jueves, 7 de enero de 2016

PAPELES Y MATERIALES COMBUSTIBLES

                                              PAPELES Y MATERIALES COMBUSTIBLES

Entré en aquella especie de caverna oscura, llena de anaqueles que rebosaban libros, legajos y cuartillas, que seguramente pertenecían a alguna otra parte que estaba en la parte opuesta de la librería, si se le podía llamar así, donde esperaban las cubiertas de piel con las cantoneras rotas. De pronto pensé que si alguien entraba fumando en aquel local, podría volverse a repetir la famosa noche de los libros quemados, que organizaron las juventudes hitlerianas. El olor que se percibe cuando entras en un lugar así es indescriptible, no lo digo por lo desagradable, lo digo por lo viejo y hasta extraño que resulta.
Por otra parte, es la única forma de recuperar lo que ya no se encuentra en ningún otro lugar. Resulta algo así como estar en mitad de una gran pradera llena de flores, con manantiales de agua fluyendo por todas partes, regando todo lo que hay a su alrededor llenándolo todo de vida, pero por otra parte, la flor más exótica, la más hermosa, la más valiosa, es la que está escondida en el interior de la más profunda caverna, llena de recovecos y pasadizos jamás explorados.
Eso era para mí ese lugar en ese momento la librería que acababa de descubrir. Seguro que si alguien me estuviera mirando, pensaría que era un pobre loco que venía de otra civilización, sin saber que hacer ni adonde ir. Entonces se me iluminó la mente como si alguien hubiera hurgado en mi memoria, ¡el libro…! dije para mí, mi primer libro, sería mucha casualidad que lo encontrara aquí. Entré con decisión y le pregunté al librero, un hombre de rostro enjuto y arrugado, ataviado como la propia librería, con un guardapolvo gris mal abrochado si tenía alguna versión antigua del “hijo de la parroquia” o también llamado “Oliver Twist” escrito por Charles Dickens. Había encontrado en un rastrillo “Moby Dick” de Herman Melville, y también “Peter Pan y Wendy” cuyo autor fue todo un éxito de ventas, una novela de James Matthew Barrie.
No puedo definir como me siento cuando leo estos libros, al fin y al cabo son novelas y cuentos de ficción, sin embargo me apasionan, me devuelven a la infancia, los contrasto con la vida actual, con mi propia vida, trato de extraer de ellos el espíritu que quieren transmitir, que entre la ficción y la realidad no hay tanta diferencia, que podemos ser infantes, es más, debemos ser infantes en determinadas circunstancias, para ser más próximos a las personas de nuestro entorno. La lástima es, que no siempre tenemos la misma actitud, para mantener esas condiciones que por otro lado es absolutamente necesario.
La vida pasa muy deprisa,  si no tenemos tiempo de leer o recordar estos instantes deliciosos que pasamos cuando leímos o hasta estudiamos en su día estos fabulosos libros, perdemos un poco el sentido de la vida. Doy gracias de encontrarme sin saber por qué dentro de aquella caverna, allí, tiempo después, establecí una buena amistad con el librero, siempre que sabía que iba a visitarlo, me tenía preparados unos cuantos cuentos, y fábulas, Jean de la Fontaine, Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala. Auténticas joyas que en parte había leído ya, pero ahora los tenía en mis manos y no me importaba el precio que tuviera que pagar.
Sí, si tengo que pagar el precio que convenga cuando encuentro un libro que me interesa lo pago, para mí los libros aunque sean viejos, o estén hechos una pena, jamás se los debe usar como material combustible.


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