SALIR O ENTRAR, QUEDARSE O ESCAPAR
Dependiendo
del lugar del que uno tenga que salir, la respuesta, la acción, no es tan
sencilla. Si llegas a la estación del
METRO que lleva a tu casa, después de un pesado día de trabajo, y la muchedumbre
te empuja al llegar a Paralelo… ¡te dejas llevar, que alegría, parece que te
vayan a dejar en volandas en la puerta de tu casa! Pero el vagón del que acabas
de salir todavía va de bote en bote, y no dejan entrar a nadie, hay quién es
capaz de engordar diez kilos y plantarse delante de la puerta de entrada del
vagón con tal de que no pase nadie por la puerta. ¡No hombre a mí tu no me
engañas, hemos llegado hasta aquí apretados como chinches en costura y vais a
venir vosotros a joderla… de eso nada, esperad al próximo!
El
único inconveniente que tiene este tipo de transporte es, que cuando está
viajando dentro apretada por todas partes, no sabe si te están metiendo mano, o
son involuntarios los gestos de la gente. A lo mejor pensáis que exagero con
esto que os voy a decir… pero cuando he llegado a mi piso y me he cambiado e
ropa para tomar una ducha… ¡me he encontrado con unos chorretones más raros en
la falda y los pantalones…! Un día me pasó un caso bastante curioso, estaba a
punto de llegar a mi escalera y sale de ella la señora Leonor… ¡Pero chica tú
te has visto como llevas la parte del culo
del pantalón…! Pues no la verdad, salgo como siempre del metro y no me
he parado a mirarme. Mira, hace ya algunos años, pillé a uno que estaba dándome
empujones por detrás, ya sabes, venga, toma y dale. Pues no me volví si quiera,
alargué el brazo por detrás de la espalda, él se arrimó más, entonces le cogí
los huevos y la chorra y se la enrosqué con todas mis fuerzas. Ja,ja,ja, lo
ayudaría usted luego no? No pude, ya me bajaba en la estación donde la gente
comenzaba a moverse, pero… se conoce que algún alma caritativa se agachó para
echarle una mano, porque el pobre estaba blanco como el papel de fumar y no
dejaba de patalear en el suelo del vagón, ¡pobrecillo… seguramente me pasé un
poco haciendo fuerza con la que lo sujeté y retorcí!
Mi
hermano tenía razón… ¿A fuerza de que estás aguantando en la ciudad? Ya sin
comentar nada de lo que representaba moverse por la metrópolis en el transporte
urbano y los gastos que me producía vivir sola en un piso lejos del trabajo.
Mira Tere, aquí en este pueblo, que debo decirte que crece por momentos, tú ya
lo sabes… somos aproximadamente doce mil habitantes, ¿cuantos podólogos?, tres centros solo, ven con
nosotros a trabajar mujer… estarás mucho más tranquila, trabajarás a tu bola, y
luego…, si quieres hacer visitas o no a particulares, corre de tu cuenta, tú
decides hacerlas o no.
Pero
en parte, el decidir si se quedaba o se escapaba, dependía de una cosa. Algo
que para la mayoría de jóvenes sería intrascendente, sin importancia, estúpido
quizás. A diario, le seguía los pasos a Mario, siempre detrás de él sin saber
por qué, trabajando en la misma fábrica sin verse en todo el día, solo lo
seguía cuando terminaban la jornada. El mismo vagón de metro, mirando pero sin
que él la viera, subiendo las escaleras del METRO en paralelo, igual que
siempre, siguiéndolo sin demasiada prisa pero sin pararse. Mario en ocasiones
se paraba a comprar pan, entonces ella se hacía la remolona, daba un par de
vueltas sobre sí misma, hacía que se ataba los zapatos que no llevaban cordones…
tonterías como esas. Vivía como yo, solo en el edificio de enfrente de mi casa,
justo en el mismo piso y delante de la misma ventana del comedor.
Después
del baño me preparaba una cena ligera aunque siempre tenía que contener algo
caliente, desde pequeña estaba acostumbrada a este tipo de cenas, tanto en
invierno como en verano. Dejaba encendida la luz de la cocina y me iba al
comedor a oscuras, a cenar y ver pasar a la gente por la calle. Me divertía
hacerlo, creo que aprendí mucho de esto a copia de años. Una noche de verano,
con un calor insoportable, pegajoso e imposible de sacártelo de encima, ambos
salimos al balcón, necesitábamos aunque fuera un soplo de aire fresco, él se
sentó en el suelo sobre una pequeña alfombra y con el torso desnudo apoyó la
cabeza sobre la fachada, cerró los ojos. Esos son detalles que aunque cueste
apreciar siempre se ven, aunque estés en la otra parte de la calle. Yo estaba
sentada en una pequeña tumbona de lona descolorida pero útil todavía para esos
menesteres, la tuve que poner a lo largo del balcón pero me sentí mejor cuando
noté la brisa que llegaba de la montaña, no distaba mucho del lugar donde
vivíamos, apenas quinientos metros.
Mi
hermano pasado el verano ha vuelto a preguntarme sobre el asunto de irme a
trabajar con él, a su clínica podológica, también es ortopedia, es un centro
total, con cara y ojos, bien pensado vamos. Por mi parte, he aceptado que Mario
me acompañe al trabajo… es curioso, nos acompañamos de manera mutua, desde esa
noche de calor extremo, en el que cuando cada cual se retiró al interior de su
casa, Mario me saludó con la mano, deseándome buenas noches. Pensé en ese
instante, que si me saludaba, es que me conocía, era lógico deducirlo, y claro
que me conocía, como que era el encargado de la fábrica de vaqueros donde yo
trabajaba.
Al
margen de ser o no quién es, he decidido conocerlo mejor, o por lo menos dejar
que él me conozca si quiere, luego… ya veremos.
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