DALE DURO A TU VIDA
No solo es una cuestión de
supervivencia, es una obligación de demostrar que somos valientes, de que
tenemos capacidades para seguir, a nuestro paso, pero eso sí, seguir. No es
fácil para muchos, yo me cuento el primero, pero… ¿acaso queremos morirnos sin
más? Esto lo puede pretender un deprimido irremediable, un loco, siempre con
los paréntesis oportunos a esta expresión, o un olvidado.
Puede parecer difícil
de entender pero nadie está olvidado del todo, siempre hay alguien que se preocupa
de nosotros, que piensa en que es de nuestra vida, lo tengo comprobado. Un
pobre carrilero que me encontré un día en un parque me dijo, hablando del
olvido de la familia, que había estado casado, que tenía dos hijos, uno de
ellos abogado, la chica era enfermera en un hospital particular, le gustaba
desde siempre, ponerles inyecciones a las muñecas que le regalaban para navidades
o cumpleaños. Escuche señor, le dije,
¿está usted seguro de que lo han olvidado…? Va, no me diga usted que se
acuerdan de mí, ¿no se da cuenta en la situación en la que me encuentro? Si se
acordaran de mí ya se habrían preocupado en buscarme y recogerme en casa de
nuevo. Puede que usted diera un mal paso
que los obligara a su esposa o incluso a sus hijos a llegar a echarlo de su
casa.
El hombre,
inclinado en el banco de madera del parque donde estábamos hablando, puso los
codos sobre las rodillas y levantando lentamente la cabeza hacia donde yo
estaba a su lado, me dijo… Deme una razón para que le cuente nada de mi vida,
no lo conozco, no sé nada de usted y parece que quiere darme lecciones. Ya veo, probablemente su orgullo lo cegó y
dejó que su consciencia se diluyera como la espuma de las olas del mar cuando
llegan a la playa. Vaya parece que es
usted filósofo. No es eso, ¿acaso no tiene usted su propia filosofía de la
vida? No sé cuánto tiempo lleva usted paseándose por ahí con este carrito de Carrefour
con todas sus cosa dentro, pero seguro que hay algo que no consideró
debidamente cuando se marchó de su casa, o lo echaron.
De manera casi
automática, sacó de una caja de puros habanos fotografías de su familia, de
cuando se casó, de cuando nacieron sus hijos, recuerdos de vacaciones en la
nieve y otras de personajes a los que no supo contestar quienes eran, amigos de
hace años, contestó. ¿Le importaría decirme su edad? Le pregunté, se me quedó mirando
de nuevo ero esta vez con una mirada suspicaz. ¿Por qué quiere saberlo…? Solo
por simple curiosidad, ya sabe, con el cabello recogido en una coleta y con
barba, es difícil adivinar la edad de las personas. Pues mire usted, se lo voy a decir, tengo
cincuenta y dos años. Madre mía,
arreglado y bien vestido, le aseguro que no aparentaría más de cuarenta y
pocos. ¿Usted cree…? Seguro, lo que sucede es que a menudo,
creemos que por caer en desgracia, sea por la razón que sea perdemos el norte,
y dejamos de luchar por vivir de forma adecuada.
Tengo amigos, que
le puedo asegurar que son mucho más jóvenes que usted, y aparentan diez años
más que usted, y no se lo digo por adularlo, no soy de esta clase de
personas. Escondió con mucho cuidado la
caja de recuerdos de forma cuidadosa dentro del carro, se levantó lentamente
del banco y se dirigió a un escaparate de una zapatería, allí se paró, y se
miró en un espejo lateral que mostraba modelos que se exponían en el interior
de la tienda. Podría ser que tuviera
usted razón, feo nunca he sido, de joven tenía a las mujeres a puñados, se ríe, muestra la
desdentada boca escasa de dientes, pero esa risa consigue que abra la boca sin
prejuicio alguno.
Tengo un amigo, que
estaría gustoso de hacerle un cambio de look, ahora bien, debe usted de
abandonarse en sus manos, no se preocupe, no va a tener que desprenderse de su
personalidad, solo se debe exigir a si mismo, olvidarse un poco de ese carácter
que reconoce que podría haber sido el motivo de que tuviera que abandonar su
casa. ¿Qué le parece la propuesta? Todo corre de mi cuenta, no piense en dinero
en esos momentos, eso es lo más barato del mundo. ¿Por qué quiere hacer todo esto por mí?
Si acepta mi propuesta, prometo decírselo.
Cogieron un taxi
cerca del paseo de La Luz, el hombre llevaba en su regazo un pequeño hatillo en
el que llevaba como no podía ser de otro modo, la caja de puros con las fotos
de su familia, lo demás parecía ropa que
no abultaba más que una caja de zapatos. Llegaron a una tienda que estaba
cerrada, con la persiana medio abierta, entraron hasta la cristalera pintada en
marrón claro, con los cristales biselados. Aquel hombre, que bien podría haber
sido un Pigmalión, como el célebre personaje de la novela de Bernard Shaw, que
transformó a la humilde florista en la puerta del teatro, en una deliciosa dama
a fuerza de una férrea disciplina, que hizo de ella toda una señora envidiada
por la mayoría de los conocidos de Pigmalión. Llamó a la puerta con el mango
del bastón, que disimulaba de forma casi total la cojera que padecía,
esperaron, a los tres minutos escasos y con el hombre recogido de la calle,
absorto en saber que iba a pasar, un hombre grande con un cuerpo magnífico,
cultivado y de buenos modales les indicó con el brazo extendido que pasaran
dentro, hacía frio.
¡Amigo Armando, que
bien te veo, se nota que te cuidas bribón…!
Se hace lo que se puede Fernando, ya sabes tú que en este mundo hay que
luchar por la vida, a puño desnudo. Sí, dices
bien, así es como hay que vivir la vida, para eso se nos ha regalado, para
vivirla con intensidad y muchas ganas. Siempre te estaré agradecido por haberme
ayudado en su día, me he permitido traerte una botella de Cardenal Mendoza, sé
que no le haces asco a este brandy. Se dieron un abrazo y pasaron al asunto que
los llevó hasta allí. Al pobre carrilero se le caía la baba al ver
la botella de aquel delicioso licor.
Vamos a ver, a este señor lo vamos a ayudar primero recomendándole un
buen baño caliente, buena pitanza y buen descanso. Mañana te espero a las
nueve, eso si ya ha despertado nuestro invitado.
El extraño estaba
alucinando, entró en el baño y allí encontró toallas limpias, un pijama, y un
batín de lana con solapas redondas. Se bañó y desenredó el largo cabello y la
barba, después de eso bajó las escaleras y su olfato lo llevó directamente a la
cocina, allí le esperaba un guisado de ave con setas y una fuente de fruta
fresca. ¿Bebe usted vino para
comer? Pues sí señor, cuando las
circunstancias me lo permiten…
Comprendo, comprendo, pues yo creo que esta cena merece un buen Ribera
del Duero, ¿a usted que le parece? Lo
que usted diga señor Armando. No, esto
no es lo adecuado, de señores sobran en la tierra, la mayoría sin merecerlo, no
soy ninguna excepción. Ande coma, sírvase lo que quiera yo le pongo el vino.
A las nueve menos
cuarto, Fernando llamaba a la cristalera de la antigua tienda, de la que no se
sabía definir a qué se había dedicado en su día. Estaban desayunando tostadas
con manteca y mermeladas de diversas clases, Fernando se incorporó al desayuno,
mientras estaban tomando café el hombre se puso en pie. Señores, mi nombre es
Isidoro, mi antiguo oficio era el de director de un colegio mayor de esta misma
ciudad. ¡Magnífico…! Apuntó Armando, eso
facilitará las cosas, se lo aseguro. Isidoro se volvió a sentar sin comprender
muy bien lo que había querido decir con aquellas palabras Armando. Terminado el
desayuno y teniendo entre sí un poco más de confianza, se dirigieron a una
peluquería, los atendieron casi al momento, el cliente anterior ya se estaba
poniendo el abrigo y el peluquero preparaba otra capa para el corte de cabello
que vendría a continuación. ¿Cómo quiere
el señor el corte de pelo? Más bien
corto, tengo ganas de que me toque el aire en el cogote. En cuanto a la barba,
bien rasurado por favor.
Armando se había
ocupado durante la noche de prepararle un buen pantalón de invierno y una
chaqueta, ropa interior, una camisa de algodón gruesa y un pullover, cerraba el
conjunto unos zapatos de suela de caucho de abrigo, y una parca tipo marinero
con solapas cruzadas. En cuanto saltó de la butaca del barbero, se miró en un
espejo, se asustó, se miraba de frente y de lado, por todas partes posibles
para verse retratado, esa imagen la llevaría clavada en su retina para siempre.
De allí, una vez Fernando hubo pagado al peluquero, volvieron a casa de
Armando.
Bueno Isidoro,
verás, nuestro propósito es que logres rehacer tu vida de forma digna, por tu
antiguo oficio dignidad te sobra, o te sobraba, lo que fuera que te pasara en
su vida ya no importa nada, solo es el pasado y del pasado no se vive, dijo
Fernando. Ni yo ni mi amigo aquí presente, hacemos eso de forma frecuente, pero
cuando te vi sentado en el parque, intuí que merecía la pena intentar hacer
algo contigo, creo que acerté. Ahora
intervino Armando… te queremos ayudar a que vuelvas a formar parte de tu
familia, que vuelvan a sentirse orgullosos de ti, ¿estás de acuerdo con
realizar este esfuerzo? Creo que merece la pena, llevas a tu familia en tu
corazón, si no fuera así no llevarías la caja de puros contigo, estoy seguro
que más de una vez te has parado a mirarlas y recrearte en ellas, son buenos
recuerdos estos ¿verdad? Sí, estáis los
dos en lo cierto, y estoy de acuerdo en hacer lo que haga falta para
recuperarlos si ellos quieren.
Pues entonces…
venga a la faena. Armando corrió unas grandes puertas laterales, en un gran
pasillo en otra parte de la antigua tienda, allí había de todo lo que uno
pudiera imaginar para vestir, calzar y hasta cubrir las cabezas de los señores,
con sombreros de todo tipo y gorras.
Terminada esta
labor que les ocupó el resto de la mañana, Fernando le preguntó a Isidoro donde
estaba su casa, el hombre enmudeció por unos instantes hasta que dijo… mi casa
está en el ensanche, a cuatro pasos de la boca del metro de Gran Vía y Montaner.
Pues si te parece vamos para allí, le dio un golpecito en la rodilla, de ánimo
más que nada. Al llegar a una esquina de Gran Vía le dijo al taxista que por
favor parara. Como si las piernas le pesaran cien kilos cada una, fue medio
arrastrando los pies hasta el portal, abrió la puerta y se perdió en la
oscuridad de la escalera. Fernando y Armando se quedaron en la calle, esperando,
al cabo de unos minutos, Isidoro salió al balcón y los llamó sin miedo a ser
oído, les indicó que subieran al segundo tercera.
Se hicieron las
presentaciones y se les invitó a café, estaba buenísimo y Armando alabó las
virtudes de la mujer de Isidoro. Es
usted muy amable señor. Toñi estos
señores me han devuelto la vida. Eso no
es del todo cierto Isidoro, lo único que hemos hecho, ha sido hacerte ver que
todavía estabas vivo, nada más. Bueno, nos tenemos que marchar, tenemos cosas
que hacer, y poco tiempo para llevarlas a cabo. El abrazo que se dieron fue interminable,
Toñi desde el quicio de la puerta lloraba y reía a la vez.
¿Qué te parece lo
hemos hecho bien…? No se sabe nunca, eso
lo tienen que decidir ellos.
--------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario