SABOREANDO EL PAPEL
El
papel no se come, en consecuencia difícil sería saborearlo, sin embargo si
puedo asegurar que el descubrir las tapas de un libro hace que el mundo pueda
cambiar de perspectiva. A mí me sucede a menudo cuando quiero leer un libro, adapto
mi mente, mi estado de ánimo al título de la novela o libro histórico para
derivar de él más placer.
Sé
que hoy no es demasiado popular leer a no ser que uno de ponga a hojear los
periódicos para saber que tal va la liga de fútbol, acontecimientos políticos que
traen en vilo a la población, pero nada de esto es comparable a abrir un buen
libro, y descubrir en él, las magníficas historias que contiene. En ocasiones
son libros de ficción, otros de historia, aun otros son fábulas y cuentos que
aparentemente están hechos para niños. Digo aparentemente porque en algunos
casos estos cuentos me han enseñado a vivir, y a hacerlo de forma intensa.
Bosques
que con una narrativa excelente han cobrado vida ante mis ojos, vaciando
previamente la cabeza de cualquier otro asunto que me haya podido estorbar en
mi aventura particular. ¡Que momentos…! Que instantes esos en los que estás
sumergido en la conversación de un árbol con unos cuantos humanos, que le piden
ayuda para enfrentarse a situaciones complicadas. Solo a mentes prolíficas se
les pueden ocurrir historias de este calado. No es mi propósito aquí hacer
propaganda de determinados autores de mayor o menor éxito, que los hay, solo
quiero ensalzar la figura del novelista, bibliógrafo o divulgador de estas páginas
que en ocasiones han llegado a ser legendarias.
Si
el Quijote en su día se hubiera tomado como un simple libro de caballeros
andantes, hoy pasaría sin pena ni gloria, y su autor Miguel de Cervantes, no
sería más que una firma en alguna editorial perdida. Pero muchos de estos
autores creían en sus obras, insistieron en terminarlas al margen de si gustaba
o no su publicación, y ¡cuántos de ellos se quedaron en el camino…! En parte
esto se ha debido a la falta de interés de la divulgación de la lengua, en
nuestro caso la castellana, a través de los siglos, a no pocos les ha
interesado mantener ocultos escritos, que con el tiempo lo que han conseguido
es acrecentar el odio por estas épocas de oscurantismo, haciendo que las gentes
con algo de conocimiento, murieran en las hogueras con los libros encadenados a
sus cuellos.
Disuadir
a los que quieren saber más que los que ya habían publicado en latín por
ejemplo libros prohibidos. Aun así, que buen sabor de boca dejó en muchos de
aquellos precursores de la lectura el poder ojear estas páginas cargadas unas
veces de buenas intenciones, y otras de pecado y horrores, asunto ese que de
una forma u otra, los líderes, sean políticos o religiosos han querido dejar plasmado
en libros y legajos para la prosperidad.
Lástima
que de un modo u otro la lectura vaya poco desapareciendo… ¡Es tan hermosa, tan
sagaz, tan completa, que hasta que uno no abre un libro y comienza a ojearlo no
se da cuenta de lo que se está perdiendo! Es cierto también que hay mucho
analfabeto en los tiempos que corren, y estamos hablando del siglo veintiuno,
pero quién quiere puede echar mano a manuales para aprender a interpretar lo
que grandes autores nos quieren decir, y tratar aunque sea poco a poco, de
comprender que es lo que quisieron significar aquello que escribieron sobre la
hormiga y la cigarra, solo por poner un sencillo ejemplo. Pequeñas, pero a la
vez grandes fábulas de Samaniego o Lafontaine nos enseñan mucho y de forma
clara, el significado de la ociosidad o la pretensión de las ventajas de ser
más veloz que otros.
A
cada página que pasamos de estos cortos relatos, se nos instruye, se nos
enseña, se nos indica que camino seguir y adonde nos lleva cada uno de estos
comportamientos. Sí, todo esto no enseña el papel, sus prólogos, sus autores,
editoriales y contraportadas, pero hay algo que se exige de nosotros; que
pongamos interés en saber es entonces cuando ellos se derraman ante nosotros
como si fueran visiones que jamás hubiéramos podido imaginar. Vale la pena hacer
ese esfuerzo, en primer lugar porque sencillamente es para nuestro bien, en
segundo lugar, porque puede retocar factores de nuestro comportamiento que
quizás tuviéramos olvidados.
Me
consuela saber que todavía hoy hay clubs donde se reúnen pensadores, poetas,
filósofos, debaten sobre temas en los que están de acuerdo, y discuten en
aquellos en los que discrepan, se enfadan pero con un café en la mano o una
copa de licor, llegan a acuerdos y dejan para mejor ocasión lo que puedan
investigar sobre el tema en común que los ha traído a aquel café habitual.
Otros en cambio, detrás de este mundo cegador y repetitivo, encendemos el
televisor y nos quedamos horas viendo violencia, escuchando promesas de un
mundo mejor, cuando lo cierto es que ellos saben que nada va a cambiar, si lo hace será para peor según se ve el
panorama.
Apretar
un pequeño botón de un televisor, no es lo mismo que desempolvar un libro por
viejo que este sea y recordar que algún día lo leímos con el fin de que nos
enseñara a vivir un poco mejor, que nos transportara a un mundo de fantasía o
que nos explicara con meridiana claridad lo que está sucediendo hoy. No hay que
olvidar que la historia siempre se repite y que nosotros formamos parte de ella
con mayor o menor fortuna.
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