LA PACIENCIA ESPERA
Una
extraña cualidad esta de la paciencia, en un mundo que corre a la velocidad de
la luz, donde todo va acelerado más allá de nuestras propias posibilidades, la
paciencia se ve como una lenta tortuga, que parece no tener consciencia que
queda poco tiempo, que hay que vivir aprisa. Para los más mayores, aquellos que
pueden enseñarnos muchas cosas, sentados en el banco de una plaza cualquiera,
un parque, o un bulevar, cuyo reloj parece haberse retrasado, porque aparentan
vivir en otra época, me aleccionan de lo contrario.
Cuando
era joven no se vivía así -me dicen-, la
vida era de otra manera, también he sido joven ¿sabes?, y bien parecido que
era, las chicas de mi pueblo o ciudad, llámale como quieras, esperaban
presumiendo a que llegáramos del campo con nuestras cosas, montados sobre mulas
o carros, no sobre estos autos automáticos de ahora como los que lleváis
vosotros. No podíamos presumir de nuestros burros o mulas, solo teníamos
nuestro ánimo, nuestra presencia y nuestras ganas de pretenderlas. Pero con
veinticinco años éramos jóvenes todavía, había que tener paciencia, el cortejo
primero con permiso de los padres, después un noviazgo como dios manda, y entre
tanto si uno podía y ella quería… pues aprovechábamos algún rincón del campo o alguna
salida de los padres para usar sus aposentos.
Entonces
¿cuánto se solía esperar hasta el matrimonio?
Huy eso dependía de la familia, hasta que no había acuerdos definitivos,
podían pasar un par de años más.
¡Madre
mía… cuanta espera!
No
hombre que va, conforme se acercaba el tiempo de la boda, todo el mundo
esperaba con más ilusión, era el fruto de la paciencia. ¿Tú has estado alguna
vez en el campo cuidando manzanos o vides?
No ¿por qué lo pregunta? Pues
porque es lo mismo, que cuando uno se casa, primero salen los brotes verdes,
después la flor y con el paso de los meses sale el fruto, que además hay que
dejar madurar hasta que se puede comer, hincarle el diente.
El
hombre con el que hablaba, tenía una sonrisa permanente en los labios, había enviudado
hacía años, pero por su forma de hablar, se podía adivinar cómo estaba
disfrutando de aquellos recuerdos, de aquella paciencia casi infinita que
supongo tuvo que mantener viva hasta casarse con su mujer y tener
descendencia. ¡Todavía extraño mi
tierra, y eso que es de secano todo!, costaba cuidar las plantas y la fruta,
acarreamos agua desde una balsa de lluvia para poder regarlo todo, allí me dejé
el alma. Cuando volvía a casa de noche y veía a mi mujer, sentada al lado del
fuego, zurciendo calcetines o haciendo calceta, se me quitaban los males, ¡ya
estoy en casa mujer mía…!, se levantaba corriendo y me ayudaba a desnudarme
para echarme encima dos o tres cubos de agua caliente. Va, no sé por qué te
cuento esto, si tú no puedes comprender lo que era aquello…
Levanté
la vista un momento y miré a mí alrededor, todo el mundo corría, colas en los
bancos y cajas de ahorro, gente que se atropella con los carritos de la compra
mientras miran los móviles, coches que tocan el claxon porque a un conductor le
cuesta maniobrar para aparcar marcha atrás…
¿Lo ves, te das cuenta…? en un sitio así, la gente vive menos que en un
pueblo, acaban con el corazón destrozado al terminar el día, luego llegan a sus
casas y a la más pequeña chispa que salta ya hay pelea, lo digo por propia
experiencia, en casa de mis hijos pasa lo mismo, vivo con uno de ellos, casado
y con un hijo de siete años. Cuando pasa por la puerta me escondo -el hombre ríe-, no quiero estar delante
cuando entra por el pasillo, luego, al rato, salgo y lo saludo, cenamos y me
voy a escuchar música a mi cuarto.
Esa
es mi rutina, llevar a mi nieto al colegio de aquí al lado, recogerlo, comer,
echarme una pequeña siesta, llevarlo de nuevo al colegio y luego recogerlo
llevándole la merienda, nos vamos a los columpios un rato, charlo con los
amigos del Casal y después, antes de que anochezca para casa. ¿Qué hago siempre
lo mismo? sí es verdad, algunas veces acompaño a mi nuera a comprar al mercado o
me voy con los amigos de excursión a alguna salida con autobús, pero son las
menos las veces que salgo. Vivo mucho del recuerdo de mi vida pasada ¡fue tan
buena, tan fructífera, tan sana…!
Miro
sus ojos de frente pero el hombre los entorna, seguro que está soñando
despierto, me lo imagino cavando con la azada, arrancando malas hiervas de
entre las espigas cuando son pequeñas, abriendo y cerrando las barreras de
tierra que hacen los labradores, para repartir el agua por todo el campo. Con
paciencia, esperando pero trabajando, sin quedarse parado mano sobre mano, a la
expectativa del fruto que puede o no que salga. La labranza tiene estas cosas,
cae una granizada y lo echa todo a perder, arráncalo todo y vuelve a plantar, y
así año tras año, unas veces la tierra produce lo indecible, y otras, las
tormentas o las sequías lo echan todo a perder.
Pero
la paciencia es la clave me dice el hombre, hay que saber esperar aunque a
veces el que espera desespera, ya lo
ves.
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