martes, 1 de julio de 2014

PATITO AMARILLO


                                           PATITO AMARILLO


Lo fue en un tiempo, hace ni se sabe de esto, cuantos años pasaron, ahora el pato ha padecido transformaciones, ha evolucionado, o como diría mi abuelo   -muy bien hablado él-, se ha metamorfoseado, parece una palabrota, pero no lo es.
El patito de goma, con un pequeño pito debajo, que por cierto ya no suena como cuando nuevo, se entiende que el patito con el tiempo ha crecido, le ha cambiado la voz al crecer, ahora es un pato, como todos los demás, o por lo menos desearía serlo. Lo compró una familia para hacerle un regalo a su hija, siempre andaba de acá para allá, cua, cua, cua, cua, su madre recuerda que sin saber decir palabra cua, cua, lo decía perfectamente, después aprendió a decir patito, primero “atito”, luego con el tiempo patito.
Algunas consonantes les  cuesta decirlas cuando son pequeños, después llegan las peticiones, los regalos   Papá quiero un patito.  Vivo se hubiera muerto, a esa edad no saben todavía lo que representa la muerte, o de haber crecido en aquellas circunstancias, cuando se hubiera hecho mayor lo hubieran sacrificado, se lo habrían comido, las cosas como son.
La madre ha salido de compras, después de hacer lo necesario, ha entrado en los almacenes El Barato, que está en la Plaza Universidad, ha ido a la sección de juguetes y ha comprado el patito, una medida mediana, que le cunda a la niña. La alegría que ha tenido ha sido indescriptible, sentada sobre una mantita en el suelo, lo ha cogido con cariño y lo ha mecido entre sus brazitos.    No hagáis ruido, que lo estoy durmiendo. 
La niña ha crecido, el patito también, parece que haya suplicado, a quién lo ha heredado, que le repase los ojos con boli, de otra manera no puede ver bien donde va a parar, ni lo que hacen con él. En un acto de bondad extrema, alguien le ha redibujado las alitas, que ya han perdido su lustre, aparte de otros rayajos que decoran de forma esperpéntica, la cabeza, el cuello y la cola. No tiene consciencia de que si tuviera patas como los patitos de ahora, ya más modernos, podría caminar y desplazarse, aunque fuera de manera mecánica.
De amarillo no queda nada, casi todo él es blanco parduzco, un color indefinido que le hace perder identidad ante otros compañeros más nuevos. Pero a diferencia de estos, ¡tiene tanto que contar…! probablemente, si pudiera hablar, no creerían la mitad de la vida que ha llevado. Ahora va como inválido, los últimos niños propietarios, le han rajado el lomo y lo han llenado de grava para que pese más, además lo han clavado a un trozo de tabla plana, y con un cáncamo en la punta, han atado una cuerda de plástico para tirar de él.
Sabe que le queda poca vida de juguete, posiblemente sea el último verano que disfruta su artificial vida, está medio pegajoso, del calor que hace en el balcón de las viviendas baratas donde vive, está cansado, nunca ha cerrado los ojos, nadie sabe si está o no contento, con la vida que ha llevado, de cualquier forma, no se ha quejado nunca así que… ¿cómo se le podría ayudar?, los expertos en juguetes ya le habrían dado el pasaporte, les interesa vender, y este patito amarillo, ha dado demasiada lata.
La verbena de San Juan, alguien lo deposita encima de una pila de leña, comienza el fuego y el patito sonriente, se va fundiendo como hacemos los humanos. Posiblemente veamos en este pequeño relato, recuerdos de infancia que nos son familiares, ahora ya mayores, de alguna forma nos vemos abocados a circunstancias parecidas, y quién sabe si con el mismo fin, que el del patito amarillo.



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