martes, 18 de agosto de 2015

DALE DURO A TU VIDA

                           DALE DURO A TU VIDA

No solo es una cuestión de supervivencia, es una obligación de demostrar que somos valientes, de que tenemos capacidades para seguir, a nuestro paso, pero eso sí, seguir. No es fácil para muchos, yo me cuento el primero, pero… ¿acaso queremos morirnos sin más? Esto lo puede pretender un deprimido irremediable, un loco, siempre con los paréntesis oportunos a esta expresión, o un olvidado.
Puede parecer difícil de entender pero nadie está olvidado del todo, siempre hay alguien que se preocupa de nosotros, que piensa en que es de nuestra vida, lo tengo comprobado. Un pobre carrilero que me encontré un día en un parque me dijo, hablando del olvido de la familia, que había estado casado, que tenía dos hijos, uno de ellos abogado, la chica era enfermera en un hospital particular, le gustaba desde siempre, ponerles inyecciones a las muñecas que le regalaban para navidades o cumpleaños.  Escuche señor, le dije, ¿está usted seguro de que lo han olvidado…? Va, no me diga usted que se acuerdan de mí, ¿no se da cuenta en la situación en la que me encuentro? Si se acordaran de mí ya se habrían preocupado en buscarme y recogerme en casa de nuevo.  Puede que usted diera un mal paso que los obligara a su esposa o incluso a sus hijos a llegar a echarlo de su casa.
El hombre, inclinado en el banco de madera del parque donde estábamos hablando, puso los codos sobre las rodillas y levantando lentamente la cabeza hacia donde yo estaba a su lado, me dijo… Deme una razón para que le cuente nada de mi vida, no lo conozco, no sé nada de usted y parece que quiere darme lecciones.  Ya veo, probablemente su orgullo lo cegó y dejó que su consciencia se diluyera como la espuma de las olas del mar cuando llegan a la playa.  Vaya parece que es usted filósofo. No es eso, ¿acaso no tiene usted su propia filosofía de la vida? No sé cuánto tiempo lleva usted paseándose por ahí con este carrito de Carrefour con todas sus cosa dentro, pero seguro que hay algo que no consideró debidamente cuando se marchó de su casa, o lo echaron.
De manera casi automática, sacó de una caja de puros habanos fotografías de su familia, de cuando se casó, de cuando nacieron sus hijos, recuerdos de vacaciones en la nieve y otras de personajes a los que no supo contestar quienes eran, amigos de hace años, contestó. ¿Le importaría decirme su edad? Le pregunté, se me quedó mirando de nuevo ero esta vez con una mirada suspicaz. ¿Por qué quiere saberlo…? Solo por simple curiosidad, ya sabe, con el cabello recogido en una coleta y con barba, es difícil adivinar la edad de las personas.  Pues mire usted, se lo voy a decir, tengo cincuenta y dos años.  Madre mía, arreglado y bien vestido, le aseguro que no aparentaría más de cuarenta y pocos.  ¿Usted cree…?  Seguro, lo que sucede es que a menudo, creemos que por caer en desgracia, sea por la razón que sea perdemos el norte, y dejamos de luchar por vivir de forma adecuada.
Tengo amigos, que le puedo asegurar que son mucho más jóvenes que usted, y aparentan diez años más que usted, y no se lo digo por adularlo, no soy de esta clase de personas.  Escondió con mucho cuidado la caja de recuerdos de forma cuidadosa dentro del carro, se levantó lentamente del banco y se dirigió a un escaparate de una zapatería, allí se paró, y se miró en un espejo lateral que mostraba modelos que se exponían en el interior de la tienda.  Podría ser que tuviera usted razón, feo nunca he sido, de joven tenía a las  mujeres a puñados, se ríe, muestra la desdentada boca escasa de dientes, pero esa risa consigue que abra la boca sin prejuicio alguno.
Tengo un amigo, que estaría gustoso de hacerle un cambio de look, ahora bien, debe usted de abandonarse en sus manos, no se preocupe, no va a tener que desprenderse de su personalidad, solo se debe exigir a si mismo, olvidarse un poco de ese carácter que reconoce que podría haber sido el motivo de que tuviera que abandonar su casa. ¿Qué le parece la propuesta? Todo corre de mi cuenta, no piense en dinero en esos momentos, eso es lo más barato del mundo.  ¿Por qué quiere hacer todo  esto por mí?  Si acepta mi propuesta, prometo decírselo.
Cogieron un taxi cerca del paseo de La Luz, el hombre llevaba en su regazo un pequeño hatillo en el que llevaba como no podía ser de otro modo, la caja de puros con las fotos de su familia, lo demás parecía  ropa que no abultaba más que una caja de zapatos. Llegaron a una tienda que estaba cerrada, con la persiana medio abierta, entraron hasta la cristalera pintada en marrón claro, con los cristales biselados. Aquel hombre, que bien podría haber sido un Pigmalión, como el célebre personaje de la novela de Bernard Shaw, que transformó a la humilde florista en la puerta del teatro, en una deliciosa dama a fuerza de una férrea disciplina, que hizo de ella toda una señora envidiada por la mayoría de los conocidos de Pigmalión. Llamó a la puerta con el mango del bastón, que disimulaba de forma casi total la cojera que padecía, esperaron, a los tres minutos escasos y con el hombre recogido de la calle, absorto en saber que iba a pasar, un hombre grande con un cuerpo magnífico, cultivado y de buenos modales les indicó con el brazo extendido que pasaran dentro, hacía frio.
¡Amigo Armando, que bien te veo, se nota que te cuidas bribón…!  Se hace lo que se puede Fernando, ya sabes tú que en este mundo hay que luchar por la vida, a puño desnudo.  Sí, dices bien, así es como hay que vivir la vida, para eso se nos ha regalado, para vivirla con intensidad y muchas ganas. Siempre te estaré agradecido por haberme ayudado en su día, me he permitido traerte una botella de Cardenal Mendoza, sé que no le haces asco a este brandy. Se dieron un abrazo y pasaron al asunto que los llevó  hasta allí.  Al pobre carrilero se le caía la baba al ver la botella de aquel delicioso licor.  Vamos a ver, a este señor lo vamos a ayudar primero recomendándole un buen baño caliente, buena pitanza y buen descanso. Mañana te espero a las nueve, eso si ya ha despertado nuestro invitado.
El extraño estaba alucinando, entró en el baño y allí encontró toallas limpias, un pijama, y un batín de lana con solapas redondas. Se bañó y desenredó el largo cabello y la barba, después de eso bajó las escaleras y su olfato lo llevó directamente a la cocina, allí le esperaba un guisado de ave con setas y una fuente de fruta fresca.  ¿Bebe usted vino para comer?  Pues sí señor, cuando las circunstancias me lo permiten…  Comprendo, comprendo, pues yo creo que esta cena merece un buen Ribera del Duero, ¿a usted que le parece?  Lo que usted diga señor Armando.  No, esto no es lo adecuado, de señores sobran en la tierra, la mayoría sin merecerlo, no soy ninguna excepción. Ande coma, sírvase lo que quiera yo le pongo el vino.
A las nueve menos cuarto, Fernando llamaba a la cristalera de la antigua tienda, de la que no se sabía definir a qué se había dedicado en su día. Estaban desayunando tostadas con manteca y mermeladas de diversas clases, Fernando se incorporó al desayuno, mientras estaban tomando café el hombre se puso en pie. Señores, mi nombre es Isidoro, mi antiguo oficio era el de director de un colegio mayor de esta misma ciudad.  ¡Magnífico…! Apuntó Armando, eso facilitará las cosas, se lo aseguro. Isidoro se volvió a sentar sin comprender muy bien lo que había querido decir con aquellas palabras Armando. Terminado el desayuno y teniendo entre sí un poco más de confianza, se dirigieron a una peluquería, los atendieron casi al momento, el cliente anterior ya se estaba poniendo el abrigo y el peluquero preparaba otra capa para el corte de cabello que vendría a continuación.  ¿Cómo quiere el señor el corte de pelo?  Más bien corto, tengo ganas de que me toque el aire en el cogote. En cuanto a la barba, bien rasurado por favor.
Armando se había ocupado durante la noche de prepararle un buen pantalón de invierno y una chaqueta, ropa interior, una camisa de algodón gruesa y un pullover, cerraba el conjunto unos zapatos de suela de caucho de abrigo, y una parca tipo marinero con solapas cruzadas. En cuanto saltó de la butaca del barbero, se miró en un espejo, se asustó, se miraba de frente y de lado, por todas partes posibles para verse retratado, esa imagen la llevaría clavada en su retina para siempre. De allí, una vez Fernando hubo pagado al peluquero, volvieron a casa de Armando.
Bueno Isidoro, verás, nuestro propósito es que logres rehacer tu vida de forma digna, por tu antiguo oficio dignidad te sobra, o te sobraba, lo que fuera que te pasara en su vida ya no importa nada, solo es el pasado y del pasado no se vive, dijo Fernando. Ni yo ni mi amigo aquí presente, hacemos eso de forma frecuente, pero cuando te vi sentado en el parque, intuí que merecía la pena intentar hacer algo contigo, creo que acerté.  Ahora intervino Armando… te queremos ayudar a que vuelvas a formar parte de tu familia, que vuelvan a sentirse orgullosos de ti, ¿estás de acuerdo con realizar este esfuerzo? Creo que merece la pena, llevas a tu familia en tu corazón, si no fuera así no llevarías la caja de puros contigo, estoy seguro que más de una vez te has parado a mirarlas y recrearte en ellas, son buenos recuerdos estos ¿verdad?  Sí, estáis los dos en lo cierto, y estoy de acuerdo en hacer lo que haga falta para recuperarlos si ellos quieren.
Pues entonces… venga a la faena. Armando corrió unas grandes puertas laterales, en un gran pasillo en otra parte de la antigua tienda, allí había de todo lo que uno pudiera imaginar para vestir, calzar y hasta cubrir las cabezas de los señores, con sombreros de todo tipo y gorras.
Terminada esta labor que les ocupó el resto de la mañana, Fernando le preguntó a Isidoro donde estaba su casa, el hombre enmudeció por unos instantes hasta que dijo… mi casa está en el ensanche, a cuatro pasos de la boca del metro de Gran Vía y Montaner. Pues si te parece vamos para allí, le dio un golpecito en la rodilla, de ánimo más que nada. Al llegar a una esquina de Gran Vía le dijo al taxista que por favor parara. Como si las piernas le pesaran cien kilos cada una, fue medio arrastrando los pies hasta el portal, abrió la puerta y se perdió en la oscuridad de la escalera. Fernando y Armando se quedaron en la calle, esperando, al cabo de unos minutos, Isidoro salió al balcón y los llamó sin miedo a ser oído, les indicó que subieran al segundo tercera.
Se hicieron las presentaciones y se les invitó a café, estaba buenísimo y Armando alabó las virtudes de la mujer de Isidoro.  Es usted muy amable señor.  Toñi estos señores me han devuelto la vida.  Eso no es del todo cierto Isidoro, lo único que hemos hecho, ha sido hacerte ver que todavía estabas vivo, nada más. Bueno, nos tenemos que marchar, tenemos cosas que hacer, y poco tiempo para llevarlas a cabo. El abrazo que se dieron fue interminable, Toñi desde el quicio de la puerta lloraba y reía a la vez.
¿Qué te parece lo hemos hecho bien…?  No se sabe nunca, eso lo tienen que decidir ellos.

                                                        --------------------------------------




No hay comentarios:

Publicar un comentario