sábado, 1 de agosto de 2015

SALIR O ENTRAR, QUEDARSE O ESCAPAR

                                               SALIR O ENTRAR, QUEDARSE O ESCAPAR

Dependiendo del lugar del que uno tenga que salir, la respuesta, la acción, no es tan sencilla. Si llegas a  la estación del METRO que lleva a tu casa, después de un pesado día de trabajo, y la muchedumbre te empuja al llegar a Paralelo… ¡te dejas llevar, que alegría, parece que te vayan a dejar en volandas en la puerta de tu casa! Pero el vagón del que acabas de salir todavía va de bote en bote, y no dejan entrar a nadie, hay quién es capaz de engordar diez kilos y plantarse delante de la puerta de entrada del vagón con tal de que no pase nadie por la puerta. ¡No hombre a mí tu no me engañas, hemos llegado hasta aquí apretados como chinches en costura y vais a venir vosotros a joderla… de eso nada, esperad al próximo!
El único inconveniente que tiene este tipo de transporte es, que cuando está viajando dentro apretada por todas partes, no sabe si te están metiendo mano, o son involuntarios los gestos de la gente. A lo mejor pensáis que exagero con esto que os voy a decir… pero cuando he llegado a mi piso y me he cambiado e ropa para tomar una ducha… ¡me he encontrado con unos chorretones más raros en la falda y los pantalones…! Un día me pasó un caso bastante curioso, estaba a punto de llegar a mi escalera y sale de ella la señora Leonor… ¡Pero chica tú te has visto como llevas la parte del culo  del pantalón…! Pues no la verdad, salgo como siempre del metro y no me he parado a mirarme. Mira, hace ya algunos años, pillé a uno que estaba dándome empujones por detrás, ya sabes, venga, toma y dale. Pues no me volví si quiera, alargué el brazo por detrás de la espalda, él se arrimó más, entonces le cogí los huevos y la chorra y se la enrosqué con todas mis fuerzas. Ja,ja,ja, lo ayudaría usted luego no? No pude, ya me bajaba en la estación donde la gente comenzaba a moverse, pero… se conoce que algún alma caritativa se agachó para echarle una mano, porque el pobre estaba blanco como el papel de fumar y no dejaba de patalear en el suelo del vagón, ¡pobrecillo… seguramente me pasé un poco haciendo fuerza con la que lo sujeté y retorcí!
Mi hermano tenía razón… ¿A fuerza de que estás aguantando en la ciudad? Ya sin comentar nada de lo que representaba moverse por la metrópolis en el transporte urbano y los gastos que me producía vivir sola en un piso lejos del trabajo. Mira Tere, aquí en este pueblo, que debo decirte que crece por momentos, tú ya lo sabes… somos aproximadamente doce mil habitantes, ¿cuantos  podólogos?, tres centros solo, ven con nosotros a trabajar mujer… estarás mucho más tranquila, trabajarás a tu bola, y luego…, si quieres hacer visitas o no a particulares, corre de tu cuenta, tú decides hacerlas o no.
Pero en parte, el decidir si se quedaba o se escapaba, dependía de una cosa. Algo que para la mayoría de jóvenes sería intrascendente, sin importancia, estúpido quizás. A diario, le seguía los pasos a Mario, siempre detrás de él sin saber por qué, trabajando en la misma fábrica sin verse en todo el día, solo lo seguía cuando terminaban la jornada. El mismo vagón de metro, mirando pero sin que él la viera, subiendo las escaleras del METRO en paralelo, igual que siempre, siguiéndolo sin demasiada prisa pero sin pararse. Mario en ocasiones se paraba a comprar pan, entonces ella se hacía la remolona, daba un par de vueltas sobre sí misma, hacía que se ataba los zapatos que no llevaban cordones… tonterías como esas. Vivía como yo, solo en el edificio de enfrente de mi casa, justo en el mismo piso y delante de la misma ventana del comedor.
Después del baño me preparaba una cena ligera aunque siempre tenía que contener algo caliente, desde pequeña estaba acostumbrada a este tipo de cenas, tanto en invierno como en verano. Dejaba encendida la luz de la cocina y me iba al comedor a oscuras, a cenar y ver pasar a la gente por la calle. Me divertía hacerlo, creo que aprendí mucho de esto a copia de años. Una noche de verano, con un calor insoportable, pegajoso e imposible de sacártelo de encima, ambos salimos al balcón, necesitábamos aunque fuera un soplo de aire fresco, él se sentó en el suelo sobre una pequeña alfombra y con el torso desnudo apoyó la cabeza sobre la fachada, cerró los ojos. Esos son detalles que aunque cueste apreciar siempre se ven, aunque estés en la otra parte de la calle. Yo estaba sentada en una pequeña tumbona de lona descolorida pero útil todavía para esos menesteres, la tuve que poner a lo largo del balcón pero me sentí mejor cuando noté la brisa que llegaba de la montaña, no distaba mucho del lugar donde vivíamos, apenas quinientos metros.
Mi hermano pasado el verano ha vuelto a preguntarme sobre el asunto de irme a trabajar con él, a su clínica podológica, también es ortopedia, es un centro total, con cara y ojos, bien pensado vamos. Por mi parte, he aceptado que Mario me acompañe al trabajo… es curioso, nos acompañamos de manera mutua, desde esa noche de calor extremo, en el que cuando cada cual se retiró al interior de su casa, Mario me saludó con la mano, deseándome buenas noches. Pensé en ese instante, que si me saludaba, es que me conocía, era lógico deducirlo, y claro que me conocía, como que era el encargado de la fábrica de vaqueros donde yo trabajaba.
Al margen de ser o no quién es, he decidido conocerlo mejor, o por lo menos dejar que él me conozca si quiere, luego… ya veremos.

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