AMALIA, SIEMPRE ENAMORADA
Absolutamente
impredecible esta bonita chica de barrio de esta gran ciudad, que como en casi
todas partes donde habita gente, tiene lugares oscuros, barrios donde en
ocasiones, la policía teme entrar, no se aventura a sufrir daños innecesarios.
Los policías son gente tranquila en el fondo, a pesar de verlos en según que
lugares, armados hasta los dientes, cumplen con un horario como el que yo hago
en la fábrica, unas veces a horario partido, en otros casos horario intensivo.
Amalia
se ha criado entre gritos, entre peleas y navajazos, y antes de llegar a esta
ciudad, a vivir como dios manda, en un piso de protección oficial, vivía siendo
pequeña, con su familia en un pequeño pueblo murciano, cerca de Cartagena, y
sus pequeños oídos, entonces contaba con tan solo dos o tres años, había
escuchado tiros de escopeta y todo, con heridos graves, no creas. Familias
gitanas que competían con asuntos de drogas y con chanchullos de robos de coche,
y robos, uno de los clanes eran los que robaban cobre, afanaban televisores y
videos, en fin, gente peligrosa entre los que se crían los niños, que sin tener
culpa de nada, cuando son jovencillos, imitan lo que han visto de manera
natural.
Otros,
llegados de fuera de España, les quitaban el trabajo a estos, robaban en su
territorio… en fin, todas estas cosas que pasan, por tener que sobrevivir sin
querer trabajar en algo honrado.
Han
pasado doce años de todo aquello, Amalia sin que nadie la haya obligado a ir a
la escuela, pasa de los estudios, sabe justo leer, sumar dos y dos y basta.
Ahora bien, de mercadillos si sabe un rato largo, trabaja con una gente, que
por aquellas cosas de la vida son primos de sus padres. ¡Hay que ver que lejos
llegan los parentescos de las familias gitanas!, son como una tela de araña, en
el buen sentido de la palabra, todos se conocen oye, tienes determinado
apellido, indagan un poco, y ahí los tienes, resulta que son familia.
La
madre de Amalia es gitana pero ella, Amalia no se considera así, es una chica
moderna, común y corriente, con una salvedad, se enamora de cualquier pantalón
que le entre por los ojos. Sabe que ella lo vale, con sus minifaldas que
resaltan unas piernas de lujo, pecho natural, nada de silicona, y un cuerpo
esbelto, de metro setenta y tres, se hace ver, le gusta que la miren, enseña,
enseña hasta cierto punto, ese en el que los hombres se quedan pensando Venga guapa, enseña un poquito más que
quiero ver. ¡No sabe nada Amalia…!
Ha
ligado con un hombre algo mayor que ella, que la introduce en el mundo, ese que
hasta entonces, ella ha visto solo desde fuera, como simple espectadora, es
soltero no tiene casa, vive dice él, en hoteles de cinco estrellas, es
comercial de no se qué, y Amalia se traga el anzuelo, se lo lleva a su casa, al
fin y al cabo, su padre por desgracia ha muerto y solo viven en casa, la madre
y ella. Bueno, si quieres me quedo en
tu casa una temporada, tengo bastantes clientes aquí, y hasta que no se acabe
el filón… ya sabes, hay que aprovechar.
Ella toda contenta, esta misma tarde después de comer, se echa con él a
hacer la siesta, la madre les da una voz y les dice que se va a casa de la
vecina un rato.
Mira,
se desatan los cuatro vientos del Apocalipsis, que pasión, que entrega la de
ambos, así vez tras vez, día tras día, se ha quedado embarazada con solo dieciséis años, ya ves tú. Con
barriga de seis meses, ha dejado el trabajo, está gorda que para qué, de la
barriga quiero decir. El viajante, su compañero, que llega con unos cuelgues a
veces de no te menees, se ensaña con ella, quiere cama pero ella no puede darle
lo que quiere siempre, no está para muchos trotes hasta que la criatura nazca.
A patadas, bofetadas e insultos, nace Candela, una hermosa chiquilla de cuatro
kilos, la cosa cesa, ahora muchos cariñitos, muchos besos, un millón de
caricias.
Pasa
poco tiempo antes de que el prenda se vaya definitivamente de casa, eso sí, la
ha dejado echa un pingajo. Amalia está enganchada al polvo blanco, por consejo
de su madre deja de dar de mamar a Candela, ella conoce bien en que puede
acabar esto. A Candela la cría la abuela
Esta niña va a ser más guapa que su madre -se dice para si misma la abuela-. No vale la
pena dar nombre a los progenitores, a excepción de la madre, Amalia, ella es el
punto de referencia, los demás de su entorno, son como la niebla que llega y se
va cuando aparece el sol.
Tres
años tiene Candela cuando comienza a darse cuenta de lo que pasa a su
alrededor, si supiera contar bien, llevaría echa ya, una gran lista de amantes
de su madre, que hasta la puerta está vencida, la de la calle, de las veces que
se abre y se cierra, para dar paso en un sentido u otro de la marcha, a las
gentes que visitan la casa.
Desde
hace unos meses, se ha instalado en casa un hispano que oriundo centro América,
es un hombre alto que tiene un coche desvencijado, y una gran caja de
herramientas, para el oficio que ejerce, es electricista. Amalia que es muy
fecunda, y necesitada siempre de buen calor entre sábanas, queda de nuevo
embarazada. El colombiano como el anterior, su propio padre, siempre, de forma
puntual, llega a casa para bañar a la pequeña Candela, su madre discute con él,
se pelea, no quiere que la bañe él. Hoy, mientras la está bañando, él sentado
en la tapa del WC, ha forzado la puerta su madre, ha entrado como un relámpago,
Candela llora, el novio de su madre la tiene cogida por la entrepierna y por
debajo de los hombros ¡Deja a la niña
cabrón de mierda…! Se ha llevado un
codazo en la nariz, por meterse en lo que no le importa dice él, se la ha roto,
al caer se ha dado un buen golpe con el canto del lavabo en la barriga, está de
siete faltas.
Ha
parido antes de tiempo, el niño, ya sabe que es un varón, está bien, pero se ha
adelantado el parto le dice el médico. Pare de forma natural, sin problemas de
consideración, salvo las marcas que lleva en el cuerpo y la cara, de la caída
que sufrió cuando se resbaló en el lavabo. Accidentes que pueden pasar en
cualquier hogar, la abuela con la voz trémula lo constata. Nace Edgar, un niño
de apariencia saludable pero pequeño, bastante pequeño, no llega a los tres
kilos ni por asomo, así que debe quedarse en la incubadora el tiempo necesario.
Amalia va cada día al hospital, se pasa horas y horas con su niño, aunque debe
entrar en los aseos del hospital, por lo menos dos veces por día, a empolvarse
la nariz.
Antes
que llegue su novio a casa, se va aprisa con el bus, quiere estar presente a la
hora del baño de Candela. Por lo menos ahora ve que la puerta del baño no se
cierra con pestillo, están los dos presentes, en cuanto Candela está enjuagada
de jabón, Amalia la saca de la bañera, la seca le pone el pijama y le da la
cena. La abuela no existe, está pero como si no estuviera, de golpe ha
envejecido diez años más, de los que ya de por si, tiene. Candela tiene cinco
años, nadie sabe muy bien porqué, pero tiene a su hermano Edgar todo el tiempo
posible en sus brazos, unos bracitos pequeños, todavía demasiado frágiles para
cargar con su hermano que no para de sonreírle y pasarle la mano por la cara,
lo hace con el brazo derecho, con el izquierdo no puede, no llega, tiene una
deformación en la espalda, que le impide llevarse el brazo a la cabeza.
El
pediatra dice que ha nacido con una deformación, que bien pudiera ser
congénita, porque le afecta a la columna vertebral también, escoliosis tiene
por nombre esta deformación, es imposible saber, si es debida a una
malformación congénita o a un trauma físico. Amalia está segura de saber la
causa, Candela no olvida a pesar de su corta edad, lo sucedido en el baño
aquella noche de hace ya bastante tiempo. Que se sepa, los niños no cuentan el
paso del tiempo lo mismo que los mayores, saben que pasa el tiempo, pero no
saben acertar a saber, de que modo lo hace.
Candela dame al niño que voy a darle el biberón… Ella se lo queda mirando fijamente, con ojos
no de odio, los niños no saben odiar a esa temprana edad, pasa como con lo del
tiempo. Su mirada es fría, fría como el buen acero toledano, nadie le ha enseñado
a mirar así, o quizás sí, la poca vida que lleva vivida, pero el caso es, que
no le responde y arrima a su hermano contra su pecho. Ahora somos uno, parece
decirle, ¿haber si tienes huevos de levantarnos a los dos juntos del suelo?
Poco
tiempo tarda en descubrir el novio de su madre, que allí no tiene nada que
hacer, se va y lo anuncia, como si fuera el presidente de una nación, que
anuncia su dimisión, con grandeza, con la grandeza que a una hora u otra
manifiestan siempre los cobardes.
Amalia
encuentra un trabajo aquí y otro allí, por horas, mal pagada, y ahora, sin la
protección nuevamente de un hombre que la proteja, que la cubra, lo mismo que
ella necesita cubrir a alguien. Esta vez, Candela al volver del colegio, la
encuentra haciendo maletas, parece que se marcha de viaje pero se equivoca, son
los tres, Amalia y sus dos hijos se mudan de casa. Candela ya no pregunta nada,
todavía le falta cierto grado de comprensión del mundo de los mayores, el
motivo que les lleva a hacer o decir determinadas cosas, se limita a imitar a
su madre. Entra en la habitación que ocupan los dos hermanos, Edgar está
durmiendo en su cuna de IKEA, el pequeño parque que es el lugar donde juega
habitualmente ya no está, pregunta a su madre que se ha hecho de él. Se lo he regalado a una vecina, la casa
donde vamos a vivir los tres tiene hasta piscina Candela, ¡ya verás que bien
que lo pasaréis allí tú y tu hermano!
¿Y la abuela qué mamá? No
quiere dejar su casa pero vendrá a veros cuando queráis, y cuando llegue un fin
de semana, vendremos a verla nosotros. ¿Este sábado que viene?, solo faltan dos
días.
Candela
de manera inconsciente, comienza a saber contar el tiempo, en el colegio le han
enseñado los días de la semana, a contar las horas y las semanas, hasta los
meses del año y que sucede en cada temporada. Eso, hace, que no vea con agrado
el cambio de domicilio. Edgar todavía está muy lejos de lograr entender los
acontecimientos, duerme, llora cuando tiene hambre o está sucio, juega con su
espalda tullida a lo que puede, y vuelve a dormirse. Amalia, perfumada hasta
límites extremos, vestida como casi siempre va, medio desnuda porque además
este año se ha adelantado un poco el verano, espera fumando en el balcón del
piso de su madre. Candela ven hija mía -le dice la abuela-, cuida mucho de tu
hermano, dame un beso grande, grande, y abrázame fuerte hija mía. Amalia con el cuerpo apoyado sobre una
pierna, enseñando el insignificante tanga rojo que lleva puesto, se vuelve y
mira y mira con indiferencia a su madre, luego vuelve a asomarse al balcón
esperando que llegue alguien.
Recibe
una llamada al móvil e instantáneamente, estira el brazo hacia la calle
haciendo una señal moviéndolo arriba y abajo. Junto a la puerta del bar que hay
justo debajo, se para, un hombre mayor saca la cabeza por la ventanilla del
coche y luego desciende, ha dejado las luces de emergencia encendidas, se sube
el pantalón y mira hacia arriba, Amalia está esperando este momento para darse
la vuelta y agacharse hacia la calle, solo eso hace, recoge algo del suelo,
cuatro hojas muertas de unos geranios y entra en casa Venga que ya nos vamos, si te dejas algo
Candela no te preocupes, dentro de pocos días vamos a volver a ver a la abuela,
anda despídete de la yaya.
¡Que
frase tan apropiada esta…! la verán de nuevo si las circunstancias lo permiten,
y ya se sabe que las circunstancias son un poco como el tiempo que hace, por la
mañana sol y por la tarde tormenta, o al revés. Antes de bajar a la calle y
subir al lujoso coche, Amalia entra en su habitación por última vez y se vuelve
a empolvar la nariz.
¡Que
tal como estás… bueno, veo que más guapa que nunca! Va tu siempre con lo mismo, adulador. ¿Quién es esta criaturita? Mi hija Candela y en el canastillo Edgar,
el pequeño. Pues venga, que no podemos
perder tiempo, tengo una reunión esta tarde a las cinco en punto con el alcalde
de mi pueblo.
Candela,
sentada detrás, con su hermano sujeto por el cinturón que atrapa el canastillo
de plástico, no hace más que tocarle la carita, le acaricia la nariz, sabe que
así ríe enseñando esta boquita rosada desierta de dientes. Amalia ya está en su
mundo de nuevo riendo como una loca, pasándole la mano arriba y abajo del
pantalón de su nuevo ¿amigo, amante, protector, futuro padrastro?, va, quién
sabe. ¡Que rápido está madurando Candela! más de lo conveniente, por supuesto
que tendrá que esperar mucho para llegar a saber lo que el amor significa. Con
el paso de los años, tendrá que aprender primero lo que es estar enamorada,
como su madre no por supuesto.
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