domingo, 30 de agosto de 2015

CANTO A UN BORRACHÍN

                                                         CANTO A UN BORRACHO

Es un vecino de aquellos que uno quisiera llevar siempre a su lado, alegre y dicharachero, siempre dispuesto a todas las aventuras que se le propusieran. Un tío cojonudo como no hay dos, el único inconveniente que tiene es, que no puede pasar por delante de un bar, sin que los olores de los vinos le revuelvan la cabeza, es una cosa mala oye… para detectar bares es como un sabueso, no solo los que hay diseminados por el barrio, es igual, lo llevas a cualquier otra parte de otra ciudad, de un pueblo cualquiera y el tío, sabe dónde se vende vino, he ido de excursión a lugares un poco lejanos, le gusta patear la montaña, descubrir aldeas y sin pudor ninguno, pregunta a la primera persona que ve pasar por la calle… Oiga señor, ¿sabe usted por aquí donde venden vino del bueno? Le indican donde, y para allá que se va flechado, como quién va a descubrir una mina de oro.
En una ocasión, planeamos una salida de tres días, por las fronteras entre la provincia de Castellón y Teruel, pues bueno, estos días fueron definitivos, para que dejara de beber del modo que lo hacía habitualmente. Yo llevaba por simple precaución mi cantimplora llena de agua, él de vino, mejor dicho, no llevaba cantimplora, llevaba una bota de piel de tres litros de vino, a ser posible siempre llena, menos el que iba consumiendo por el camino, siempre andaba diciéndole… Pepe que para la sed lo mejor es el agua, por lo menos deberías llevar también agua aparte del vino. El agua para las ranas, déjame de historias, bebe tú agua, a mí me hace daño, en cambio el vino, es como un bálsamo para el organismo.
Seguimos caminando por un sendero que parecía no llevar a ninguna parte, cogí los prismáticos y miré a mi alrededor, nada, todo era terreno baldío. Después de estar a punto de salirnos ampollas en los pies de tanto camino inútil, paramos debajo de un gran olivo que estaba en un margen del camino. Todo era silencio, junto al canto de unos pajarillos que se conoce habían anidado en algún otro árbol cercano, se escuchaba un suave murmullo, pusimos toda nuestra atención en aquel ruido nos levantamos y lo seguimos. Nos llevó a un riachuelo represado con grandes piedras, de manera que formaba una gran charca. Ostia que bien, vamos a bañarnos Andrés, me da que por aquí no vamos a encontrar mejor lugar para refrescarnos. Los dos nos sonreímos, y en pelota picada nos metimos en aquellas aguas transparentes, nadamos un poco, nos salpicamos el uno al otro, escuchamos voces, ¡coño, viene alguien Pepe! Bueno que vengan y los invitamos a que se bañen con nosotros, seguramente son caminantes como nosotros. De eso nada, eran cinco mujeres que traían en la cabeza sendos cestos de mimbre con ropa, se ve que iban habitualmente a lavar la ropa a esa parte del rio.
Dos de ellos levantaron la cabeza y miraron hacia el centro del estanque, nos señalaron con los brazos extendidos… las otras vecinas o amigas nos miraron y se echaron a reír ¿Cómo no se nos había ocurrido que había mucha gente, que usaba los ríos como lavaderos? Claro, hay que entender, que nosotros no estábamos por la labor de hacer averiguaciones, simplemente vimos en el estanque una oportunidad para descansar, y hacer que nuestros cansados pies se desinflamaran un poco después de tanto camino inútil. Aunque en honor a la verdad, aquella circunstancia era del todo inesperada, una improvisación del destino decía Pepe.
Nadó un poco hacia donde estaban las lavanderas, salió de entre las piedras como dios lo trajo al mundo, todas sin excepción miraron a Pepe entre las piernas y volvieron a sonreír. He Andrés… ven para acá hombre que no creo que nos vayan a comer. Claro está que salí, ¿Qué podía hacer…? No es por nada pero a mí se me quedaron mirando más, puede que porque era más alto que Pepe, también porque con toda la discreción de la que pude hacer gala, me tapé con las dos manos mis partes. Pero el gracioso de Pepe me pilló de improviso y tiró de mis manos, las mujeres se llevaron las manos a la boca con cara de asustadas.
La aldea de dónde venían, estaba ocultada de nuestra vista por toda una línea de chopos que impedían ver con claridad lo que había detrás. Nos vestimos y esperamos a que terminaran de hacer la colada, allí terminó nuestra excursión, no nos dejaron salir de aquel lugar, cuando terminamos de estar en una casa, nos llevaban a la casa de otro vecino. Prueba de que no estaban acostumbrados a las visitas de extranjeros, Pepe se puso hasta las cejas de vino, algunas casas estaban bien equipadas, desde el punto de vista de Pepe eso significaba que tenían su propia bodega, con botellas que ve tú a saber, cuántos años llevaban allí durmiendo pacientemente, que alguien se acordara, de levantar el corcho de aquellas exquisiteces.
Dormimos en cómodas camas con colchones de lana, ya olvidadas en determinados lugares, aunque aquellas, estaban bien mantenidas, Pepe decía que le parecía que estaba durmiendo en una nube. No era extraño que pensara eso, cada noche despedía un olor a vino que tiraba de espaldas, pero era curioso y hasta divertido verlo dormir roncando del modo que lo hacía. Me consta que además tuvo algún encuentro con alguna aldeana, no sé si era casada, soltera o hasta viuda.
Uno de los vecinos nos acercó cuando era la hora del regreso, hasta donde nosotros habíamos dejado nuestro coche, más o menos a un kilómetro. Seguid este camino recto hasta que os encontréis con un puente de piedra, lo cruzáis, torcéis a la derecha y a cuatro pasos os encontraréis con el lugar donde habéis dejado el coche, detrás del parador. Bajó del camioncito sin caja, llena de heno para dar de comer al ganado, apretó nuestras manos y nos dijo que no nos perdonaría que no volviéramos a visitarnos.
¡Joder que gente…! ¿Te das cuenta de lo hospitalarios que son…? Es una pasada, dijo Pepe, iba a contestarle mientras caminamos. He Pepe… ¿Dónde coño te has metido? No me asustes joder, sabes que estas bromas no las soporto… venga dime donde te has metido. Nada oye, no se escuchaba ni a los pájaros, me mosqueé bastante, no era normal en él esta actitud, comencé a dar voces y llamarlo a grito pelado. ¡Estoy aquí abajo Andrés… me parece que me he roto una pierna y no sé si algún hueso más! Ve a buscar ayuda que me he caído por un talud que no he visto, me cago en la leche que susto, no sé cuántos metros he caído, estoy con el agua al cuello y me estoy desangrando, corre joder.
Con la ayuda de cuatro hombres, uno de ellos el cuidador del parador, y buenas cuerdas de montañista, lo sacamos de allí, Una ambulancia nos llevó hasta un hospital al que tardamos en llegar más de media hora, allí lo ingresaron de urgencia, lo operaron, me pasé todo un día y una noche durmiendo en una silla de plástico hasta que me dejaron entrar en la habitación a verlo, estaba machacado por todas partes, con tornillos en la pierna en alto y el brazo  en un cabestrillo de yeso. ¡Joder tío que susto no! Oye Andrés pásame la bota de vino necesito un trago, así me curaré mejor. No, de eso nada, ¡llevas suero puesto Pepe…! Y a mí que cojones me importa eso, el vino se mezcla con la sangre ¿Sabías que el vino desinfecta? Lleva alcohol y lo prefiero al que usan en los hospitales.
No pude convencerlo de lo contrario, le pasé la bota de vino en el mismo instante que entraba el traumatólogo. Asombrosamente no dijo nada, solo le preguntó si había comido lo que le habían traído. Si señor pero si no le pego un apretón a mi bota la comida no me pasa más debajo de la tráquea. Bueno pero no abuse que los excesos no son buenos. ¿Qué podía sino felicitar a Pepe por ser un borrachín de cuidado?


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