jueves, 10 de julio de 2014

MI ALIMENTO


                                                   MI ALIMENTO


No hay diferencia alguna entre el verano y el invierno a la hora de alimentarme, siempre me alimento de lo mismo.
Dicen que en invierno conviene comer más cuchara, se necesitan más calorías, bien, puede ser, pero particularmente a mí no me afecta eso. No es porque sienta o no la necesidad de comer más variado, tampoco, lo reconozco, soy de estos que andan solo comiendo frutos secos y verduras o legumbres.
Cualquier cosa me está bien, sea una época u otra. Ahora bien, si no me alimentara del prójimo me moriría, he que no soy antropófago, no, de eso nada. Hablo de sentir el calor de una conversación, de una charla, de intercambio de estímulos, que me nutren más que un buen pote gallego. El comer en todo caso es secundario bien pensado, te llena la barriga eso sí, pero al poco tiempo todo va a parar a la cloaca.
Me gusta ir lejos con la gente con la que hablo, viajar con la imaginación me sacia. Es mejor que cualquier otra cosa, que podamos meter entre pecho y espalda, más útil y sobre todo más digerible, más sano. No te produce ardores, te ayuda a pensar, a ventilar telarañas que empañan nuestra mente, factores que son irreconciliables con el afecto.
¿Qué importancia puede tener el plato, comparado con esto? Ninguna, seguro, es incomparable, ver como uno puede seguir creciendo, a pesar de tener ochenta años… es glorioso. La barriga no piensa, la mente no cesa de hacerlo, siempre está en progreso, siempre te puede seguir alumbrando, siempre aprendiendo. ¿Qué somos los humanos sino eso?, eternos aprendices de la vida, desear seguir siéndolo es mi meta, mi alimento.
Es un régimen seguro, no engorda ni tiene efectos contraproducentes, no se come glóbulos blancos, ni entorpece la circulación, ha menudo me pregunto…  ¿tan difícil es de seguir? No encuentro la respuesta, nos gusta hablar de nosotros, ser escuchados por otros, es una necesidad humana como el comer, beber o respirar. Tendríamos tantos amigos verdaderos si eso fuera así, estarían dispuestos a dejar la piel, en su intento de salvar la nuestra, ¿no es hermoso esto?
Alimentarse de cariño mutuo, de amor legítimo, del amor al que hacían referencia los griegos, amor “ágape”, un amor que evita la autocomplacencia, que invita de manera obligada por puro humanismo, a darse a los demás. ¡Qué magnífico alimento ese! aunque resulte en un desgaste sustancial de aquel que lo derrama sobre los demás, ese amor se proporciona de manera consciente, sabiendo a quién se da y lo que significa el hacerlo. Lejos del amor físico, de ese amor pasional y casi animal, que también da buenos resultados a su manera, pero en circunstancias bien distintas.
Me alimento de esto, ese es mi régimen, y eso me proporciona grandes beneficios, este es otro resultado de este régimen, el beneficio de resultar útil a otros, si conviene, de gastarse, cuanto más lo haces, más engordas, en el sentido figurado de la expresión. Quiero hartarme de vivir así, siempre alimentándome de los productos de la Tierra, la que produce a seres humanos, sensibles, de sentimientos firmes, están rodeados de un halo de humanidad y carisma, carisma que se adquiere a base de comer de este alimento noble, el roce humano, el intercambio de ideas, la disposición de aprender y el deseo de ser grandes.
Grandes son aquellos que deciden serlo, los que hacen de este alimento, la clave para crecer.


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