UN PASEO POR EL PUERTO
En
verano, sin entrar en detalle de si estaba de vacaciones o no, el puerto era mi
destino diario, cuanta gente se ve entonces, desde la playa propiamente dicha,
hasta el paseo marítimo, el puerto deportivo, el malecón de las grandes naves
de turistas que arriban a estas costas. Una delicia, no hace falta que te
perfumes, el mar lo hace por ti, todo el mundo huele igual, parece como si el
mismo Neptuno, soplara desde la superficie del agua, esa brisa con olor a sal,
agua marina inimitable y fresca.
Los
paseos por el puerto me han brindado sensaciones únicas, como la de un día que
andaba por allí mirando, me senté sobre un amarradero de acero vacío, no había
barcos cerca. Encendí un cigarrillo y al levantar la vista me encontré con una
chica de no más de veintidós o veintitrés años, llevaba una maleta en la mano,
un vestido de flores hasta la rodilla y un sombrero de paja que sujetaba con la
otra mano, no era muy grande, pero sí lo suficientemente ligero, para que la
brisa de la tarde se lo llevara con sus pequeñas ráfagas.
Miraba
a un lado y a otro, no se adivinaba si buscaba algo o a alguien. Sin vergüenza
alguna le pregunté si se había perdido. Volvió la vista hacia mí y dio un paso
atrás. Pensé… esa chica está atemorizada por algo, que reacción ha tenido…, no
me he levantado, no vaya a pensar que soy un atracador o algo por el estilo y
salga chillando, me meto en un lío que ni te cuento.
Desde
donde está me pregunta, cómo se va a la calle Espartano.
-Ha…
eso es fácil, mira tienes que salir por la siguiente calle a la izquierda, ahí
donde ves esas grúas altas, sigues hasta el fondo de la calle, allí encontrarás
una tienda muy grande de souvenirs, cruzas por el semáforo…, mi nombre es
Javier, ¿quieres que te ayude a llegar a la calle que buscas, no tengo nada que
hacer. ¿Cuál es tú nombre…?
Duda
en decirlo, pienso que me dirá cualquiera para no identificarla o algo
parecido.
-Es
mío nombre, Albertina, gracias.
-Acabáramos
hombre, no eres de aquí… ¿de dónde eres?
-I
o sono italiana, de pueblo nombre Cuneo, bonito molto.
-¿Has
entendido lo que te he dicho, que te acompaño si quieres a la calle Espartano?
-Sí,
entendido.
-Pues
vamos.
Hablamos
un poco por el camino, se ha reído porque mirándola mientras hablo, me he
tropezado con un armario ropero, uno de estos guiris que miden metro noventa
con más de ciento veinte kilos de masa, y barriga cervecera, me parece haber
tropezado contra un muelle he salido peor parado que él, que ni se ha movido de
sitio. La he invitado a una cerveza pensando en el alemán, acepta, da las
gracias siempre por anticipado, bueno oye, si la han educado así…
-Bueno
Albertina, ya hemos llegado, está muy cerca del puerto, ¿ves?
-Gracias,
no es así.
-¿Cómo
que no es así, que quieres decir?
Me
da un trozo de papel dibujado que es un galimatías, lo miro del derecho y del
revés con interés. Fíjate sino, me meto en un lío de narices, buscar en aquella
especie de laberinto…, que yo no he visto la peli esta del Código da Vinci…
-No
sé qué es esto Albertina, ¿te espera familia en este sitio?
-Gracias
no.
¡Joder
con dar las gracias…! Le explico, que yo vivo dos calles más abajo, pero en
diagonal con esta, que de momento si quiere, podemos ir a mi casa y desde allí
estudiar el papel. Se está haciendo de noche, y a estas horas, yo me recojo en
casa. ¿Qué va a decir…?
-Gracias
sí. Yo busco hotel.
-Quédate
en casa esta noche, no hay problema para dormir, tengo una habitación vacía.
Me
observa con atención, parece que quiere saber, si puede confiar en mí. Yo la
miro a ella con la mirada de siempre, supongo que con la mirada de siempre no,
la miro algo preocupado, no me gustaría que callera en manos de algún
desgraciado, y terminaran causándole algún daño.
-Gracias
sí, bien esta noche.
-¡Bueno…
ya nos vamos entendiendo mejor!
Este
barrio es como muchos otros, son deltas de ríos que van a parar al mar, allí
agua dulce y salada se diluyen, se mezclan formando estuarios, gentes de
ambiente marino, que al cabo de pocos días deben embarcar en mercantes o barcos
factoría, marineros de grandes barcos que llevan al otro confín del mundo
contenedores…, es un barrio para ir con mucho ojo. La prostitución abunda, no
tengo tiempo ni palabras suficientes, para explicarle esto a Albertina, de modo
que prefiero caminar junto a ella en silencio, solo me presto a llevarle la
maleta, ella por lo que llevo conocido en esta última hora se limitará a
decirme “Gracias”.
Ya
en casa, hasta yo respiro tranquilo, no por lo que he dejado fuera, en la calle,
el ambiente un tanto hostil cuando comienza de verdad la noche, estoy más
inquieto por lo que pasará mañana, ¿cómo y de qué manera podré ayudarla?
-¿Tienes
hambre Albertina? -acompaño la pregunta
con el gesto de la mano llevándomela a la boca-. Debo parecerle un napolitano,
esos tíos tienen gestos con los que no hace falta hablar, determinados
movimientos de los dedos y las manos, indican bueno, malo, vale cómpralo está
de coña, así se comunican. Con los dedos encogidos y moviendo la muñeca contra
mi boca, me doy cuenta que serviría para hacer de guiñol, parezco un pato que
le quiere quitar la comida a otro del pico.
-Sí
gracias.
-¿Te
gusta el pollo frito, rebozado?
Encoge
los hombros, no lo sabe, vamos bien…
Salimos
de nuevo de casa, esta vez sin la maleta, comemos en una taberna donde sirven
un pollo rebozado que a mí me vuelve loco, está un poco picante, y con la
consumición te sirven un vaso de vino tinto del priorato, ve tú a saber, eso es
lo que dice el dueño.
De
vuelta en casa, le digo donde está el baño, se querrá dar una ducha digo yo…,
al fondo del pasillo está la habitación de invitados, un colchón bueno de
muelles sobre cuatro palés de madera, la mesita de noche es reciclada de
cartones de huevos que vi por Internet un día, pintada de azul cobalto y
amarillo canta un poco pero es útil, un fino tablero encima con una pequeña
lámpara hecha de papel de periódico y alambre, hace sus funciones a la
perfección, de luces de techo nada.
Nos
tomamos un yogurt azucarado después de la ducha y cada cual a su cama.
Que
me despierto a media noche a la cocina para beber agua, ¡y no veas cómo ronca
la italiana…! me sonrío al principio, luego he estado pensando, que no le he
preguntado cómo ha llegado hasta el puerto, ni quién le ha hecho aquel dibujo
incomprensible, bueno, ya hablaremos mañana. Nada, que parece que el mañana no
llega nunca, son las diez y en la habitación de invitados, no se escucha
movimiento alguno, no estoy detrás de la puerta escuchando…, es solo un decir.
La vecina del segundo me sube el pan, su hijo trabaja en un horno de pan y me
estoy preparando un bocadillo de jamón serrano.
-Buenos
días.
¡Me
cago en la leche, que susto tú!, he saltado de la silla, estaba a mi rollo,
pensando en mis cosas y aparece en bragas y con una camiseta del Mílan, rascándose
la cabeza, abre el grifo de la cocina y mete la cabeza debajo, ¡ala, todo el
potorro a la vista…!
-Hola
buenos días, ¿te encuentras bien? ya sé con anticipación lo que me va a
contestar, pero tengo que preguntar ¿no?
-Gracias
sí.
Que
cansina es esta chica, hay que hablar con ella, como si estuvieras hablando con
medio regimiento, paciencia Javier esto es lo que hay.
-Te
voy a preparar un bocadillo que te vas a chupar los dedos, anda siéntate.
-¿Tienes
burra?
Esta
se está quedando conmigo…
-Que
no joder, que te preparo el bocadillo yo sin burra, ni caballo, ni nada de eso.
¿Qué es burra?
Está
un poco acojonada, se le nota en la mirada, se levanta de la silla, abre el
frigo y mira dentro, en la contrapuerta encuentra una caja de plástico de
margarina, me la enseña cómo si hubiera hecho un descubrimiento, la lleva en la
mano hasta la mesa con el brazo en alto y moviendo la caja entre los dedos.
Tira de la pestaña, está a medio consumir, porque a Susana, mi antigua novia,
sí lo digo bien, antigua, todos los amigos que yo tenía, me preguntaban si
siempre vestía igual, le gustaba el estilo Vintage, pero de precio caro, no te
lo pierdas.
Albertina
ha cogido con un dedo una pizca de aquella manteca y ha puesto cara de asco.
¡Ya estamos… haber por donde sale ahora este asunto!
-Esto
no burra.
-No,
esto es cecina de mula, no te jode, ¿pero tú que quieres Albertina?
Sale
corriendo a la habitación y al momento sale
con un diccionario para pigmeos, oye ¿quién puede leer nada ahí? Pues
busca lo que quiera que sea la palabra y me dice, lentamente… “mantequilla de
vaca”, me lo muestra y todo, será por si no me lo creo, me esfuerzo en leer no
te creas, ¡que mierda de letra! Está todo tan
concentrado que me cuesta leer un huevo. Pero sí, es mantequilla de
vaca.
-Pues
aquí en España no tenemos de eso, burra, no, pan con tomate, aceite, sal y vas
que te las pelas.
Estoy
con su bocadillo y en cuanto me doy la vuelta ya le está hincando el diente al
mío.
-¿Pero
a ti quién te ha educado, una familia de trogloditas?
Se
ríe como una posesa, ¿quién se puede enfadar mirando una risa así?, está
sentada con los pies sobre la silla y su corta melena húmeda, que todavía gotea
agua.
-Me
parece que tienes el guapo subido, hoy, Albertina.
Ha
parado de reír de golpe, se ha puesto seria, baja un poco la cabeza y mira como
si fuera a darme un mordisco, -coño que
miedo, pienso-, pero no, solo se levanta de la mesa y se acerca a mí, me da un
beso intenso en los labios y me dice con voz suave…
-Javier
es un gióvane muy bueno.
¡Lo
que soy es un gilipollas si lo piensas bien!, con un momentazo así, y tú ala, a
dejar que te digan que eres bueno. Un día de estos seré malo de cojones -me lo prometo a mí mismo-, pero eso ya lo he
pensado otras veces y nada, estas oportunidades son, para los tíos lanzados o
las mujeres que buscan guerra.
Susana
quería guerra de los demás, a mí me tenía como hombre de plástico, quiero decir
por la tarjeta VISA, pero luego… ya tenía a sus Vintage que le decían que parecía una cerecita. Me dolió mucho que me
dejara sin decirme nada, por lo menos di “adiós capullo, me voy”, queda bien que
no cuesta nada, no me des explicaciones si no quieres, pero al menos tía di
algo…
Bueno,
a otra cosa que estos recuerdos lo único que consiguen es que me suba la
bilorubina o la albúmina, como se llame eso, en fin, que me pongo de mala
leche.
-Albertina,
¿quién te ha hecho este dibujo? -le
enseño aquello medio arrugado por todas partes-.
-El
mío fratelo.
Ya
estamos, bueno ya me vale, no le voy a preguntar más que una cosa.
-¿Es
una casa…, o dónde está esto?
-Es
para vengo, a cuidar mío tío.
-Pues
con estas señas que te han dado, cuando llegues ya la habrá espichado.
-¿Espichado?
-Un
teléfono, ¿no tienes un teléfono de contacto? Llama a tú casa de Cuneo.
-No,
me he escapado de mi casa de Cuneo, para aquí, a Sagunto.
-¡Me
cago en mis muertos…! siempre me toca bailar con la más fea.
-Comprendo
cosas Javier.
No,
si encima voy a tener la culpa de sus desatinos, no sé porque no tarde cinco
minutos más en llegar a sentarme en el amarradero. ¿Y ahora qué hago yo? ¡Ya
está, vamos al ayuntamiento que tienen un mapa de todo el territorio y les
pregunto!
-Tengo
una idea, vamos al ayuntamiento y preguntamos a ver si allí, saben que es esto.
-Es
un dibujo, un plano de un sitio, ¿sabe alguien…?
-Sí
que lo saben mujer, vamos a ver si nos dicen donde vive.
Ahora,
es decir hoy ya le hablo en plan distendido y normal, con ritmo y velocidad
normal, oye que se ponga las pilas, si le interesa tanto su tío, que se vaya
poniendo al día. Si esto hubiera pasado en siglos pasados, la habrían cogido
por los pelos, bueno por los pelos no porque no tiene muchos y la habrían
arrastrado hasta el lugar, si lo supieran. No sé bien porqué, pero estaba
cabreado conmigo mismo esa mañana.
-Hola
buenos días -dije en la recepción del
ayuntamiento-, mire usted tenemos una pequeña dificultad…
-Usted
dirá.
-Esta
chica ha llegado desde Italia con el propósito de cuidar de su tío que por lo
visto está enfermo. No la tiene más que a ella, y por su parte, no tenemos más
que este dibujo para saber dónde vive, mire usted si tiene la bondad.
-Huy
no, yo no me encargo de estos asuntos, tiene que coger número y esperar en la
puerta de la derecha que hay a la entrada de este pasillo. ¡El siguiente por
favor…!
Le
he dicho a Albertina que debemos ir al pasillo y coger número. Una máquina de
dispensar números para el pescado cual si estuviéramos en Carrefour, está
anclada en la pared. Tiro del número que asoma y aparece el noventa y cuatro.
-Buenas,
¿sabe usted porqué número van?
-Lo
siento pero no, hasta que no se enciende la luz de este letrero de encima de la
puerta, nadie lo sabe. Y dentro de diez minutos les toca la hora del desayuno,
así que ya me dirá usted…
-Albertina,
me tienes que dar toda la información posible de tu tío. En primer lugar nombre
y apellidos.
-Ya,
nombre Luciano y más Breschio.
-¿Edad? -lo mira con sorpresa-
-Años,
cuántos, ¿giovane, viejo, muy viejo?
Ya
estamos de nuevo, haciendo guiños, estirándome la cara, marcándome arrugas con
los dedos…
-Como
este sigñore -dijo balanceando la mano-,
supongo que quería decir más o menos.
-Vale,
vale, que estamos montando un circo aquí dentro…, y estos no pagan entrada.
-Lo
siento señor, no sé dónde está este sitio, si es de una urbanización de los
alrededores es casi imposible saberlo con este dibujo. Yo les sugiero que vayan
al censo de la población si hace años que está aquí viviendo y paga aquí los
impuestos deben de tenerlo registrado ahí.
-Claro,
¡cómo no se me había ocurrido!
-Otra
cola, en otro pasillo y en otra puerta, más gente esperando que les llegue el
turno.
La
una menos diez, las tripas con expresión de dolor y queja, parece que no pero
esto quema calorías.
-Bueno
al fin…, bona vesprá, ¿me podría decir usted, si este señor está registrado
aquí en Sagunto?
La
mujer comienza a mirar en unos estantes, unos libracos enormes. Toma nota en un
papel y se dirige a su ordenador, teclea determinadas claves creo.
-Si
señor aquí está, pero siento decirle, que desde hace dos meses está fallecido.
Aquí tenemos una dirección y el nombre de su administrador, ahora se lo apunto.
Aquí tiene, son siete euros. Solo una cosa más por favor, ¿vive en la ciudad
este buen señor?
-Sí
claro, lleva muchos asuntos legales de este ayuntamiento, le he apuntado
también el número de teléfono.
-Muchísimas
gracias, ¿sabe usted que lleva un perfume turbador?, es una delicia.
Va
una mentira piadosa no le va a hacer ningún daño a nadie, más que a quién vaya
detrás de ella, mañana es capaz de ponerse todo el tarro. Es como Varón Dandy
pero de mujer, ¡qué horror…! Vale, ahora queda explicarle a Albertina todo
esto, esta va a ser otra, depende de cómo, se lo puede tomar a la tremenda, que esta gente es muy sentida para sus cosas.
-¿Qué
está donde…?
-Pues
mira Albertina, -sentados bajo un parasol de una plaza cercana, con una birra
en la mano- tú tío ha fallecido.
-¿Qué
sea eso?
-Que
la ha palmado, que está muerto, kaput en el hospital, hace dos meses.
Le
digo kaput porque es como decir stop, es alemán pero lo reconoce todo el mundo,
es una palabra internacional.
-¿No
lo verás más?
-Quién
no lo verá más serás tú preciosa.
-Me
voy a Cuneo otra vez…
No
lo está planteando como algo definitivo, es como si me estuviera preguntando
pero sin hacerlo. ¡Qué curioso…! me parece entender que dice “¿A ti que te parece? allí no tengo nada que
hacer, salvo esperar una bronca monumental de parte de mi familia, y que
después, me echen de casa.
-Primero
iremos a hablar con el administrador de tú tío.
-Ah
ya, y el señor dirá cómo era mi tío.
-Más
o menos. Por lo menos, sabremos si era un manorota o alguien con sentido común,
¿tenía alguna propiedad?
-Ah
sí… mucho, vino y casas.
Bueno,
por lo menos, si decide quedarse aquí Albertina, que se quede bien puesta. A
veces la intención es suficiente, para según quién definitivo, tener a alguien
con quién poder contar, que se la juegue por ti cuando estás en determinada
situación, te resucita, te produce el alivio, y hasta la curación, que ningún
galeno pueda recetarte.
Nada,
el administrador no está, bueno sí está, pero de vacaciones en Inglaterra,
tiene una hija allí estudiando.
-Mientras,
si quieres, te puedes quedar en casa. Sabes que aquí no te faltará de nada,
mientras pueda.
-¡Mío
caro…!
-¿Ves?,
eso no lo he pillado.
Compramos
ensalada en bolsa ya limpia y queso fresco, tomate rojo y aceitunas, prepara
una ensalada formidable pero ella apenas come. Pincha con el tenedor tres o
cuatro veces y eso es todo. Hacemos una pequeña siesta en mi cama, parece que a
ella lo sucedido no le afecta demasiado, se duerme enseguida, en cambio yo no
logro conciliar el sueño, estoy con la mirada fija en una mancha antigua de
humedad en el techo, reproduce en mi imaginación, el mapa de España incluida
Portugal, con los brazos tras la nuca, trato de acercarme como con Google Earht,
a la zona donde estamos ahora mismo.
Como
si una mano invisible me auxiliara, se ha levantado el techo de mi casa, me
tapo rápidamente con las manos mis partes nobles, Albertina como está dormida
no se apercibe de nada, ahí está de lado en la cama, es hermosa pienso, una
dulce italiana bonita.
Cambio
de postura y en cuanto voy a imitar la suya, la de Albertina, alguien llama al
telefonillo.
-¿Quién
es…?
-Sergio,
abre anda que te traigo noticias.
Le
he dejado la puerta abierta, si la encuentra cerrada la aporrea el muy bestia.
-Hola,
oye Javier, que vengo de la reunión que hemos tenido en U.G.T. y nada tío, que
no hay acuerdo posible, la desmontan.
-Bueno
yo lo tenía asumido, si quieres que te diga la verdad, no me sorprende la
noticia.
Albertina
sale de la habitación estirando los brazos con la camisa que llevaba yo puesta
esta mañana, tres botones abrochados, el resto no, hace mucho calor para ella.
-¿Me
podías haber avisado no?
-¿De
qué te tenía que avisar, nunca has visto a una chica en mi casa o qué?
-Si
claro…, hombre que quieres, me ha sorprendido.
-Se
llama Albertina, es de Italia.
-Sí
gracias ¿tú?
-A
sí mi nombre es Sergio, amigo del golfo este.
-¡Venga
ya, no empieces a tocar los huevos, que la mitad de cosas no las entiende!
-Bueno,
entonces, ¿qué vas a hacer?
-¿No
ves cómo corro?, pues nada ¿qué quieres que haga?, esperar y que sea lo que
dios quiera. Esta gente lo tienen todo firmado a nuestras espaldas, nos
contarán cualquier película y listos.
-Bueno
tío, gracias por venir, es que nos tenemos que marchar ¿sabes?
-Ya,
claro, claro.
Me
gustaría llevarla a un sitio chulo a cenar, primero le pregunto si tiene
hambre, no vaya a ser que luego, paguemos una cena que no va a aprovechar. Ha
dicho que no, que prefiere pasear un poco y comer en algún lugar donde haya
juventud y sea moderno. Un MacDonals, eso le gustará creo yo, caminamos durante
un cuarto de hora, y de forma improvisada me coge la mano a la vez que me
sonríe.
-¿Es
guapa tú novia?
-No
tengo novia, no, antes sí, ahora no.
-Soy
guapa ¿no?
-Mucho,
molto, per mé la piú vela dil mondo.
-No
parlare bien italiano.
-Ni
tú el español, pero te perdono.
De
nuevo esa dulce carcajada, que se parece al canto de las sirenas.
Han
pasado las dos semanas volando, siempre durante todos estos días por la noche,
cada cual en su habitación. Jode un montón, pero que se le va a hacer…
Localizado
el administrador y el lugar, le ha dicho a Albertina en italiano, que en la
casa de su tío la esperaba otra persona.
-Sí,
es mi primo Lorenzo.
-Efectivamente,
si quiere esta tarde la llevo allí, está a media hora de aquí.
Se
la ve muy contenta yo río con ella, se cuelga de mi cuello y me besa. A las
cinco en punto el administrador ha llegado a la puerta de casa, nos subimos en
su Jaguar y partimos hacia la casa. Cuando llegamos al final del camino
bordeado de cipreses, un hombre de unos treinta años, más alto que yo y bien
vestido, abre los brazos esperando que su prima se le acerque.
Al
pie de la escalera del caserón, en la grava donde paran los coches cuando
llegan al lugar, ambos se abrazan, luego se miran sin decir palabra, los dos
tuercen un poco sus cuellos y se dan un beso eterno, cogidos por la cintura los
dos Albertina y Lorenzo entran camino de la casa, Javier descuelga los hombros.
Le
parece que lo han bajado de un potro de tortura, en el momento que se vuelve a
meter en el coche, en el asiento del copiloto, Albertina sale de nuevo.
-¡Javier…
gracias!
-De
nada mujer, ya sabes donde vivo, ¿y tus cosas, las que tienes en casa?
-Pasaré
con mi primo un día, iremos a comer. Gracias.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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