BUSCAVIDAS
En
ese siglo, las cosas no son fáciles para nadie, todo el mundo se busca la vida
de una forma u otra. Hay quién se gana el pan recogiendo mierda de los caballos
por la calle, otros más sabidos en oficios remiendan los zapatos por cuatro
chavos.
Antoñico,
huérfano de padres, ajusticiados por buscarse la vida su madre con remedios
naturales, y acusada de bruja por la Inquisición, fue quemada en una hoguera
mientras a su padre, lo sentenciaron de por vida a galeras.
Triste
e infortunado asunto ese que hizo por fuerza, que Antoñico se buscara la vida
en el lugar que fuera. Paseando todo el día por los mercados constantes que se
extendían a diario por la ciudad, afanaba una manzana y corría, pasaba al lado
de un panadero y lo hacía tropezar para pillar una hogaza de pan y huir de
nuevo.
Quieras
que no, esto te enseña no es que fuera un ladrón, él arguye, que solo se busca
la vida, duerme donde puede cuando le coge el sueño, a menudo con la barriga
llena aunque mal alimentado.
Bueno,
excepto una vez que pasando por detrás de una callejuela, sintió un latigazo en
el estómago, era la puerta trasera de una taberna de paso, dentro se estaba
asando cordero, ¡olor inconfundible el del cordero lechal asado!, se echó un
bulto de carne a la espalda y entró como cualquier otro mozo en la cocina,
cuando se dio la vuelta, aparentando a ir por más carga para el almacén, ya
salía con medio cordero asado bajo la corta capa que lo vestía, no salía, está
mejor dicho que corría como una liebre, haciendo requiebros aquí y allá para que
el seboso del tabernero no lo alcanzara cuchillo en alto.
Cruzó
el puente vigilado por la guardia del conde, a lo lejos vieron venir tras
Antoñico al mesonero ¡Cogedlo, cogedlo,
que me ha robado medio cordero…! la guardia miró al chico y lo dejaron pasar
mientras se reían a más no poder. ¡Que
listo el crío este…, le ha robado medio cordero delante de sus narices! Venga risas y tragos de vino, esta anécdota
la estuvieron contando por todo el pueblo, por espacio de un mes largo, que le
robaran de su propia cocina a Bartolo medio cordero, era todo un
acontecimiento.
En
este tiempo tuvo que salir del pueblo, al campo, allí dotado de comida para
tres o cuatro días, anduvo fuera de los caminos, siempre vigilando, no fuera
que le pasara cómo a sus padres, aquella experiencia que vivió tan de cerca lo
marcaría para siempre, temía hasta el ruido de las ramas de los árboles
azotados por el viento, se imaginaba a gente ahorcada y abandonada allí para
que las alimañas las devoraran.
Encontró
una hacienda donde se criaban toros de lidia, los mozos los vareaban, los
hacían caer y de ese modo los escogían para torear, los pobres iban por el
suelo cinco o seis veces en un corto trayecto ¡que crueldad!, peor suerte
tendrían los que pasaran la prueba, morían en las plazas de toros en las
corridas. A los otros no les iría mejor, a estos les daban un mazazo en los
sesos, los desangraban y luego los destripaban y arreglaban, para que se aprovechara
en el mercado hasta la última gota de sangre que soltaban.
¡Mira,
igual que mis pobres padres, mi madre ardiendo como una antorcha en la noche,
mi padre remando hasta morir de cansancio o de cualquier otra cosa, que muchos
de ellos mueren de tisis, de malaria, que traen de haber navegado por países
lejanos, y hasta otros de hambre.
Como
sea que lo viera el mayoral de la finca, un hombre tosco pero aparentemente
bueno y relativamente joven, lo llama.
Acércate muchacho… ¿Dónde vas, tienes algún destino en la cabeza,
familia en algún pueblo de estos llanos?
No señor, estoy conmigo mismo, soy huérfano de padre y madre, del pueblo
de Solobrán para más señas. ¡Me cago en
mi sombra…! ¿No serás el zagal que le robo a Bartolo el cordero que nos estaba
asando, a cuatro que íbamos de faena allí? Dijeron que habías tomado el camino
de Trujillo. Ya ve usted lo que son las
circunstancias de la vida, entrégueme si quiere a la justicia estoy en sus
manos. Lo cierto es, que también podría haberle dicho que no fui yo, pero ya ve
usted, con tantas cosas que he aprendido en la vida, todavía debo aprender a
mentir.
Lo
ha tomado como trabajador en la casa, sabe montar a caballo, una vez le robó a
un caballero confiado, por encargo de los amigos del caballero, un alazán
precioso, se lo acercó a los amigos del caballero robado, que lo esperaban en
un monte cercano al pueblo, con una bolsa de monedas de cobre, poco era, pero
lo suficiente para que lo tuvieran cuatro días sin robar nada a nadie. ¡Que cobarde es la gente… esto que he hecho
yo, lo podrían haber hecho ellos, pero claro, no quieren mancharse las manos!
Por
la mañana ha salido el sol, un sol especial, auténtico, irremplazable, Lucinda
es su nombre, hasta ahora no se ha hecho visible por la finca, estaba recluida
en un convento, no conoce las razones pero poco le importan. A Antoñico le parece
un hada de cuento, rubia con el cabello hasta mitad de la espalda, su cara es
el mundo entero para Antoñico, la mira de soslayo, no quiere problemas con el
mayoral, Segundo está encima de todo aquello que hace Antoñico, de lo que dice
no porque no habla con nadie.
Tiene
asignada una mula y un carro, en él materiales necesarios para reparar vayas
que se rompen o postes quemados por el sol, cuando debe pasar el día fuera pues
la hacienda es grande, toma de una fresquera queso, un poco de chorizo, pan y
vino medio azumbre, se sube al carro y comienza su trabajo, lo que queda para
mañana lo deja marcado clavando una estaca de color amarillo en el poste que
debe comenzar a reparar el día siguiente. La tarde que ha parado para abrevar a
la mula, ha oído ruidos alrededor, no puede evitar que sus oídos se hayan
vuelto tan sensibles, tener que andar mirando hacia atrás durante algunos años,
asegurándose que nadie lo siguiera, han hecho que sus orejas, sean como las de
los ciervos, que funcionan cual si de antenas giratorias se trataran. El miedo
lo ha dejado quieto, clavado en su lugar de breve descanso, sentado en el
suelo, con las piernas dobladas y los brazos apoyados sobre ellas, espera,
controla, luego de golpe gira su cabeza y ve a Lucinda que poco a poco se
acerca.
¡Que
sorpresa señorita Lucinda, esperaba cualquier cosa, menos verla a usted
aquí! Bueno lo cierto es que no salgo
mucho de casa, pero conviene que camine cada día un buen rato, al hijo que me
va a llegar le viene bien. No sé a
quién se refiere, disculpe pero no veo que nadie la acompañe. Pues sí, voy a todas partes con él, ya
ves…
Alisa
con las dos manos el vestido vaporoso que lleva puesto, es evidente que está
embarazada. Antoñico está azorado por el descubrimiento, se encuentra de pronto
algo incómodo, no puede definir porqué, pero es así como está ahora,
nervioso. No conozco a su esposo, pero
sin duda alguna es un hombre afortunado.
¿Eso crees…? Sí, y estoy bien
seguro de ello. Pues no lo estés tanto…
hace poco más de cinco meses, mi padre, cuando se enteró de mi embarazo, me
recluyó en un convento, he salido a instancias de mi madre, no me tiene más que
a mí, padre tiene demasiadas cosas que hacer, hay temporadas largas que las
pasa fuera de casa, llevando ganado y toros, a los sitios que el dueño decide
venderlos.
¿Entonces
no está usted casada…? Pues no, ya
ves, esa es mi desgracia, como a muchas otras jóvenes les pasa. Paren hijos sin
saber de cierto quién es el padre, yo sí que lo sé, no soy una ramera, pero me
dejé engañar con falsas promesas y eso me ha dejado en una situación delicada,
esta que ves. Esos tipos estirados, a
veces son unos malnacidos, el demonio tendría que tener un lugar para ellos, no
merecen vivir como caballeros, son escoria pura creedme los conozco. ¡No te enfades tanto hombre, lo hecho, hecho
está!, hay que saber afrontar las consecuencias de nuestros actos con valentía,
me equivoqué con ese galante caballero, ahora no me queda más que pagar por
ello.
Recorren
el camino de vuelta a casa, juntos, Lucinda, Antoñico y la mula, caminan poco a
poco, al paso que la chica puede ir, despacio. Al llegar al borde del bosque,
cuando ya se hace visible la casa, Lucinda lo para sujetándole el brazo con la
mano. No conviene que nos vean llegar
juntos, tú ve directo a las cuadras, yo saldré a la era por esta otra parte,
por el sendero del arroyo.
La
madre de Lucinda, Frígida, está en el balcón alto de la casa, recoge la ropa
que ya se ha secado, los ve llegar juntos y luego separarse, le extraña esta
conducta de si hija, y en consecuencia la de Antoñico, le piensa preguntar en
cuanto llegue a casa, no quiere más problemas.
¿De
dónde vienes hija…? De dar un paseo
madre, me va bien andar pero hoy no he ido lejos, me he parado junto a los
chopos del cruce de la carretera. ¿Por
eso has vuelto con Antoñico? No, solo
que él volvía del trabajo y estaba haciendo beber a la mula en el recodo de la
ensenada, lo he visto y saludado, se ha brindado a acompañarme hasta aquí. ¿Ha sido por eso que os habéis separado
cuando salíais del bosque? Pues lo
cierto es que sí madre, no quiero que nadie piense en cosas extrañas, voy a ser
madre y ni siquiera sé por dónde debo andar, ¿no te parece una contradicción? Hija mía si te sirve de consuelo, tú padre y
yo nos casamos, sin ni siquiera saber, que podíamos esperar el uno del otro. Es
difícil y muy complicado comenzar a vivir siendo muy joven, sentada en una
silla de la casa, esperando a que te digan que hacer y cómo hacerlo, comencé así
con tú padre y ahora mira, él es un alma libre, hace lo que quiere cuando
quiere y con quién le viene en gana. Y yo… me considero sin ninguna duda, una mujer
olvidada a pesar de la juventud que aún se aloja dentro de mí.
Necesitas
tener un buen marido, que te quiera por lo que eres, no por tu apariencia, ni
porque hayas tenido un hijo sin padre. Inmediatamente, Lucinda gira su rostro
hacia Antoñico, está en la puerta de la cuadra, cepillando a la mula, lleva
colgado en su cinto una bolsa de grano que le va dando a medida que se deja
acariciar por aquel regalo que nadie hasta entonces le había ofrecido, un buen
cepillado y una buena comida, luego, cuando entre en la cuadra limpia, tendrá
buen heno que la aguarde y un caldero de agua, doblará tranquilamente sus patas
y se pondrá a dormir.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario