domingo, 5 de octubre de 2014

LA PLAYA VERDE

                                          LA PLAYA VERDE


Olas a menudo gigantes se abaten sobre la tierra, no lanzan espuma cuando el viento riza sus crestas, las hace avanzar y caen sobre sus límites, nunca más haya. Esas playas son una bendición, fruto de la naturaleza combinada por el esfuerzo de Facundo y sus dos hijos, que se pasan el año entero trabajando, para que haya una buena cosecha si es que la naturaleza permite que así sea. Este año las lluvias fueron las apropiadas, las espigas están que revientan de grano dorado, las chicharras no cesan de augurar que estas vacaciones van a ser buenas para ellos.

Mientras media nación se convida a bañarse en las costas, ellos tres se regalan el trabajo de recoger la cosecha, “A ver si hay suerte este año y nos pagan bien el trigo, ¡porque lo que pagaron el año pasado por fanega…” -44 kilos- si es de trigo de lo que se habla, de algarroba 60 kilos. Eso sí, que nadie le pida a Facundo, que cambie su playa de espigas mecidas por el viento cálido del verano, por ninguna otra cosa, esa playa de cuatro jornales de tierra son su vida y la de sus dos hijos, Cástulo y Manrique, este último es sordo mudo, una meningitis mal curada lo dejó a medio camino entre un hombre completo y un animalillo, al que cuando trabaja, se le tienen que tirar piedrecillas en la espalda, para que se dé cuenta, que no está sembrando bien, o que está torcida la línea donde debe de plantarse determinada hortaliza.

A diferencia de su hermano mayor Cástulo, Manrique siempre sonríe, cuando oye a alguien contar un chiste se ríe también, lo que es oír no oye nada, pero le basta ver que la gente es feliz cuando está junto a otros. Los vecinos del pueblo después de ver lo que le pasó no se ríen de él, lo respetan, ¿quién podría mofarse de un chico que además de ser un currante nato, saluda a todo el mundo a su modo, y que ayuda a las mujeres mayores en todo aquello que necesitan? Y a los hombres más ancianos del lugar, los venera como si fueran grandes filósofos y maestros. En esta solitaria compañía que vive, él es feliz a su modo, lo que le falta en algunas percepciones como el oído y el habla, lo ha sabido llenar con bondad, con paciencia, con trabajo denodado.
Cástulo es el dueño del establo, se quiere decir con eso, que es allí donde unas cuantas muchachas jóvenes del pueblo, aislado y hasta cierto punto desencantado, asisten a las funciones que el mayor de los hermanos les tiene preparadas. Salen de allí besadas y amadas, sueñan con promesas que posiblemente jamás se cumplan, al poco, más pronto que tarde, otra más llega por una esquina del camino de las fuentes, para seguir el rastro de sexo fresco que le espera en el rincón del pajar.

No olvida jamás las atenciones que su padre necesita, aunque relativamente joven, sabe, percibe que de los tres, es el más falto de cariño, de proximidad humana. Desde que su esposa muriera, se juró a si mismo que jamás podría amar a ninguna otra, que se comprometió con el matrimonio, hasta más allá de la muerte, jamás siguió consejo alguno respecto a este asunto, para él estaba zanjado. Ama a su esposa hasta lo imaginable, Manrique lo acompaña en el silencio de las tardes calurosas, sentándose a su lado, tirando piedras al riachuelo cercano a casa, con un brusco gesto se levanta de la banqueta junto a su padre, le indica desde unos diez metros que le tire piedras para que compruebe su puntería.
Le sirve de diana, sin mover los pies del suelo y con los brazos pegados al cuerpo se balancea cada vez que ve llegar un guijarro lanzado por su padre, lo esquiva, ladea la cabeza y con el gesto de cabeza y de los hombros le dice que lo intente de nuevo, ve sonreír a su padre porque parece un tente tieso, no hay modo de que piedra alguna lo alcance.

Se juntan unos cuantos obreros que los ayudarán en las tareas de la recolección, y la playa verde comienza a quedarse sin olas, pierde parte de la fiereza que a menudo causaban sobre ellas el viento, esas tempestades típicas de los veranos. Las olas de trigo son recogidas en haces, atadas convenientemente, se apilan sobre los tractores que las llevarán a la cooperativa para ser automáticamente despeinadas y cribadas.

La playa, ha desaparecido, parece como si un gran tsunami hubiera pasado por esta playa y lo hubiera destruido todo, al contrario de lo que sucede en la orilla del mar, esta playa verde, está ansiosa de que esa cortas pajas que asoman de la tierra se sequen un poco más, será entonces cuando abran en canal los intestinos de la tierra cuando revelará que está dispuesta a recibir otra siembra, ¿será la misma que la del año pasado y la del anterior…? Bien que cambia de chica Cástulo, en más de un mes, en el pueblo, nunca se le ve con la misma mujer, siempre cambia, siempre de forma conveniente, unas veces elige a solteras, o lo eligen a él lo mismo da, otras casadas son las que lo visitan, y si no pueden acudir al granero, es él quién de alguna forma queda con ellas en determinado lugar, las viudas de buen ver lo mantuvieron ocupado por un buen tiempo, ellas le enseñaron casi todo lo que sabe.
A Manrique dentro de su casa, lo mantienen ocupado a golpe de vara de avellano, Facundo hizo en su día una larga vara, para darle pequeños toques cuando está cerca, solo es para llamarle la atención. Es como una varita mágica, le da en el hombro o sobre la cabeza y él se vuelve para ver que se pide de él.
Como los pescadores en el mar, solo que la vara que usan para él no lleva cascabeles.

La playa verde se llena ahora de cenizas, alguien le pegó fuego a la montaña de al lado, todo el mundo ha acudido a la emergencia, sus casas corren peligro, sus animales, todo cuanto poseen puede quedar arrasado por este demonio excitado que cambia de dirección y amenaza con aniquilar cualquier vestigio de vida en kilómetros a la redonda.
Después de  dos días el monte se ha calmado, ¿cuántas tormentas más deberemos soportar se pregunta Facundo?   Dentro  de una semana meteremos mano a la tierra, hay que hacer que produzca de nuevo, es imposible por mi parte, dejar de soñar con mi playa verde, por el espectral aspecto que ahora las fuerzas de la naturaleza me quieren hacer de otra manera. ¡A trabajar se ha dicho muchachos!



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