sábado, 9 de abril de 2016

BATALLAS SIN FINAL

                                                             BATALLAS SIN FINAL

Jamás he entendido de guerras, de batallas, he leído eso sí, a menudo la pérdida de una batalla, ha dado como resultado, la conclusión de una guerra. Los vencedores se recrean sobre los vencidos, les insultan, los degradan, y hasta en ocasiones sin razón aparente, los ejecutan, sin más, solo por ser los perdedores.
Los seres humanos estamos hechos para batallar, para luchar, no para hacerlo ciegamente, sino más bien por algún motivo, por algún incentivo que casi siempre va más allá, del simplemente monetario. Lo llevamos en la sangre eso de luchar, de pelear hasta el límite de nuestras fuerzas. Solo cuando se nos hiere hasta el punto de no ver, sufrir una amputación dentro de nuestro ser, nos vemos obligados a ceder ante el intento de volver a la trinchera. Aun en esta circunstancia, a los soldados, que podemos ser cada uno de nosotros, nos gusta saber cómo van las novedades en el frente, nos agolpamos alrededor de un televisor, para ver quién va ganando si los suyos o los nuestros.
Ese es el afán que llevamos como marca identificadora dentro de nuestros corazones, grabado a fuego, dentro de nuestro espíritu. Es una voz, que de forma casi inaudible, nos dice… “Venga, resiste un poco más que ya queda poco…” Jamás te dice si es para vencer o caer derrotado, pero insiste en hacerte ver que todavía estás en pie, que puedes hacer más.
Así es la vida de las personas, estamos hechos para vivir, y dicho sea de paso, resistir en la medida que nuestras fuerzas nos lo permitan. Hacemos viajes de ida y vuelta por los lugares inimaginables que las circunstancias nos permiten, lo hacemos sin quejarnos, alguien nos ha convencido de que este es nuestro sino.
Lo que comúnmente se dice… “ir haciendo”, no hay más, mientras estamos metidos en estas batallas por la supervivencia, mientras lo podemos contar de pie, todo marcha más o menos, sobre ruedas. Cuando llega el caso que no podemos participar de forma activa en la batalla, nos desmoralizamos, e incluso podemos morir sin necesidad de que haya llegado nuestra hora.
Sin final, esa es nuestra gracia y también nuestra condena, por mucho que queramos darle diferente sabor a este plato, jamás es plato de buen gusto, se preparó ante nuestros propios ojos, que es la vida en sí, la gracia de adquirir el poder único para poder comenzar a hacer cosas, las que sean, pero listos para la acción.
Eso y no otra cosa es lo que debe hacernos pensar, que tenemos todos sin excepción, las mismas posibilidades de ir a la guerra, de enfrentarnos a los enemigos que salgan a nuestro paso. De hecho no son del todo enemigos, son defensores de sus propias vidas, lo único que nos diferencia a unos de otros es, que nuestros caracteres chocan en algún campo poco reflexionado por alguna de las partes. Las batallas nunca terminarán, de otro modo, ya no valdría la pena nacer, y nacer… es un milagro que es necesario mostrar a todo el mundo, el cómo resulte el nacimiento, el cómo se forme a las personas que participan de forma activa en este milagro, queda de cada cual. Los progenitores no pueden tener más que una influencia relativa en el desarrollo de esas personitas que pronto se enfrentarán a una batalla que los llevará al fracaso o a la gloria.


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