GLORIA A LOS MAESTROS
A todos ellos les
debo muchas cosas, el modo de hablar, las normas morales y otros compases que
se deben seguir en la vida, cálidos abrazos, sentidos besos, todo eso y mucho
más que se me hace difícil de contar. Cada cual y a su modo, han establecido
patrones de vida en momentos determinados a mi paso por la vida. En algunos
casos maestros de la escuela, unos por su bondad y paciencia, otros por su
tosquedad y malas maneras, pero aun así, les debo el que me hayan enseñado en
mi educación, combinada con la práctica de la calle, al tratar con otros,
que nunca debo de dejar de ser persona.
Hasta con el más
infame de los humanos, podría ahora desarrollar odio, no quiero conocerlo,
enfado sí, es normal, cuando te enfadas llega un momento en el que no estás
para historias, en algunos momentos merece la pena estar solo, sentarte en un parque
o encerrarte en una habitación a oscuras, es preciso hacerlo antes que salgan
de nuestra boca, palabras hirientes que requieran más tarde pedir excusas.
Tengo comprobado,
por lo menos en lo que a mí se refiere, que soy bastante paciente, sin embargo
salto en el momento menos pensado por la más mínima cosa, no sé, porque alguien
levante la voz o suelte una palabra altisonante, y en ocasiones sin darme
cuenta, estoy metido en una batalla que no es mía. ¿Os parece de locos…? Bien,
pues entonces lo estamos todos un poco, porque lo que acabo de decir, es lo más
común entre los seres humanos, si nos paramos a pensar, nos hubiéramos ahorrado
muchos disgustos, por meternos en asuntos que no nos conciernen.
La sociedad nos
invita a discutir, a pelear, precisamente por ser seres políticos, nos gusta
que nos alaben cuando hacemos algo bien, nos desagrada el que nos miren de
forma sospechosa desde nuestro punto de vista. Eso no es que nos haga
imperfectos, nos deshumaniza, y eso hace de por sí, que traslademos estas
inquietudes a otros campos que ya están abonados, para que sembremos la
simiente de la discordia. La envidia lo invade todo, desde un miembro de la
familia, hasta alguien en el trabajo. Nos envalentonamos y tratamos de no dejar
nada al azar, lo queremos controlar todo. Esto me trae a la mente un
pensamiento de Confucio “Todos cuando entran en una habitación oscura, se fijan
en la luz que hay en el interior, pocos se fijan en el candelabro que lo
sostiene”.
Sea cual sea el
ámbito donde nos movamos, interrumpimos conversaciones, llevamos lo que se
habla a nuestro terreno, allí, llevando las riendas de lo que quiera que se
diga luego, nos sentimos seguros, nos relajamos, subimos a nuestro pequeño
pedestal y nos sentimos como semidioses.
Mal asunto ese,
quién quiere ser maestro antes que aprendiz no irá nunca ningún lugar, todo lo
que hará será sembrar de ruinas cuanto pise, como lo que se decía de Atila el
rey Uno “Por donde pisa mi caballo no vuelve a crecer la hierba”.
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