miércoles, 5 de agosto de 2015

                                                  COMPRANDO TIEMPO

Todo el mundo trata de aprovechar el tiempo, pero no se puede hacer nada más que eso, aprovecharlo. Y en cambio, el tiempo transcurre en la medida que nos trazamos la manera de tratarlo, en cuanto despunta la adolescencia muchos quieren consumirlo como quién bebe un vaso de agua cuando tiene mucha sed. Otros en cambio, siguiendo patrones preestablecidos en su más tierna infancia, moderan su paso y lo dosifican.
Sea cual sea la forma de consumir el tiempo, lo incambiable es que él mismo marca el compás de nuestras vidas, de forma que no se puede comprar, podemos comprar recargas para móviles, administrar nuestras finanzas, pero en lo referente al tiempo… este nos tiene siempre cogidos por el cuello. No nos obliga a nada, no contesta a las cuestiones y problemas que puede plantearnos el sistema en el que vivimos, pero nos domina, esa es la razón por la cual se inventó el reloj de pulsera en su día, para que a cada momento sepamos la hora del día que corre. Desde que se inventaron los móviles, sobre todo los más modernos, las aplicaciones que contienen, nos permiten ver cada vez que queremos, el tiempo que hemos dedicado a diferentes actividades del día.
Hay sin embargo un curioso proceso que no debe escapársenos, lo mismo que cuando somos jóvenes nos comemos el tiempo, lo devoramos porque parece que se nos va a terminar, cuando llegamos a mayores, incluyendo a las personas que están al cargo de otros para seguir vivos, el tiempo pierde protagonismo, deja de ser importante, nos reímos de él, pensamos que ha llegado la hora del relevo. No es así, quién lo piensa y siente de esta forma, se está excluyendo de la sociedad, se aparta del camino, se sienta en la cuneta y observa hasta con cierta simpatía, que los que vienen detrás, merecen seguir el sendero mejor que ellos que ya están caducos y obsoletos.

Como si fuera una oda a la vida, mi forma de pensar es todo lo contrario, los mayores podemos seguir dando ejemplo, reñir a los desordenados, y reorganizar nuestra mente para que siga siendo valerosa como el primer día de nuestra vida.                              

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