viernes, 26 de diciembre de 2014

PIRINEOS


                                                    PIRINEOS



Una hermosa cordillera, donde desde hace relativamente poco tiempo, me he enterado que vive una familia, mi primera familia, la primera mujer con la que me casé, y dos de mis hijos. Mi hija mediana reside en tierras andaluzas, es hermosa y siempre se ha caracterizado por su franqueza, sea ésta justificada o no.
Mis otros dos hijos, la mayor y el pequeño, viven cerca de su madre, supongo que después de mi partida de casa, escogieron quedarse con ella por motivos desconocidos todavía para mí.

El caso es, que ahora nos separa una frontera natural, las grandes montañas que en su momento, por lo menos en parte, recorrimos en tiempo de vacaciones, unas veces los atravesamos juntos, otras, nos quedábamos a las puertas de los hermosos picos que salpican su recorrido. Juntos los observamos desde la parte oriental y desde la parte occidental, unas veces desde Francia, otras desde España nos recreamos con sus singulares vistas, y pasmosos paisajes que ofrecen siempre estáticos a todo aquel que sabe apreciar la naturaleza.

Ahora, mediante ciertas circunstancias, estamos en contacto de nuevo. Me alegra poder decir, que los problemas y los posibles odios que pudieron generar nuestra separación, han quedado relegados al pasado, de otro modo, hubiera sido difícil que volviéramos a mantener contacto, telefónico claro está, a veces con muy mala señal, los Pirineos lo impiden.

Casi a diario, mantenemos pequeñas conversaciones que nos llevan poco a poco, a recordar andanzas de nuestra vida en común, veintisiete años no son pocos para todo lo vivido, ni demasiados para olvidar algunos pasajes de nuestra historia, que fue amable con nuestras vidas. Es fácil para los que no han vivido estas circunstancias, recordar lo malo de acontecimientos que trajeron consigo consecuencias de aquella separación, de un divorcio que se hubiera podido evitar de un modo u otro. ¿Falta de madurez, de comprensión quizás…? puede haber sido parte de ambas cosas a la vez, en mi corazón no cabe el rencor, mi mente no asimila pérdida de mis hijos, que tanto gozo me dieron y que tanto recibieron de sus padres.

Ahora veo los Pirineos con diferente ojo, con ojo malvado, como un muro natural que nos separa y que en consecuencia, me mantiene en vilo. Unos quisieran que algunos montes pasaran de los ocho mil para poder escalarlos más altos, coleccionarlos en su afán de conquistar montañas. En cambio a mí me gustaría que los Pirineos se aplanaran, se fueran desvaneciendo, aunque se convirtieran en dunas desérticas, en páramos desolados con tal de tenerlos más cerca. No volvería segundas partes, eso no, no se me ocurriría, sé demasiado de mí, y ellos también, de lo mucho que me aleja de ellos.

Pero al que fuera tu primer amor, a tus hijos no les puede olvidar, si sus caras, se han desvanecido con el tiempo, los años pulen las rocas, el viento, la lluvia… en el caso de rostros que no contemplas, a menudo aunque sea el de tus hijos, se te olvidan pero no su existencia, el hecho de que están vivos alegra el corazón de cualquier padre que pueda asimilar el significado de serlo, puede que sea tarde, cierto, que le haya correspondido a ella el llevar consigo ese pesado peso durante años y años, y sin embargo en la lejanía de nuestro ser, siempre los he llevado conmigo. He pensado mucho en todo este asunto, deduzco por ello que son felices a su manera, que ahora sería un estorbo en ese camino que llevan, que la convivencia traería exigencias de ambas partes, tantas que nos separaría de nuevo.

Como lo hacen ahora los Pirineos, esas benditas montañas, regalo del cielo, son lo que me salvan de salir corriendo hacia ve tú a saber dónde, quizás saldría corriendo hacia ellos, aun a sabiendas de que al llegar allí, no me abrirían la puerta de sus compasiones.




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