EL HALCÓN
Pedro
y Sancha, así constan los nombres de esta pareja de halcones peregrinos que han
capturado para limpiar la ciudad de palomas en determinados puntos. Sus nombres
rezan en las anillas que llevan en sus patas a manera de claves, de una
consonante y dos dígitos. Los pajareros… bueno mejor dicho, los ornitólogos,
son así, todo lo tienen controlado a base de cifras y letras, ¡la matemática es
la reina del mambo hoy día…!
Para
otras especies de animales es lo mismo pero de otra manera, collares
transmisores por satélite, cágate, los siguen por la sabana con ordenadores y
así los controlan.
Bueno,
de Pedro y Sancha, que están muy enamorados, se espera que pongan huevos y
salgan más halcones que irán diseminando por diferentes lugares de la
geografía. Y es que, cómo los halcones… nada para acabar con otros pájaros. Los
han colocado en una cornisa bien resguardada, en el último piso del Banco de
España, ¡con unas vistas de la ciudad…! Ya ves, con lo a gusto que estaban
ellos en el campo en mitad de los sembrados haciendo de las suyas, subiendo y
bajando como auténticas flechas para cazar torcaces o hurracas como alimento.
Como si les hubieran hecho un favor trayéndolas a la ciudad… con todos esos
cables que cuelgan de las avenidas y calles, es una dificultad que en el monte
no tenían.
Eso
sí, les han hecho unos nidos artificiales que flipas, trabajo que les han
ahorrado, eso es para que se den prisa en poner huevos y que se pongan a cazar
rápido. El instinto le dice a Pedro que ha de salir a buscarse la vida rápido,
los dos huevos ya están en el nido, no hay tiempo que perder, a por faena. Zas,
la primera ha caído, cuando llega al nido con el pichón ya está muerto, ¡no ves
que tiene unas garras que son la leche…!, y una velocidad que espanta, hasta
trescientos kilómetros hora pillan en un instante si conviene, plega las alas y
allí que va, tiene como si fueran unas gafas que lo protegen de la velocidad,
un doble párpado transparente que le ayuda a no desviarse del objetivo.
Toma
Sancha, pélalo tú que voy a por otro, aquí hay comida de sobras para dos
docenas de halcones como nosotros. Antes de emprender el vuelo de nuevo, sin
prisa, sacude las alas, alinea las remeras a conveniencia, mientras mira por
una de las ventanas del banco. ¡Hostia que morro tiene ese…! ¿Qué pasa Pedro? Nada que se ha acercado a una mesa una
señorita y el tipo que está sentado, le está metiendo mano por debajo de la
falda. ¿Y ella se deja? Sí, parece que no le disgusta, ha abierto
las piernas y todo, claro es que lleva una faldita que ya está bien, ¡que
guarros son los humanos…! Así funciona
el mundo, lo que pasa que desde pie de calle estas cosas no se ven.
Bueno
dentro de un poco vuelvo, me voy volando. Ha vuelto con otra paloma esta vez es
una hembra. ¿Qué te ha pasado en la
cabeza?, menudo chichón que tienes. ¡Esos
humanos locos…! la paloma, que en el último momento, ha hecho un requiebro y me
la he pegado contra un semáforo, por los pelos me dejo la cabeza entera allí y
te quedas viuda. Ten cuidado cariño, que
sin ti no soy nada, mira hoy déjalo ya que tenemos comida de sobra, mañana será
otro día, déjame que te mire esa herida.
Los
primeros días están siendo vigilados por hombres desde un lugar escondido en
otro edificio, los siguen con unos prismáticos, toman notas, hablan entre
ellos, están lejos, claro detrás de las ventanas los halcones no tienen la
misma vista que cuando vuelan. Mira, esta chica vuelve a estar en la mesa del
tío este, seguro que están liados, ¿te acuerdas de aquel sinvergüenza que te
tiraba los tejos en la sierra de Cazorla?
Y tanto que me acuerdo, y de la pelea que tuviste con él por mi causa,
ese día quedé prendada definitivamente de ti, que lo sepas.
Ahora,
pasado los días los huevos ya se han roto, ¡no veas como tragan los polluelos…!
cualquiera diría que se acaba el mundo, tienen una garganta elástica que da
miedo oye, se tragan unos trozos de carne que cualquier humano se moriría en
comparación si se engullera esto.
Las
plumas cuesta que salgan, de momento van bien, barrigudos y grandes casi como
los padres, poco a poco las plumas les van creciendo, el que salió del huevo
primero ya se levanta del suelo batiendo alas un palmo y medio, va con cuidado
porque si se la pega desde esta altura, quedará hecho una alfombra en la Gran
Vía madrileña.
De
pronto un día, desde la cornisa del tejado bajan dos tíos, Pedro y Sancha se
asustan y alzan el vuelo, cada uno por un lado. Son los ornitólogos que los
vienen a anillar, les toman muestras de todo, y se van de nuevo, tirando de un
torno móvil que cuelga del techo del banco. Pedro y Sancha vuelven al instante,
quieren saber que les han hecho a sus hijos, con sus picos los mueven un
poco. Tranquilos hijos ya estamos aquí
de nuevo, no os preocupéis, ya ha pasado todo.
Los
dos son grandes cazadores, macho y hembra poderosos y fuertes, de grandes ojos
amarillos con retinas negras como el betún, con reflejos azules. Han vuelto de
una cacería, los dos vuelven contentos para mostrarles a sus padres lo bien que
lo hacen, cómo han aprendido de ellos la ley de la supervivencia. Son halcones
de ciudad, se adaptan mejor que sus padres, se conocen todas las reglas de la
caza en esta pradera de hormigón y cemento. No extrañan el verdor de los campos
ni las aguas transparentes de los ríos, a ellos se las suministran mediante
unos bebedores automáticos, tanto beben, tanto se les suministra.
La
pena es, que sus padres ya no están con ellos, se los han llevado a otro lugar,
quién sabe dónde estarán.
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