viernes, 17 de octubre de 2014

EL HALCÓN



                                                EL HALCÓN




Pedro y Sancha, así constan los nombres de esta pareja de halcones peregrinos que han capturado para limpiar la ciudad de palomas en determinados puntos. Sus nombres rezan en las anillas que llevan en sus patas a manera de claves, de una consonante y dos dígitos. Los pajareros… bueno mejor dicho, los ornitólogos, son así, todo lo tienen controlado a base de cifras y letras, ¡la matemática es la reina del mambo hoy día…!
Para otras especies de animales es lo mismo pero de otra manera, collares transmisores por satélite, cágate, los siguen por la sabana con ordenadores y así los controlan.

Bueno, de Pedro y Sancha, que están muy enamorados, se espera que pongan huevos y salgan más halcones que irán diseminando por diferentes lugares de la geografía. Y es que, cómo los halcones… nada para acabar con otros pájaros. Los han colocado en una cornisa bien resguardada, en el último piso del Banco de España, ¡con unas vistas de la ciudad…! Ya ves, con lo a gusto que estaban ellos en el campo en mitad de los sembrados haciendo de las suyas, subiendo y bajando como auténticas flechas para cazar torcaces o hurracas como alimento. Como si les hubieran hecho un favor trayéndolas a la ciudad… con todos esos cables que cuelgan de las avenidas y calles, es una dificultad que en el monte no tenían.

Eso sí, les han hecho unos nidos artificiales que flipas, trabajo que les han ahorrado, eso es para que se den prisa en poner huevos y que se pongan a cazar rápido. El instinto le dice a Pedro que ha de salir a buscarse la vida rápido, los dos huevos ya están en el nido, no hay tiempo que perder, a por faena. Zas, la primera ha caído, cuando llega al nido con el pichón ya está muerto, ¡no ves que tiene unas garras que son la leche…!, y una velocidad que espanta, hasta trescientos kilómetros hora pillan en un instante si conviene, plega las alas y allí que va, tiene como si fueran unas gafas que lo protegen de la velocidad, un doble párpado transparente que le ayuda a no desviarse del objetivo.

Toma Sancha, pélalo tú que voy a por otro, aquí hay comida de sobras para dos docenas de halcones como nosotros. Antes de emprender el vuelo de nuevo, sin prisa, sacude las alas, alinea las remeras a conveniencia, mientras mira por una de las ventanas del banco. ¡Hostia que morro tiene ese…!   ¿Qué pasa Pedro?   Nada que se ha acercado a una mesa una señorita y el tipo que está sentado, le está metiendo mano por debajo de la falda.   ¿Y ella se deja?   Sí, parece que no le disgusta, ha abierto las piernas y todo, claro es que lleva una faldita que ya está bien, ¡que guarros son los humanos…!  Así funciona el mundo, lo que pasa que desde pie de calle estas cosas no se ven.
Bueno dentro de un poco vuelvo, me voy volando. Ha vuelto con otra paloma esta vez es una hembra.  ¿Qué te ha pasado en la cabeza?, menudo chichón que tienes.  ¡Esos humanos locos…! la paloma, que en el último momento, ha hecho un requiebro y me la he pegado contra un semáforo, por los pelos me dejo la cabeza entera allí y te quedas viuda.  Ten cuidado cariño, que sin ti no soy nada, mira hoy déjalo ya que tenemos comida de sobra, mañana será otro día, déjame que te mire esa herida.

Los primeros días están siendo vigilados por hombres desde un lugar escondido en otro edificio, los siguen con unos prismáticos, toman notas, hablan entre ellos, están lejos, claro detrás de las ventanas los halcones no tienen la misma vista que cuando vuelan. Mira, esta chica vuelve a estar en la mesa del tío este, seguro que están liados, ¿te acuerdas de aquel sinvergüenza que te tiraba los tejos en la sierra de Cazorla?  Y tanto que me acuerdo, y de la pelea que tuviste con él por mi causa, ese día quedé prendada definitivamente de ti, que lo sepas.
Ahora, pasado los días los huevos ya se han roto, ¡no veas como tragan los polluelos…! cualquiera diría que se acaba el mundo, tienen una garganta elástica que da miedo oye, se tragan unos trozos de carne que cualquier humano se moriría en comparación si se engullera esto.

Las plumas cuesta que salgan, de momento van bien, barrigudos y grandes casi como los padres, poco a poco las plumas les van creciendo, el que salió del huevo primero ya se levanta del suelo batiendo alas un palmo y medio, va con cuidado porque si se la pega desde esta altura, quedará hecho una alfombra en la Gran Vía madrileña.
De pronto un día, desde la cornisa del tejado bajan dos tíos, Pedro y Sancha se asustan y alzan el vuelo, cada uno por un lado. Son los ornitólogos que los vienen a anillar, les toman muestras de todo, y se van de nuevo, tirando de un torno móvil que cuelga del techo del banco. Pedro y Sancha vuelven al instante, quieren saber que les han hecho a sus hijos, con sus picos los mueven un poco.  Tranquilos hijos ya estamos aquí de nuevo, no os preocupéis, ya ha pasado todo.

Los dos son grandes cazadores, macho y hembra poderosos y fuertes, de grandes ojos amarillos con retinas negras como el betún, con reflejos azules. Han vuelto de una cacería, los dos vuelven contentos para mostrarles a sus padres lo bien que lo hacen, cómo han aprendido de ellos la ley de la supervivencia. Son halcones de ciudad, se adaptan mejor que sus padres, se conocen todas las reglas de la caza en esta pradera de hormigón y cemento. No extrañan el verdor de los campos ni las aguas transparentes de los ríos, a ellos se las suministran mediante unos bebedores automáticos, tanto beben, tanto se les suministra.

La pena es, que sus padres ya no están con ellos, se los han llevado a otro lugar, quién sabe dónde estarán.



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