martes, 16 de septiembre de 2014

VAGABUNDO



                                                                 VAGABUNDO




Lo conocí en el lugar que menos pudiera uno imaginar, si alguien me hubiera dicho que conoció a un vagabundo en un museo, me plantearía seriamente si estaba en su sano juicio. En cambio, allí estaba, con un suéter de cuello alto, en mitad del mes de Julio, con un catálogo en la mano, mirando cuadros de los grandes maestros hiperrealistas de la época, los observaba desde diferentes distancias, los estudiaba creo.
Tal fue mi asombro en los primeros minutos del recorrido, que no pude menos que seguirlo con la mirada, estaba interesado en ver donde se paraba, por unos breves instantes me pareció que estaba violando su intimidad, su derecho a que disfrutara de aquel tranquilo rato en el cual parecía feliz.
¿De dónde debe haber sacado el dinero para pagar la entrada al museo…? es una pregunta lógica, al fin y al cabo, no se ve cada día a un vagabundo disfrutando de cuadros y esculturas, de tapices y otras obras más efímeras, que están de paso por estos espacios famosos en todo el mundo.
Me asomé un momento al exterior, le dije al bedel de la entrada que iba a asegurarme de haber cerrado bien el coche. Era mentira, lo que quería ver, era si el vagabundo venía acompañado por alguien, no se veía nadie parecido por los alrededores, en cambio reparé en un carrito poco convencional, parecía hecho a mano, una plataforma con una rueda delante de buen calibre que iba sobre un cojinete, y dos detrás que iban con un solo eje, esas no se movían de dirección.
Atada con un pitón de bicicleta, se mantenía quieta a una baranda esquinera, junto a un semáforo. Cargada con bultos y algunos plásticos encima, todo estaba atado con un gran pulpo de goma con ganchos en las puntas.

Mi curiosidad fue in crescendo cuando volví al museo saludando al bedel y dándole las gracias. Busqué al vagabundo, no lo encontré en un buen rato, resulta que hacía tres años que no visitaba el museo, y ahora me estaba perdiendo la visita, por seguir a aquel extraño visitante. Al final lo encontré sentado en un banco, estaba admirando “La Rendición de Breda”, cuadro de gran formato que si quieres admirar con detalle, debes pasar largo rato ante él. Me he sentado a su lado, no tenía pensado hacerlo, un mendigo o un vagabundo para mí siempre han representado lo mismo, la clase de personas que se contenta con vivir en la calle, ajenos a los problemas del mundo que los rodea, en algunos casos, provocando ellos algunas molestias, que hacen que las personas normales se sientan incómodas. Ese extraño hombre no daba esa impresión, todo lo contrario, transmitía… tenía… no sé bien cómo expresarlo, una especie de aurea, de buena persona, de buen rollo diría cualquier joven.






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