martes, 21 de octubre de 2014

LA PACIENCIA ESPERA.



                                           LA PACIENCIA ESPERA



Una extraña cualidad esta de la paciencia, en un mundo que corre a la velocidad de la luz, donde todo va acelerado más allá de nuestras propias posibilidades, la paciencia se ve como una lenta tortuga, que parece no tener consciencia que queda poco tiempo, que hay que vivir aprisa. Para los más mayores, aquellos que pueden enseñarnos muchas cosas, sentados en el banco de una plaza cualquiera, un parque, o un bulevar, cuyo reloj parece haberse retrasado, porque aparentan vivir en otra época, me aleccionan de lo contrario.

Cuando era joven no se vivía así  -me dicen-, la vida era de otra manera, también he sido joven ¿sabes?, y bien parecido que era, las chicas de mi pueblo o ciudad, llámale como quieras, esperaban presumiendo a que llegáramos del campo con nuestras cosas, montados sobre mulas o carros, no sobre estos autos automáticos de ahora como los que lleváis vosotros. No podíamos presumir de nuestros burros o mulas, solo teníamos nuestro ánimo, nuestra presencia y nuestras ganas de pretenderlas. Pero con veinticinco años éramos jóvenes todavía, había que tener paciencia, el cortejo primero con permiso de los padres, después un noviazgo como dios manda, y entre tanto si uno podía y ella quería… pues aprovechábamos algún rincón del campo o alguna salida de los padres para usar sus aposentos.

Entonces ¿cuánto se solía esperar hasta el matrimonio?   Huy eso dependía de la familia, hasta que no había acuerdos definitivos, podían pasar un par de años más.
¡Madre mía… cuanta espera!
No hombre que va, conforme se acercaba el tiempo de la boda, todo el mundo esperaba con más ilusión, era el fruto de la paciencia. ¿Tú has estado alguna vez en el campo cuidando manzanos o vides?   No ¿por qué lo pregunta?   Pues porque es lo mismo, que cuando uno se casa, primero salen los brotes verdes, después la flor y con el paso de los meses sale el fruto, que además hay que dejar madurar hasta que se puede comer, hincarle el diente.

El hombre con el que hablaba, tenía una sonrisa permanente en los labios, había enviudado hacía años, pero por su forma de hablar, se podía adivinar cómo estaba disfrutando de aquellos recuerdos, de aquella paciencia casi infinita que supongo tuvo que mantener viva hasta casarse con su mujer y tener descendencia.   ¡Todavía extraño mi tierra, y eso que es de secano todo!, costaba cuidar las plantas y la fruta, acarreamos agua desde una balsa de lluvia para poder regarlo todo, allí me dejé el alma. Cuando volvía a casa de noche y veía a mi mujer, sentada al lado del fuego, zurciendo calcetines o haciendo calceta, se me quitaban los males, ¡ya estoy en casa mujer mía…!, se levantaba corriendo y me ayudaba a desnudarme para echarme encima dos o tres cubos de agua caliente. Va, no sé por qué te cuento esto, si tú no puedes comprender lo que era aquello…

Levanté la vista un momento y miré a mí alrededor, todo el mundo corría, colas en los bancos y cajas de ahorro, gente que se atropella con los carritos de la compra mientras miran los móviles, coches que tocan el claxon porque a un conductor le cuesta maniobrar para aparcar marcha atrás…    ¿Lo ves, te das cuenta…? en un sitio así, la gente vive menos que en un pueblo, acaban con el corazón destrozado al terminar el día, luego llegan a sus casas y a la más pequeña chispa que salta ya hay pelea, lo digo por propia experiencia, en casa de mis hijos pasa lo mismo, vivo con uno de ellos, casado y con un hijo de siete años. Cuando pasa por la puerta me escondo  -el hombre ríe-, no quiero estar delante cuando entra por el pasillo, luego, al rato, salgo y lo saludo, cenamos y me voy a escuchar música a mi cuarto.

Esa es mi rutina, llevar a mi nieto al colegio de aquí al lado, recogerlo, comer, echarme una pequeña siesta, llevarlo de nuevo al colegio y luego recogerlo llevándole la merienda, nos vamos a los columpios un rato, charlo con los amigos del Casal y después, antes de que anochezca para casa. ¿Qué hago siempre lo mismo? sí es verdad, algunas veces acompaño a mi nuera a comprar al mercado o me voy con los amigos de excursión a alguna salida con autobús, pero son las menos las veces que salgo. Vivo mucho del recuerdo de mi vida pasada ¡fue tan buena, tan fructífera, tan sana…!

Miro sus ojos de frente pero el hombre los entorna, seguro que está soñando despierto, me lo imagino cavando con la azada, arrancando malas hiervas de entre las espigas cuando son pequeñas, abriendo y cerrando las barreras de tierra que hacen los labradores, para repartir el agua por todo el campo. Con paciencia, esperando pero trabajando, sin quedarse parado mano sobre mano, a la expectativa del fruto que puede o no que salga. La labranza tiene estas cosas, cae una granizada y lo echa todo a perder, arráncalo todo y vuelve a plantar, y así año tras año, unas veces la tierra produce lo indecible, y otras, las tormentas o las sequías lo echan todo a perder.

Pero la paciencia es la clave me dice el hombre, hay que saber esperar aunque a veces el que  espera desespera, ya lo ves.




                                                     -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario