jueves, 28 de abril de 2016

SABOREANDO EL PAPEL

                                                           SABOREANDO EL PAPEL

El papel no se come, en consecuencia difícil sería saborearlo, sin embargo si puedo asegurar que el descubrir las tapas de un libro hace que el mundo pueda cambiar de perspectiva. A mí me sucede a menudo cuando quiero leer un libro, adapto mi mente, mi estado de ánimo al título de la novela o libro histórico para derivar de él más placer.
Sé que hoy no es demasiado popular leer a no ser que uno de ponga a hojear los periódicos para saber que tal va la liga de fútbol, acontecimientos políticos que traen en vilo a la población, pero nada de esto es comparable a abrir un buen libro, y descubrir en él, las magníficas historias que contiene. En ocasiones son libros de ficción, otros de historia, aun otros son fábulas y cuentos que aparentemente están hechos para niños. Digo aparentemente porque en algunos casos estos cuentos me han enseñado a vivir, y a hacerlo de forma intensa.
Bosques que con una narrativa excelente han cobrado vida ante mis ojos, vaciando previamente la cabeza de cualquier otro asunto que me haya podido estorbar en mi aventura particular. ¡Que momentos…! Que instantes esos en los que estás sumergido en la conversación de un árbol con unos cuantos humanos, que le piden ayuda para enfrentarse a situaciones complicadas. Solo a mentes prolíficas se les pueden ocurrir historias de este calado. No es mi propósito aquí hacer propaganda de determinados autores de mayor o menor éxito, que los hay, solo quiero ensalzar la figura del novelista, bibliógrafo o divulgador de estas páginas que en ocasiones han llegado a ser legendarias.
Si el Quijote en su día se hubiera tomado como un simple libro de caballeros andantes, hoy pasaría sin pena ni gloria, y su autor Miguel de Cervantes, no sería más que una firma en alguna editorial perdida. Pero muchos de estos autores creían en sus obras, insistieron en terminarlas al margen de si gustaba o no su publicación, y ¡cuántos de ellos se quedaron en el camino…! En parte esto se ha debido a la falta de interés de la divulgación de la lengua, en nuestro caso la castellana, a través de los siglos, a no pocos les ha interesado mantener ocultos escritos, que con el tiempo lo que han conseguido es acrecentar el odio por estas épocas de oscurantismo, haciendo que las gentes con algo de conocimiento, murieran en las hogueras con los libros encadenados a sus cuellos.
Disuadir a los que quieren saber más que los que ya habían publicado en latín por ejemplo libros prohibidos. Aun así, que buen sabor de boca dejó en muchos de aquellos precursores de la lectura el poder ojear estas páginas cargadas unas veces de buenas intenciones, y otras de pecado y horrores, asunto ese que de una forma u otra, los líderes, sean políticos o religiosos han querido dejar plasmado en libros y legajos para la prosperidad.
Lástima que de un modo u otro la lectura vaya poco desapareciendo… ¡Es tan hermosa, tan sagaz, tan completa, que hasta que uno no abre un libro y comienza a ojearlo no se da cuenta de lo que se está perdiendo! Es cierto también que hay mucho analfabeto en los tiempos que corren, y estamos hablando del siglo veintiuno, pero quién quiere puede echar mano a manuales para aprender a interpretar lo que grandes autores nos quieren decir, y tratar aunque sea poco a poco, de comprender que es lo que quisieron significar aquello que escribieron sobre la hormiga y la cigarra, solo por poner un sencillo ejemplo. Pequeñas, pero a la vez grandes fábulas de Samaniego o Lafontaine nos enseñan mucho y de forma clara, el significado de la ociosidad o la pretensión de las ventajas de ser más veloz que otros.
A cada página que pasamos de estos cortos relatos, se nos instruye, se nos enseña, se nos indica que camino seguir y adonde nos lleva cada uno de estos comportamientos. Sí, todo esto no enseña el papel, sus prólogos, sus autores, editoriales y contraportadas, pero hay algo que se exige de nosotros; que pongamos interés en saber es entonces cuando ellos se derraman ante nosotros como si fueran visiones que jamás hubiéramos podido imaginar. Vale la pena hacer ese esfuerzo, en primer lugar porque sencillamente es para nuestro bien, en segundo lugar, porque puede retocar factores de nuestro comportamiento que quizás tuviéramos olvidados.
Me consuela saber que todavía hoy hay clubs donde se reúnen pensadores, poetas, filósofos, debaten sobre temas en los que están de acuerdo, y discuten en aquellos en los que discrepan, se enfadan pero con un café en la mano o una copa de licor, llegan a acuerdos y dejan para mejor ocasión lo que puedan investigar sobre el tema en común que los ha traído a aquel café habitual. Otros en cambio, detrás de este mundo cegador y repetitivo, encendemos el televisor y nos quedamos horas viendo violencia, escuchando promesas de un mundo mejor, cuando lo cierto es que ellos saben que nada va a cambiar,  si lo hace será para peor según se ve el panorama.
Apretar un pequeño botón de un televisor, no es lo mismo que desempolvar un libro por viejo que este sea y recordar que algún día lo leímos con el fin de que nos enseñara a vivir un poco mejor, que nos transportara a un mundo de fantasía o que nos explicara con meridiana claridad lo que está sucediendo hoy. No hay que olvidar que la historia siempre se repite y que nosotros formamos parte de ella con mayor o menor fortuna.


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