viernes, 15 de enero de 2016

VOY A SALIR UN RATO

                                                                VOY A SALIR UN RATO

Como vivo en la selva dentro del hueco de árbol, bien acondicionado eso sí, el resto de animales que me rodean me respetan, ni las serpientes se atreven a subir a mi árbol, saben lo que hay, si me tocan mucho los bemoles les pego un par de picotazos y se largan con el viento a otra parte. En definitiva, saben que conmigo no hay nada que hacer, tengo algún que otro vecino que incordia un poco, pero nada que no se pueda soportar. Hoy que hace un sol deslumbrante, me he dicho… va voy a salir un rato por ahí a ver que veo. Me he dispuesto bien las plumas y les he dado un poco de impermeabilidad, aquí te cae un chaparrón que te cagas en un instante, luego vuelve a salir el sol pero entre tanto…, hay que asegurarse el viaje de ida y vuelta a casa sano y salvo.
Llevo algún tiempo sin salir, ha habido inundaciones y está todo echado a perder, se han ahogado algunos animales que en otras circunstancias superan las condiciones más duras. Joder que pena ver sus cuerpos flotando por el rio desbordado, nada, la naturaleza es dura e imprevisible. ¿Sabes qué? Voy a subir planeando, aprovechando las corrientes térmicas para observar las cosas desde más arriba, allá, en lo alto de los cielos. Estas inundaciones causan unos males terribles, comencé a mirar a derecha e izquierda y en la porción de tierra donde el agua no había llegado vi un asentamiento de humanos, justo al lado de las grandes barracas que habían plantado allí, algunos humanos se movían en grandes y monstruosas máquinas de acero.
Di unas vueltas alrededor de ellos y pasé a ras de aquellos dinosaurios, me cagué justo encima de ellos y ni se inmutaron, hasta en un momento determinado me paré encima de una de sus cabezas, en un momento se oyó como un estallido, dos hombres de los que yo estaba acostumbrado a ver, cayeron en la ribera de las aguas menos altas; estaban muertos, los habían acribillado a balazos, luego les cortaron la cabeza y las encajaron en unos postes.
No comprendí el motivo de aquella acción, pero era real, sonaron más disparos que salían de varas a la velocidad del rayo, más caídos, hombres mujeres y niños quedaron desparramados como si fueran animales ahogados por la crecida del rio. En cuanto el mastodonte donde me había posado comenzó a rugir, batí alas y me puse a volar, otros humanos con sendos aparatos atados a la cintura se pusieron a cortar árboles, árboles centenarios, y algunos, quizás tenían varias centurias. Cayeron bajo el poder de aquellas tremendas podadoras cual si fueran meras astillas, pequeñas ramas que yo mismo había quebrado involuntariamente sin querer. No sé que propósito tenía todo aquello, pero lo cierto es que los árboles caídos no se abandonaron allí, otros dinosaurios con dientes, los iban cargando en grandes orugas, que se habrían paso por el bosque sin dificultad alguna.
En unas cuantas jornadas, después del paso de una sola luna por el cielo, tuve que volar cada vez más lejos para encontrar descanso para mis alas. Menos mal que mi casa pasó desapercibida, no llegaron hasta ella, de momento trabajaban al otro lado del rio, veremos a ver lo que pasa cuando las aguas bajen.


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