OLOR A TIERRA MOJADA.
¡QUE DELICIA DESPUÉS DE LA LLUVIA, ESE OLOR TAN DULCE, TAN VITAL!.
Con eso me encontré una mañana de Agosto, al despertar por la mañana, cuando abrí la ventana de mi cuarto. Mil aromas diferentes llegaron a mis sentidos, al salir de la habitación, todavía medio dormido, mi madre, alegre como casi siempre, me dio los buenos días.
-¿Has oído la tormenta de esta madrugada Jaime?, a mí me ha hecho levantarme de la cama, ha sido espectacular, ¡bajaban unos rayos del cielo…!, no sé como no los has oído, desde mi ventana se veían como descargaban sobre el mar toda su fuerza. Había momentos en los que el pueblo se ha hecho de día, ¡qué rayos, y qué truenos!, no comprendo cómo no te han despertado. Seguro que la mitad del pueblo ha estado en vela por la tormenta.
Rascándome la cabeza… “Pues mira, yo debo haber sido de la otra mitad que no se ha apercibido de ella. Huy que sueño madre, si te digo la verdad lo que me ha despertado, ha sido el olor de este delicioso café que haces.
Después del desayuno salgo a la calle, camino por dos o tres calles estrechas y al final de la calle Leopoldo Cabrera, veo a un montón de gente, casi todos conocidos. A mi paso por la calle, una amiga sale a toda prisa de su casa “¿Dónde vas tan aprisa Alicia?, espera que te acompaño.
-La casa del señor Ángel se le ha caído encima, no lo encuentran, a lo mejor está bajo los cascotes, ¡pobrecillo es tan mayor!, seguro que lo pilló durmiendo dentro, los vecinos están sacando cascotes y escombros hasta que lleguen los bomberos de Castillejos, ¿vienes?. “Claro mujer, vamos, a ver si ahora entre tanta gente nos estorbamos. Debería de haber alguien que lo organizara todo.
-Ya está allí el alcalde, el alguacil y tres o cuatro chavales que tienen mucha fuerza, también ha traído su tractor el señor Mena, será útil con la pala que lleva delante. “Pues si que ha llovido esta noche… yo no he oído nada, palabra, debo de estar un poco sordo.
Todo esto lo hablaban a la carrera con el fin de ir a ayudar, pero cuando llegaron ya era demasiado tarde para buscar; los encontraron sobre el colchón, Ángel no estaba solo, a su lado con él, estaba la señora Teresa. Unas cuantas vecinas se escandalizaron al verlos untos en la misma cama, ella era una señora viuda que sin que nadie lo supiera se llegaba por las noches a casa de Ángel, cenaban juntos, veían la televisión juntos y luego se acostaban juntos. El olor de tierra mojada de ese día, desveló el secreto que tan celosamente guardaban.
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Durante toda la primavera no llovió en la comarca, el verano fue muy riguroso, temperaturas de treinta y cinco grados no son pocos. La gente no podía dormir, algunas de las personas mayores murieron sin remedio, ya se sabe, enfermedades crónicas, más calor sofocante, personas que mueren irremediablemente. Complicaciones que a veces, ni los propios médicos saben el qué, disfunciones de cuerpos gastados por diferentes motivos.
El concejal de urbanismo le ha dicho varias veces al alcalde que hay que ensanchar el cementerio, que viene mucha gente de afuera, que ese cementerio estaba pensado para los que muriesen del pueblo, pero que ahora había que buscar soluciones urgentes.
-Mira Leopoldo, entiende que dentro de diez meses habrá elecciones, y quiero incluir este asunto en el programa electoral, de modo que hay que esperar hasta entonces, no hay más. Hemos discutido este asunto desde hace tiempo, y siempre te digo lo mismo, ¡parece que no quieras entenderlo…!. “No, si yo lo entiendo, los que no lo entenderán, serán los que se tengan que llevar a sus muertos a otro cementerio porque aquí no haya espacio.
-¡Venga hombre, le vendrá a todo el mundo de un año más…!. “Pues yo creo que sí, con el promedio de muertes que llevamos últimamente…, no sé si lo sabes, pero quedan ocho nichos libres, eso es muy poco para tanta gente como vive hoy aquí. Los muertos no esperan, no los vamos a enterrar en una fosa común como se hacía en la guerra… vamos me parece a mí.
Eso se hablaba el martes, pues el miércoles se declaró un incendio muy cerca del pueblo, en la sierra. A las once de la mañana…mientras el alcalde estaba en su tienda de ultramarinos despachando a la gente del pueblo, sonó el teléfono “Mario que se ha declarado un incendio, en la parte este del monte, a cuatro pasos de la urbanización Los Cañaverales, tienes que venir aquí, es espantoso, el viento trae el fuego hacia el pueblo.
Mario, balbuceaba -Pero ¿qué dices hombre, estás de broma?. “¿De broma?, sal a la puerta de la tienda y lo verás. –Madre mía, ¿oye que hacemos?. “No sé, tú eres el alcalde, si te parece subimos unos cuantos cubos de agua para apagarlo. –Menos cachondeo vale?. Llama a la guardia civil, a los bomberos, a protección civil, a todo el mundo. “Eso ya lo he hecho, ¿qué más?. “Rezar para que llueva, si no, estamos listos, nos quedamos sin montaña.
Seis dotaciones de bomberos estuvieron trabajando para apagar el fuego, un labrador listo, se había puesto a quemar rastrojos en el campo, fue el primero que perdió su hacienda y su casa. Dos helicópteros y un avión Canadair CL-215, hizo viajes dos días enteros para apagar el fuego, después de los nervios que todo el mundo de la zona pasó, a causa del incendio, llegó la hora de volver a casa, muchos de los vecinos del lugar arrasado por el fuego, temían volver a sus casas, no sabían con qué iban a encontrarse. Afortunadamente, el fuego no hizo demasiados estragos en las viviendas, pero al día siguiente… la tierra despedía un olor raro, casi inexplicable, olía bien pero mal.
Tierra, mojada por un agua que no era de lluvia, tierra que se quejaba del daño que se le había hecho. Pablo, que acostumbraba a pasear diariamente por aquellos lares, pensó por un instante que si la tierra hubiera tenido voz, estaría dando alaridos de dolor. No pudo menos que sentarse a meditar en ello, en mitad de un bosque que hacía dos días le hablaba y le decía, que a pesar de la falta de lluvia, ella sabía esperar, que llegaría algún día.
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Eran felices esas gentes que junto al mar vivían, el pequeño puerto con sus barcas pesca artesanal, las mujeres, remendando redes y hablando entre ellas, los hombres, hablando de la pesca que cada vez era más escasa y se quejaban, a golpe de quintos de cerveza y combinados de café, junto al malecón del puerto.
Casitas que casi tocando la arena, ofrece a sus moradores el ambiente deseado de mar sol y tierra a la vez, como si se tratara de un cuadro abstracto inimitable. El rumor de las olas rompiendo en la playa, y sobre todo… los niños algunos de ellos desnudos, que corretean de acá para allá levantando cometas, buscando conchas, nadando como peces, muchos de ellos los envidiarían si tuvieran conocimiento, porque bucean y vuelven a salir del agua persiguiéndose mutuamente, al cabo de unos minutos vuelven al mar y nadan como ellos.
A su vez, unos metros más allá, unos jóvenes suben con los pies descalzos, a las palmeras que tienen a tiro, de ellas bajan cocos, los abren como solamente estas gentes saben, para saciar su sed con el fresco jugo de su interior, es evidente, que para todos ellos, el mar es su vida, él les ofrece todo cuanto necesitan y a veces más que eso, les da la felicidad que muchos otros de países lejanos ansiamos, y sin embargo, no llegan a comprender por qué el mar los hecha de su lado.
Los está conquistando, lentamente pero sin remedio, las olas rompen cada vez más cerca de sus casas, han tenido que olvidarse de tener el pequeño huerto que antes con tanto mimo, sus mujeres cuidaban, no tienen a su alrededor, más que olor a tierra mojada. Con sus barcas de palanquín o –lalunias-, algunos han emigrado a otras islas más altas, otros han levantado sabiamente sus casas del suelo, mediante sistemas que solo a los necesitados se les ocurriría. La necesidad estimula la imaginación, y ellos en este caso concreto, tienen mucha, han talado árboles y los han utilizado como fundamento, para la casa que posteriormente montarán encima de estos.
Un día esplendoroso, de cielo azul y de mar en calma, parece que alguien ha querido aspirar el mar, quizás sea que Zeus esté modificando el comportamiento del mar y lo haya reprendido, o puede ser que esté enfadado y la manifestación de su enfado, sea este repentina acción, ellos no conocen a este dios, tienen otros, ¿cómo van a saber que tantos dioses distintos tengan la misma influencia sobre la Tierra?.
Levantan la vista y de pronto, el horizonte se hace confuso, brumoso, les llama la atención este hecho, jamás vieron algo así, de pronto alguien dice “No os preocupéis, será una tormenta, mirad, el mar regresa.” Así es, el mar vuelve, al principio manso, pero trae consigo muchos peces muertos que nadie ha pescado. Luego, otra ola más brava, hace que se alejen de la orilla, el mar nunca está quieto, eso nunca, las aguas que ahora llegan hasta la orilla lo hacen de un modo que comienza a inquietarlos.
A renglón seguido, una ola que parece una muralla de agua, se precipita contra ellos, no le da tiempo a nadie a lanzar una voz de auxilio, rompe contra la playa y contra todo lo que en ella está, lo arrasa todo. Ni siquiera les da respiro para buscarse unos a otros, algunos ven que sus casas han desaparecido, otros suben a las palmeras fútilmente, la segunda ola es peor que la primera, se preguntan en su interior que es lo que sucede, que es esto, este no es el mar que ellos conocen, el mar que les da la vida.
Cuando todo pasa en escasos diez minutos, nadie queda para contar lo que allí ha sucedido, lo contarán en América o Europa, en todas partes del mundo, pero ellos son seres anónimos a los que jamás se echará de menos. Al fin y al cabo ¿qué son ocho familias, qué son sesenta personas para ser consideradas víctimas de un tsunami?, al fin y al cabo ellos se han mantenido siempre aislados de esa civilización de memos, estresados por el trabajo, el dinero, el poder. ¡Qué pena, ahora todo huele a tierra mojada!, su pequeña isla ya no existe, nadie ha quedado con vida para poder explicar lo que sucedió ese día.
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A los niños a veces, se les entiende poco. Pero lo que es a sus mayores, a veces nada. Antes de comenzar la escuela, los padres acuden en masa a los centro comerciales, allí hay de todo y a buen precio, desde nuevas mochilas para libros hasta uniformes para la escuela. Se juntan unas cuantas madres y padres y aprovechan las ofertas, se les tiene que equipar para el nuevo año escolar, así que… acuden en masa un sábado, el parking está a rebosar de otros que como ellos, van con sus hijos a ver, cuanto da de sí la tarjeta de crédito para comprarles a sus hijos todo cuanto les hace falta.
El año nuevo escolar, ha envejecido súbitamente, muchas cosas que el año anterior les eran útiles para el colegio. Este año, vestidos nuevos, libros nuevos, mochilas nuevas, material de escuela que anteriormente no necesitaban, ahora les es necesario, las actividades son otras, han subido de grado y en consecuencia necesitan, una lista casi interminable de cosas que ni los propios padres saben para que son. En la asociación de padres y alumnos, les han anotado de manera rigurosa todo cuanto precisan.
Hay cosas sin embargo, que las listas no contienen, por ejemplo los chubasqueros y las botas de agua. Como su propio nombre indica, los chubasqueros están hechos para los chubascos, y las botas de agua, también complementan ese traje que se usa de forma ocasional para las lluvias. Los niños corren contentos hacia esta sección del almacén, para ver las novedades que este año han preparado los diseñadores. Como es habitual, las hay de todas las formas y colores, su uso es obvio, están preparadas para la lluvia.
Los padres no lo saben, pero eso para ellos, es un juguete más que van a poder usar con toda libertad en el colegio sin que sus padres les llamen la atención. Sencillamente, cuando llueve, y salen al recreo, corretean y se salpican con los charcos que quedan sobre el cemento del patio. ¡Como se lo pasan entonces…! Han estrenado las mochilas y los libros, pero ahora, les toca poner a prueba el calzado. Unos a otros se dicen “Mis botas son mejores, ¡mira que altas que son, y llevan una goma arriba para que no entre el agua dentro de las piernas! las tuyas no!” y empiezan a coger agua con las suelas de las botas y arrojárselas al compañero, de cualquier charco que encuentran.
Otros niños no tienen tanta suerte, estudian en unos barracones prefabricados, porque los responsables de estudios, no tienen dinero para invertir en colegios bien hechos. Así que… han plantado esos módulos en medio de la nada, han desbrozado unos campos propiedad del ayuntamiento, y la brigada municipal ha plantado como si fueran geranios, esas latas de sardinas gigantes que contienen a los niños. ¡Cuando estos salen al patio que no es más que un cercado como si se tratara de ovejas…! salen desbocados, y chip chap, chip chap, salen pataleando sobre el barro y la hierba.
Es lo que ellos querían, se lo pasan pipa, aunque cuando se acaba la sesión del patio, se ve el suelo lleno de pisadas, pequeños charcos que ahora son auténticos lodazales, niños felices por otro lado, que llegan a clase de nuevo cansados, algunos con miradas de venganza hacia otros que los han llenado de barro. Pero casi nadie se apercibe, del olor a tierra mojada, que han dejado las últimas lluvias, un olor fragante y fresco, que hace que con su humedad, el hinojo suelte todo el aroma que contiene, la genistra todavía perdure.
Y al fondo del terreno, donde están colocados los barracones a los que llaman colegios, unas cuantas familias de conejos, salen a primera hora de la mañana a comer con sus gazapos al lado.
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