SABER PERDER
No
lograr lo que uno quiere no es síntoma de fracaso, llegar a tener el convencimiento
de que esto es así, que por mucho que haga no logrará nada positivo, es como
saltar de un avión, convencido que no va a llegar a destino, porque se va a
estrellar antes de tocar tierra.
Seguro
que todos, hemos conocido a personas así en un momento u otro de la vida. A
veces son solo personas con un pesimismo que los domina, vienen de fábrica así,
salen con este estigma, del mismo modo que otros salimos con otros defectos
mucho peores. Somos producto de la imperfección humana, es necesario pues, que
heredemos los frutos de esta imperfección. Y en esto, entramos en una especie
de ruleta rusa, a quién le toque le toca. Recuerdo con total claridad, el caso
de un matrimonio amigos míos que al cabo de poco más de un año, desesperada
ella porque no quedaba preñada, se echó a la bebida. Al final, no hubo momento que
yo recuerde, verla sobria, sin embargo, a fuerza de insistir y con todo el
apoyo de su marido Richar, quedó encinta.
El
bebé nació alcohólico, su madre, no pudo conseguir dejar de beber a tiempo,
arrastró consigo ese destructivo vicio, hasta el punto de pasárselo a su
descendencia. Al pobre niño, le tocó perder, su madre en cambio se recuperó con
los años.
Jamás
se lo perdonó a ella misma, desapareció un día cualquiera, sin que jamás, se
volviera a saber nada de ella. Ahora, habían perdido todos, el marido que se
quedó solo, el niño que enfermo, se crió con los abuelos, y la madre, que ve tú
a saber donde pararía, ni lo que haría para sobrevivir. Es bien sabido que
estos problemas y otros parecidos se cuentan por millones, eso es lo hace, que
la vida sea más soportable, el dicho lo deja bien claro “mal de muchos,
consuelo de tontos”.
Otros millones de personas, nacen perdiendo
por otros motivos, en muchas de las repúblicas de África, los niños desde que
comienzan a saber andar, son reclutados para matar, con ocho diez años son expertos
fusileros, matan sin conciencia de lo que significa quitarle la vida a otro ser
humano, han nacido para eso, sus más tiernos recuerdos infantiles, van
asociados a los Kalashnikov, a las balas que lleva cada cargador, como deben
disparar para hacer más daño cuando alcanzan a sus víctimas. Pierden a sus
padres, su padre es el oficial de turno, a él obedecen ciegamente, no les
importa morir porque no conocen el valor de la vida, de nuevo otra vez, pierden
todos, padres, los propios niños y hasta los generales, que son traicionados en
un momento u otro, y ejecutados, efímera vida esa.
Y
nosotros aquí, en países desarrollados, lamentándonos porque hay alguien a
quién amamos, que no nos corresponde, ¡que tragedia! ¿A sí? pues ahora se va a enterar… Y comenzamos con venganzas vanas, que nos
envuelven cual manto de niebla, que termina por no dejarnos ver más haya, de
nuestras propias narices. Hasta que finalmente, nos encontramos casados quizá,
con alguien a quién no amamos de verdad, que es solo un espejismo del amor
deseado y que no hemos sido capaces de alcanzar.
Hay
que saber perder, somos una gran mayoría los que nos encontramos en esta
situación, con la salvedad de aquellos que antes de ver como se queman sus
naves, se retiran a tiempo y alejan los
problemas. Como los boxeadores, que una vez se ven perdidos ante la paliza
recibida, bajan la guardia, para que termine el combate, está prohibido golpear
a una persona que no se defiende en este deporte.
No
hay derrotas definitivas, más bien, posibilidades de volver con fuerzas
renovadas, con tiempo y haciendo buen uso de la paciencia, se puede volver para
ganar, o para perder de nuevo… ¿Qué importa si para esto hemos nacido? Para aceptar
triunfos y las más de las veces… derrotas.
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