domingo, 9 de agosto de 2015

ACEPTO PERO CON CONDICIONES

                                                         ACEPTO PERO CON CONDICIONES

Es lo peor que la escuché decir en todos los años que estuvimos juntos. No me jodas, cuando estás de acuerdo en algo, cambiar de trabajo, de domicilio, decides tener un hijo, lo que sea, no se pueden poner condiciones como si estuvieras comprando en un mercado, regateando el precio de la mercancía que te interesa. No hombre, las cosas no son así, so pena que te quieras cargar la relación. Hablar tranquilamente las cosas, cuestionarlas, discutirlas, hasta ahí bien, ¡pero poner condiciones…! De eso nada, las condiciones pueden implicar un sinfín de cosas, que pueden dar al traste con el propósito inicial de llevar a cabo el procedimiento.
Además está el hecho de que las cosas puede que no salgan como ambos desean, ¿entonces qué, quién paga el pato? Es mucho más justo, más equitativo, decir que no desde el principio, que poner condiciones. Cada cual por su lado y si cae, cae uno solo, el otro queda liberado de todo compromiso, pero de forma incondicional, puede que el que fracase en su intento sin el beneplácito del otro diga… ¿Lo ves? ahora te jodes tú, te has metido en el fango, pues sal tú solito de él. Pero el que ha caído ha caído con la cabeza bien alta, sin venderse, sin condicionar sus acciones a la otra persona.
Las condiciones se pueden usar para efectuar determinado trabajo, quizás se nos pida demasiada responsabilidad para lo que se nos va a pagar, ahí sí que es justo hablar de condiciones, del sueldo, del horario, de un sinfín de cosas que son elementales saber. En cuanto al resto de asuntos de la vida, pocas cosas deben hacerse poniendo por delante condiciones. Las condiciones pueden llegar a ser, una coacción camuflada de determinados intereses. La vida no se camina bien poniendo palos en las ruedas a cada momento, así el carro no anda.
Siempre recuerdo como lección principal, el día que llegué a casa de mis futuros suegros a pedir la mano de su hija, todo era alegría y alborozo. Cuando comenzamos a salir a la calle cogidos de la mano como novios, no había nada que ella deseara, que yo no procurara complacer, así las cosas siguieron hasta mucho tiempo después de nuestra boda. Luego, a medida que íbamos intimando y a la vez conociéndonos, tomamos algunas decisiones importantes y las tomamos los dos sin condiciones, con valentía, la que nos proporcionaba nuestra juventud.
Pasados unos años más, seguíamos estando de acuerdo en casi todo, digo en casi todo porque en algunos aspectos de nuestra vida comenzaron a haber criterios diferenciales. Hasta que llegó el momento que comenzamos a usar las condiciones como moneda de cambio para determinadas cosas, entonces fue cuando las cosas comenzaron a ir mal.
No digo que fuera ella la culpable, no, ni mucho menos, pero esas marcadas diferencias que exigía nuestra propia razón, nos llevó a discusiones acaloradas, pero todavía nos queríamos y se pasaba pronto el enfado. Todavía no sabíamos usar las condiciones para lograr nuestros objetivos. Pero al poco tiempo, manejábamos situaciones difíciles, complicadas a base de usar condiciones, eso nos mató. Nos mató en el sentido que nos alejó al uno del otro, ahora todo era…  “Pero con una condición…”
Nos perdimos una vida llena de futuro, con hijos a medio criar, con valores morales que se fueron perdiendo, por culpa de nuestra cabezonería. Y ahora, después de tantos años que no puedo discutir con ella de forma pacífica, la extraño tanto…     

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