lunes, 1 de septiembre de 2014

DE ESCÁNDALO



                                                       ESCANDALOSAMENTE




Posiblemente, el escándalo que he vivido con más intensidad, fue el de una familia trabajadora, que junto a un familiar mío y yo mismo, trabajadores entonces en una fábrica de curtidos de piel en Igualada, provincia de  Barcelona, vivimos de primera mano, a través de este corto relato veréis el porqué.
Corría el año 1968, muchas familias españolas estaban trabajando en el extranjero. El padre y el abuelo de la familia referida, decidieron ir a construir a Alemania, la mano de obra española en el ramo de la construcción estaba bien pagada para aquellas fechas. Se marcharon allí con sus respectivos contratos de trabajo y todos los derechos que ello se derivaban, enviaban dinero a sus mujeres e hijos aquí, mientras que otros, les construía casas de muy buen ver en una zona de Barcelona llamada el Monte Carmelo.

El abuelo dejó en España a su mujer todavía una mujer joven, se casaron muy jóvenes y comenzaron a tener hijos, como quién fabrica salchichas de Frankfurt, una cosa bárbara, los vecinos, algunos, decían que cada tres meses, se oía de un nacimiento nuevo en aquella humilde casa, con los techos de uralita. ¡Tampoco se puede creer todo lo que uno oye por ahí…! pero que había niños a mansalva… ¡vaya si los había!

La abuela, una mujer de treinta y pocos no tenía al marido cerca, y por correo los niños, ni siquiera sus simientes, se envían por correo. ¡Ojo!, que hay quién cree que sí, que de todo hay en la viña del señor. Dos de las hijas tenían respectivamente, doce y trece años, vamos, que no las distinguías a la una de la otra, además, se parecían, como dos gotas de agua. En estas circunstancias de guetos que ellos mismos formaban para gentes de su clase, había otros muchos, chicos y chicas que iban de baile, verbenas, lugares que improvisaban como tablaos flamencos, donde se juntaban a practicar lo que mejor sabían, bailar y beber y luego… despendiendo de quién fuera la afortunada, era acompañada a su casa por vecinos de confianza.

La soledad, y el hecho de tener que trabajar en la fábrica de curtidos, hizo que, con el tiempo, fueran subiendo de escalafón en la gran cadena de la vida. La madre, ahora me estoy refiriendo a la hermana mayor de las dos niñas preadolescentes, estaba a dos velas, el marido decidió como su padre, quedarse a renovar el contrato con mejores condiciones que las anteriores en Bélgica. De manera que ya ves, a la abuela, a la hija mayor, y las dos mujercitas que ya apuntaban formas de mujer, hermanas de estas dos últimas, lavando pieles, cepillándolas, poniéndolas a secar, plancharlas con las máquinas de vapor de rodillos y tintarlas.

¡A cualquiera le quedan ganas de andar con cachondeos después de semejante paliza en el curro! Pues mira tú, a la abuela no, pero lo que era a las tres hermanas, la casada y las dos solteritas, las venían a buscar cada noche. Para que, ya no lo puedo asegurar, pero que antes de comenzar los cimientos de lo iba a ser su casa, tuvieron que ensanchar dos veces el techo de uralita sí.
La abuela, Manoli, que contaba para entonces con treinta y seis años, al final se fue a vivir con un encargado, que tenía un buen piso en la Plaza de Lesseps, desde que se fuera a vivir con él no tocó una sola piel más, era ama de casa, de una casa nueva con nuevo marido claro, nadie hubiera acertado la edad que tenía, no aparentaba más de treinta. Ernesto Novoa la presentaba a todo el mundo como su prometida.    Un día de estos tenemos que visitar a toda tú familia Manoli.    Quita, quita, de momento no, ¿tú sabes el follón que tienen allí con las obras?, cuando hayan terminado sí, ahora no es el momento.  Le pegaba un par de meneos con las tetas y le pegaba el trasero a la bragueta y listo, ya lo tenía en calzoncillos patas para arriba.

A la hija mayor y a las dos pequeñas, les iba el negocio viento en popa, durante el día, cuatro o cinco amiguetes les iban levantando la casa, materiales para la construcción no les faltaban. Por la noche, cuando unos cuantos estaban en aquella casa de acogida, cardando y bebiendo, unas cuantas carretillas iban arriba y debajo de las cuatro calles con toda clase de materiales y  herramientas. La casa pasó de ser una barraca con techos de chapa a ser todo un chalet.   El dueño de la empresa de los dos hombres en Bélgica, decidió dar diez días de vacaciones a los trabajadores más “fieles”, les abonó la mitad del pasaje en autobús para que fueran a visitar a su familia.   Pero el sábado os quiero a todos aquí ¿de acuerdo?   Si señor faltaría más, respondieron al unísono.

Verás que sorpresa se llevan todos cuando nos vean llegar, oye… tú no les has dicho nada ¿verdad?   ¿Qué les voy a decir yo, ¡venga hombre!     A ver cómo han invertido el dinero, les tiene que haber sobrado bastante, llevo en este cuadernillo las cuentas, lo tengo todo más o menos calculado.

El viaje en el autobús fue la pesadilla más grande de su vida, aparte del trabajo, el chofer parecía estar hecho de hierro colado el tío, no se cansaba por nada del mundo, venga kilómetros y kilómetros, solo paraba para repostar, y ahí nos veías a todos, meando por los alrededores de las gasolineras, porque el tal Gastón, no esperaba ni para hacer un recuento de los que se habían quedado atrás. ¡Que borde el tío… de verdad! Uno de los nuestros se quedó tirado, cagando detrás de unas cañas, los de atrás del bus lo vieron desesperado corriendo por la carretera, con los pantalones abajo, y sujetando un papel de diario en la boca, ¿tú crees que paró?, pues no, el muy hijo de puta, pensaría que podía llegar a España de aquella manera.
Nadie dijo nada porque de la guantera metálica, colgando de una alcayata, colgaba un revolver de vete tú a saber que batalla.

Cuando bajamos todos del autobús, nos preguntó en un perfecto español que donde quedaba la Plaza Universidad, todos le enseñamos el dedo corazón de la mano derecha, tiró de una palanca, cerró la puerta y se marchó despotricando en alguna lengua rara.

¡Niño mira… si ya han terminado la casa…!  -dijo el padre-   ¡Joder, pues sí…, se han dado prisa ¿he?    Familia, ¿Dónde estáis…? Comenzaron a hacer su desfile diez o doce niños, aquello era espantoso. ¿Qué habéis montado aquí una guardería?    No papá, mira, este, esta de aquí y este otro son míos. Estos otros cuatro son de mi hermana Júlia, y otro que viene en camino, cumple el mes que viene.    ¿Y tú madre dónde está?   Ella sirve en una casa del centro de Barcelona, trabaja para el señor Ernesto Novoa, la fábrica le sentaba mal con todo lo que allí se respira.    Pues anda llámala y dile que venga que tenemos pocos días para estar juntos, el sábado que viene tenemos que estar en Bruselas de nuevo.    Me parece que va a ser difícil, solo la dejan un día de cada quince salir de allí.

¡Entonces es como una esclava…!    Pues más o menos como vosotros, ¿Cuánto tiempo hace que no estáis aquí, he dime?     Los dos hombres están sentados en la calle, no atienden en como ha quedado la casa, lo bien orientada que está, ni siquiera entran a ver cuántas habitaciones tiene, imaginan que muchas, dados los niños que hay delante de ellos.    ¿Qué hacemos hijo, nos volvemos a Bruselas en el primer tren que salga de la Estación de Francia?    Yo creo que va a ser lo mejor, si acaso un día de estos, les escribimos unas líneas y les decimos que hemos venido a verlas, a ellas dos y a su familia.





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