EL TRABAJO
Antes,
hace años, cuando iba a trabajar lo odiaba, para llegar al trabajo tenía que
cruzar media ciudad y todo eran semáforos. Comenzaba a las nueve en punto, que
no se me ocurriera fichar dos minutos tarde porque el reloj entonces marcaba
cinco minutos tarde, y si eso, se repetía dos o tres veces al mes, el jefe me
llamaba la atención y me sancionaba, nos sancionaba, porque no era el único que
tenía dificultades para llegar al trabajo.
Con
la de imprentas que hay en Barcelona y fui a dar con la que estaba más lejos,
en el quinto coño, al final de Santa Coloma. Ni te cuento lo que tenía que
madrugar entonces, me levantaba a las 6 de la mañana para llegar al curro a las
nueve, llegaba a casa que me dolían hasta las pestañas, no del trabajo solo,
era de conducir horas, hasta poder regresar a mi hogar, claro, mi mujer me
recriminaba que no estaba por los niños, que no la ayudaba en nada, no, si
tenía la pobre, porque el pequeño es hiperactivo, además de todo el trabajo que
dan de por sí los hijos. ¿Cómo la podía ayudar en la tesitura que me
encontraba?, imposible, me quemé en cuatro días.
Fue
recortar la plantilla y echar del trabajo a cinco que sobrábamos, según el jefe
de personal, llegué a casa con la cabeza gacha, encontré a mi mujer haciendo
maletas para irse a vivir con sus padres. Mi suegra se comprometió, según me
dijo mi esposa, a hacerse cargo del pequeño y buscarle una escuela especial,
cosa que en nuestro barrio no había. Su hermano pequeño, el de mi suegra,
todavía tenía influencia en la Generalitat de Cataluña, había sido secretario
del conceller de cultura. Mi suegro es un santo, ¡hay que ver lo que le visto
aguantar a este hombre…! a veces cuando íbamos a comer a su casa, charlábamos
de cosas de hombres, me decía, que cuando mi suegra era joven, cuando se
enamoró de ella en Valencia, era lo más hermoso que había visto jamás, como
mujer se entiende, un tesoro vamos, pero que ahora, después de años de
matrimonio y de haber parido una hija consentida y maleducada, era otra
persona.
Le
decía a mi suegro, que la culpa la tenía yo por haberle arrebatado a su hija,
¿te lo puedes creer? Tanto me quería…
Claro
que ahora, sin trabajo, y con los papeles del paro camino de la oficina de
empleo, pensé que aunque no merecía este trato, esta extraña reacción sin
sentido aparente, la culpa la tenía yo, si solo yo, ¿por qué?, por el curro que
tenía. Comencé a despotricar contra mí mismo, que si no merecía esta familia
que tenía, que me estaba bien empleado por gilipollas, por ir a trabajar tan
lejos de casa… En honor a la verdad, de recién casados alquilamos un piso donde
tenía el trabajo, tampoco era el caso de tirarlo por la borda, las
circunstancias de la vida son las que son y basta, no las puede uno cambiar a
su capricho siempre.
Al
llegar a vivir en nuestro barrio gente de toda clase y procedencia, la cosa se
puso chunga y mi mujer, porque yo trabajaba más horas que un reloj, se puso a
buscar otro sitio más apropiado. Pagábamos un poco más de alquiler pero nos iba
bien dentro de lo que cabe, lo que pasa es que estaba en el culo del mundo el
trabajo, cuando comencé a contar el tiempo que me tiraba en el coche, he, nada
del otro jueves, un cochecillo modesto, el gasto de gasolina y las horas que
empleaba fuera de casa, la cosa se complicó, pero no había niños de por medio
aún. Con el primer embarazo la cosa cambió, mi esposa comenzó a exigir más
cosas, sobre todo tiempo, se encontraba sola, sus padres venían de vez en
cuando sin embargo su madre le decía siempre que le estaba bien empleado, por
casarse conmigo. Comenzó a verme como el burro de los palos, y cuando llegó el
segundo ya ni te cuento.
¿Por
qué me has dejado embarazada otra vez? ¡Coño…! pensé para mí, ya he cometido un
pecado capital, cual ha sido no lo sé, pero he pecado seguro.
En
fin… después de todo, lo que he pensado, es irme a vivir a otra parte, he
localizado un pueblo, que está en la punta de una montaña, pero lejos, lejos,
no creas. Siento mucho perder a mis hijos, ya se encargará su madre o su abuela,
de contarles alguna historia sobre el canalla de su padre, de lo del paro, les
pasaré lo que pueda. Pero pienso destruir el carné de conducir, el de identidad
no que me hace falta, que si no… también lo haría añicos.
No
me olvidaré jamás que sigo casado y con hijos, pero en la distancia pienso que
seré un poco más digno, más consecuente con todo aquello que haga.
Les
he escrito una carta a los míos, he cogido el coche de línea y me he acercado a
una capital a doscientos kilómetros del pueblo donde vivo ahora, he escrito en
el remite la dirección de una calle cualquiera, la he franqueado, código postal
y a correr, he pasado el día allí, he comprado cuatro cosas que me hacen falta
y he cogido el autobús de nuevo al pueblo. Les cuento que los quiero mucho, que
los echo de menos, que están en mejores manos que las mías, y que no se
preocupen por mí que tengo un trabajo nuevo y voy tirando. Termino diciéndoles
de nuevo que los quiero a los tres, que a lo mejor un día nos encontramos de
nuevo.
Ahora
que lo pienso, no sé si todo esto ha ocurrido por culpa del trabajo o la falta
de él.
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