LIBROS, LIBRETAS, LEGAJOS Y POSITS.
Un amigo mío llamado Julio, tiene una gran casa de pueblo cerca de donde vivo yo. Al principio, cuando lo conocí en unas circunstancias un tanto especiales, me llamó la atención su casa, en general, su esposa Martina, no comparte para nada su modo de pensar ni su actitud ante la vida. Ella es retraída y tímida, sin embargo, es una artista de los pies a la cabeza, es pintora, formada en una de las más prestigiosas academias de pintura del país. Sus cuadros son hiperrealistas, y cada pincelada que sale de sus manos es absolutamente brillante, da la impresión, cuando miras sus cuadros, que estás dentro del bosque en otoño, otras veces, parece que las olas del mar van a salpicarte, y cuando pinta tormentas, rayos y lluvia, te dan ganas de taparte los oídos porque sabes que después del rayo viene el trueno.
Él, lejos de este ambiente artístico, es un pensador, humanista hasta la médula, se califica como existencialista, es un lector compulsivo, de estos que se quita horas de dormir para poder leer y comparar, indagar en el pensamiento humano, tiene una razón de ser dice él “Quiero ser mejor persona, más útil y sobre todo, un buen marido.”
La primera vez que nos vimos, porque compartimos determinadas maneras de pensar, me invitó a cenar a su casa. En cuanto llegué y pasé de la puerta a un gran recibidor rústico y me introdujo directamente en su despacho, eché un pié hacia atrás. Aquello no podía ser real, estantes llenos de libros, apilados algunos de mala manera, aquellos estantes no podían contenerlos todos, imposible. Entre los libros, pequeños legajos grapados, cuartillas que sobresalían de carpetas hechas de cartulina de diferentes colores, entre toda aquella debacle de lectura y escritura, una máquina de escribir electrónica, descansaba sobre el centro de una mesa de despacho auténticamente antigua, comenzaba a dar síntomas de fatiga, la carcoma estaba haciendo de las suyas desde hacía bastante tiempo, pues en el suelo se dejaban ver los rastros del serrín que producen esos voraces bichos.
Lo que más llamó mi atención fueron los posits, parecía que estaban diseminados por todo el despacho como si de una verbena se tratara. De todos los colores imaginables, con una letra realmente incomprensible, en ocasiones, letra como la que los médicos hacen cuando te recetan algún medicamento, en otras, letra bien escrita pero tan minúscula, que parecía se tuviera que leer con una lupa.
Le pregunté si podía aclararse entre tanto libro apilado, legajos y posits de todo tipo, él muy cortésmente contestó
“Es la clave para mí, si no tuviera las cosas dispuestas de ese modo, me parecería que todo está desordenado. Es más, me perdería en este mar de letras que me rodea, puede parecer un contrasentido, pero para mí, es vital tener este orden tan bien desordenado.”
En las próximas visitas que le hice, pude apreciar la realidad de lo que me estaba diciendo. Podía preguntarle sobre cualquier lectura o pensamiento, opinión o criterio que tuviera, que allí estaba él desenterrando de una pila de carpetas, algo que ya había escrito sobre el tema, o simplemente referencias que anotadas en un posit, en un lugar concreto del despacho, lo llevaban a buscar con exactitud, un libro o un ensayo que determinado filósofo escribió sobre el tema, echaba mano a un lugar concreto del estante y allí estaba.
Parecía que fuera imposible que fuera capaz de hacer esto con tanta soltura. Nos conocimos en un bar del pueblo done vivía, el dueño, un amigo mío me invitó a la inauguración, era un sitio precioso, la terraza exterior ofrecía una vista perfecta de la comarca, y mi amigo Jaume, me enseñó complacido, como transformaron el lugar en un bar moderno con buena música.
Al fondo de la terraza, estaba Julio, con la cabeza medio gacha, con un vaso de tubo entre las manos y una botella de bourbon sobre la mesa, estaba prácticamente vacía, le pregunté a Jaume si era un invitado, me contestó que no, que hacía varios días que pasaba por el bar, preguntando cuando se iba a abrir. En ese instante, se levantó de la mesa y fue a parar al suelo, rompió el vaso y acudimos los dos rápidamente a atenderlo, él se reía cuando lo sentamos, era un hombre de uno ochenta y algo, alto y más bien delgado. Mi amigo Jaume me dijo que vivía a cien metros del bar, de modo que traté de acompañarlo con las pocas fuerzas que quedaban en sus piernas.
Cuando Martina lo vio llegar, se abalanzó sobre él con el ánimo de ayudarlo, inmediatamente me dio las gracias y se tendió en un sofá que tenían en el recibidor estudio de ella. Me despedí y volví al bar, todavía tenía que saludar a unos cuantos amigos que estaban allí.
No volví a pensar en Julio hasta pasadas un par de semanas, un cliente me llamó para hablar acerca de un pedido de pienso para gallinas -representaba a una fábrica de piensos para todo tipo de animales-, la dirección del cliente me llevó a pasar por delante de la puerta de Julio. A la vuelta de la visita, me paré a ver como estaba la familia, me abrió la puerta Martina, se alegró de verme aunque casi no me reconoció con traje y corbata. Pregunté por Julio y me dijo que estaba en el piso de arriba haciendo unas serigrafías, escribió un libro y tenía que acabarlo para llevarlo a una galería.
Me invitó a pasar, subí por las escaleras y allí lo encontré, con las copias de un libro sobre una mesa grande, estaba pasando arriba y abajo una especie de telar con tinta de color, que deslizaba sobre las hojas del libro, por medio de un ingenioso aparato, que se movía por medio de unas guías, y que copiaban mediante un largo pisador de caucho, sobre las páginas de papel especial para copiar. Una fina tela de por medio, administraba la cantidad justa de la tinta necesaria, para imprimir sobre las páginas que había debajo.
Después de haber copiado una página y sacarla de aquel aparato, me dejé ver y lo saludé.
“Dígame señor ¿qué se le ofrece?.” -Nada, verá el asunto es que hace unos días lo traje a casa desde el bar del Jaume…- “¡Haaa, fue usted!.” Se sacó el delantal y me hizo pasar estrechándome la mano. “Muchas gracias, ese día estaba un poco… ¿cómo le diría…?, en la otra dimensión, hablando con unos colegas de universidad de Sevilla.”
Su acento denunciaba que era andaluz, y me sonreí, le conteste que lo comprendía, “Oye, ¿te puedo tutear?, es que me da no se qué hablar con una persona joven como tú, de usted.” -Claro, sin problema, debería ser una charla larga la que mantuviste con esos amigos, porque te terminaste la botella de bourbon entera -le dije sonriendo-.
De ahí bajamos a la gran cocina de la masía, era una casa inmensa pero bien mantenida, nos pusimos al día de nuestros oficios y quedamos esa misma noche para cenar juntos los tres. Acepté, no tenía nada que hacer, salvo otra visita en un pueblo vecino, era un pedido importante y preparado con anterioridad, significaba la venta de tres mil kilos de pienso para cerdos. “Pero es inaceptable que vengas con traje y corbata, no estamos acostumbrados a tantos formalismos en casa, y menos cuando se trata de una comida.” -De acuerdo, vendré hecho un tío de la calle, no te preocupes.-
Hablamos de mil cosas por la noche, Martina preparó un estofado magnífico, a la luz de la lumbre y cuatro velones pasamos una buena velada, aunque me sorprendió ver, que él comía acompañado de su inseparable bourbon. Martina lo miraba de reojo, era evidente que no le gustaba verlo beber tanto, entonces él se dio cuenta de que estaba siendo observado por su mujer. “¿A qué viene que estés mirando como un gato siempre?. Empezó a soltar improperios y se levantó de la mesa, parecía que se dirigía a su despacho. Me quedé con un trozo de carne en la boca, no sabía qué hacer con él, al final lo engullí a medio masticar. · No le digas nada ahora por favor, no saques el tema para nada, si no, esta noche tendré jarana. · -No te preocupes, no voy a hacer ninguna referencia a cosas que además no me corresponden, voy a ver como está. ·
Fue entonces cuando me llevé la sorpresa de mi vida, cuando entré en el despacho. “Pasa Lorenzo, este es mi santuario, cuando hay algo que me desquicia o estoy pensativo, me refugio entre este montón de papeles. Aquí está una de las cosas más importantes de mi vida, ya ves, otros tienen mansiones o joyas, coches o cualquier otra cosa que los pueda hacer felices, a mí, me basta con este rincón, lleno de conocimiento, de humanismo, porque los libros me hablan, me consuelan y alivian más, que cualquier otra cosa en la vida.”
No paraba de mirar, de observar aquel maravilloso desorden, le hice una observación sobre como la vida, puede cambiar el comportamiento de las personas, pero sin hacer ninguna referencia a lo sucedido. Alargó la mano por detrás de su espalda, y sin mirar, me entregó un libro que parecía más un ensayo que una obra literaria, se titulaba La Náusea, el autor, Jean Paul Sartre, me dijo “Léelo, cuando vuelvas me das tú opinión.” -Gracias, lo haré, pero te advierto que no soy muy buen crítico.- Cuando llegué a casa me puse a leerlo, no había leído nada igual en mi vida, pero lo cierto es que lo devoré intentando seguir la trama que aquel escritor quería transmitir. A la vez abrí mi ordenador y busqué “existencialismo”, aquel libro iba de esto.
El indagar sobre el tema y comprar algún que otro libro relacionado con esto, me cautivó. Llamé por teléfono a Julio y Martina me dijo que se había marchado, no sabía dónde ni por cuánto tiempo, su voz sonaba triste, le dije que si podía pasar a visitarla, no puso objeción alguna, invité a Martina a un restaurante cercano a comer al mediodía. · De acuerdo, aunque no tengo muchas ganas de salir, la verdad, pero dime a qué hora me recoges y estaré lista. · -Pues ¿qué te parece a la una y media?, conozco un lugar que te va a gustar, a lo mejor haces un cuadro del sitio y todo, te animará, seguro, es muy bonito.- · Vale, mañana a la una y media, estaré en la puerta esperando. ·
Estuve un poco ansioso por saber en qué circunstancias había tomado aquella decisión Julio. El miércoles, a la una y media en punto estaba en la puerta de su casa y ella salía y cerraba el porticón de madera. Anduvimos los ocho kilómetros que separan el restaurante de su casa, había hecho la reserva con anterioridad. Le gustó mucho el lugar, delante de la puerta de la casona transformada en restaurante, se fijó en el estanque con cisnes y otros pequeños patos que les acompañaban, estaba bordeado por una valla de troncos de madera, con unos escalones de piedra que te introducían en un pequeño bosque. · ¡Este sitio es maravilloso…!, gracias por traerme aquí, se respira tanta paz… ·
Después de comer, tomamos un mar de cava, lo fabricaban ellos y era una delicia. Fue entonces, cuando Martina me comunicó, que Julio no volvería a su casa, conociéndolo, sabía que probablemente estaría muerto. Esto me hizo brincar de la silla, seguramente me quedaría pálido, fue ella la que me lo hizo saber. · No debes preocuparte, esa ha sido una alternativa que él ha tenido siempre en mente, no se adapta al modo de vivir de hoy, siempre ha dicho que él no pinta nada en este mundo lleno de falsedades e hipocresías. · -Pero, algo te debe de haber dicho…- · No, él es así, lo más probable es que se haya ido a su tierra, no sé chico, es tan difícil saber lo que piensa… · Cuando la dejé en su casa, dentro del recibidor, me dio un beso en la boca, inmediatamente me pidió perdón -No te preocupes, esto no es ninguna rareza, somos humanos y todos necesitamos expresar nuestras inquietudes.- · ¿Sabes cuánto tiempo hace que no beso a nadie?, dos años, dos años de desperdicio de mi vida, dos años de sentimientos y emociones encontradas sin saber dónde dirigirlas. ·
Se dio la vuelta y cerró la cristalera de la puerta. Al cabo de dos días, escuché en un telediario, que habían encontrado un cuerpo cerca de Camas, ahorcado en un olivo, una nota en el bolsillo de la cazadora decía: “Sed cuerdos, y cuando no tengáis nada más que hacer en este mundo, desapareced de él como he hecho yo.”
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