viernes, 18 de julio de 2014

SABER PERDER.


                                                        SABER PERDER


No lograr lo que uno quiere no es síntoma de fracaso, llegar a tener el convencimiento de que esto es así, que por mucho que haga no logrará nada positivo, es como saltar de un avión, convencido que no va a llegar a destino, porque se va a estrellar antes de tocar tierra.
Seguro que todos, hemos conocido a personas así en un momento u otro de la vida. A veces son solo personas con un pesimismo que los domina, vienen de fábrica así, salen con este estigma, del mismo modo que otros salimos con otros defectos mucho peores. Somos producto de la imperfección humana, es necesario pues, que heredemos los frutos de esta imperfección. Y en esto, entramos en una especie de ruleta rusa, a quién le toque le toca. Recuerdo con total claridad, el caso de un matrimonio amigos míos que al cabo de poco más de un año, desesperada ella porque no quedaba preñada, se echó a la bebida. Al final, no hubo momento que yo recuerde, verla sobria, sin embargo, a fuerza de insistir y con todo el apoyo de su marido Richar, quedó encinta.
El bebé nació alcohólico, su madre, no pudo conseguir dejar de beber a tiempo, arrastró consigo ese destructivo vicio, hasta el punto de pasárselo a su descendencia. Al pobre niño, le tocó perder, su madre en cambio se recuperó con los años.
Jamás se lo perdonó a ella misma, desapareció un día cualquiera, sin que jamás, se volviera a saber nada de ella. Ahora, habían perdido todos, el marido que se quedó solo, el niño que enfermo, se crió con los abuelos, y la madre, que ve tú a saber donde pararía, ni lo que haría para sobrevivir. Es bien sabido que estos problemas y otros parecidos se cuentan por millones, eso es lo hace, que la vida sea más soportable, el dicho lo deja bien claro “mal de muchos, consuelo de tontos”.
 Otros millones de personas, nacen perdiendo por otros motivos, en muchas de las repúblicas de África, los niños desde que comienzan a saber andar, son reclutados para matar, con ocho diez años son expertos fusileros, matan sin conciencia de lo que significa quitarle la vida a otro ser humano, han nacido para eso, sus más tiernos recuerdos infantiles, van asociados a los Kalashnikov, a las balas que lleva cada cargador, como deben disparar para hacer más daño cuando alcanzan a sus víctimas. Pierden a sus padres, su padre es el oficial de turno, a él obedecen ciegamente, no les importa morir porque no conocen el valor de la vida, de nuevo otra vez, pierden todos, padres, los propios niños y hasta los generales, que son traicionados en un momento u otro, y ejecutados, efímera vida esa.
Y nosotros aquí, en países desarrollados, lamentándonos porque hay alguien a quién amamos, que no nos corresponde, ¡que tragedia!    ¿A sí? pues ahora se va a enterar…  Y comenzamos con venganzas vanas, que nos envuelven cual manto de niebla, que termina por no dejarnos ver más haya, de nuestras propias narices. Hasta que finalmente, nos encontramos casados quizá, con alguien a quién no amamos de verdad, que es solo un espejismo del amor deseado y que no hemos sido capaces de alcanzar.
Hay que saber perder, somos una gran mayoría los que nos encontramos en esta situación, con la salvedad de aquellos que antes de ver como se queman sus naves, se retiran a tiempo y  alejan los problemas. Como los boxeadores, que una vez se ven perdidos ante la paliza recibida, bajan la guardia, para que termine el combate, está prohibido golpear a una persona que no se defiende en este deporte.
No hay derrotas definitivas, más bien, posibilidades de volver con fuerzas renovadas, con tiempo y haciendo buen uso de la paciencia, se puede volver para ganar, o para perder de nuevo… ¿Qué importa si para esto hemos nacido? Para aceptar triunfos y las más de las veces… derrotas.


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