PIRINEOS
Una hermosa
cordillera, donde desde hace relativamente poco tiempo, me he enterado que vive
una familia, mi primera familia, la primera mujer con la que me casé, y dos de
mis hijos. Mi hija mediana reside en tierras andaluzas, es hermosa y siempre se
ha caracterizado por su franqueza, sea ésta justificada o no.
Mis otros dos
hijos, la mayor y el pequeño, viven cerca de su madre, supongo que después de
mi partida de casa, escogieron quedarse con ella por motivos desconocidos
todavía para mí.
El caso es,
que ahora nos separa una frontera natural, las grandes montañas que en su
momento, por lo menos en parte, recorrimos en tiempo de vacaciones, unas veces
los atravesamos juntos, otras, nos quedábamos a las puertas de los hermosos picos
que salpican su recorrido. Juntos los observamos desde la parte oriental y
desde la parte occidental, unas veces desde Francia, otras desde España nos
recreamos con sus singulares vistas, y pasmosos paisajes que ofrecen siempre
estáticos a todo aquel que sabe apreciar la naturaleza.
Ahora, mediante
ciertas circunstancias, estamos en contacto de nuevo. Me alegra poder decir,
que los problemas y los posibles odios que pudieron generar nuestra separación,
han quedado relegados al pasado, de otro modo, hubiera sido difícil que
volviéramos a mantener contacto, telefónico claro está, a veces con muy mala
señal, los Pirineos lo impiden.
Casi a
diario, mantenemos pequeñas conversaciones que nos llevan poco a poco, a
recordar andanzas de nuestra vida en común, veintisiete años no son pocos para
todo lo vivido, ni demasiados para olvidar algunos pasajes de nuestra historia,
que fue amable con nuestras vidas. Es fácil para los que no han vivido estas
circunstancias, recordar lo malo de acontecimientos que trajeron consigo
consecuencias de aquella separación, de un divorcio que se hubiera podido
evitar de un modo u otro. ¿Falta de madurez, de comprensión quizás…? puede
haber sido parte de ambas cosas a la vez, en mi corazón no cabe el rencor, mi
mente no asimila pérdida de mis hijos, que tanto gozo me dieron y que tanto
recibieron de sus padres.
Ahora veo los
Pirineos con diferente ojo, con ojo malvado, como un muro natural que nos separa
y que en consecuencia, me mantiene en vilo. Unos quisieran que algunos montes
pasaran de los ocho mil para poder escalarlos más altos, coleccionarlos en su afán
de conquistar montañas. En cambio a mí me gustaría que los Pirineos se
aplanaran, se fueran desvaneciendo, aunque se convirtieran en dunas desérticas,
en páramos desolados con tal de tenerlos más cerca. No volvería segundas partes,
eso no, no se me ocurriría, sé demasiado de mí, y ellos también, de lo mucho
que me aleja de ellos.
Pero al que
fuera tu primer amor, a tus hijos no les puede olvidar, si sus caras, se han
desvanecido con el tiempo, los años pulen las rocas, el viento, la lluvia… en
el caso de rostros que no contemplas, a menudo aunque sea el de tus hijos, se
te olvidan pero no su existencia, el hecho de que están vivos alegra el corazón
de cualquier padre que pueda asimilar el significado de serlo, puede que sea
tarde, cierto, que le haya correspondido a ella el llevar consigo ese pesado
peso durante años y años, y sin embargo en la lejanía de nuestro ser, siempre
los he llevado conmigo. He pensado mucho en todo este asunto, deduzco por ello
que son felices a su manera, que ahora sería un estorbo en ese camino que
llevan, que la convivencia traería exigencias de ambas partes, tantas que nos
separaría de nuevo.
Como lo hacen
ahora los Pirineos, esas benditas montañas, regalo del cielo, son lo que me
salvan de salir corriendo hacia ve tú a saber dónde, quizás saldría corriendo
hacia ellos, aun a sabiendas de que al llegar allí, no me abrirían la puerta de
sus compasiones.
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