EL SOPLO
No
sé quién es pero si lo que es, una mínima brisa que acaricia todas las noches
mi oído, debo definirlo así porque es así como lo percibo, al margen de dormir
o no, pensando o no en ella. Me llega este esbozo de compañerismo, es como si
me quisiera decir… “Ojalá no
estuviéramos tan lejos, que pudiéramos rozarnos tan solo con la punta de
nuestros dedos, pero es imposible que nos encontremos, tuvimos la oportunidad
de hablar más, de aclarar malentendidos, de perdonarnos mutuamente… hasta
mañana amor”.
Este
soplo no deja de ser una tortura para mis oídos, para mi piel, para mis
sentidos. Entiendo que es posible que esté siempre ahí, porque todavía existe
alguna vía mediante la cual nos podemos comunicar, solo que ella me lleva
ventaja en esto. ¿Hacia dónde debería soplar yo? Eso es, hacia el infinito, el
lugar que ella domina, su espacio y el rincón de sus sueños. No la conocí
suficientemente bien, ese fue el fallo, mi falta, mi pecado.
No
vale excusa alguna, nadie puede exigir que fuera ella la que hiciera el
esfuerzo, no, el deber era mío, a mí me
correspondía haber dado los pasos necesarios para saber mantener el equilibrio
necesario. Algunas madrugadas me río solo en mi cuarto, porque adivino como por
casualidad, dependiendo de la fuerza de su soplo, que riñe conmigo y la
rectifico, o sencillamente le sigo la corriente diciéndole que la atraparé
llego a la altura de su cintura y los dos caemos rodando sobre una pradera
verde, quién sabe… es posible que ese sea su hogar ahora, hay muchas praderas
en muchos mundos y sobre todo en muchas imaginaciones.
Y
espero despierto, salvo alguna que otra noche que el sueño me vence, y aun así
cuando despierto creo que ha venido y pasado sobre mí sin tocarme, ni soplar en
mi oído para no desvelarme. Debe pensar que si su lugar de descanso es eterno,
el mío debe respetarse también.
Esa
es mi vida, mantener el aliento mientras estoy despierto, y cuando me acuesto,
relajo todo mi cuerpo porque la espero sin ansia, con paciencia hasta que llega
ese brevísimo soplo que sin decir nada nos mantiene unidos.
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