CANTO A UN BORRACHO
Es un vecino de
aquellos que uno quisiera llevar siempre a su lado, alegre y dicharachero,
siempre dispuesto a todas las aventuras que se le propusieran. Un tío cojonudo
como no hay dos, el único inconveniente que tiene es, que no puede pasar por
delante de un bar, sin que los olores de los vinos le revuelvan la cabeza, es
una cosa mala oye… para detectar bares es como un sabueso, no solo los que hay
diseminados por el barrio, es igual, lo llevas a cualquier otra parte de otra
ciudad, de un pueblo cualquiera y el tío, sabe dónde se vende vino, he ido de
excursión a lugares un poco lejanos, le gusta patear la montaña, descubrir
aldeas y sin pudor ninguno, pregunta a la primera persona que ve pasar por la
calle… Oiga señor, ¿sabe usted por aquí donde venden vino del bueno? Le indican
donde, y para allá que se va flechado, como quién va a descubrir una mina de
oro.
En una ocasión,
planeamos una salida de tres días, por las fronteras entre la provincia de
Castellón y Teruel, pues bueno, estos días fueron definitivos, para que dejara
de beber del modo que lo hacía habitualmente. Yo llevaba por simple precaución
mi cantimplora llena de agua, él de vino, mejor dicho, no llevaba cantimplora,
llevaba una bota de piel de tres litros de vino, a ser posible siempre llena,
menos el que iba consumiendo por el camino, siempre andaba diciéndole… Pepe que
para la sed lo mejor es el agua, por lo menos deberías llevar también agua
aparte del vino. El agua para las ranas, déjame de historias, bebe tú agua, a
mí me hace daño, en cambio el vino, es como un bálsamo para el organismo.
Seguimos caminando
por un sendero que parecía no llevar a ninguna parte, cogí los prismáticos y
miré a mi alrededor, nada, todo era terreno baldío. Después de estar a punto de
salirnos ampollas en los pies de tanto camino inútil, paramos debajo de un gran
olivo que estaba en un margen del camino. Todo era silencio, junto al canto de
unos pajarillos que se conoce habían anidado en algún otro árbol cercano, se
escuchaba un suave murmullo, pusimos toda nuestra atención en aquel ruido nos
levantamos y lo seguimos. Nos llevó a un riachuelo represado con grandes
piedras, de manera que formaba una gran charca. Ostia que bien, vamos a
bañarnos Andrés, me da que por aquí no vamos a encontrar mejor lugar para
refrescarnos. Los dos nos sonreímos, y en pelota picada nos metimos en aquellas
aguas transparentes, nadamos un poco, nos salpicamos el uno al otro, escuchamos
voces, ¡coño, viene alguien Pepe! Bueno que vengan y los invitamos a que se
bañen con nosotros, seguramente son caminantes como nosotros. De eso nada, eran
cinco mujeres que traían en la cabeza sendos cestos de mimbre con ropa, se ve
que iban habitualmente a lavar la ropa a esa parte del rio.
Dos de ellos
levantaron la cabeza y miraron hacia el centro del estanque, nos señalaron con
los brazos extendidos… las otras vecinas o amigas nos miraron y se echaron a
reír ¿Cómo no se nos había ocurrido que había mucha gente, que usaba los ríos
como lavaderos? Claro, hay que entender, que nosotros no estábamos por la labor
de hacer averiguaciones, simplemente vimos en el estanque una oportunidad para
descansar, y hacer que nuestros cansados pies se desinflamaran un poco después
de tanto camino inútil. Aunque en honor a la verdad, aquella circunstancia era
del todo inesperada, una improvisación del destino decía Pepe.
Nadó un poco hacia
donde estaban las lavanderas, salió de entre las piedras como dios lo trajo al
mundo, todas sin excepción miraron a Pepe entre las piernas y volvieron a
sonreír. He Andrés… ven para acá hombre que no creo que nos vayan a comer.
Claro está que salí, ¿Qué podía hacer…? No es por nada pero a mí se me quedaron
mirando más, puede que porque era más alto que Pepe, también porque con toda la
discreción de la que pude hacer gala, me tapé con las dos manos mis partes. Pero
el gracioso de Pepe me pilló de improviso y tiró de mis manos, las mujeres se
llevaron las manos a la boca con cara de asustadas.
La aldea de dónde
venían, estaba ocultada de nuestra vista por toda una línea de chopos que
impedían ver con claridad lo que había detrás. Nos vestimos y esperamos a que
terminaran de hacer la colada, allí terminó nuestra excursión, no nos dejaron
salir de aquel lugar, cuando terminamos de estar en una casa, nos llevaban a la
casa de otro vecino. Prueba de que no estaban acostumbrados a las visitas de extranjeros,
Pepe se puso hasta las cejas de vino, algunas casas estaban bien equipadas,
desde el punto de vista de Pepe eso significaba que tenían su propia bodega,
con botellas que ve tú a saber, cuántos años llevaban allí durmiendo
pacientemente, que alguien se acordara, de levantar el corcho de aquellas
exquisiteces.
Dormimos en cómodas
camas con colchones de lana, ya olvidadas en determinados lugares, aunque
aquellas, estaban bien mantenidas, Pepe decía que le parecía que estaba
durmiendo en una nube. No era extraño que pensara eso, cada noche despedía un
olor a vino que tiraba de espaldas, pero era curioso y hasta divertido verlo
dormir roncando del modo que lo hacía. Me consta que además tuvo algún
encuentro con alguna aldeana, no sé si era casada, soltera o hasta viuda.
Uno de los vecinos
nos acercó cuando era la hora del regreso, hasta donde nosotros habíamos dejado
nuestro coche, más o menos a un kilómetro. Seguid este camino recto hasta que
os encontréis con un puente de piedra, lo cruzáis, torcéis a la derecha y a
cuatro pasos os encontraréis con el lugar donde habéis dejado el coche, detrás
del parador. Bajó del camioncito sin caja, llena de heno para dar de comer al
ganado, apretó nuestras manos y nos dijo que no nos perdonaría que no
volviéramos a visitarnos.
¡Joder que gente…!
¿Te das cuenta de lo hospitalarios que son…? Es una pasada, dijo Pepe, iba a
contestarle mientras caminamos. He Pepe… ¿Dónde coño te has metido? No me
asustes joder, sabes que estas bromas no las soporto… venga dime donde te has
metido. Nada oye, no se escuchaba ni a los pájaros, me mosqueé bastante, no era
normal en él esta actitud, comencé a dar voces y llamarlo a grito pelado.
¡Estoy aquí abajo Andrés… me parece que me he roto una pierna y no sé si algún
hueso más! Ve a buscar ayuda que me he caído por un talud que no he visto, me
cago en la leche que susto, no sé cuántos metros he caído, estoy con el agua al
cuello y me estoy desangrando, corre joder.
Con la ayuda de
cuatro hombres, uno de ellos el cuidador del parador, y buenas cuerdas de
montañista, lo sacamos de allí, Una ambulancia nos llevó hasta un hospital al
que tardamos en llegar más de media hora, allí lo ingresaron de urgencia, lo
operaron, me pasé todo un día y una noche durmiendo en una silla de plástico
hasta que me dejaron entrar en la habitación a verlo, estaba machacado por
todas partes, con tornillos en la pierna en alto y el brazo en un cabestrillo de yeso. ¡Joder tío que
susto no! Oye Andrés pásame la bota de vino necesito un trago, así me curaré
mejor. No, de eso nada, ¡llevas suero puesto Pepe…! Y a mí que cojones me
importa eso, el vino se mezcla con la sangre ¿Sabías que el vino desinfecta? Lleva
alcohol y lo prefiero al que usan en los hospitales.
No pude convencerlo
de lo contrario, le pasé la bota de vino en el mismo instante que entraba el
traumatólogo. Asombrosamente no dijo nada, solo le preguntó si había comido lo
que le habían traído. Si señor pero si no le pego un apretón a mi bota la
comida no me pasa más debajo de la tráquea. Bueno pero no abuse que los excesos
no son buenos. ¿Qué podía sino felicitar a Pepe por ser un borrachín de
cuidado?
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