VEINTE
METROS CUADRADOS
Bastián
lleva andados ya, más de cien kilómetros No es un camino cualquiera este que ha
emprendido hace dos semanas, a la muerte de su padre lo han desahuciado, ha
tenido que marchar al campo.
Menos
mal que el abuelo fallecido también, tiene desde hace ni se sabe cuántos años
ya, un par de buenas terrazas de viñas muy antiguas, como sea que nadie se ha
encargado de ellas, han pasado como su familia, a mejor vida. En los últimos
años se sabe que han habido problemas con algunos propietarios a quienes el
gobierno ha expropiado, con el fin de hacer pasar por sus tierras un tren de
esos tan modernos, van tan rápido, que tienen que evitar cuantas curvas puedan
en determinados tramos.
Las
tierras de su abuelo se han salvado por eso precisamente, por estar
escalonadas, dos terrazas que en su día costaría hacerlas. Grandes piedras del
monte, sirvieron para contener la tierra más alta. –Hay que ver lo esforzada que era la gente
entonces, la hostia, igual estuvieron años para hacer estos desmontes ¿cómo lo
hicieron si no sabían de ingeniería ni nada por el estilo?-. Eso se lo
pregunta, porque aunque lleva tres años parado no es tonto, ha ido a la
escuela, sabe lo elemental, pero a nadie se le escapa el esfuerzo que requiere
hacer una obra de esta envergadura. La terraza más grande, con las vides ya
podridas, hechas serrín la mayoría de ellas, tiene cómo cien metros de largo
por veintiocho de ancho, eso es lo que deduce dando grandes pasos para medir a
vuela pie el terreno.
La
terraza de abajo es más pequeña, desciende a ella por un pequeño camino por la
que apenas caben dos personas juntas, gira de golpe y ya entra de lleno en
aquel otro trozo de tierra y piedras que al no ser trabajada se dejan ver más
que aquella tierra entre roja y negra que cubre la superficie del plano. Las
manos en la cintura, con el viento del otoño golpeando con fuerza su cara, se
da cuenta que hasta el valle, que recorre un finísimo hilo de plata que es el
rio Alamar, quizás ha sido obra de un gigante ya desaparecido, el que ha hecho
estas escaleras para llegar a la ermita que hay en lo alto de la montaña.
Deducciones
de un soñador, de un chaval que con solo dieciocho años se ha visto forzado a
cambiar de estilo de vida, de la ciudad al campo cómo si alguien le hubiera
dado un golpecito en la espalda y lo expulsara de su ambiente, en el que nació
y creció. Aunque… bueno, aquí, los aires son bien distintos, se respira aire
puro y no hay ratas por las calles, hurgando entre las basuras cómo en su
barrio hacían.
Sube
de nuevo a la terraza de arriba y se acerca a una especie de refugio de piedra,
recuerda que su abuelo le hablaba del pellazo que había en la terraza grande,
allí es donde pasaban los días de vendimia.
–No hay lugar mejor que ese para resguardarse del sol y la lluvia hijo,
y el agua pasa por el lado interior, llega desde un manantial desde la ermita,
dicen los lugareños que es agua bendita, a mí me lo parece ¿sabes?, llega
regalada desde su nacimiento, ¡y buena… que ni te imaginas!-
Bastián
recuerda a su abuelo cuando le decía estas cosas, le explicaba mil historias de
lo felices que eran él y su abuela cuando iban a la vendimia de su tierra.
Recuerda hasta el nombre que tenía la mula que usaban para esas labores del
campo, Golfa.
O
me quedo aquí y reparo esta choza para vivir, o bien vendo esto a quién lo
quiera, pillo los cuartos y me busco una casa y un empleo. Se ha dormido
temprano, después de una cena, a base de queso y unos buenos tragos de vino de
la bota que siempre lleva en bandolera durante este viaje, en un lecho de paja
seca, una manta y el saco de dormir, comienza a soñar. Lo despiertan el ruido
de varios cencerros, ganado lanar que en compañía de un pastor pasan por mitad
de sus terrazas, cabras la mayoría, el pastor que las conduce, silva al perro
de lanas marrón claro que vigila a su dueño, y sale a toda prisa en busca de
dos cabras que querían tirar para el monte.
-Buenos
días buen hombre, sí que madruga usted… solo son las seis de la mañana…
-A
las buenas, ¿tú quién eres?, joder… tienes toda la pinta de ser de los Álvarez.
-Así
es, soy el nieto de Aniceto.
-¡Me
cago en la…! ¿Y qué haces por estas tierras hijo?
-Si
puedo, es decir, si soy capaz, he venido para quedarme a vivir aquí.
-Bueno
vale, pero eso sí, es un consejo de viejo que de estas cosas entiendo, antes
que lleguen las lluvias repara bien el techo, comprueba las vigas de madera y
el ventanuco de la salida de humos, hazte de leña que aquí los inviernos son
largos y dolorosos. Mira ¿sabes qué?, te enviaré a Marino, esta tarde estará
aquí contigo para echarte una mano, aprecia su ayuda chaval que por aquí hay pocos
cómo él.
-Gracias…
¿Cuál es su nombre…?
-Salustrio
y mi perra que es más lista que yo Susa, hasta pronto, por cierto ¿y tu nombre?
-Ah,
es verdad, no se lo he dicho… Bastián.
-Ala
pues, hasta luego Bastián.
El
“hasta luego Bastián” de Salustrio, ha sido de una semana y media, ha llegado
en el coche de línea que lo deja a cuatro kilómetros del pueblo, le gusta ir
andando hasta su casa, por eso, baja del autobús, una parada más allá de la que
corresponde. Con su zurrón colgando del hombro, y Susa andando a su lado,
llegan hasta el cruce donde se desvía el camino en dirección al pellazo de
Bastián.
-¡Joder,
que cambio ha dado esto…! se nota que no habéis ganduleado. Marino es una
fiera, ya te lo dije Bastián, es una ayuda inestimable a pesar de ser mudo.
-¿Nació
así o qué?
-Que
va, el padre le cortó un buen trozo de lengua porque lo había visto en un pajar
con la hija menor del chocolatero. No quería que le soltara nada a su madre, y
al bestia ese no se le ocurrió otra cosa que coger el cuchillo que siempre
llevaba al cinto y estirarle la lengua con una tenaza, ¡zas!, de un solo tajo
le cayó la lengua al suelo.
-¡La
madre que lo parió…!
-Ahora
que…, se llevó más palos que una estera, todavía debe dolerle el lomo de la que
le dimos entre todos, ¡me cago en su puta madre…! Cuatro años hace que ya no se
asoma por aquí, y más vale que continúe así, porque si aparece de nuevo ya sabe
lo que le espera.
Bastián
ha quedado conmovido por la historia, esas noticias no suelen salir por la
tele, nadie habla de ellas, salvo los lugareños, y con todo, a los cuatro días
se olvida todo. Es lo que tienen estos dos mundos, viven separados por un
sinfín de diferencias, lo que es noticia para unos es normal para otros, en
cambio en todo el valle, se ha conocido la historia, es como si con un cuerno
de carnero se hubiera anunciado lo sucedido, solo que ha pasado de boca en
boca, uno se lo ha hecho saber a otro y ese otro ha deformado la noticia, al
final muchos que ni conocen a la familia, dan por sentado que el padre degolló
al hijo, en una reyerta familiar.
Dicen
que estas personas traumatizadas por determinadas circunstancias acaecidas en
la vida, están más predispuestas a ayudar a otros, debe de ser, el deseo de que
los demás, no sean tratados como ellos lo han sido. De ahí ese incansable
trabajo, que Marino desarrolla desinteresadamente para un amigo al que ni
siquiera conoce.
-Venid
aquí los dos, ¡venga Marino tú también…! vamos a despellejar este conejo que ha
encontrado Susa, la tienes que ver cuando los persigue, se deja la piel si hace
falta, la ha empujado entre unas zarzas mortales, ha corrido hacia la salida y
allí la esperaba, no ha tenido escapatoria. ¿Es grande he?, tenemos para una
buena comida los tres, no olvidéis a Susa, que es quién más merece comer de
esta pieza.
El
fuego lo han hecho fuera de la casa, porque ya es casa aquel pellazo, tiene
veinticinco metros cuadrados, pero chico… que bien repartido está todo,
estantes curvos que se adaptan a la pared como si fuera un guante, los
sostienen traviesas semicirculares de boj, madera dura donde las haya, ancladas
a la pared en seco, por fuera las sostienen piedras primorosamente encajadas
una a otra, para que no se filtre el agua. Los bancos de tabla gruesa a lado y
lado de la mesa, aquel montón de piedras apiladas que siempre veía a su paso
por allí con su rebaño, Salustrio lo ve convertido casi en una casa, le falta
mucho por hacer, pero el rostro de Bastián refleja ahora además de alegría,
determinación.
-Buena
cama te has hecho bribón, ¿Qué piensas compartirla con alguien…?
-No
señor, esta cama es solo para mí, este pellazo es mi hogar, lo trato como un
regalo caído del cielo, es para mí, ganarle una mano al tiempo, ya que se la he
ganado, que menos que invitarlo a que se deje sentir en estas tierras…
El
conejo ya está ensartado y con el vientre abierto y limpio de todo lo no
comestible, Marino lo deja apoyado junto al fuego. Mientras hablan de cómo debe
ser la puerta que cierre el pellazo,
Salustrio la dibuja con una vara en el suelo, marca las traviesas que tienen
que reforzarla por dentro, el cerrojo que debería montar cuando esté dentro
descansando. De la luz no dice nada, ya ha visto que tiene una gran lámpara de
aceite sobre la mesa, si saca un tercio de mecha fuera, tendrá una luz de
escándalo, aquel interior parecerá una feria.
Marino
le indica a Salustrio, que ha sido él el que la ha pintado de blanco por
dentro. Este le frota la cabeza animándolo a que siga ayudando a Bastián, en
poco tiempo se han hecho buenos amigos.
Después
de comer…
-Bueno
vamos…
-¿Adónde
tenemos que ir?
-Al
aserradero del pueblo, Hernando cortará las tablas que te hacen falta para
hacer la puerta, ¡verás que puerta tendrás!, me cago en la leche, la mejor del
pueblo, será un regalo mío.
-Pero
es que esta madera costará dinero y yo tengo justo para pasar un par de semanas
más, de dinero digo, luego tendré que trabajar de cualquier cosa.
-Bueno
eso puede esperar, de momento, ahora coge lo que necesites coger de aquí y
venid conmigo. No olvides los papeles de propiedad de la tierra, se tienen que
depositar en el banco, allí debes pedir una copia de ellos, y que guarden los
originales.
Ya
es noche cerrada cuando vuelve Bastián a su casa, mañana a primera hora, debe
subir a la serrería a buscar las tablas, recogerá un serrucho que se ha
brindado a dejarle Salustrio y se pondrá a recortar las tablas tal y cómo él le
dijo. De momento la puerta no son más que cañas trenzadas unas con otras mucho
más finas que Marino ha tardado en hacer casi media mañana, no tiene bisagras,
solo es de quita y pon para cubrir la entrada. Le han dejado buena parte del
conejo que come para cenar, sobre la mesa encuentra una lechera, una hogaza de
pan tierno y queso de cabra. Una nota escueta y con mala letra dice así: “El
trabajador es digno de su salario”.
-Hola
Marino buenos días, ¿qué haces aquí tan temprano?
El
chico mayor que él le señala las tablas que ha subido del pueblo, atadas a un
pequeño remolque con dos ruedas de bicicleta.
-¡Pero
hombre… hubiéramos podido ir los dos a buscarlas, te habría ayudado!
Marino
le señala el cielo, en las montañas que hay más allá de la ermita, se divisan
nubes negras, a un lado de estas, se ve una cortina de agua que cae sobre los
pinos que hay en esta zona. El tejado seguro que no dejará entrar agua dentro,
es en lo que más se han entretenido, han cambiado alguna de las vigas de
madera, dispuesto las ramas de boj que sostienen las cortezas de alcornoques y
puesto encima de estas planchas, los entramados de haces de avena segada cosidos
con alambre galvanizado. Todo está atado al interior de las vigas del tejado,
con alambre más grueso casi sin perforar nada, si su abuelo lo viera ahora, se
le haría difícil de creer.
Claro
hay una cosa que es cierta, para cuando sus abuelos usaban aquella rústica
construcción de trogloditas, era solo para circunstancias especiales, no estaba
pensada para ser habitada, solo para resguardarse de una tormenta como la que
se avecinaba, en otros casos los pastores con un determinado rebaño de animales
se podían resguardar allí, por lo menos los más frágiles, y pequeños lechales
con sus madres.
La
gran piedra plana que subieron de bastante más debajo de la terraza baja, era
la ideal para que sirviera de desagüe en caso de que el agua golpeara contra la
puerta, escupiría toda el agua fuera. Las puntas de acero se abrían paso de
forma rápida entre los nudos de la madera y sus traviesas. El dibujo de
Salustrio, recordó Bastián, estaba diseñado como las puertas de las fortalezas,
¡que exagerado!
No
les dio tiempo de montar las bisagras en la pared, si las atornillaron en la
madera, pero las gotas de lluvia que comenzaban a caer presagiaban una de las
buenas.
-¿Marino
dónde vas… vuelve aquí hombre?
Se
hizo el sordo sin serlo, comenzó a coger de una pila de piedras planas, dos o
tres a la vez, iba calzado con botas poceras, las fue dejando caer a lo largo
del camino que llevaba hasta la cuesta de la pequeña carretera que llevaba al
pueblo, luego, dando media vuelta y pisando sobre ellas, las fue recolocando en
su lugar de forma conveniente, algunas de ellas no dejaban espacio entre sí,
unos cantos casaban de forma casi perfecta con la siguiente, así hasta que al
llegar a la gran piedra de la puerta tuvo que disponer dos piedras, una blanca,
la otra roja como la tierra que estaba pisando, se descalzó y entró en la
estancia sonriendo. Dejó caer una de sus manos sobre el hombro de Bastián, lo
miró complacido, chorreando agua, ahora estaba lloviendo de manera definitiva.
-Mira
cómo vas, te has quedado como un pez que ha saltado de la pecera.
Su
risa muda se dejó oír por un instante, se quitó el chaleco de fieltro gris y
luego la camisa, el pantalón de pana marrón lo sacudió sin sacárselo delante
del fuego, se dio la vuelta y levantó un poco los pies, los calcetines de lana
basta que llevaba puestos, estaban llenos de agujeros, no tenían puntera ni
tacón.
-Ven
a este rincón un momento anda.
Bastián
sacó de una bolsa de viaje, un grueso bulto de lana, eran calcetines de
montaña.
-Toma,
tira estos a la basura, cuando pase la tormenta iremos al pueblo y compraremos
dos o tres pares más, estos te los quedas para ti.
Después
de dos días de lluvia ininterrumpida y recia, comenzó a despejar y los primeros
rayos de sol, Bastián vio de verdad donde estaba, que era, y lo que podía
significar para él la vida en el pellazo. El perfume que despedía la tierra era
inexplicable, no se podía comparar a ninguno que hubiera conocido antes, las
tierras más bajas no las buera podido plasmar en un lienzo un maestro pintor,
se veía a sí mismo cómo el rey de la montaña, uno de esos héroes que se
muestran en las películas o los cómics, algo excepcional.
-¡Me
cago en la tormenta y la madre que la trajo…!
Esa
era la voz de Salustrio, que llegaba renegando hasta en latín. Pilló a los dos
hombres marcando el lugar donde debían ir colocadas las bisagras en la pared,
dos cuñas de madera la sostenían levantada unos centímetros del suelo.
-¿Pero
qué te ha pasado hombre, te has roto el brazo?
-Pues
sí, eso parece, ¿no te jode…? Si lo llevo en un cabestrillo por algo será…
-¿Y
cómo ha sido?
-Pues
que salieron de la cuadra dos terneros, asustados por los relámpagos y truenos,
salieron fuera rompiendo la puerta con la cabeza. Yo que vivo encima de ellos,
bajo corriendo a medio vestir por la escalera de madera, me tropecé y caí al
suelo de mala manera.
-¿Has
ido al médico?
-¡Cómo
voy a ir al médico si aquí en este pueblo, no hay ninguno!
-Entonces
eso que llevas ahí puesto, envuelto quiero decir, ¿te lo has hecho tú mismo?
-Pues
claro, ¿quién si no?
-Hay
que llevarte al médico, te tienen que poner el hueso en su sitio y escayolarte
luego.
-Va
a venir a recogerme Hernando el del aserradero, él me llevará al otro pueblo de
abajo, allí hay un centro médico que me lo solucionarán.
-¿Por
qué no has ido con él directamente al pueblo ya?
-Pues
porque le he dicho, que antes quiero que pase para que vea esto, y para que vea
cómo estás dejando esto, tiene mucha idea este hombre, a ver que se le ocurre
para que estés algo más cómodo aquí ya que has decidido hacer de esto tú casa.
Marino
estaba picando con cuidado en una piedra bastante grande, que recibiría la
parte fija de la bisagra, Salustrio se acercó a él y le mesó los cabellos.
-Ya
le he dicho a tú madre que no se preocupe por ti, que estás en buenas manos, hoy
irás ya para tu casa ¿vale?
Marino
siguió picando, era evidente que le gustaba lo que hacía, y la compañía de
Bastián, lo que le dijo Salustrio lo perturbó bastante. Por otra parte, a su
madre le hacía falta en casa, si no se cortaban los troncos secos que estaban apilados en la parte de atrás de la
casa, pasarían frio ese invierno. Desde la partida de su padre, él era el que
se encargaba de arrastrar las cepas de los olivos viejos a casa con la ayuda de
una mula y cadenas, para ser luego abiertas con cuñas de acero, un trabajo casi
imposible, para una mujer que no había dejado de ser maltratada durante muchos
años de forma física y moralmente. Determinadas fuerzas interiores te abandonan
cuando estás sometida a esta presión, quieres pero en cambio, hay una mano que
te tira hacia atrás, hay quién dice que esto va a personas, nada más cierto que
esta opinión; en cambio, nadie mejor que uno mismo conoce sus límites, sus
motivos y manifestaciones de estado de ánimo. Es muy difícil si no imposible
juzgar desde fuera el complejo mundo en el que cada ser vive interiormente.
-¡Bastián
venga coño ayuda a tú amigo, que esta tarea es de dos!
Pareció
que lo despertaran de un sueño, reaccionó enseguida preparando el cemento y
rompiendo pequeños guijarros que servirían de relleno para anclar los soportes.
-¿Estás
ahí Salustrio?
-Pues
claro hombre ¡dónde quieres que vaya con solo un remo!
-A
ver, a ver, joder… oye chaval, esto está quedando de primera.
-Bueno
tampoco es que sea un palacio, tiene exactamente veinticinco metros cuadrados.
-Ya
veo, pero oye, fíjate, en este rincón de aquí te cabe una mecedora al lado una
mesilla con un par de estantes para libros… no sé tú, pero yo aprovecharía unas
varas al lado de la chimenea cruzadas para colgar algo de matanza, algunos
chorizos y morcillas… en fin, sin tener que llegar a que se vea disminuido el
espacio.
-A
propósito, en cuanto me cure un poco del brazo de los cojones, subiremos a casa
de mi hijo, cría perros mastines además de ser veterinario, te regalará la cría
que tú quieras. Yo creo que sería buena idea que la aceptaras, puede hacerte
mucha falta en determinados momentos, no te hará muchas fiestas si es eso lo
que esperas de esta clase de perros, pero créeme, en cuanto marque sus límites
y tú le ayudes a determinarlos, te darás cuenta, que has escogido la mejor
compañía posible; cómo animal de defensa me refiero…
Después
de este comentario, todos rieron, Bastián quedó contagiado de aquella risa sana
y sin segundas intenciones, fue una reacción impensada, le salió de forma
extemporánea.
-Oye
tú no creas que estoy diciendo tonterías, tú estás de testigo Hernando… ¿a
cuántas mujeres del pueblo ha ayudado a parir Martín?
-No
sé muy bien a cuantas pero a bastantes, lo malo es que muchas familias se han
ido ya de aquí, pero seguro que las madres e esos niños y niñas, se acuerdan de
él.
-¿Lo
veis…? así que poca broma con lo que he dicho que lo digo con motivo.
Sin
que quedara nada definido, lo principal ahora era llevar al centro de salud a
Salustrio, los dos hombres, carpintero y pastor se fueron. Marino trabajaba
como si la casa fuera suya, colgando la plomada, rascando las aristas de madera
que sobresalían… al final la puerta encajó en el marco de tablas perfectamente,
no se veía siquiera la luz desde dentro del pellazo, salvo por el ventanuco y
la poca luz que cuando corría el sol, entraba por la salida de humos, conducido
este, por una chapa de metal a manera de campana rectangular, que iba de más a
menos.
Marino
se ha despedido de Bastián con lágrimas en los ojos, lo abraza y le dice con
gestos que volverá en cuanto pueda.
-Muy
bien amigo, ahora ve a ayudar a tú madre que te extrañará un montón.
Mientras
prepara la cubierta para tapar la leña, Bastián se sienta sobre un tronco y con
los codos sobre las rodillas y las manos cogidas, deja que el tibio sol
caliente su cuerpo, echa la cabeza hacia atrás, la apoya sobre un rollo de
cañas que Marino trenzó hábilmente, mira hacia el lado y observa las varillas
de rea clavadas en la pared, ¡que ingenioso es este chaval, es verdad, tenía
razón Salustrio, tiene ideas para todo! Se queda dormido, hasta sueña un rato,
no sabe cuánto, pero sueña.
Una
patada en la bota lo despierta alertado, una sombra alargada y cubierta la
cabeza por una boina le habla.
-¿Tú,
que haces aquí?
-Ahora
mismo descansando -no puede tragar
saliva, da miedo aquel tío raro vestido con un abrigo que le llega casi hasta
los tobillos-.
-Pues
venga arreando, que esto es mío, en esta época del año vengo de paso por estas
tierras y siempre paro aquí unos días.
-Este
pellazo es mío, era de mi abuelo y lo heredé yo, de manera que vivo aquí, coge
el camino de vuelta a la carretera y vuelve por dónde has venido si no quieres
salir mal parado.
-¡Mira
el hombrecito…! reconozco que tienes huevos chico…
El
ruido de un camión al borde del camino de entrada a su terraza, deja al hombre un
tanto aturdido.
-¡Salustrio
anda ven que tengo visita!
Conoce
el camión que a diario recoge la leche, y que alguna que otra vez lo ha dejado
donde ahora. En cuanto el pastor con el cabestrillo desciende por la rampa de
piedra reconoce al individuo, lleva un cuchillo colgado en un cinturón que le
llega a media pierna.
-¡Vaya
pero si es mi amigo Salustrio…!
-¡Fíjate,
si es el hijo de puta que le cortó la lengua a su hijo…! Tomás ¿cómo tú por
aquí?
-Ya
ves…, la tierra de uno que siempre tira, la añoranza, ¿cómo te diría…?
Bastián
estaba tenso como un arco a punto de saltar sobre aquella bestia, temía el
cuchillo de grandes dimensiones que llevaba atado al cinto y que tenía sujeto
por el mango, a punto de desenfundarlo.
-Venga
ya Tomás, no se te ocurra hacer tonterías, vuelve a bajar estos lares y
piérdete de una puta vez para siempre.
-¿Y
cómo piensas obligarme a hacerlo viejo tullido?
-Con
esta que llevo aquí siempre, por si me encuentro con alguna alimaña.
Sacó
del bolsillo un revolver que aunque viejo se veía en buenas condiciones. Tomás
dio un paso atrás, no pudo evitar fijarse en el arma cuando Salustrio tiró del
percutor hacia atrás y la amartilló dispuesto a todo. Bastián fue rápido, en la
mano tenía una rama todavía cruda de olivo, ochenta centímetros de largo y del
grosor de un bate de beisbol, haría daño sobrado a Tomás.
El
chico enfebrecido por el recuerdo de lo que hizo con su hijo Marino, le
golpeaba las piernas una y otra vez, los huesos crujían como ramas rotas, los
gritos de Tomás no le importaban a nadie, los pajarillos no dejaron de cantar,
quizás se felicitaban de aquel acontecimiento del que ellos, solo eran meros
espectadores. Salustrio ya se había apoderado del cuchillo, la había arrojado a
la pila de leña de Bastián que respiraba como un toro al que estuvieran
lidiando.
-¡Debería
matarte hijo de puta, esto no es nada comparado con lo que le hiciste a tú
hijo…!
Tomás
resollaba en el suelo, no podía respirar, echaba sangre por la boca, un gran
golpe en la cabeza que manaba sangre y que trataba de parar con la mano sobre
la herida, piernas y pies destrozados, las rodillas rotas…
No
podían moverlo de allí, hacían falta al menos tres personas para arrastrarlo,
decidieron hacerlo rodar ya desmayado hasta la terraza y desde allí arrojarlo a
la inferior, bajaron ambos sujetándose el uno al otro, rodaron el cuerpo hasta
el borde de la terraza pequeña y empujaron de nuevo el cuerpo al vacío.
-Salustrio,
no siénto que haya hecho nada malo, ¿cómo puede ser eso?
-Pues
porque no lo has hecho, ¿habrías dejado que cualquier animal te hubiera
procurado devorar?
-Por
supuesto que no… ya entiendo, este tío es peor que cualquier depredador.
-Un
oso merece tener mejor muerte que este especímen.
-Joder
es que lo hemos matado… he.
-No
creas, cuando despierte, de un modo u otro buscará de alguna forma un lugar
para lamerse las heridas, aunque bien pensado lo dudo, llega la noche muy
rápido en la montaña, y los animales, salen a cazar en cuanto las sombras los
camuflan. Por aquí hay mucho jabalí, lobos y zorros. ¡Va, no pienses más en
eso!
-Es
verdad, nos habría matado a los dos si llega a tener oportunidad, y ni siquiera
hubiera pestañeado al hacerlo.
-Justamente,
así es, habría limpiado el cuchillo en la chaqueta que llevas puesta, y te
hubiera dejado en el fondo del barranco, donde está él ahora.
Toman
juntos un vaso de vino caliente, un tinto de buen grado con pan tostado y
chorizo que cada cual corta a placer con su navaja. Hablan de la supervivencia,
que la vida en el monte, se rige por leyes que los urbanitas de las grandes
ciudades no llegan a comprender y en consecuencia no quedan contempladas en
legajos ni escritos oficiales.
-Por
el pueblo pasa cada mes o mes y medio, una patrulla a pie de la guardia civil
con la escopeta al hombro, la manta atada a la espalda, entran en el bar, se
les da de comer y beber, a veces se tiran a alguna mujer a quién les gusta los
uniformes y se van. No preguntan, no hacen más que estas rondas la comandancia
los obliga. Maldita gracia les hace, llegan a su puesto de encuentro a tiempo
para que salga otra patrulla a hacer lo mismo que ellos acaban de hacer, estos
que salen son más mayores, piensan en su retiro, en su pequeña casa y su
huerta. Esa es su vida, ¿quién hace el trabajo importante cuando ellos no están
aquí? ¿comprendes lo que te digo?
-Claro,
Salustrio, es una pena pero lo entiendo.
-No
busques trabajo Bastián, cuando puedas bajas al pueblo, trabajarás en el
establo, cuidarás de los animales junto a Marino, lo tengo empleado también
conmigo. Juntos cuidaréis de las vacas, pastoreareis las ovejas y cabras, Susa
os llevará allá donde sabe que comen. Tengo una bicicleta que le compré a un
amigo que ya murió, para ayudar a su viuda, la pones a punto y la usas para
desplazarte.
Trabajo,
transporte y casa, lo tienes todo con eso, no te faltará de nada, y mi
reconocimiento si quieres ayudarnos a llevar adelante el negocio. No resumas tú
vida a estos veinte metros cuadrados que parecen tu refugio, el refugio de una
persona es el mundo entero, sal y contémplalo.
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