APOLONIO
Si te llamas
Apolonio, mides metro sesenta y llevas boina todo el año, ya estás fichado
aunque no lleves encima documentación alguna. Si además tu padre se llama
Romualdo y nació en El Tinto, una aldea de diez personas en la sierra de Las
Alpujarras, no te hace falta que te identifiques a nadie ni que te dirijas a
ninguna parte, quédate en el pueblo de tus padres y muérete allí de viejo, que
sobran personas así por el mundo.
Pues mira tú,
a pesar de esta recomendación, Apolonio se fue del pueblo contra la voluntad de
los padres aunque tiene treinta y seis años,
No te vayas hijo mío… si es aquí en el pueblo y se ríen de ti… ¿no te
das cuenta? No les ha contestado, él
quiere marchar del pueblo, casarse y tener familia, trabajar como todo el mundo
y tener como todos tienen, una oportunidad en la vida.
Tiene en
contra suyo el nombre, Apolonio no es cualquier nombre, es un nombre de esos
que a muchos tira de espaldas, de risa digo. Pero es que sus padres le han
puesto y con él va para adelante, sin importarle nada, demasiados años lo lleva
encima para renunciar a él. ¿A dónde voy…? va, voy a sacar un billete a
Valencia, y para allá que se va con la maleta de madera atada con una correa
del pantalón de su padre que ya no le viene bien, ha engordado bastante desde
que dejó de ser pastor de ovejas, ya se sabe que en estos oficios, o aguantas
toda la vida, o te la jodes corriendo
detrás de las descarriadas.
También
Apolonio corría detrás de las cabras que estas son peores, más tozudas y más
listas, porque se suben donde no las alcanzas, entonces tienes que saber tirar
con la honda piedras, darles un toque detrás del culo para alertarlas, que la
próxima irá a la cabeza como se pongan chulas. Como con todas las cosas, los
comienzos son difíciles y no anda sobrado de cuartos, de forma que los primeros
días los pasa sentado en un banco, menos mal que es verano, y hasta en alguna
ocasión, se arremanga el pantalón de pana y se moja los pies en la playa. Por
la mañana en los chiringuitos, va pidiendo trabajo playa abajo, playa arriba,
le preguntan cómo se llama, cuando
contesta que Apolonio se dan la vuelta, se ríen, y no le contestan.
Ha caminado
hasta la playa de La Malvarosa, allí la cosa cambia, los restaurantes son de
más copete, allí la gente va más arreglada, sale un hombre de un local con una
paella enorme, sobre un soporte de mimbre, la deja en una mesa lateral al lado
de unos señores y se pone a servirles. Cuando termina y va darse la vuelta toda
prisa se encuentra con Apolonio, casi lo derriba de la marcha que lleva el
gigantón sudoroso. Hola señor busco
trabajo… En mala hora has llegado hijo,
teniendo la misma edad le llama hijo ¿por qué será? Mi nombre es Apolonio, lo
dice para descartar a la gente que se ríe de su nombre, ¡Coño, como mi padre, ven conmigo chico! Papá
mira otro Apolonio como tú, ¿Qué te parece? Pues mira que ese nombre es bien
raro, a lo mejor somos familia, ¿de dónde vienes? De un pueblo muy pequeño que
se llama El Tinto, no sé si lo conoce, está en mitad de Las Alpujarras.
Ya ves, de la
charreta a empleado, para que veas como andan las cosas por el mundo. ¿Qué sabes
hacer Apolonio? Un poco de todo, quiero decir que en el pueblo, además de
ordeñar vacas y pastorear cabras, reparaba tejados, y también serví durante
tres años en la casa de un marqués, arreglaba cosas, regaba las plantas, la
señora se servía de mí para sus vicios, esas cosas… ¿Cómo cómo…? Si señor Apolonio ya sabe, cuando
va bien armado, pues las mujeres enloquecen un poco y esa señora tenía mucho
vicio, el marido ausente toda la semana y servidor a tiro de ella las horas que
le convenía… no se lo diga a nadie por favor, pero aunque soy pequeño la tengo
muy grande y se conoce que eso, a según qué mujeres les gusta.
Apolonio se
echó a reír, y Apolonio le acompañó en la risa, los dos Apolonios se reían como
posesos y nadie entendía el porqué de aquella escena casi dantesca. El dueño
del restaurante de casi dos metros riendo a mandíbula batiente con un hombre
menudo de metro sesenta y veinticinco de pata postiza.
¿Qué si se
quedó a trabajar allí?, vaya que sí, y muy bien que lo hacía, servir la comida,
fregar platos, limpiar el comedor y la terraza exterior… luego, cuando
terminaba la jornada, trabajaba en otras cosas en las que se hizo muy popular
al cabo de pocos días. Llamó a sus padres un día, les contó lo del trabajo, que
servía en un restaurante de primera en la playa de Valencia, su padre le preguntó
cómo se llamaba el restaurante. Se llama casa Apolonio padre… ¿En tan poco
tiempo has hecho fortuna, que suerte hijo, ahora voy a contarles a los vecinos
del pueblo, adiós hijo. Que no papá… ya
no había tiempo, en El Tinto todo el mundo por decir algo, se enteró de que
Apolonio tenía un restaurante en la playa de Valencia.
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