viernes, 26 de diciembre de 2014

APOLONIO


                                                        APOLONIO



Si te llamas Apolonio, mides metro sesenta y llevas boina todo el año, ya estás fichado aunque no lleves encima documentación alguna. Si además tu padre se llama Romualdo y nació en El Tinto, una aldea de diez personas en la sierra de Las Alpujarras, no te hace falta que te identifiques a nadie ni que te dirijas a ninguna parte, quédate en el pueblo de tus padres y muérete allí de viejo, que sobran personas así por el mundo.

Pues mira tú, a pesar de esta recomendación, Apolonio se fue del pueblo contra la voluntad de los padres aunque tiene treinta y seis años,  No te vayas hijo mío… si es aquí en el pueblo y se ríen de ti… ¿no te das cuenta?  No les ha contestado, él quiere marchar del pueblo, casarse y tener familia, trabajar como todo el mundo y tener como todos tienen, una oportunidad en la vida.

Tiene en contra suyo el nombre, Apolonio no es cualquier nombre, es un nombre de esos que a muchos tira de espaldas, de risa digo. Pero es que sus padres le han puesto y con él va para adelante, sin importarle nada, demasiados años lo lleva encima para renunciar a él. ¿A dónde voy…? va, voy a sacar un billete a Valencia, y para allá que se va con la maleta de madera atada con una correa del pantalón de su padre que ya no le viene bien, ha engordado bastante desde que dejó de ser pastor de ovejas, ya se sabe que en estos oficios, o aguantas toda la vida, o te la jodes  corriendo detrás de las descarriadas.

También Apolonio corría detrás de las cabras que estas son peores, más tozudas y más listas, porque se suben donde no las alcanzas, entonces tienes que saber tirar con la honda piedras, darles un toque detrás del culo para alertarlas, que la próxima irá a la cabeza como se pongan chulas. Como con todas las cosas, los comienzos son difíciles y no anda sobrado de cuartos, de forma que los primeros días los pasa sentado en un banco, menos mal que es verano, y hasta en alguna ocasión, se arremanga el pantalón de pana y se moja los pies en la playa. Por la mañana en los chiringuitos, va pidiendo trabajo playa abajo, playa arriba, le preguntan cómo se llama,  cuando contesta que Apolonio se dan la vuelta, se ríen, y no le contestan.

Ha caminado hasta la playa de La Malvarosa, allí la cosa cambia, los restaurantes son de más copete, allí la gente va más arreglada, sale un hombre de un local con una paella enorme, sobre un soporte de mimbre, la deja en una mesa lateral al lado de unos señores y se pone a servirles. Cuando termina y va darse la vuelta toda prisa se encuentra con Apolonio, casi lo derriba de la marcha que lleva el gigantón sudoroso.  Hola señor busco trabajo…  En mala hora has llegado hijo, teniendo la misma edad le llama hijo ¿por qué será? Mi nombre es Apolonio, lo dice para descartar a la gente que se ríe de su nombre,  ¡Coño, como mi padre, ven conmigo chico! Papá mira otro Apolonio como tú, ¿Qué te parece? Pues mira que ese nombre es bien raro, a lo mejor somos familia, ¿de dónde vienes? De un pueblo muy pequeño que se llama El Tinto, no sé si lo conoce, está en mitad de Las Alpujarras.

Ya ves, de la charreta a empleado, para que veas como andan las cosas por el mundo. ¿Qué sabes hacer Apolonio? Un poco de todo, quiero decir que en el pueblo, además de ordeñar vacas y pastorear cabras, reparaba tejados, y también serví durante tres años en la casa de un marqués, arreglaba cosas, regaba las plantas, la señora se servía de mí para sus vicios, esas cosas…  ¿Cómo cómo…? Si señor Apolonio ya sabe, cuando va bien armado, pues las mujeres enloquecen un poco y esa señora tenía mucho vicio, el marido ausente toda la semana y servidor a tiro de ella las horas que le convenía… no se lo diga a nadie por favor, pero aunque soy pequeño la tengo muy grande y se conoce que eso, a según qué mujeres les gusta.

Apolonio se echó a reír, y Apolonio le acompañó en la risa, los dos Apolonios se reían como posesos y nadie entendía el porqué de aquella escena casi dantesca. El dueño del restaurante de casi dos metros riendo a mandíbula batiente con un hombre menudo de metro sesenta y veinticinco de pata postiza.

¿Qué si se quedó a trabajar allí?, vaya que sí, y muy bien que lo hacía, servir la comida, fregar platos, limpiar el comedor y la terraza exterior… luego, cuando terminaba la jornada, trabajaba en otras cosas en las que se hizo muy popular al cabo de pocos días. Llamó a sus padres un día, les contó lo del trabajo, que servía en un restaurante de primera en la playa de Valencia, su padre le preguntó cómo se llamaba el restaurante. Se llama casa Apolonio padre… ¿En tan poco tiempo has hecho fortuna, que suerte hijo, ahora voy a contarles a los vecinos del pueblo, adiós hijo.  Que no papá… ya no había tiempo, en El Tinto todo el mundo por decir algo, se enteró de que Apolonio tenía un restaurante en la playa de Valencia.



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