UN RIO LLENO DE VIDA Y COLOR.
En la montaña, uno se sustrae de todo lo fatuo y confuso. Sea que te sientes a contemplar las riquezas de sus aires, sea que camines por sus sendas, todo está lleno de vida. Llegado un momento crees… que es pecado pisar determinadas sendas, hay debajo de tus pies diminutos animales que hacen sus labores, desde hormigas a todo un surtido de bichos, que lejos de ser nocivos, tienen su misión, su lugar en ese su espacio.
Es sorprendente lo que se puede aprende si te sientas al lado de un camino de montaña, atender a cada ruido que llega de un lado, sobre la copa de un árbol. De una pequeña fuente, que de forma suave, discurre por entre tus pies, calma pero constante. Ahora parado ahí, se ve a una lagartija pasar a toda velocidad, ¿vendrá de comer insectos, o se apresura a ir en pos de ellos por ser la hora de comer?.
Bellísima forma de entender la supervivencia, hermoso modo de entender cómo se sobrevive en un espacio hostil para nosotros, los humanos. Claro que sería mucho mejor si tuviera alguna formación en este campo, el de la biología por ejemplo, quizás disfrutaría más y mejor de todo lo que me rodea ahora.
Pero con toda franqueza, para los neófitos en estas materias, el campo, el bosque, el monte, es para disfrutarlo a pulmón abierto. Cuando sus preciosos aires inunda tus pulmones, te olvidas de las formalidades de la ciudad, pisotearías las corbatas y trajes que esa otra civilización te obliga a usar. Somos tierra y de la tierra venimos, no es extraño que civilizaciones actuales, la adoren, en muchos lugares de centro América le llaman “Pachamama” –la tierra madre-, la adoran como otros adoran en sus inútiles templos a santos y cruces.
Llevados por los beneficios de esta, adoran a los ríos, fuentes de vida y alimento para los suyos, y los tratan con el mismo mimo que nosotros tratamos a nuestros hijos.
Ríos de aguas caudalosas, con torrentes que cambian de color, que salen de las entrañas de la tierra para alimentar con su fruto, igual que lo hace un árbol, a las familias que viven a su alrededor, y estos los complacen en cuanto echan una red al agua de cualquiera de ellos, o a alguno de sus lagos de alta montaña.
Saben que el rio, bien tratado, les seguirá dando todo aquello que deseen. Lo mismo que esos tubérculos que también explotan de forma cuidadosa. Ojalá supiéramos nosotros igual que ellos, usar los ríos de igual manera, no como estercoleros, donde después de determinado tiempo, tienen que llegar máquinas y voluntarios a desenterrar de ellos, coches, motos, frigoríficos, baterías de coche, neumáticos viejos.
Todo por no acercarnos a los lugares debidos, a basureros legales, donde tratan todo ello con el fin de hacer que los ríos y bosques sigan sirviendo para lo que están destinados, hacernos felices, a nosotros y a nuestros hijos.
Hace poco, cuando las personas éramos menos civilizadas, los bosques y ríos estaban más limpios, pero con la civilización ha llegado la cordura, el entendimiento de que estos sitios deben ser lugares de culto. Para esquiadores, para foráneos sin escrúpulos que dejan a los lados del camino plásticos y rodadas de coches todoterrenos, surcos que luego desvían de forma natural las aguas, haciendo que las lluvias se dirijan a lugares inconvenientes, que hacen que los desprendimientos se lleven la montaña abajo, que esos riachuelos se lleven la riqueza del suelo montaña abajo.
Desprendimientos, sedimentos ricos en minerales, que acaban en el fondo de los ríos sin razón natural alguna, pero que hacen ricos a aquellos que invirtieron en estas instalaciones, donde grandes y pequeños disfrutan del corto invierno, si es que nieva lo suficiente, cuando no lo hace, maldicen a la montaña, como si esta tuviera la culpa de lo que cae o no de los cielos.
Obtusos, miopes que no somos capaces de ver en su conjunto los beneficios de ser humanos, animales inteligentes, los únicos con capacidad de raciocinio, para leer entre líneas, las consecuencias de las heridas de nuestra particular guerra, la guerra entre nosotros mismos. Una que se lleva a cabo en lugares oficiales y que tiene como objeto, ver quien tiene más poder, el poder del dinero, dinero que sale de los árboles que derriban, con el único objeto de ser más grandes y fuertes.
Seguramente que a la hora de negociar con todo este papel –el dinero no es más que eso-, no quieren ver, cuántos árboles han hecho falta talar para dar forma a esos billetes que solo se embolsarán los más grandes y que nosotros los que vamos a pié, deberemos reconvertir en sendos beneficios para ellos, eso por lo que nos pagan y con lo que nos pagan, con papel de los adorados árboles que admiramos en nuestras vacaciones.
Pero hay una cosa que ignoran, o que va más halla de sus pomposos discursos, que la tierra nos da, los ríos nos prestan todo cuanto hay en él, pero luego nos pasará cuentas de todo el esfuerzo que está haciendo por recuperarse por sí mismo.
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