EL TROMPETISTA
Felipe
es trompetista aficionado, con todo lo que ello conlleva. Durante el día
trabaja en una pequeña fábrica de caramelos del barrio, a todas horas del día,
se acercan niños a ver si les cae algo de los cubos de caramelos que
transportan sin embalar a otros lugares donde los envuelven, generalmente esto
lo hacen unas cuantas vecinas que no tienen otro remedio que trabajar en casa,
unas cargadas de niños, otras porque los maridos se ha marchado a Alemania o a
Suiza a trabajar, se han quedado solas y necesitan algún ingreso, hasta que les
llegue el giro que les mandan los maridos a final de mes.
En
el taller son cuatro gatos currando, el dueño, siempre sentado controlando la
calidad de los caramelos, la hija una chica de veinte años sin futuro más que
el de heredar la fábrica de caramelos, y un chico medio para allá que les ayuda
a las cuestiones más elementales como cargar el triciclo y limpiar los restos
de azúcar que continuamente ensucian el taller. Carmiña la hija, es una chica
menuda pero muy trabajadora, se deja la piel en cada jornada, viven en el piso
de arriba de la fabriquilla, un altillo hecho de madera que un carpintero del
barrio les hizo hace ya unos cuantos años atrás, después de morir la mujer de Leopoldo
el dueño de la fábrica.
A
Felipe le vino de coña que lo emplearan allí, con el certificado de estudios
primarios no quiso continuar con más números y letras. Además a su madre
Teresina le hacía falta que el crío trabajara, de hecho fue ella la que le
buscó el empleo, la gente del barrio decía que Leopoldo y Teresina se
entendían, hacía años que ambos estaban viudos. Felipe no sabe más que hacer
caramelos, remover el azúcar, combinar los colorantes, darles la textura justa,
para que finalmente después de ver que la pasta está a punto de pasar a los
moldes, abre una válvula de compuerta para que la espesa masa de caramelo caiga
en ellos, modera el paso de la rueda reductora dependiendo de qué clase de
caramelo sea y se enfríe para desmoldarlos.
A
media mañana, Leopoldo les dice que paren las máquinas, que don Enrique se ha
muerto. Enrique era íntimo amigo de Leopoldo, tenían unas peleas jugando al
dominó de mucho cuidado, pero siempre terminaban invitándose a una barrecha y
contándose chistes verdes uno al otro. Eso cada día, Felipe recordaba uno por
uno los chistes que se contaban, además los contaban siempre por el mismo
orden, era la leche. Fue bastante gente al entierro, Enrique había tocado en su
tiempo en El Gran Teatro del Liceo, después montó una academia de música en su
casa, de trompeta claro, era lo suyo.
No
dejó descendencia, nadie le conocía familia alguna, salvo su trompeta que
tocaba a diferentes horas, nunca intempestivas eso sí, era muy considerado.
Felipe le dijo a Leopoldo que si se podía quedar con la trompeta de Enrique,
este le respondió que sí que la podía coger pero que si se enteraba que le daba
mal uso se la rompía en la cabeza.
Piensa que esta trompeta ha tenido mucha historia… no quiero que la
maltrates ni que la des un uso indebido.
Le prometo que la trataré como si fuera un tesoro. Más te vale, porque lo es, esta trompeta ha
sonado en los mejores teatros que puedas imaginar, de modo que ya puedes
empezar a mimarla, como si fuera tu mujer.
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