viernes, 24 de octubre de 2014

AQUEL AGÓNICO INCENDIO



                                      AQUEL AGÓNICO INCENDIO



Nunca podía imaginar que en un incendio, se pudieran quemar las paredes de obra, de cemento y hormigón, pero resulta que sí, que se queman. Tengo un sobrino que es bombero, un día visité su casa y me enseñó las cosas que llevan cuando se meten en un incendio de los buenos. Tenía el casco medio fundido y parte de la ropa ya estaba consumida.   Claro que se queman las piedras tío, reflejan el calor que hay dentro hasta que se funden, al fin y al cabo están cocidas al fuego, desde el cemento que se expone a grandes temperaturas para purificarlo y transformarlo en polvo, hasta los ladrillos que también se hornean, todo es materia, y la materia se transforma en energía, en el caso de los incendios, en materia destruida.

Con el tiempo, después de esta conversación me puse a pensar en la gente que pierde sus hogares en un incendio, por ejemplo en incendios forestales que a veces arrasan pueblos al pie de colinas o urbanizaciones entre pinos, que ¡menudo cómo arden las coníferas!

Luego, con el tiempo, me puse a pensar  -nunca dejo de hacerlo-, en los incendios que provocamos nosotros, los humanos, en nosotros mismos, y en otros, sin cerillas ni mecheros, simplemente con nuestras acciones. A veces quemamos, hasta los cimientos más profundos sentimientos de la gente, y lo peor de todo, que lo más frecuente es, que lo hagamos, con los que tenemos, más cerca de nosotros.

Si un mal rayo cae en mitad de bosque piensas…   Oye mira mala suerte, hay que apagarlo, pero por lo menos se sabe que no ha sido intencionado. En algunos casos, los incendios incontrolados que se dan en grandes continentes, se dejan a su aire, hasta que se apagan solos. De manera que mira por donde, la variedad de incendios que hay por ahí sin control, o con formas de apagarlos.

Hay otros incendios, que sin embargo nunca se apagan, en primer lugar, porque no son evidentes más que en el interior de la gente, son incendios escondidos, secretos a veces, que van minando las partes más combustibles de nuestro exterior, hasta que el propio cuerpo, no puede contenerlos, entonces estallan como si una bomba cayese dentro de esa frágil armadura, que es el cuerpo humano. Las consecuencias pueden ser graves, comenzamos a delirar, se pierde la cordura de lo que es prudente o imprudente, perdemos los estribos ante cualquier situación, y eso… no hace más que engrandecer la catástrofe que se avecina.

Puede que recobremos la compostura, después de un incendio, el bosque se regenera solo, eso si antes no llega otro, que sepulte las cenizas del primero. Cuesta más que los arbolillos aparezcan de nuevo, los brotes frescos que salen hasta de entre las piedras, las podemos pisar sin saberlo. Ya es definitivo, allí como cuando el caballo de Atila pasaba con sus huestes, no vuelve a crecer la hierba.
Alguien me dijo un día, que cuando se te muere alguien que era tu mitad entera, pierdes las razones para vivir, lo creo porque lo conocía bien, al cabo de unos cuantos meses, el también murió, de pena, por faltarle ella. No es simple romanticismo lo que encierra esta experiencia, alguien pensará quizás   Mira qué bonito, no podían vivir el uno sin el otro.

A mí no me parece bonito sino más bien triste, un incendio llevó a otro de dimensiones catastróficas, murieron sin hijos, solo un sobrino quedó para encargarse de todo, del entierro de ambos y de sus bienes. Bien, dicho esto, está comprobado que hay acontecimientos singulares que son incontrolables, como algunos incendios, aunque no todo lo que sucede a nuestro alrededor encierra dramatismos y tragedias, cuando no las hay, frecuentemente las inventamos solo para demostrarnos a nosotros mismos que estamos ahí en la pelea, o dicho de otro modo, ardiendo en el candelero. Buscamos protagonismo inconsciente, nos lamentamos tanto por haber perdido nuestro refugio, por quedarnos sin nada dentro de nuestro ser para seguir vivos, que nos dejamos morir sin piedad alguna, por los que quedan vivos.

Nos precipitamos al futuro, queremos adelantar el reloj ya que no podemos atrasarlo.
Clive Staples Lewis lo describió de ese modo: “El futuro es algo que cada cual alcanza a un ritmo de sesenta minutos por hora, haga lo que haga y sea quien sea”.

Aquel agónico incendio que me llegó en su día, cual una gran lengua inesperada y que barrió muchas de mis esperanzas e ilusiones, ahora me tiene conquistado. Estoy apresado en su interior por recuerdos e imágenes, que me tienen desconcertado, estoy como poseído por las luces de colores que alrededor de mí se alzan. Ya estoy harto de consejos y consecuencias de todo cuanto hago o digo, de lo que en definitiva, decido.
Me encuentro en la situación inicial de mi vida, un montón de ojos me vigilaban, ahora también me siguen, y han pasado años… ¡este no sabe lo que se hace…! bien pudiera ser así, pero yo también cuento, he desenvainado mi espada, estoy dispuesto a todo ya me he quemado, no tengo nada que perder y puede que poco que ganar también, es cierto.

Por eso pienso, que cada cual apague su fuego, de otro modo puede que terminen igual que yo, quién sabe si en el fondo desearían ser una estrella fugaz en el cielo, como pienso serlo yo.



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