AQUEL AGÓNICO
INCENDIO
Nunca
podía imaginar que en un incendio, se pudieran quemar las paredes de obra, de
cemento y hormigón, pero resulta que sí, que se queman. Tengo un sobrino que es
bombero, un día visité su casa y me enseñó las cosas que llevan cuando se meten
en un incendio de los buenos. Tenía el casco medio fundido y parte de la ropa
ya estaba consumida. Claro que se queman
las piedras tío, reflejan el calor que hay dentro hasta que se funden, al fin y
al cabo están cocidas al fuego, desde el cemento que se expone a grandes
temperaturas para purificarlo y transformarlo en polvo, hasta los ladrillos que
también se hornean, todo es materia, y la materia se transforma en energía, en
el caso de los incendios, en materia destruida.
Con
el tiempo, después de esta conversación me puse a pensar en la gente que pierde
sus hogares en un incendio, por ejemplo en incendios forestales que a veces
arrasan pueblos al pie de colinas o urbanizaciones entre pinos, que ¡menudo
cómo arden las coníferas!
Luego,
con el tiempo, me puse a pensar -nunca
dejo de hacerlo-, en los incendios que provocamos nosotros, los humanos, en
nosotros mismos, y en otros, sin cerillas ni mecheros, simplemente con nuestras
acciones. A veces quemamos, hasta los cimientos más profundos sentimientos de la
gente, y lo peor de todo, que lo más frecuente es, que lo hagamos, con los que
tenemos, más cerca de nosotros.
Si
un mal rayo cae en mitad de bosque piensas…
Oye mira mala suerte, hay que apagarlo, pero por lo menos se sabe que no
ha sido intencionado. En algunos casos, los incendios incontrolados que se dan
en grandes continentes, se dejan a su aire, hasta que se apagan solos. De
manera que mira por donde, la variedad de incendios que hay por ahí sin
control, o con formas de apagarlos.
Hay
otros incendios, que sin embargo nunca se apagan, en primer lugar, porque no
son evidentes más que en el interior de la gente, son incendios escondidos,
secretos a veces, que van minando las partes más combustibles de nuestro
exterior, hasta que el propio cuerpo, no puede contenerlos, entonces estallan
como si una bomba cayese dentro de esa frágil armadura, que es el cuerpo humano.
Las consecuencias pueden ser graves, comenzamos a delirar, se pierde la cordura
de lo que es prudente o imprudente, perdemos los estribos ante cualquier
situación, y eso… no hace más que engrandecer la catástrofe que se avecina.
Puede
que recobremos la compostura, después de un incendio, el bosque se regenera solo,
eso si antes no llega otro, que sepulte las cenizas del primero. Cuesta más que
los arbolillos aparezcan de nuevo, los brotes frescos que salen hasta de entre
las piedras, las podemos pisar sin saberlo. Ya es definitivo, allí como cuando
el caballo de Atila pasaba con sus huestes, no vuelve a crecer la hierba.
Alguien
me dijo un día, que cuando se te muere alguien que era tu mitad entera, pierdes
las razones para vivir, lo creo porque lo conocía bien, al cabo de unos cuantos
meses, el también murió, de pena, por faltarle ella. No es simple romanticismo
lo que encierra esta experiencia, alguien pensará quizás Mira qué bonito, no podían vivir el uno sin
el otro.
A
mí no me parece bonito sino más bien triste, un incendio llevó a otro de
dimensiones catastróficas, murieron sin hijos, solo un sobrino quedó para
encargarse de todo, del entierro de ambos y de sus bienes. Bien, dicho esto,
está comprobado que hay acontecimientos singulares que son incontrolables, como
algunos incendios, aunque no todo lo que sucede a nuestro alrededor encierra
dramatismos y tragedias, cuando no las hay, frecuentemente las inventamos solo
para demostrarnos a nosotros mismos que estamos ahí en la pelea, o dicho de
otro modo, ardiendo en el candelero. Buscamos protagonismo inconsciente, nos
lamentamos tanto por haber perdido nuestro refugio, por quedarnos sin nada
dentro de nuestro ser para seguir vivos, que nos dejamos morir sin piedad
alguna, por los que quedan vivos.
Nos
precipitamos al futuro, queremos adelantar el reloj ya que no podemos
atrasarlo.
Clive
Staples Lewis lo describió de ese modo: “El futuro es algo que cada cual
alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien
sea”.
Aquel
agónico incendio que me llegó en su día, cual una gran lengua inesperada y que
barrió muchas de mis esperanzas e ilusiones, ahora me tiene conquistado. Estoy
apresado en su interior por recuerdos e imágenes, que me tienen desconcertado,
estoy como poseído por las luces de colores que alrededor de mí se alzan. Ya
estoy harto de consejos y consecuencias de todo cuanto hago o digo, de lo que
en definitiva, decido.
Me
encuentro en la situación inicial de mi vida, un montón de ojos me vigilaban,
ahora también me siguen, y han pasado años… ¡este no sabe lo que se hace…! bien
pudiera ser así, pero yo también cuento, he desenvainado mi espada, estoy
dispuesto a todo ya me he quemado, no tengo nada que perder y puede que poco
que ganar también, es cierto.
Por
eso pienso, que cada cual apague su fuego, de otro modo puede que terminen
igual que yo, quién sabe si en el fondo desearían ser una estrella fugaz en el
cielo, como pienso serlo yo.
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