lunes, 20 de octubre de 2014

EL TRABAJO



                                                 EL TRABAJO




Antes, hace años, cuando iba a trabajar lo odiaba, para llegar al trabajo tenía que cruzar media ciudad y todo eran semáforos. Comenzaba a las nueve en punto, que no se me ocurriera fichar dos minutos tarde porque el reloj entonces marcaba cinco minutos tarde, y si eso, se repetía dos o tres veces al mes, el jefe me llamaba la atención y me sancionaba, nos sancionaba, porque no era el único que tenía dificultades para llegar al trabajo.
Con la de imprentas que hay en Barcelona y fui a dar con la que estaba más lejos, en el quinto coño, al final de Santa Coloma. Ni te cuento lo que tenía que madrugar entonces, me levantaba a las 6 de la mañana para llegar al curro a las nueve, llegaba a casa que me dolían hasta las pestañas, no del trabajo solo, era de conducir horas, hasta poder regresar a mi hogar, claro, mi mujer me recriminaba que no estaba por los niños, que no la ayudaba en nada, no, si tenía la pobre, porque el pequeño es hiperactivo, además de todo el trabajo que dan de por sí los hijos. ¿Cómo la podía ayudar en la tesitura que me encontraba?, imposible, me quemé en cuatro días.

Fue recortar la plantilla y echar del trabajo a cinco que sobrábamos, según el jefe de personal, llegué a casa con la cabeza gacha, encontré a mi mujer haciendo maletas para irse a vivir con sus padres. Mi suegra se comprometió, según me dijo mi esposa, a hacerse cargo del pequeño y buscarle una escuela especial, cosa que en nuestro barrio no había. Su hermano pequeño, el de mi suegra, todavía tenía influencia en la Generalitat de Cataluña, había sido secretario del conceller de cultura. Mi suegro es un santo, ¡hay que ver lo que le visto aguantar a este hombre…! a veces cuando íbamos a comer a su casa, charlábamos de cosas de hombres, me decía, que cuando mi suegra era joven, cuando se enamoró de ella en Valencia, era lo más hermoso que había visto jamás, como mujer se entiende, un tesoro vamos, pero que ahora, después de años de matrimonio y de haber parido una hija consentida y maleducada, era otra persona.
Le decía a mi suegro, que la culpa la tenía yo por haberle arrebatado a su hija, ¿te lo puedes creer? Tanto me quería…
Claro que ahora, sin trabajo, y con los papeles del paro camino de la oficina de empleo, pensé que aunque no merecía este trato, esta extraña reacción sin sentido aparente, la culpa la tenía yo, si solo yo, ¿por qué?, por el curro que tenía. Comencé a despotricar contra mí mismo, que si no merecía esta familia que tenía, que me estaba bien empleado por gilipollas, por ir a trabajar tan lejos de casa… En honor a la verdad, de recién casados alquilamos un piso donde tenía el trabajo, tampoco era el caso de tirarlo por la borda, las circunstancias de la vida son las que son y basta, no las puede uno cambiar a su capricho siempre.

Al llegar a vivir en nuestro barrio gente de toda clase y procedencia, la cosa se puso chunga y mi mujer, porque yo trabajaba más horas que un reloj, se puso a buscar otro sitio más apropiado. Pagábamos un poco más de alquiler pero nos iba bien dentro de lo que cabe, lo que pasa es que estaba en el culo del mundo el trabajo, cuando comencé a contar el tiempo que me tiraba en el coche, he, nada del otro jueves, un cochecillo modesto, el gasto de gasolina y las horas que empleaba fuera de casa, la cosa se complicó, pero no había niños de por medio aún. Con el primer embarazo la cosa cambió, mi esposa comenzó a exigir más cosas, sobre todo tiempo, se encontraba sola, sus padres venían de vez en cuando sin embargo su madre le decía siempre que le estaba bien empleado, por casarse conmigo. Comenzó a verme como el burro de los palos, y cuando llegó el segundo ya ni te cuento.

¿Por qué me has dejado embarazada otra vez? ¡Coño…! pensé para mí, ya he cometido un pecado capital, cual ha sido no lo sé, pero he pecado seguro.
En fin… después de todo, lo que he pensado, es irme a vivir a otra parte, he localizado un pueblo, que está en la punta de una montaña, pero lejos, lejos, no creas. Siento mucho perder a mis hijos, ya se encargará su madre o su abuela, de contarles alguna historia sobre el canalla de su padre, de lo del paro, les pasaré lo que pueda. Pero pienso destruir el carné de conducir, el de identidad no que me hace falta, que si no… también lo haría añicos.
No me olvidaré jamás que sigo casado y con hijos, pero en la distancia pienso que seré un poco más digno, más consecuente con todo aquello que haga.

Les he escrito una carta a los míos, he cogido el coche de línea y me he acercado a una capital a doscientos kilómetros del pueblo donde vivo ahora, he escrito en el remite la dirección de una calle cualquiera, la he franqueado, código postal y a correr, he pasado el día allí, he comprado cuatro cosas que me hacen falta y he cogido el autobús de nuevo al pueblo. Les cuento que los quiero mucho, que los echo de menos, que están en mejores manos que las mías, y que no se preocupen por mí que tengo un trabajo nuevo y voy tirando. Termino diciéndoles de nuevo que los quiero a los tres, que a lo mejor un día nos encontramos de nuevo.

Ahora que lo pienso, no sé si todo esto ha ocurrido por culpa del trabajo o la falta de él.




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