UN ABRIGO PARA DON CARLOS.
-Buenos días señorita, mire usted, busco un abrigo largo, si puede ser que sea de paño grueso, soy muy friolero ¿sabe usted?.
· Por supuesto señor, pase usted por aquí, le enseñaré lo que tenemos. Mire, aquí tiene usted diferentes modelos, todos son de buena calidad, y si lo prefiere, tenemos algunos paños que son impermeables.
-¡Qué bonitos! (el señor Carlos descolgó uno en concreto, era marrón oscuro, con los botones cruzados, le gustó mucho sobre todo porque era como a él le gustaban los abrigos, largos).
Antes de probárselo, le pidió a la dependienta el precio, ésta le dijo que se lo probara que después se lo diría. Este es un sistema que a menudo no falla, cuando un cliente se ve la prenda colocada, y el vendedor le destaca las ventajas del abrigo, así como la confección, forro y otras cosas, el precio pasa a segundo término.
-Bien, vamos a ello, ¡oh que bien queda, se nota que es una prenda hecha a conciencia!.
· Ya se lo decía yo, a veces el precio es lo que menos importa si uno se lleva una prenda para toda la vida, además, si me permite, le queda como un guante, y en el caso de que haga mucho frio, fíjese, se sube el cuello y debajo tiene un botón que lo puede cerrar contra esta trabilla que tiene usted aquí.
-Es verdad, que calentito es, bueno ahora sí, dígame el precio.
· A las personas como usted que imagino que ya estará jubilado, les hacemos un quince por ciento de descuento, ¿qué le parece?. Además le regalamos un par de calcetines de esta colección que ve usted ahí, a elegir. Ya verá usted cuando lo vean a usted llegar a casa con este abrigo y los calcetines…
-En eso se equivoca señorita, vivo solo desde hace unos cuantos años, enviudé hace exactamente, ocho años, tres meses y catorce días.
· Lo siento… perdone la metedura de pata.
-No hay nada que perdonar señorita, al fin y al cabo usted no es adivina, ¿o sí?.
La dependienta, sonrió, aquel hombre le caía muy bien, era educado y tenía cierto aire de jovialidad, jovialidad que había perdido, se le notaba en los ojos, medio apagados, con cierto aire de tristeza difícil de averiguar.
· Pues mire señor… -Carlos-, dijo él. Muy bien, Carlos, mi nombre es Asunción, el abrigo asciende a doscientos diez euros.
Carlos soltó un silbido, -Caray, si que debe ser un buen abrigo sí señor. Esto es mucho dinero para mí, bueno lo podría pagar, pero el hecho es que entonces me quedaría como se suele decir vulgarmente “a dos velas”. Verá, le voy a contar algo, aprovechando que no hay demasiado público. Este abrigo no es para mí, es para un regalo; un amigo mío, Mariano, vive en la calle, pero cada día del mundo comemos juntos ¿sabe usted?, dentro de dos días es su cumpleaños, y le quiero regalar un abrigo de ley. Quiero decir un abrigo nuevo, algo que él no ha tenido la oportunidad de comprarse desde que era joven, además le hace mucha falta, porque pasa un frio por esas calles… Disculpe si le doy el tostón con esta historia.
· Que va, continúe por favor. Quiero saber más acerca de este señor. Mire, si le parece bien yo tengo que cerrar ahora, ¿comemos juntos y así me termina de contar esta historia?.
Carlos se sorprendió, pero tuvo que declinar la invitación porque le esperaba Mariano a tres manzanas de allí, donde comían habitualmente, en la pensión donde él se alojaba.
· No se preocupe por eso, ¿ve usted este bar de comidas que pone La Garza?, les espero ahí, pero no me fallen por favor.
-De acuerdo, allí estaremos en diez minutos, nuestros remos no reman con la misma soltura que los suyos.
Carlos fue a buscar a Mariano; justo después de diez minutos, llegaron a la puerta de la casa de comidas. Entraron los dos de forma pausada, Mariano, como siempre, detrás de Carlos, solo dejaba que asomara su cabeza por encima del hombro de este, desde una parte del comedor Asunción se apercibió de su llegada, venía acompañado de un camarero que arrastraba un poco el pié al caminar, parecía haber tenido algún accidente.
-Bueno aquí nos tiene, gracias por la invitación Asunción, es usted demasiado amable con nosotros. Aquí le presento a mi amigo Mariano, un señor de los pies a la cabeza. Mariano, esta señorita es Asunción, nos hemos conocido esta mañana y ha sido tan atenta que después de intercambiar cuatro palabras, nos ha invitado a comer aquí, ¿qué te parece?.
/ Pues que… muchas gracias, una invitación a comer nunca se debe despreciar, y vistas como están las cosas hoy, todavía más. Es muy de agradecer que sin conocerte, alguien, te invite a una pitanza.
En cuanto les empezaron a servir el primer plato, Asunción entró en materia preguntando cómo se conocieron. A eso, contestó Carlos.
-Verá usted, trabajo de voluntario en un albergue para persona necesitadas, es un buen modo de usar el tiempo libre, conoces a un montón de gentes diferentes, fíjese que antes eran solo personas que vivían en la calle a quienes atendíamos, pero ahora… llegan al albergue familias enteras, con chiquillos pequeños, hasta biberones se les prepara a los más pequeños porque sus padres no tienen medios.
Resbalaban lágrimas por sus mejillas mientras contaba esto, Mariano le pasaba la mano por la espalda tratando de consolarlo aunque no necesitaba consuelo, lloraba de pura pena al ver a personas jóvenes en aquella situación. Solo era eso, parejas de viejecitos que ahora venían acompañados de sus hijos (as), que no tenían medios para comer los cuatro, iban vestidos normalmente, bien, limpios, sin oler a colonias caras pero limpios. Asunción no pudo menos que dejar de comer unos momentos, para darse cuenta del drama que significaría para aquellas personas, ir a pedir comida.
-A veces es tal la marea de personas que llegan, que no les podemos ofrecer un sitio dentro del comedor, entonces les preparamos la comida metida en unos envases herméticos de plástico para que se las lleven a sus casas, junto a un yogur o una fruta, lo meten en sus bolsas de plástico y se van hasta el día siguiente. Mariano era uno de ellos, venía asiduamente a buscar la comida, pero un día, después de hacer una larga cola, cogió su comida y se la pasó a una señora de mediana edad que estaba tras él, llevaba tres criaturas cogidas de la mano, le dijo a uno de los niños “¿Te gusta la paella pequeño?, pues mira esto, por si te quedas con hambre.”
/ Va hombre, si solo era una comida…
-Sí, pero desde aquel día, no paraste de venir siempre en la misma formación, o bien delante o detrás de esa familia, y les dabas cada día tú ración, incluso cuando estabas dentro del comedor, que yo te vigilaba. Pues fue así como nos hicimos amigos, ¿se puede usted creer que hasta la parca que levaba se la dio a un hombre, que venía al refugio con un traje raido de verano?, venía el hombre con las solapas de la chaqueta subidas hasta las orejas, la cabeza metida dentro de ella. Desde entonces, va por ahí con esa especie de chubasquero que solo le protege del agua, y a medias nada más.
· Mariano, usted debe pensar también en sus necesidades básicas. Claro, ahora comprendo, bueno vamos a hacer una cosa, vamos a terminar de comer antes de que enfríe la comida y luego acabamos de hablar ¿os parece?.
Terminada la comida, pidieron los cafés, Mariano cambió la fruta por un café con leche, hacía mucho frio afuera. Asunción también se vio invitada a abrir sus sentimientos con aquellos desconocidos amigos.
· Yo también vivo sola, mi madre murió de una enfermedad renal hace ya poco más de un año, la pobrecilla sufrió mucho con el tema de la diálisis, y al final cuando le trasplantaron un riñón, resultó que al poco lo rechazó y murió sin remedio. Ahora tengo un piso para mí sola, ¡qué mal proporcionado está el mundo! ¿no os parece?.
/ Es verdad, nunca se puede encontrar el equilibrio apropiado en esta sociedad moderna. En mi caso de tenerlo todo, o casi todo, me he quedado viviendo en la calle, y a menudo me pregunto, a cuántas de estas personas, padres de familia y honrados trabajadores, no habré dejado en la calle por negarles préstamos o arreglarles los asuntos financieros de otra manera. Pero claro, las normas son las normas, y no las establecemos los banqueros.
-Bueno, ahora no sirve de nada lamentarse Mariano, tú hiciste lo que debías hacer, ya hemos habado de esto, es como a los soldados, se les pide que tomen determinado enclave y allí que tienen que ir, matando o muriendo. Es así de cruel y sencillo a la vez.
· ¿Qué os parece si damos un paseo y luego vamos a la tienda?.
-De acuerdo, vamos allá. Bueno mejor que sea cortito, porque mi amigo Mariano va un poco ligero de ropa. No me mires así hombre, no estoy diciendo que vayas en calzoncillos, solo que hace frio y tú no vas muy cómodo y sobre todo empezando a hacer la digestión.
Al salir a la calle, los dos hombres le dieron las gracias a Asunción por la invitación y la sobremesa, pues después de los cafés ella pidió un pacharán para cada uno.
· Vamos a la tienda primero si os parece.
Entraron los tres en el establecimiento, Mariano se quedó un poco asombrado ¿desde cuándo no veía él una tienda como esa por dentro?, ya lo había olvidado. En sus tiempos de éxito, encargaba los trajes a medida y las camisas por teléfono, a menudo su trabajo no le dejaba demasiado tiempo para ir a comprar sus cosas. Eso no quitaba que de vez en cuando, se acercara a las tiendas más prestigiosas de la capital para rematar compras de alguna necesidad concreta, entonces, en taxi siempre, iba de visita a estos lugares y se probaba, ropa y zapatos.
Asunción llamó a Carlos a la trastienda, allí le hizo saber que se llevara el abrigo, que no había discusión alguna, y que ya arreglarían el modo de pago sin problema alguno. Al principio Carlos se resistió al arreglo, pero luego, con los argumentos que le expuso Asunción, no pudo más que aceptar.
· La tienda es mía, y esto no me va a perjudicar en modo alguno, de manera que te lo llevas y punto, no hagas que me enfade.
-Bien, luego lo resolveremos. Pero ni una palabra de nuestro acuerdo a Mariano, es muy susceptible y pudiera no querer el abrigo.
Asunción ya había dispuesto el abrigo envuelto en un fino papel de celofán, y colgado dentro de una percha cubierta con un saco de plástico con cremallera. Se la pasó a Carlos y le guiñó un ojo sonriendo.
· No te preocupes, le he quitado la etiqueta del precio y la he añadido dentro de uno de los bolsillos unos buenos guantes de piel.
Salieron de la trastienda y rápidamente Carlos le pasó la percha a Mariano, este se quedó perplejo sin saber muy bien qué hacer con ella.
-Venga hombre, pruébatelo, es un regalo que te hago con motivo de tú cumpleaños, ya empiezas a ser viejete y necesitas cuidarte más que nunca. Ha, y que no se te ocurra regalárselo a nadie, los regalos no se regalan. Ya sabes, es de muy mala educación y me consta que tú no eres de esos.
/ Pero… ¿cómo se te ha ocurrido una cosa así?, este abrigo vale mucho dinero, más que el que valemos tú y yo juntos. –Se ríen los tres-. ¡Y con un juego de guantes…!, eso es demasiado Carlos.
-De eso nada amigo mío, las personas que han sacrificado todo en la vida, por dar buena vida a los demás se merecen eso y más.
Asunción n un lado del mostrador, asistía enternecida a aquella escena íntima que no se hubiera querido perder por nada del mundo. Lloró, por dentro, estaba emocionada, sus ojos y su cara la delataban, a la vez que reflejaban felicidad, ¡qué difícil es interpretar lo que pasa por la mente de una persona, en esas circunstancias!.
Mariano iba a volver el abrigo a su percha pero Asunción le apuntó… · Pero hombre de dios déjatelo puesto, que no es para que te lo pongas el mes de agosto, es precisamente ahora cuando te hace falta, venga póntelo.
Cuando terminaron de pasear por el paseo marítimo, a Asunción le quedaban más cosas por decir, parecía haber tomado una decisión.
· Hoy, cuando cierre la tienda, nos vemos en la puerta de la tienda, quiero que conozcáis mi casa. Ahí donde me veis, soy una buena cocinera, de modo que cenaremos en casa, y brindaremos con champán, aquí a las ocho y media, ¿os vale?.
Sí, dijeron los dos. Lo que sucediera después de aquel encuentro, no se puede describir, solo cabe decir que Carlos dejó la pensión y Mariano la calle, que había sido su casa desde hacía mucho tiempo ya, quizás demasiado.
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