MEDIANO
Todavía hoy me trae
gratos recuerdos aquel hombrecito mediano que iba siempre impecablemente vestido
con una vitalidad desmedida. Unas gafas de pasta negra adornaban su rostro, daba
la impresión de ser un ejecutivo, cuando salíamos de paseo varios de la pequeña
tribu de amigos que siempre, en días de fiesta, vacaciones o simplemente los
fines de semana, él buscaba entre los chicos y chicas su espacio. Hablaban con
él, pero a los cinco minutos y sin saber por qué, ya le habían dado esquinazo.
Luego supe que se
estaba medicando, era esquizofrénico aunque no creo que nadie supiera nada de
este asunto, me lo dijo a mí como si fuera una especie de secreto, nunca me
comentó que no dijera nada a nadie pero mi sentido común me decía que debía
callar, su madre Milagros, un día que lo pasé a recoger a su casa, me hizo
saber que si algún día lo veíamos actuar de una forma extraña, o que se ponía a
dar voces, se lo lleváramos a casa de forma inmediata.
Ni que decir tiene
que aquello me colocaba en una situación un tanto comprometida. Quién más y
quién menos teníamos nuestros planes con las chicas, íbamos al cine, o a
locales que tuvieran buena reputación para que no les llegaran voces perversas
a nuestros padres. Pues bien, todo y así, una noche acompañé a una amiga
especial de la que me había enamorado a su casa, debajo de la escalera
comenzamos a darnos besos, a apretarnos el uno contra el otro, ya en el cine
ese mismo día, nos cogimos las manos y no veíamos la hora que terminara la
dichosa película, lo cierto es que ni recuerdo de qué iba.
Tras los contadores
en aquella escalera, a las doce de la noche, pasó lo inevitable, más que lo
inevitable, lo que ambos deseábamos, mantuvimos una relación sexual no
demasiado larga pero sí muy intensa. No nos comprometimos a nada el uno al
otro, ambos sabíamos que aquello fue un comienzo pero el final… amigo mío, los
finales nunca terminan. Llegué a mi casa a pocos metros de casa de ella exhausto
tuve que ir corriendo por temor a que me echaran la bronca por llegar tan
tarde.
Cuando abrí la
puerta de casa me encontré con un drama, aquel amigo, el hombre mediano, estaba
tumbado en una manta en el suelo del comedor, estaba medio desnudo, su madre no
cesaba de llorar mientras mi madre trataba de consolarla. En la escalera vivía
un señor que era médico en el Hospital de San Pablo, con el estetoscopio metido
en los oídos y la base del mismo sujeta con dos dedos sobre el pecho del
paciente, mi amigo, ladeaba la cabeza y le dijo a su madre al ponerse en pie
que según su parecer le había dado un colapso.
Este chico ha dejado en un momento u otro de tomar su medicación, y en
estos casos de esquizofrenia, es como condenarse a sí mismo a la muerte.
¡Pero haga algo por
él por favor…! Se derrumbó como si fuera una figura de plomo que se estaba
fundiendo, calló al suelo, el médico y mi padre junto con mi hermano, la
estiraron en el sofá. Paños empapados de
colonia, un pañuelo atado a la nuca mojado…, recuerdo que permanecí de pie a un
par de metros de aquel escenario sin poder moverme, no podía encajar los
acontecimientos sucedidos en las últimas tres horas, demencial, ese era el
adjetivo que se me ocurre ahora. Mi hermano se acercó a mí y me dijo que había
venido a casa, porque quería echar una partida de ajedrez contigo, que había
preguntado a los otros amigos y no daban contigo, ¿Dónde estabas…? Fui a dar un
paseo solo por los alrededores del Paralelo, tenía ganas de estar solo un rato.
A vale, pues mira estaba aquí en casa esperándote, le dije que llegarías pronto,
y sin darnos cuenta, pegó un grito espeluznante y quedó tumbado en el suelo.
Oye… ¿está muerto
de verdad? Pues claro hombre ¿no has
oído lo que ha dicho el médico? Ha subido a su casa para llamar a los servicios
funerarios.
Tal era la
confusión que tuve en aquél momento que no se me ocurrió otra cosa que subir a
la litera de mi habitación y ponerme a llorar como un niño pequeño.
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