver porque al nuevo le ha caído un útil de la máquina excavadora en el pié, lleva dos semanas trabajando y tiene la desgracia de un accidente, pobre chaval, tiene para rato, lo echarán a la calle, el “ciego” no quiere a gente parada.”
Roberto come como una lima, termina y se va al bar hasta la hora de acostarse. Parece mentira lo que puede llegar a hacer una persona en un día cualquiera.
“¿Qué tal la vecina de arriba, tú crees que se habrá dado cuenta de que le faltaron mil pesetas el día que subiste a ayudarla?.” “No creo, siempre va por la casa que parece un fantasma pobre mujer, a mí, ¿qué quieres Rober?, me da pena, con las piernas vendadas hasta las ingles con esas tiras de sábanas viejas que se pone encima de la pomada para la trombosis.”
Gertrudis, la nuera de doña Agapita llega a toda prisa a casa de su suegra, trae en las manos un par de bolsas de plástico del supermercado de la autovía, que está más allá de los bloques de pisos. Es mujer de pocas palabras, más bien parca hasta en el saludo, debería ser más consciente de que casi todo el bloque, se preocupa de su suegra ¡mira si no Maruja, la mujer de Roberto!, siempre dispuesta a hacer lo que haga falta con tal de echarle una mano.
Es que hay gente que son desagradecidos por naturaleza, mira que se encuentra vecinos que van arriba y abajo con el ascensor cuando viene a traerle la compra, pues nada, le dan los buenos días y ella contesta de forma seca siempre lo mismo “Hola”. Puede ser que su comportamiento se deba a que su marido Santiago, casi nunca está en casa, hace más de un año que la empresa lo trasladó a cien kilómetros de casa, eso o se quedaba sin trabajo, por insistencia de ella, él aceptó las condiciones, ahora gana más dinero pero a costa de no parar en casa. Gertrudis es una de esas mujeres que se hace ver a un kilómetro de distancia, usa perfumes caros, vestidos que más que vestirla la desnudan, solo tiene momentos de calma cuando está en casa, lejos de las miradas de los hombres, aunque en honor a la verdad, le gusta que se fijen en ella.
Leopoldo, el dueño de la panadería de enfrente de casa de su suegra, le da el pan gratis, dice que le gusta colaborar con una vecina que se sabe que tiene lo justo para pasar el mes, además Gertrudis, se lleva el pan que ella come a casa, pastas y otras delicadezas que se hacen en el obrador de Leopoldo, ¿veis como siempre hay almas caritativas?. Llega Gertrudis a la tienda y después de pedir lo que sea que le apetezca le dice a Leopoldo… “¿Me lo apunta por favor?.” “Claro, faltaría más, ¿cómo está tu suegra Gertru?.” “Bien dentro de lo que cabe… gracias por todo.” “No hay de que, nos vemos.” ¡Que buen hombre este, favores de este tipo hace a tres o cuatro del barrio! Es una persona como se tiene que ser, solidaria, altruista y honrada.
Agapita por su parte tiene un buen retiro, de RENFE cobra una paga vitalicia que le hicieron a manera de seguro de vida a su marido, además de la viudedad, lo que son las cosas, un ferroviario que murió arrollado por un tren, es que tiene tela el asunto…, jefe de estación en Mataró, sale con la bandera para dar vía libre a un tren de mercancías y oye, lo absorbió como si fuera una hoja de periódico hacia las vías. Lo cierto es que el hombre era delgado, tenía menos carne que una pluma, está claro que en estos oficios no debes confiarte nunca, ¡qué mal trago pasó Agapita cuando se lo comunicaron! se querían mucho, pero cuando su hijo le dijo que había que incinerarlo, fue lo peor. Ella hubiera querido darle un entierro digno, pero todo el mundo se lo desaconsejó, lógico, visto como quedó el cuerpo.
Pero bueno, esto pasó hace mucho, la vida es así, y la muerte también, a veces la ves venir pero otras… te pilla como si fuera un tren a toda máquina. Puede que la comparación no sea la mejor pero es la verdad, ahora Agapita quisiera estar muerta, sufre con las piernas lo indecible, Nicolás el médico que la atiende en casa le ha dicho varias veces que habría que aliviar estas piernas con una intervención que relativamente fácil, pero ella no quiere oír hablar de eso. Dice… “Cuando me muera, me muero y punto, no quiero dar trabajo a nadie.” “Pero entonces… ¿por qué cree usted que paga la seguridad social?, es precisamente para personas que como usted necesitan atención médica urgente. ¡Si supiera como tengo cada día el consultorio de personas que vienen a pasar el rato…!
Hace tres días que la panadería no abre las puertas, ningún letrero lo indica, solo las puertas bajadas, Gertrudis a desaparecido, no viene por casa, dicen por ahí que se han fugado juntos, de Santiago, el hijo de Agapita no se ha tenido noticia, un amigo de él que ya está de vuelta de esta especie de destierro que lo mantuvo fuera de casa seis meses más o menos, dice que vive en pareja con una chica separada con dos hijos.
Maruja la vecina de abajo, se ha tenido que desplazar a casa de una hija cerca de la ciudad temporalmente. A su marido le han encontrado en una revisión rutinaria algo feo en los pulmones que hay que tratar en un hospital oncológico, o sea que está en el paro, el “ciego” -así llaman al dueño de la cantera por sus ojos, que parecen dos pinchazos en una cara grande como un armario ropero, es expeditivo con los trabajadores que no curran, ya sea que lleven allí dos meses o diez años como Roberto.
Y la manta sigue en el tendedero de alambres del patio, está acartonada ya, de Agapita no se sabe nada desde hace semanas, hasta que un día, baja por la escalera Augusto con sus dos Yorkshire, se ponen a ladrar delante de la puerta de Agapita, pero no hace caso, Augusto ya está acostumbrado a los ladridos de estos perros que ladran continuamente. Baja por la escalera porque el médico le ha dicho que le conviene hacer un poco más de ejercicio, que es bueno para el corazón.
Después del paseo vuelve a subir, esta vez más despacio, se ahoga un poco, el sobrepeso que lleva encima es importante, de nuevo pasa por delante de la puerta de Agapita, los perros vuelven a ladrar, esta vez de forma vehemente, los tiene que arrastrar con los arneses. Llega a casa cansado y le dice a su mujer lo que acaba de pasar. Enriqueta baja, llama a la puerta de Agapita, nadie responde, vuelve a insistir y nada. Nati sale a recoger a los niños, Enriqueta se lo comenta, “Hace un montón de días que no se oye nada, no sé, a lo mejor se a marchado con familia que tenga por ahí.”
“Por dios que peste, -apunta Enriqueta-.” “Oye sí que es verdad, ¿qué hacemos?.” “Llamar a la policía, a ver si le ha pasado algo a la pobre.”
Cuando al final la policía abre, todos tiran hacia atrás la cabeza, “Buuufff, venga chicos pasad haber que encontráis.” “¡Aquí mi sargento, venga!.” Sí, allí está Agapita, muerta, no se sabe muy bien desde cuando, lógico, después de tantos días.
“Que desgracia señor, se ha muerto sola y sin recibir los santos sacramentos…” “Señora, ayer nos encontramos a un señor que llevaba tres meses muerto, nadie lo echó de menos, es una pena que a la gente mayor se las considere en determinadas ocasiones como si fueran una prenda de ropa que hay que echar a la basura.” “Una prenda de ropa o una manta, que Agapita la tiene colgada desde hace un mes largo y nadie la ha retirado del tendedero.”
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