EL
TEJADOR
Pocos
pueden presumir entre los artesanos de entonces, que la gente lo esté esperando
como aguas de Mayo. Siempre en la misma época del año, Cipriano y su hijo Gallardo,
son dos de los más esperados en las casas castellanas, a veces rayos, otras el
deterioro lógico de las tejas, los años, que hace que se rompan de tanto
expandirse y contraerse con los cambios del tiempo. Eso es a lo que se dedican
ellos, padre he hijo, son tejadores. Y no tejadores cualquiera, son artesanos
en el más pleno sentido de la palabra. La gente queda tan contenta de su
trabajo, que aun pasando otros ofreciendo sus servicios, la gente espera un
poco más aunque sufran goteras, y prefieren a que pasen Cipriano y Gallardo,
ellos sí que trabajan bien, a buen precio y sin dejar nada al azar.
Hay
mucha gente que los quiere, que lo quieran a uno por su trabajo no es fácil,
pero se hacen querer, porque además de ser los mejores en su arte, son compasivos.
Sin ser religiosos, sin creer en dioses que nunca se dejan ver, ellos hacen
buenas obras, aciertan a ver en los ojos de la gente, al que necesita de sus
servicios y no les puede pagar. No importa, ellos se ofrecen a estas gentes,
colocan las escaleras en el lugar apropiado y suben para reparar las tejas
rotas, que no es otra cosa que reponerlas, las tejas rotas no se reparan, se
desechan y ya está.
Al
joven Gallardo, le duele que alguien le diga que no les pueden pagar, entonces
redobla esfuerzos, siempre piensa lo mismo
Entre la tierra y el cielo, esta familia solo tienen el techo de su
casa, hay que ayudarles, a que puedan ver las estrellas desde la era de su
casa, no por los huecos que hay en el tejado.
Cipriano
va a remolque de su hijo, le falta medio pie derecho, de un accidente que tuvo
arando el campo que tiene junto a su casa, en su pueblo. Antes era él el jefe, ahora
conduce el carro entoldado con su mula Sancha, como nadie lo haría, siempre va
sentado en el varal del carro, con las piernas colgando, dice que se va más
cómodo, por si tiene que echar el pie a tierra para mear, que con los años es
mucho más ha menudo que antes, cosas de la vejiga. Sancha no para aunque
Cipriano se baje, sabe que los alcanzará, más pronto que tarde. Antes discutían
mucho hijo y padre, el segundo miraba por los beneficios de un oficio que, además
de pocos dineros es muy duro, el hijo habría trabajado de balde la mitad de las
veces, unas veces solo por comida y cobijo, otras, solo por yacer con una moza
que supiera agradecer los esfuerzos que ambos hacían.
Todo
ha cambiado, Cipriano con ese olor a cebolla que lo caracteriza, olor a ajo y
queso viejo, a vino fuerte, cabezón, todo ese régimen le trajo en sus días
jóvenes, fuertes ataques de gota, que supo tratar a tiempo un vecino suyo, a
golpe de remedios de hierbas y pócimas. Un vecino árabe del pueblo, que huía
con su mujer y tres hijos, de las persecuciones en la Alpujarras, le curó a
tiempo. Cipriano lleva a su hijo adonde le manda, solo que él, sigue ordenando
las paradas, conoce las flaquezas de Sancha, su mula, cuando la ve cabecear
arriba y abajo, va y para, está cansada, esta agradece que su dueño la
comprenda aunque no le diga nada. Gallardo el hijo, no lleva mapa alguno, ni
planos de los pueblos y pequeñas ciudades que deben visitar, ellos llegan desde
Argamasilla del Campo, conocen el territorio como la palma de su mano, y a las
gentes que dejaron la pasada temporada con trabajos a medio hacer, porque
estaban ensanchando la casa, el granero o la cuadra. En la medida que pueden
siguen el Guadiana, sirve de bebedero para la mula, y bañera para los tejadores.
Ni
se tienen que anunciar cuando llegan a un pueblo, solo entrar en la taberna, ya
los están reclamando para comenzar el trabajo, después de convenir el precio…
al tajo se ha dicho. También hay casadas que esperan al tejador Gallardo, sus
maridos están en las guerras intestinas, que los condes y marqueses pagan, los
prioratos entonces, estaban llenos de tumbas y hospitales para esos hombres,
sus mujeres no saben si van a volver o no.
Mira -le dice Gallardo a una
mujer joven aunque casada- hasta en mi pueblo hay una casa, donde tienen
encerrado a don Miguel de Cervantes, fíjate como andan las cosas…
Y
así, entre tejados y camas, van caminado los dos por esos caminos castellanos. Dinero
no les falta, comida tampoco, siempre truecan parte del trabajo por comida
caliente, es una máxima de este oficio, trabajar y procurar vivir lo mejor que
se pueda, sin perjudicar a nadie. ¡Cuantas no echarán de monos a los tejadores,
sobre todo a Gallardo, la naturaleza lo ha dotado de fuerzas sobradas para
estos quehaceres. Después de un mes y poco o dos, vuelven a casa satisfechos, Cipriano
azuza a la mula en el camino de vuelta a casa, como el hogar no hay nada, allí
no les espera nadie, más que un par de perros y la vaca, que un vecino cuida
aprovechando la leche y haciendo quesos para él y los dueños de la vaca, María se
llama, y responde a su nombre a pesar de que algunos no lo crean cuando lo
cuentan.
Entonces,
ya en casa, Cipriano se harta de dormir, un par de días enteros, con el orinal
bajo la cama, en cambio Gallardo, sale como una saeta del arco, en busca de
buena compañía, que sabe que encontrará fijo, pues si a los lugares adonde van
los esperan, cuando vuelven otras esperan a que les repare el tejado el
tejador.
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