DEMASIADAS CUERDAS
PARA UN VIOLÍN VIEJO
Las
personas tenemos un uso determinado por nuestra propia naturaleza, esto no se
puede cambiar. Hay gente que son especiales eso es cierto, tienen determinadas
cualidades que otros no tenemos, por ejemplo inteligencia, hay quién tiene un
coeficiente intelectual que deja pasmado a cualquiera. Otros en cambio, tienen
capacidades extraordinarias, para las artes plásticas.
Esto,
lo digo como prólogo, al personaje del que quiero hablaros, Conrado. Ese hombre
era un fuera de serie, alguien digno de verse, trabajaba no sé porqué ni como,
en cien trabajos diferentes, en todos ellos era un maestro, sabía de todo.
Cuando yo lo conocí, -hace ya bastantes
años de esto-, estaba de sommelier en un hotel de lujo, ¡no veas que planta
tenía el prenda!, con su traje de pingüino, cuello duro y lazo, y del bolsillo
del chaleco, colgaba una cadena de oro gruesa, con una pequeña concha hecha a
mano por algún artesano joyero. ¡Que gozo hacía Conrado, con la cabeza
levantada, el pelo engominado y sacando pecho!, una escultura andante, lo que
te digo.
Entablamos
amistad, por un amigo común que lo llamaba de vez en cuando, para que hiciera
catas, de vinos que coleccionaba, una bodega digna de un rey, en eso gastaba su
pasta ese amigo mío, tenía una buena casa eso sí, y venía gente importante
invitada a comer y cenar, los banqueros son así, se engalanan cuanto pueden
para impresionar a otros. Digamos que Miguel,
que no es el nombre verdadero del banquero, -está cambiado por
necesidades de identidad-, era un tipo atractivo para el dinero de otros, por
algo es banquero. Claro está que con Conrado de escolta de vinos, tenía éxito
seguro, al sacar de su bodega, determinadas cosechas para disfrute de los
amigos, que no eran más que inversores. Luego cuando marchaban de su casa, se
reía de ellos, les conquistaba la pasta y punto, lo que a él le interesaba, el
dinero.
Que
provecho sacaba Conrado de todo esto, contactos, pero contactos serios no
creáis, señoras imponentes, que no estaban bien atendidas por sus maridos,
mujeres necesitadas de cariño, de atención, lo que todo ser humano necesita
vamos. Doña Júlia de Alcaraz era una de ellas, más que guapa, hermosa mujer,
sin embargo su marido, siempre viajando, siempre con problemas que tenía que
solucionar personalmente… ¡Que poco sentido del deber! claro, el deber es algo
que cada cual, mide a su forma y manera, no hay ningún modelo estándar, eso es
como el amor, cada cual sabe lo que quiere decir cuando dice a su pareja… ¡te quiero tanto, tanto!
¿No
es así?, ese tanto puede ser también por la palabra mucho, mucho más que tú a
mí. Aunque eso no se debería decir, es degradar a la otra persona, y en eso del
amor, no hay que ofender a nadie, por razón que uno crea tener. Conrado se
aprovechaba de estas dudas, de estas imprecisiones y con jaculatorias dirigidas
a nadie en especial, halló la dirección apropiada, para interferir en las
necesidades de Júlia. Y al condenado le fue bien, tan bien, que ella misma lo
recomendó a otra amiga suya, amiga que se encontraba en las mismas
circunstancias que ella. Está muy claro que no era amor lo que buscaba Júlia,
bueno amor sí, pero no del amor este que ejerce una influencia que te posee
para siempre, que te prenda de la otra persona, que tienes hijos con él, que
duermes todas las noches con la cabeza sobre su pecho.
Anita
San Millán fue pues, la segunda cuerda del violín, es fácil adivinar que el
violín es Conrado. Hay que ver como lo
toca Júlia, es para ponerse a morir -le
decía Anita a Júlia-, que temperamento, que experiencia, que talento tiene este
hombre por dios, te juro que no sabía que pudiera existir alguien así. Fíjate tú, las ganas que tenía esta pobre
mujer, de ser querida. Lo malo de esto fue, que la fama de Conrado fue “in
crescendo”, y así llegó el momento, que a Conrado le faltaba violín para poner
más cuerdas, en el mástil del violín solo caben cuatro para que sueñe bien, eso
si el músico tiene la escuela necesaria, para poder deleitar al público con su
música.
Así,
del mismo modo, llegaron Victoria y Alicia Casares, ¡que hermosas féminas
todas, y que carreras tenía que hacer Conrado, para pasar un tiempo, con todas
ellas un poco! Llegó a viejo tocando el violín con intensidad, hasta con
sentimiento, pero esa caja minúscula, su corazón, le dijo llegado el tiempo
basta ya. Ninguna de aquellas cuerdas, quiso abandonar el instrumento, todas
ellas, se acostumbraron a vibrar junto
con aquel aparejo de clavijas y tensores, el puente de marfil que las tensaba
era perfecto, el artesano responsable hizo un gran trabajo.
El olfato
y el paladar, no ha medrado, al contrario, ha crecido con la experiencia, de
notar dentro de su boca, los caldos que con sus peculiares aromas, se alojaban
en su boca para ser juzgados por el sommelier experimentado, pero en cuanto a
las demás virtudes que tenía cuando era joven, se fueron agostando poco a poco.
Hacía años, que era jefe de bodega del hotel donde trabajaba, hasta que le
llegó el retiro, la jubilación, esa parte de la vida en la que te dicen Aquí ya no hay nada que hacer para ti, te
toca descansar, ya has hecho tú trabajo, y lo has hecho muy bien, es hora de
dar paso a otros, que tengan la oportunidad de vivir como tú lo has hecho, de
sentir las sensaciones de esos deliciosos caldos en la boca.
Pero
en cambio, no le preocupa estar alejado del trabajo, siempre, uno u otro lo
reclama, para que le de su parecer sobre lo que acaba de adquirir, una remesa
de vinos, que le han dicho que son de buena añada. Él va y juzga, se sienta y
se concentra, pone todos sus sentidos alerta para no equivocarse, y cumple.
Mientras, otras mujeres, la mayoría de su edad, se fijan en él, “el que tuvo
retuvo y guardó para la vejez”, eso se dice en el dicho. A esto se le llama
oficio, y aunque parezca mentira, todavía tiene donde escoger, a veces entre
mujeres de mediana edad, que solo por curiosidad, se acercan a él y se dejan
raspar con el arco de su violín.
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