DONDE HAY PAZ SIN GLORIA
Siempre
ensalzado por todo el mundo, siempre nombrado por todo el mundo por las muchas
y grandes cosas que hizo antes de morir. Ahora, bajo tierra, cubierto por tres metros de terreno
recién cavado, asomando miles de raíces de los alrededores del gran rectángulo,
estaban a punto de colocar un lujoso féretro de roble con adornos de metal, que
sirvieron para que los más allegados, transportaran el pesado contenido del
cuerpo de Franky hasta su última morada. El lugar carecía de aspectos hermosos,
no era un cementerio, solo una parcela que desde tiempos inmemoriales, el
ayuntamiento por ser los primeros pobladores de estas colinas les habían hecho
concesión para que pudieran enterrar a los muertos de su familia dentro de
aquella verja bien delimitada con una cancela que accedía al interior.
Cuando
todo parecía estar a punto para que la ceremonia comenzara, un jinete apareció
en lo alto de la loma, montaba un caballo color bayo, desde el lugar del
entierro no se distinguía si era hombre o mujer, calzaba pantalón de montar y
botas altas, nadie se hubiera molestado en hacer una sencilla cabalgada desde
determinado punto cercano para acudir a un sepelio, las distancias eran largas
y los transportes, a pie, caballo o
carruaje de transportes, salvo que la casualidad lo hubiera traído allí, o quizás
en última instancia, se le hubieran roto los planes para hacerlo de otro modo
posible.
El
caso es que allí estaba, impertérrito, en mitad de aquel paisaje casi lunar,
apocalíptico, desierto, inhóspito cual
si fuere una estatua ecuestre que no tenía propósito alguno más que el de estar
allí fuera de lugar no tenía donde estar, por eso estaba parado, sin saber que
hacer o quién dirigirse. Finalmente como si obedeciera a alguna voz silenciosa,
el caballo y su jinete fueron poco a poco descendiendo por la ladera de la
montaña, hasta llegar a llamar la atención de los presentes al sepelio.
Descabalgó al llegar junto a un ciprés, los árboles que más abundan en estos
lugares, unos cuantos observaron que no se trataba de un hombre, su americana
de seda y el pañuelo que cubría la blusa
hasta salir en parte de su pecho, denunciaban que era una mujer hermosa y joven
con el cabello recogido en un perfecto moño trenzado.
Se
abrió paso sin decir palabra entre la gente, para algunos era bien conocida,
sin embargo para otros era como un espejismo surgido del mismo desierto. Nadie
la saludó pero le abrieron paso hasta llegar al lugar donde descansaban los
restos de Franky, a algunos no les hizo ninguna gracia la aparición de Susana,
la hacían en Francia, enseñando en la Sorbona de París arte contemporáneo, eso
es lo que algunos de ellos sabían de ella, el resto de los familiares y acompañantes
desconocían quién era aquella mujer singular. Los niños se desentendieron
pronto del sepelio, se pusieron a jugar con el caballo siempre bajo la atenta
mirada de Susana.
¿Qué
es de tu vida Susana…? preguntó su tío Tomás, ella lo miró con indiferencia y
ni siquiera correspondió a la pregunta con un beso o alguna otra expresión que
denotase interés. Tomás movió su bastón y se acercó de nuevo al lado de su
esposa, una mujer muy mayor que había padecido en su día un ataque de apoplejía
y que le dejó marcada la cara y parte del cuerpo, deformándolo y haciendo que
fuera dependiente de otros. Su hermano José Luís se acercó a ella y sin pudor
alguno la cogió de un brazo… ¿Cómo te
atreves a presentarte aquí en estas circunstancias…? Suéltame el brazo y aléjate de mí Judas. José
Luís se quedó pasmado al escuchar esas palabras de desprecio parte de su
hermana, le soltó estas palabras en voz alta, delante de todo el mundo, gritando.
Se
conoce que solo se acercó a hacer solamente lo que quería hacer, presentar sus
respetos al finado y marchar de nuevo a sus quehaceres, nadie sabía que era lo
que tenía proyectado Susana, depositó dentro de la fosa un pequeño ramito de
azahar y subió de nuevo a su caballo, espoleó a su cabalgadura y salió de allí
como si huyera del diablo. La yegua levantó una buena polvadera al verse
obligada por el dolor que le causó el golpe de espuelas en la barriga del
animal, que se vio obligado a abrir las narices y relinchar por causa del dolor
momentáneo que sufrió. Todos los presentes se quedaron impresionados por este
breve acontecimiento, pero intenso.
Nadie
supo jamás cual había sido el objetivo de aquella visita inesperada, nadie
preguntó, en consecuencia nadie sacó conclusiones de lo sucedido. Susana
desapareció del mismo modo que apareció, solo supo de ella su tío Tomás quién
al mes recibió una carta con membrete de París que decía escuetamente… “Querido
tío Tomás: la presente es solo para comunicarte que he decidido desvincularme de
la familia, al fin y al cabo, todos los que estuvisteis en el entierro son a
excepción de ti, gente a la que desconozco, con la que no tengo el menor trato
y que al parecer, ellos no desean ningún trato conmigo. Como tú bien sabes
tengo mi vida fomentada, con planes, con aspectos de futuro, y lo más
importante, estoy embarazada de cinco meses. Solo tú vas a saber noticias mías,
te agradecería que este comentario quedara entre tú y yo, confío en tu discreción
y en el cariño que nos profesamos”
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