miércoles, 19 de agosto de 2015

EL ABONADO

                                                                 EL ABONADO

Cada mañana del mundo, sale a la calle, baja hasta la avenida Palmeral y en el quiosco de siempre, el que desde hace veintidós años “el chocolatero”, así le llaman porque llegó a amasar una fortuna gracias al chocolate, el que fabricaba en su pequeña industria, y el que importaba de Las Antillas Francesas. Con los años, las grandes multinacionales y la propaganda radiofónica y los anuncios de televisión le hicieron desistir de su intento de seguir haciendo aquel delicioso chocolate.
Como acabo de decir, el hombre un tanto mayor, con barba de un mes como mínimo, y una eterna gabardina, pide que le de los periódicos que le tiene guardados, a los que está abonado desde no se sabe bien cuando. Entra en el bar El Estoque, se llama así por estar muy cerca de la plaza de toros de Las Arenas, ahora convertida en centro comercial, numerosas fotografías adornan las paredes del bar, letreros que corridas que están muy bien pagados, pero que Manolo no le vendería ni a dios en persona. Una cabeza de toro que mató Sebastián Palomo Linares en sus días de pujanza torra preside la barra del bar.
Allí dentro de la primera mesa que da a la calle que solo es para dos personas, se sienta y espera a que le traigan su café con leche y los churros recién hechos que la Mari, mujer de Manolo hace de forma artesanal. ¿Qué tal Rafael como se presenta el día hoy? Ya veremos Mari… aunque cada día salga el mismo sol, los acontecimientos diarios cambian sin cesar. Tiene usted razón, no sé si será por la edad o por el carácter, pero a mí me pasa, cada día me levanto de un talante diferente. Eso nos pasa a todos, por eso procuro no salirme de mis rutinas diarias, me ayudan a mantenerme sereno y constante, esa es a mi entender la fórmula.
Comienza a dar pequeños sorbos del café con leche mientras lee la portada de su periódico preferido, pasa a la segunda página y comienza su trabajo, encontrar noticias, comentarios, misceláneas, columnas de periodistas, opiniones, casi sin darse cuenta ya se ha leído medio periódico, los churros están ya por la mitad de su consumo, pasa por alto las páginas dedicadas a la bolsa, y las de deportes, no le gusta ni el fútbol ni nada relacionado con otras noticias parecidas. Saborea algunos artículos que le fascinan, es un pensador, con un lápiz que saca del bolsillo de la chaqueta, hace una señal, es como un asterisco en forma de estrella con varias puntas, luego, saca del mismo bolsillo una tijera de papelería y recorta lo que le interesa, lo coloca sujeto con un clip dentro de una carpeta de cartulina tamaño dina 4, y sigue con otro  diario.
Así pasa la mañana, del orden de casi tres horas, está trabajando este jubilado, sabe que como todos los días, su mujer Margarita le dará la vara y le echará la caballería encima, diciéndole de qué le sirve tener en casa tantos archivos de cientos, sino miles de artículos, coleccionados metódicamente, en un estante que hace años se hizo hacer él mismo a medida, en un paño de pared donde no había ningún mueble, ni iba a haberlo, era un espacio prescindible que aprovechó, para llevar a cabo esta afición desde que lo prejubilaron de la imprenta donde trabajaba.
Cuando termina de leer el último periódico, ya es el tercero, ya se ha terminado también el desayuno, lo ordena todo en su carpeta y le pide a Manolo que le sirva un sol y sombra. Un pequeño vaso donde se vierte primero el anís y luego con talento, el brandy que se queda en la superficie como si fuera aceite, flotando sobre el anís. El resto del tiempo que le sobra, lo dedica a ver pasar a la gente, hombres y mujeres que pasan por la ancha acera de la calle, mujeres que hablan solas por la calle, quizás vayan recordando lo que tienen que comprar en el supermercado. Hombres taciturnos que se paran sin más y vuelven la vista atrás, como si se les hubiera escapado saludar algún amigo, se quedan así unos instantes y vuelven a caminar con paso cansino o relajado, llámesele como se quiera.
A decir verdad, Rafael espera que algún día entre en el bar Elena, una maestra que conoció hace ya algunos años cuando todavía funcionaba la imprenta, entró y el dueño la dirigió a él, todavía recuerda la vergüenza que pasó cuando dobló la esquina de la máquina de linotipista que él manejaba para editar bandos del ayuntamiento, pequeños pasquines de tipo comercial o anuncios y pequeños tratados para la iglesia que se repartían los domingos en misa de las doce, previa donación para la iglesia católica, apostólica y romana. Elena le dijo si podía editar un pequeño folleto de diversas actividades que se iban a llevar a cabo en una salida a las colonias de una semana de duración. ¿Sabe usted…? Los padres quieren saber de forma precisa en qué consisten estas actividades y con un folleto informativo, tendrán la seguridad de todo aquello que van a hacer sus hijos mientras estén de vacaciones. Le he traído unas fotografías para ver que se puede hacer con ellas, a lo mejor se puede incluir alguna de estas vistas hermosas del lugar adonde vamos.
Si  viene usted pasado mañana, le tendré preparada una muestra, para que le dé su aprobación, vamos… si le parece a usted bien. Claro que sí, lo único… bueno es que tengo un pequeño problema ¿sabe? Salgo del colegio bastante tarde, y el taller ya estará cerrado, no me lo podría enseñar en algún otro lugar. Claro, por eso no hay  problema, ¿conoce usted el bar El Estoque? Es un bar que está ubicado en la calle Aliga en Hostafrancs, en realidad no es una calle muy larga. Sí, lo conozco, he pasado alguna vez por delante, me parece que antes era una peña taurina. Eso es, pues mire, la espero pasado mañana a la hora que a usted le vaya bien para mostrarle el folleto. Perfecto pues allí estaré, no antes de las ocho de la tarde, téngalo en cuenta. No se preocupe, la esperaré, siempre me siento en la primera mesa que hay en la entrada del bar a mano derecha. Perfecto, hasta pasado mañana entonces señor…  Rafael. Muy bien Rafael, mi nombre es Elena. Se dieron la mano y se despidieron hasta pasado mañana por la tarde noche, a eso de las ocho.
A Rafael le sorprendió que llegando al bar algo nervioso, Elena ya estuviera allí, charlaba con Mari animadamente, se conocían pero no llegó a saber de qué, al llegar Rafael Mari se evaporó, aunque desde el final de la barra mientras servía vinos y cervezas, no perdía ojo de lo que sucedía en la pequeña mesa donde estaba la pareja. Pues bien, desde entonces, que quedaron en que se verían de nuevo en un momento u otro en el mismo sitio, no la había vuelto a ver más por el bar. ¿Cuántos años pasaron desde entonces? Ya no lo recordaba, pero de su cara y de sus gestos elegantes y femeninos, no podía olvidarse. Cuando la conoció era bastante más joven y todavía tenía impulsos de hombre, de forma que le pareció la mujer más hermosa que conoció jamás. Tampoco es que fuera un trasnochador, nunca lo había sido, su trabajo entonces era todo un arte del que presumía con razón, y que en consecuencia, exigía mucha vista y mucho talento.
Rafael amante de las causas perdidas, no cesaba  de buscar con la mirada cada día entre la gente el rostro de Elena, solo para saludarla, preguntarle cómo le iban las cosas en la vida. Eso simplemente hubiera satisfecho su curiosidad. Pero Mari nunca le quiso decir que Elena hacia cinco años que había muerto de un cáncer galopante que se la llevó a la tumba en solo una semana, leucemia.
El corazón y la mente siente si sabe, cuando no, es imposible que te aplasten estas emociones, solo estás en un compás de espera, tranquilo pero expectante, con esperanzas de volver a ver a esta persona sin pensar en lo que le ha podido suceder de malo. Rafael si una cosa tenía aparte de sus múltiples cualidades, era que dudaba del incumplimiento de la palabra de aquella casi amiga, le hubiera gustado que así fuera, nada más. El caso es que el abonado a la búsqueda de sus verdades, nunca las abandonó.


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