AMADA MÍA
¡Que
adolescencia la nuestra, que locura más hermosa! ¿Recuerdas nuestra casita en
mitad de campos baldíos, allá arriba en la montaña? Imposible olvidar los
continuos traslados buscando una mejor vida, un lugar donde establecernos de
forma definitiva que no llegaba nunca. El trabajo, el tesón que en él poníamos,
los disgustos y alegrías que en medio de felicidad y llantos de desesperación
compartíamos…
Una
novela, un libro de historia viva, poco elocuente quizás, pero historia al fin
y al cabo. Más mudanzas, hasta que la vida nos enseñó que la vida depende de
nosotros mismos, ella fluye sin parar, el tiempo pasa, nosotros con él y con
nuestros hijos que en honor a la verdad evidente no supe apreciar de forma
plena. Sí que hicimos muchos planes, también nos equivocamos en otros, pero tú
eras mi amada, la luz de mis complacencias, cuando el mundo parecía hundirse a
nuestro alrededor.
No
puedo arrepentirme de nada en lo relacionado a ti, los escarceos y escapadas que
teníamos en la oscuridad de una noche a plena luz del día, todo esto nos llevó
a nuestro castillo, en mala hora caí, en mala hora tropecé, maldito el momento
en que dejé de pensar de forma seria.
Te
quise como nada en el mundo, en nuestro caminar ahora ya más pausado a causa de
nuestros hijos, que no podían caminar deprisa aun porque cargábamos con ellos,
se dejaba traslucir las ventajas de tener una buena familia. Esas vacaciones
improvisadas que hacíamos al monte, viajes a diferentes lugares donde el sol
brillaba de forma diferente que en nuestra tierra, los amigos que hicimos a lo
largo del camino y que continuamos regando cual si de flores se trataran, para
encontrarlos de nuevo en su lugar esperándonos.
Me
sigo preguntando qué fue lo que nos pasó, que me pasó a mí, para dejar
embarrancado nuestro carro de alegrías, de progreso, de ambiciones comedidas. No
encuentro la respuesta amada mía, solo vacíos en la mente que distorsionan
realidades que no puedo recordar con claridad. No estoy vencido, vivo, y vivo
un poco mejor gracias a ti, a esas vitaminas que no se expenden en las
farmacias ni herbolarios.
El
recuerdo de las buenas cosas es un alimento de primer nivel, es el que me ha
despertado esta madrugada a la una de la mañana exactamente, quiero pensar que
no fui del todo malo, que al marcharme de mi casa, coloqué sobre tus espaldas
demasiado peso, eso sí.
Ahora,
estoy hipotecado, gracias o por culpa de algo que no me deja siquiera decidir,
separar lo bueno de lo malo. Soy una especie de amoral, sin sentido de
orientación, ni siquiera sé que eso es ser malo, tampoco si significa con la
redacción de este escrito si soy bueno, de cualquier modo no importa mucho,
creo sencillamente, que somos la consecuencia de nuestros propios actos.
Sin
embargo, si sé una cosa, fuiste y eres insustituible para los que más te aman,
y eso… no es nada fácil admitirlo y demostrarlo. Tus achaques y mis neuronas
maltrechas, llevan un camino diferente pero van a parar al mismo puente que
hace muchos años nos unió y nos separó al mismo tiempo. Nada de lo que pueda
decir es fácil, nada cura las heridas viejas, si acaso deja cicatrices,
batallas en el mar del mundo y peleas para que nadie invada tú castillo, esa es
la realidad histórica de una vida dedicada a los tuyos.
He
tenido el honor de luchar unos años al lado de una heroína.
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