ENCADENADOS
Si
enfermaba ella él sufría como un condenado, todo lo que hacían y decían, eran
pura sincronización, solo tenían que
mirarse a los ojos para saber que ambos se deseaban, se entregaba con pasión y
se levantaban al día siguiente con las mismas ganas de ir al trabajo, de
desplegar la misma simpatía, y de hacer
el mismo cupo de ventas llegada la semana en los grandes almacenes.
Estaban
encadenados el uno al otro, todo lo que pensaban, la música que escuchaban, los
colores con la que decoraron su casa, los muebles, el estilo minimalista que
usaban. Los padres estaban hasta cierto punto sorprendidos, no discutían jamás,
él, Juan, tenía una paciencia infinita, asunto ese que los diferenciaba
notablemente. Laia era pasional y sincera, con unos sentimientos especiales
hacia Juan, le brillaban los ojos cada vez que lo miraba, en cuanto a él la
miraba cual si fuera una diosa, tuvo no pocas discusiones con amigos y
conocidos, incluso con extraños cuando salían de casa e iban a algún local
nocturno a festejar el amor que se profesaban.
Así
estuvieron años y años, pasaron muchos cumpleaños juntos y en familia, eran la
envidia de todos aquellos que tenían como propósito el llegar algún día al
matrimonio. En una visita rutinaria al médico, este les hizo saber que Laia
tenía una enfermedad incurable, sin saber cuánto tiempo le quedaba de vida, Juan
estuvo a su lado todo el tiempo que le fue posible. Seis meses después murió, y
con ella Juan, que hasta entonces había sido persona, una persona feliz y
enamorada de la vida, que le transmitía su propio impulso para vivir, su esposa
Laia
Los
amigos y el resto de la familia trataron de animarlo, de hacerle ver que la
vida tiene grandes horizontes y que se pueden alcanzar. Cuenta con nosotros para lo que te haga
falta, estamos ahí para eso. Va,
palabras, palabras vacías que no tenían ningún sentido para él, solo resonaban
en su cerebro las palabras, las expresiones unas graciosas otras ácidas de su
esposa muerta, Laia, sonríe y luego llora, no hay nada que le sorprenda, nada
que lo anime, nada que le haga inmutarse, se va poco a poco consumiendo. Llegan
las vacaciones, la ciudad se queda vacía, todos tienen sus planes unos solos,
otros en grupo, y otros tienen planes para irse al extranjero durante unas
semanas.
Pocas
personas son las que se acuerdan en esos momentos de Juan, y cuando lo hacen al
volver, lo llaman, le quieren contar cosas con el fin de animarlo, de decirle
que el próximo año no van a permitir que se quede solo en casa, que le van a
obligar a ir con ellos porque a Laia le habría gustado que así fuera, que se
divirtiera, que todavía es joven y merece la pena vivir la vida a tope.
Todos
llaman a su casa, los teléfonos de todos echan humo con tal de comunicarse con
Juan, ahora es el tiempo para poder hablar con él. Nada, un par de buenos
amigos se acercaron a la urbanización, la unifamiliar estaba todavía desierta,
llamaron a la puerta principal, nadie contestó, Roberto dio la vuelta por el jardín
y la puerta que daba a la cocina estaba abierta. Entró con cuidado sin tocar el
pomo de la puerta, abrió con la manga de la camisa, llamó a Juan, ninguna
respuesta. Subió la escalera y al empujar la puerta de la habitación de matrimonio,
se encontró a Juan reposando de lado con los brazos entre las piernas, estaba
muerto. Puso los dedos sobre la vena yugular y no latía, en posición casi fetal
descansaba con una sonrisa en los labios.
Las
noticias corren como la pólvora, sobre todo si son malas, al poco llegó la
policía científica, la familia fue llegando poco a poco, todos entristecidos y
cariacontecidos llegaron al lugar, nadie podía creer el suceso.
El
forense no halló explicación alguna a la muerte de Juan, no había fallo
cardíaco, no había rastro alguno de venenos en el cuerpo, al final y con cierto
aspecto de sorpresa, se sacó la mascarilla y dijo a la policía y familia más
tarde… Creo y hace muchos años que no
me encuentro con un caso así, este hombre se ha dejado morir, está desnutrido,
deshidratado, no quería vivir.
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