BATALLAS SIN FINAL
Jamás
he entendido de guerras, de batallas, he leído eso sí, a menudo la pérdida de una
batalla, ha dado como resultado, la conclusión de una guerra. Los vencedores se
recrean sobre los vencidos, les insultan, los degradan, y hasta en ocasiones
sin razón aparente, los ejecutan, sin más, solo por ser los perdedores.
Los
seres humanos estamos hechos para batallar, para luchar, no para hacerlo
ciegamente, sino más bien por algún motivo, por algún incentivo que casi
siempre va más allá, del simplemente monetario. Lo llevamos en la sangre eso de
luchar, de pelear hasta el límite de nuestras fuerzas. Solo cuando se nos hiere
hasta el punto de no ver, sufrir una amputación dentro de nuestro ser, nos
vemos obligados a ceder ante el intento de volver a la trinchera. Aun en esta
circunstancia, a los soldados, que podemos ser cada uno de nosotros, nos gusta
saber cómo van las novedades en el frente, nos agolpamos alrededor de un
televisor, para ver quién va ganando si los suyos o los nuestros.
Ese
es el afán que llevamos como marca identificadora dentro de nuestros corazones,
grabado a fuego, dentro de nuestro espíritu. Es una voz, que de forma casi
inaudible, nos dice… “Venga, resiste un poco más que ya queda poco…” Jamás te
dice si es para vencer o caer derrotado, pero insiste en hacerte ver que
todavía estás en pie, que puedes hacer más.
Así
es la vida de las personas, estamos hechos para vivir, y dicho sea de paso,
resistir en la medida que nuestras fuerzas nos lo permitan. Hacemos viajes de
ida y vuelta por los lugares inimaginables que las circunstancias nos permiten,
lo hacemos sin quejarnos, alguien nos ha convencido de que este es nuestro
sino.
Lo
que comúnmente se dice… “ir haciendo”, no hay más, mientras estamos metidos en
estas batallas por la supervivencia, mientras lo podemos contar de pie, todo
marcha más o menos, sobre ruedas. Cuando llega el caso que no podemos
participar de forma activa en la batalla, nos desmoralizamos, e incluso podemos
morir sin necesidad de que haya llegado nuestra hora.
Sin
final, esa es nuestra gracia y también nuestra condena, por mucho que queramos darle
diferente sabor a este plato, jamás es plato de buen gusto, se preparó ante
nuestros propios ojos, que es la vida en sí, la gracia de adquirir el poder
único para poder comenzar a hacer cosas, las que sean, pero listos para la
acción.
Eso
y no otra cosa es lo que debe hacernos pensar, que tenemos todos sin excepción,
las mismas posibilidades de ir a la guerra, de enfrentarnos a los enemigos que
salgan a nuestro paso. De hecho no son del todo enemigos, son defensores de sus
propias vidas, lo único que nos diferencia a unos de otros es, que nuestros caracteres
chocan en algún campo poco reflexionado por alguna de las partes. Las batallas
nunca terminarán, de otro modo, ya no valdría la pena nacer, y nacer… es un
milagro que es necesario mostrar a todo el mundo, el cómo resulte el
nacimiento, el cómo se forme a las personas que participan de forma activa en
este milagro, queda de cada cual. Los progenitores no pueden tener más que una
influencia relativa en el desarrollo de esas personitas que pronto se
enfrentarán a una batalla que los llevará al fracaso o a la gloria.
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