martes, 7 de octubre de 2014

BUSCAVIDAS.


                                                        BUSCAVIDAS




En ese siglo, las cosas no son fáciles para nadie, todo el mundo se busca la vida de una forma u otra. Hay quién se gana el pan recogiendo mierda de los caballos por la calle, otros más sabidos en oficios remiendan los zapatos por cuatro chavos.
Antoñico, huérfano de padres, ajusticiados por buscarse la vida su madre con remedios naturales, y acusada de bruja por la Inquisición, fue quemada en una hoguera mientras a su padre, lo sentenciaron de por vida a galeras.

Triste e infortunado asunto ese que hizo por fuerza, que Antoñico se buscara la vida en el lugar que fuera. Paseando todo el día por los mercados constantes que se extendían a diario por la ciudad, afanaba una manzana y corría, pasaba al lado de un panadero y lo hacía tropezar para pillar una hogaza de pan y huir de nuevo.
Quieras que no, esto te enseña no es que fuera un ladrón, él arguye, que solo se busca la vida, duerme donde puede cuando le coge el sueño, a menudo con la barriga llena aunque mal alimentado.
Bueno, excepto una vez que pasando por detrás de una callejuela, sintió un latigazo en el estómago, era la puerta trasera de una taberna de paso, dentro se estaba asando cordero, ¡olor inconfundible el del cordero lechal asado!, se echó un bulto de carne a la espalda y entró como cualquier otro mozo en la cocina, cuando se dio la vuelta, aparentando a ir por más carga para el almacén, ya salía con medio cordero asado bajo la corta capa que lo vestía, no salía, está mejor dicho que corría como una liebre, haciendo requiebros aquí y allá para que el seboso del tabernero no lo alcanzara cuchillo en alto.
Cruzó el puente vigilado por la guardia del conde, a lo lejos vieron venir tras Antoñico al mesonero   ¡Cogedlo, cogedlo, que me ha robado medio cordero…! la guardia miró al chico y lo dejaron pasar mientras se reían a más no poder.   ¡Que listo el crío este…, le ha robado medio cordero delante de sus narices!   Venga risas y tragos de vino, esta anécdota la estuvieron contando por todo el pueblo, por espacio de un mes largo, que le robaran de su propia cocina a Bartolo medio cordero, era todo un acontecimiento.

En este tiempo tuvo que salir del pueblo, al campo, allí dotado de comida para tres o cuatro días, anduvo fuera de los caminos, siempre vigilando, no fuera que le pasara cómo a sus padres, aquella experiencia que vivió tan de cerca lo marcaría para siempre, temía hasta el ruido de las ramas de los árboles azotados por el viento, se imaginaba a gente ahorcada y abandonada allí para que las alimañas las devoraran.
Encontró una hacienda donde se criaban toros de lidia, los mozos los vareaban, los hacían caer y de ese modo los escogían para torear, los pobres iban por el suelo cinco o seis veces en un corto trayecto ¡que crueldad!, peor suerte tendrían los que pasaran la prueba, morían en las plazas de toros en las corridas. A los otros no les iría mejor, a estos les daban un mazazo en los sesos, los desangraban y luego los destripaban y arreglaban, para que se aprovechara en el mercado hasta la última gota de sangre que soltaban.

¡Mira, igual que mis pobres padres, mi madre ardiendo como una antorcha en la noche, mi padre remando hasta morir de cansancio o de cualquier otra cosa, que muchos de ellos mueren de tisis, de malaria, que traen de haber navegado por países lejanos, y hasta otros de hambre.
Como sea que lo viera el mayoral de la finca, un hombre tosco pero aparentemente bueno y relativamente joven, lo llama.  Acércate muchacho… ¿Dónde vas, tienes algún destino en la cabeza, familia en algún pueblo de estos llanos?   No señor, estoy conmigo mismo, soy huérfano de padre y madre, del pueblo de Solobrán para más señas.   ¡Me cago en mi sombra…! ¿No serás el zagal que le robo a Bartolo el cordero que nos estaba asando, a cuatro que íbamos de faena allí? Dijeron que habías tomado el camino de Trujillo.   Ya ve usted lo que son las circunstancias de la vida, entrégueme si quiere a la justicia estoy en sus manos. Lo cierto es, que también podría haberle dicho que no fui yo, pero ya ve usted, con tantas cosas que he aprendido en la vida, todavía debo aprender a mentir.

Lo ha tomado como trabajador en la casa, sabe montar a caballo, una vez le robó a un caballero confiado, por encargo de los amigos del caballero, un alazán precioso, se lo acercó a los amigos del caballero robado, que lo esperaban en un monte cercano al pueblo, con una bolsa de monedas de cobre, poco era, pero lo suficiente para que lo tuvieran cuatro días sin robar nada a nadie.  ¡Que cobarde es la gente… esto que he hecho yo, lo podrían haber hecho ellos, pero claro, no quieren mancharse las manos!

Por la mañana ha salido el sol, un sol especial, auténtico, irremplazable, Lucinda es su nombre, hasta ahora no se ha hecho visible por la finca, estaba recluida en un convento, no conoce las razones pero poco le importan. A Antoñico le parece un hada de cuento, rubia con el cabello hasta mitad de la espalda, su cara es el mundo entero para Antoñico, la mira de soslayo, no quiere problemas con el mayoral, Segundo está encima de todo aquello que hace Antoñico, de lo que dice no porque no habla con nadie.

Tiene asignada una mula y un carro, en él materiales necesarios para reparar vayas que se rompen o postes quemados por el sol, cuando debe pasar el día fuera pues la hacienda es grande, toma de una fresquera queso, un poco de chorizo, pan y vino medio azumbre, se sube al carro y comienza su trabajo, lo que queda para mañana lo deja marcado clavando una estaca de color amarillo en el poste que debe comenzar a reparar el día siguiente. La tarde que ha parado para abrevar a la mula, ha oído ruidos alrededor, no puede evitar que sus oídos se hayan vuelto tan sensibles, tener que andar mirando hacia atrás durante algunos años, asegurándose que nadie lo siguiera, han hecho que sus orejas, sean como las de los ciervos, que funcionan cual si de antenas giratorias se trataran. El miedo lo ha dejado quieto, clavado en su lugar de breve descanso, sentado en el suelo, con las piernas dobladas y los brazos apoyados sobre ellas, espera, controla, luego de golpe gira su cabeza y ve a Lucinda que poco a poco se acerca.

¡Que sorpresa señorita Lucinda, esperaba cualquier cosa, menos verla a usted aquí!   Bueno lo cierto es que no salgo mucho de casa, pero conviene que camine cada día un buen rato, al hijo que me va a llegar le viene bien.    No sé a quién se refiere, disculpe pero no veo que nadie la acompañe.   Pues sí, voy a todas partes con él, ya ves…  
Alisa con las dos manos el vestido vaporoso que lleva puesto, es evidente que está embarazada. Antoñico está azorado por el descubrimiento, se encuentra de pronto algo incómodo, no puede definir porqué, pero es así como está ahora, nervioso.   No conozco a su esposo, pero sin duda alguna es un hombre afortunado.   ¿Eso crees…?   Sí, y estoy bien seguro de ello.   Pues no lo estés tanto… hace poco más de cinco meses, mi padre, cuando se enteró de mi embarazo, me recluyó en un convento, he salido a instancias de mi madre, no me tiene más que a mí, padre tiene demasiadas cosas que hacer, hay temporadas largas que las pasa fuera de casa, llevando ganado y toros, a los sitios que el dueño decide venderlos.
¿Entonces no está usted casada…?    Pues no, ya ves, esa es mi desgracia, como a muchas otras jóvenes les pasa. Paren hijos sin saber de cierto quién es el padre, yo sí que lo sé, no soy una ramera, pero me dejé engañar con falsas promesas y eso me ha dejado en una situación delicada, esta que ves.   Esos tipos estirados, a veces son unos malnacidos, el demonio tendría que tener un lugar para ellos, no merecen vivir como caballeros, son escoria pura creedme los conozco.   ¡No te enfades tanto hombre, lo hecho, hecho está!, hay que saber afrontar las consecuencias de nuestros actos con valentía, me equivoqué con ese galante caballero, ahora no me queda más que pagar por ello.

Recorren el camino de vuelta a casa, juntos, Lucinda, Antoñico y la mula, caminan poco a poco, al paso que la chica puede ir, despacio. Al llegar al borde del bosque, cuando ya se hace visible la casa, Lucinda lo para sujetándole el brazo con la mano.   No conviene que nos vean llegar juntos, tú ve directo a las cuadras, yo saldré a la era por esta otra parte, por el sendero del arroyo.
La madre de Lucinda, Frígida, está en el balcón alto de la casa, recoge la ropa que ya se ha secado, los ve llegar juntos y luego separarse, le extraña esta conducta de si hija, y en consecuencia la de Antoñico, le piensa preguntar en cuanto llegue a casa, no quiere más problemas.

¿De dónde vienes hija…?   De dar un paseo madre, me va bien andar pero hoy no he ido lejos, me he parado junto a los chopos del cruce de la carretera.   ¿Por eso has vuelto con Antoñico?   No, solo que él volvía del trabajo y estaba haciendo beber a la mula en el recodo de la ensenada, lo he visto y saludado, se ha brindado a acompañarme hasta aquí.   ¿Ha sido por eso que os habéis separado cuando salíais del bosque?   Pues lo cierto es que sí madre, no quiero que nadie piense en cosas extrañas, voy a ser madre y ni siquiera sé por dónde debo andar, ¿no te parece una contradicción?   Hija mía si te sirve de consuelo, tú padre y yo nos casamos, sin ni siquiera saber, que podíamos esperar el uno del otro. Es difícil y muy complicado comenzar a vivir siendo muy joven, sentada en una silla de la casa, esperando a que te digan que hacer y cómo hacerlo, comencé así con tú padre y ahora mira, él es un alma libre, hace lo que quiere cuando quiere y con quién le viene en gana. Y yo… me considero sin ninguna duda, una mujer olvidada a pesar de la juventud que aún se aloja dentro de mí.


Necesitas tener un buen marido, que te quiera por lo que eres, no por tu apariencia, ni porque hayas tenido un hijo sin padre. Inmediatamente, Lucinda gira su rostro hacia Antoñico, está en la puerta de la cuadra, cepillando a la mula, lleva colgado en su cinto una bolsa de grano que le va dando a medida que se deja acariciar por aquel regalo que nadie hasta entonces le había ofrecido, un buen cepillado y una buena comida, luego, cuando entre en la cuadra limpia, tendrá buen heno que la aguarde y un caldero de agua, doblará tranquilamente sus patas y se pondrá a dormir.



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