LA CARGA
Duro peso
este, se clava en las espaldas como si fuera acero afilado, es una carga
incómoda y difícil, que incomoda dejando sus marcas en la carne, carne que en
un día era todavía fresca y frágil, demasiado quizás para coger y levantarla
del suelo, con la certeza de que podría llevarla de forma segura.
¡Con las
dudas que tenía…! mejor habría sido dejarla y asegurarme de que pasado
determinado tiempo podría volver a buscarla, con las espaldas más recias, mejor
formadas, más dispuestas. Pero no, tenía que ser entonces, ni un minuto antes
ni uno después, era entonces en ese instante o nunca.
Nunca se me
ha dado bien la precipitación, ni a mí ni a nadie eso es cierto, y mira que me
decían… déjalo para otro momento, que las cosas así no van a buen puerto.
Y vaya si era
cierto… en ese afán me empeñé, en ese esfuerzo dejé buena parte de mi vida,
solo para darme cuenta después, que esas cicatrices no cerrarían del todo el
resto de mi vida.
No me lamento
de lo que pudo ser y no fue, de todos es bien conocido que erramos muchísimas
veces en la vida, tampoco sirven de nada los arrepentimientos, ¿para qué si no
te libran de las cicatrices y las heridas que ya llevas encima? Más bien
pienso, en lo que pudiera haber hecho para ser mejor persona, para dejar
constancia ante todos, que soy humano, pero con un buen nombre sea este el que
sea.
Es extraño
aunque parezca mentira, que la disposición de alguien se guie solo por el
aspecto de las personas, eso es lo que nos trae a mal traer, nos guiamos por
apariencias, es como si camináramos por un lugar tortuoso y difícil, cuando
mirando a nuestro lado, viéramos una buena pista, por la que se camina mejor
llegando al mismo lugar, llevándonos al mismo destino.
¿Es la mente
o el corazón el que nos conduce? La mente te dice que no te esfuerces todavía,
pero el corazón te dice que sí puedes, que tienes fuerzas sobradas, que estás
bastante entrenado, que por lo menos lo intentes.
Levantas la
carga de un golpe frio, y te pones a caminar, al principio la alegría de saber
que has podido establece una pauta, pauta que sigues con atención y con fuerza,
pero la cuesta arriba te desanima, te hace dudar, te desalienta y caes por
primera vez, no es la definitiva te vuelves a levantar.
Me dejo
llevar por el corazón la mayoría de las veces, más que por la mente, será
porque estoy como cuando era pequeño, lleno de inseguridades, de miedos y hasta
a veces pánicos inexistentes. Algunos de mis allegados me preguntan que por qué
no cambio de táctica, ensayar un modo nuevo de actuar, de hacer las cosas para
no desperdiciar esfuerzos para que cuando decida levantar cualquier carga tenga
cierto nivel de seguridad. No sé qué contestar la verdad, estoy acostumbrado a
hacerlo de la manera que siempre me eduqué, o me educaron da lo mismo, hasta el
punto que, ahora ya no me preocupa el cómo ni el qué tengo que levantar, para
llevar sobre mis costillas.
Así te va
chaval me dicen algunos, acepto su percepción de la realidad que ellos ven en
mi manera de actuar, pero no la puedo compartir, no es cosa mía el desaprobar o
no su manera de apreciar mi actuación en este teatro que es la vida. No examino
a nadie, no los juzgo, tampoco los desprecio y muy al contrario, los aprecio,
son una lección para ilimitadas formas de ver la vida y como cargar con las
responsabilidades, cargas que cada uno adquiere por modus propio.
He, cuidado
con esto último que acabas de decir, me apunta uno, es verdad, algunas veces
las circunstancias cambiantes de la vida no las elegimos nosotros, llegan del
exterior, como si fueran lanzas que apuntan a nuestro corazón, que pasan por
encima de muros, desde donde no somos capaces de ver quién es el enemigo que la
lanzó al azar. Supuestamente su propósito es herir a quién se tropiece con
ella, sin embargo, la lanza no tiene vida propia, es un arma arrojadiza que
escapa a nuestro control, en primer lugar del que la lanza, en segundo lugar,
en la diana a la que va a dar por puro azar.
El hecho de
vivir aquí, en el mundo ahora mismo, nos convierte en posibles víctimas de
cualquier gracia o al contrario, desgracia. Esa realidad, es de por sí, una
carga que hay que saber llevar con la mejor actitud posible, todo puede llevar
a ser una carga que acabe con nuestras expectativas de un futuro más o menos
feliz. Ahora lo sé, ahora que soy demasiado mayor para rectificar determinadas
cosas, o quizás no importe rectificar, no somos más que peones en ese gran
tablero de ajedrez donde lo importante es comerse a la reina para dar paso a
los triunfos que nos lleven a arrinconar al rey. Nadie puede elegir que pieza
ser en este juego, torre, caballo, alfil, peón, la fuerza de choque que
normalmente se sacrifica para los que están detrás esperando atacar.
Puedo decir
sin ambages, que soy uno de estos valerosos peones que de salida da la partida
fue muerto por el contrincante, sin embargo me he propuesto seguir adelante,
estoy fuera del tablero, esperando con los otros fracasados a que llegue el
final de esta partida, para comenzar otra nueva, a ver si hay un poco más de
suerte.
La carga, el
peso, la responsabilidad, el encargo que cada cual coloca sobre sí debe de ser
bien ponderado, antes de que nos hagamos daño, antes de sufrir un mal largo y
que además huele a fracaso. El que quiera cargar un peso, que antes se mira
ante un buen espejo, se mire y se guarde de valorarse demasiado.
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