domingo, 24 de junio de 2012

LOS TRES MERLONES DE MI CASTILLO.

                   
                   LOS TRES MERLONES DE MI CASTILLO.


Todos los castillos son vulnerables, no importa cuán grandes sean, ni el ancho de sus murallas. Los grandes estrategas, cuando se encuentran ante un desafío importante, aparte de contar con sus tropas, cuentan con los lugares más débiles de la fortaleza.
Miran desde lo lejos, introducen espías dentro de la ciudadela, toman en cuenta todos los detalles que puedan ser importantes por absurdos que puedan parecer. Por donde pueden incendiarlo, con cuántos soldados cuentan… no dejan nada al azar, las almenas o merlones son puntos estratégicos sin los cuales, una fortaleza sería indefendible.
Pues mira, mi castillo tiene tres merlones, cada uno de ellos igual de importante, se complementan y siempre están de guardia, es decir, siempre están vigilados por personas responsables. Estas guardas dan la voz de alarma en caso preciso, ya sea tocando el cuerno, o haciendo sonar los tambores de guerra en caso de invasión.
Son vitales para mi vida actual, ellas, -excelentes vigilantes-, no duermen cuando hay posibilidades de asalto, no comen si es preciso, solo vigilan, saben que sin su ayuda, este castillo caería más temprano que tarde. Me anima verlas siempre dispuestas, a su vez, hace que yo esté confiado, de que nada se escapa de su aguda vista.
Mi esposa, mi hija y su compañera, hacen un trío perfecto a la hora de materializar esta vigilancia. Entre ellas hay muy buena comunicación, y es precisamente eso, lo que hace que me mantenga en pié.
Estas guardas son envidiables ¡cuántos nobles y tiranos las querrían para ellos…!, pero hoy por hoy, prefieren estar junto a mí, sin sueldo alguno, incondicionalmente, a mí lado, ¡como agradecer tanta deferencia, tanta disposición, tanta entrega!. Sufren cuando ven que alguien, desde la lejanía, quiere acercarse sin permiso a este castillo que también lo es suyo.
Todos los que vivimos dentro de estas murallas, están seguros, y se nota, por la tranquilidad que se respira entre el patio de armas y el cuartel de la guardia, cuando las gentes caminan por el camino de ronda. Y cuando al pasar admiran la torre del homenaje, se sienten seguros al ver que en lo alto, siempre una de ellas está vigilante, con la mano sobre su frente para que el sol no la engañe.
Otra desde su merlón, está atenta siempre a que el puente levadizo esté despejado, por si acaso algún enemigo quisiera cruzarlo sin permiso, sin dar el santo y seña. El adarve cubierto, siempre bien pertrechado de elementos de rechazo, están atentos siempre a la señal que reciben desde las almenas principales. No fallan nunca, por eso son tan deseables, por eso les confío mi vida.
¿Qué pueden fallar un día de estos…?, claro está, pero no por ello voy a prescindir de ellas. ¿Acaso no fallamos cualquiera de nosotros?, cometemos errores, muchos por cierto, somos humanos, soldados, pero humanos. De manera que, quién quiera convencerme de que prescinda de estas magníficas soldados, no lo logrará, están aquí en su puesto porque han entendido que es la mejor postura, pueden cambiar, por supuesto que sí, pero no por ello se les debería tachar de traidoras.
No sirven por intereses ocultos, me consta que es así, forman parte de mi consejo de ministros de la región, de nuestro campo de visión. Si algún día por la razón que sea cambian de dueño, no podré menos que seguir estándoles agradecido, porque durante el tiempo de su servicio, lo han hecho con profunda convicción. Eso es lealtad.


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