martes, 2 de septiembre de 2014

PODER VOLAR COMO UNA COMETA...



                                         ME GUSTARÍA… PODER VOLAR.





En la playa no hay mucha gente, la verdad es que no hay casi nadie, en esta zona de la costa se levanta constantemente un viento al que he oído en casa que le llaman Tramontana, a veces sopla de tal manera que da miedo y todo, sobre todo en determinados lugares de las rocas, allí cuando el viento pasa por lugares estrechos, o pequeños huecos que son debidos al desgaste del viento y la furia del mar cuando las olas castigan la costa, te parece que estás rodeado de fantasmas.
Por todas partes aparecen de forma inesperada estos personajes invisibles, que solo pretenden alimentar los sustos naturales que todos los críos llevamos dentro nuestro. En cambio el día está bien, salvo ese molesto viento, mi abuelo dice, que hay gente que ha llegado a suicidarse por causa de este viento incesante y cruel.

Por un instante miro el mar, recorro con la vista el horizonte, no se ven barcas de pesca, ni barcos de esos grandes que llevan mercancías o cruceros, en esta época hay muchos, estamos en vacaciones. Mirando i tratando de fijarme en detalles que cuando está el mar en calma no veo, de pronto veo una cometa que poco a poco y con la ayuda de una gran cola, se eleva hacia el cielo más y más, por un momento, pienso que se escapará de las manos de quién la controla, y caerá hasta quedar hecha pedazos en el suelo. No veo a nadie que la controle a mí alrededor, miro hacia los lados, detrás de mí y nada, no se ve a nadie. Me hecho en el suelo y con el dedo índice trato de adivinar hacia donde se dirige, es imposible, tan pronto se queda fija en el aire, cómo gira y se desplaza a gran velocidad hacia un lado.

¡Fantástico, eso es una pasada, parece una de esas grandes gaviotas que se mueven a placer, aprovechando los movimientos de las corrientes de aire!    ¿De qué hablas jovencito?    Vaya susto que me ha dado señor…    No era mi intención chico, disculpa.    ¿No le parece asombroso el vuelo de esa cometa?     Sí, lo cierto es que sí, las cometas si están bien hechas pueden volar de manera inimaginable.   Eso mismo pienso yo.    ¿No tienes cometa?    No, bueno… la verdad es que mi padre es marinero, ¡vaya usted a saber dónde para ahora!, trae a casa mucho pescado sabe usted, es muy buen marinero.   Si quieres, puedes llegarte a tú casa y decirle a tú madre que si te deja venir conmigo te haré una bien grande y fuerte, como esta que ahora vuela, fíjate el viento que hace y en cambio no cae, vuela y vuela sin parar.

El chico ilusionado por el ofrecimiento, se acerca a su casa y habla con su madre.   Mamá un señor en la playa me ha dicho que si lo acompaño, me hará una cometa espléndida.    No, de eso ni hablar, si quiere, que venga él a hablar conmigo.   El hombre del traje blanco, llama a la puerta de la casa.    ¿Quién es…? Pase.   Buenos días señora, seguro que ya le ha dicho su hijo que me gustaría hacerle una cometa.    Sí, pero ¿sabe señor?, no lo conozco de nada, ir con usted siendo un desconocido sería una temeridad, además su padre tiene que darle permiso.    Comprendo… bien pues cuando hable con él, le dice si le parece bien que soy huésped de doña Ana, la dueña del hostal de la cuesta. Bueno chico, un poco de paciencia, hay que esperar, es comprensible lo que dice tu madre.

Han pasado los días, su padre vuelve de la mar, la barca llega hasta los bordes de sardina,  boquerón, pulpo y gambas. Su hijo corre al ver aparecer la barca, de un salto, se sujeta al cuello de su padre.   ¡Hola papá, te quiero mucho!, le aprieta el cuello quemado por el sol y le da dos besos. Los otros cuatro marineros se ocupan de la barca y de su carga, traen hielo de la cofradía y cubren toda la pesca, se despiden del patrón y se van cada cual a su casa, un par de ellos, se quedan en la taberna para celebrar la pesca, y dar gracias a la virgen del Carmen por haberlos traído a puerto de nuevo. ¡Una ronda de orujo para todos!, gritan contentos con los petates al hombro.

La mujer del patrón, antes que llegue el chico a la puerta de la casa, la cierra, él ya sabe, que esta tarde va a tener que pasarla con su abuela, vive a solo dos calles más arriba de la de ellos, le hace ilusión visitarla de vez en cuando, para que lo deje ordeñar la vaca que pace tranquila, bajo las tablas del piso donde vive la abuela. Es la mejor bordadora de esos pagos, en ocasiones de bodas y bautizos, se le acumula el trabajo en los estantes de su habitación, junto al armario de la ropa.
Antes de entrar en casa de la abuela, mira al cielo, la cometa sigue allí arriba, no puede evitar cara de asombro, al ver aquel astro colorido con aquella cola, zigzagueando en el cielo.   ¡Ha llegado tu padre, ya era  hora, algunos comenzaban a preocuparse por la tardanza!   Si ya lo sé abuela, la primera mi madre,  ¡ha pasado un par de días de un humor de perros!    Eso siempre será así hijo mío, el trabajo en la mar es muy inseguro, no pide permiso a nadie para enfurecerse, debe temérsele eso ante todo, sentir respeto por él.

Mirando por la ventana, de pie sobre el banco que rodea la cocina, ve pasar al hombre del traje blanco, al llegar a la ventana de la casa de la abuela, para ante la ventana y lo mira, el levanta la palma de la mano derecha y la mueve de forma automática, le sonríe y corre hacía la puerta. El hombre de las cometas ya no está allí para recibir su saludo en persona.    ¿Quieres cerrar la puerta que entra mucho polvo con ese maldito viento?  Dicho esto, el viento cesa de golpe, algunos de la taberna salen a la puerta, miran al cielo, en el ocaso el sol se pone lentamente, pero no está rojo como acostumbra a estarlo cuando sopla la Tramontana.

Ha dejado ese trozo de costa, seguro que para visitar alguna que otra playa más o menos lejana, y hacer que la cometa vuelva subir hacia el cielo.




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