SOLITARIA SOLEDAD
¡Se hace necesaria tantas veces la soledad…! es buena para
muchas cosas. Hay ocasiones que se necesita para la oración, para estudiar,
para meditar, reflexionar… hay motivos sobrados para que, a menudo, en una casa
donde viven varios miembros de la misma familia, se imponga la soledad, soledad
individual y ante todo silenciosa.
En un momento determinado por el propio tiempo, esa soledad
se romperá sola, con la llegada de un amigo o un pariente, con una llamada
telefónica, una voz que llegue de cualquier lugar inimaginable. Unas veces, la
ruptura del silencio de esa soledad nuestra consuela, otras no, otras fastidia,
y muchas de las veces es sencillamente, porque no es a nosotros a quienes se
nos interrumpe, sino a la otra persona que está a nuestro lado. Entonces llega
ese momento a veces irritante y otras veces mágico “¿Qué te vienes con nosotros?, vamos a darnos
una vuelta por los grandes almacenes que Almudena se quiere comprar unos
zapatos, de paso tomamos algo”.
Piensa detenidamente el asunto, lo analiza -el cerebro es una máquina perfecta y rápida
para hacer todo eso y más si cabe- y lo suelta…
“No id vosotros que tengo mucho que hacer, y este trabajo mío no lo
puede hacer nadie más que yo”. Hasta luego, un beso. Este, como se tome un par de cubatas vuelve
ciego, ¡ya verás luego…! querrá guerra y va a ser que no, por la madre que me
parió que no.
Y vuelve durante un buen rato, a su solitaria soledad. Puede
que esto suene a novela barata, o… puede que lo hayamos vivido en alguna
ocasión, al margen de esta circunstancia que ahora sirve solo a manera de
referencia, sea por este u otros motivos, la soledad es más que necesaria, a
veces imprescindible. Desde mi punto de vista, la soledad a la que aquí me
refiero, es como el dormir diario, con excepción de los insomnes, -asunto este
que puede ser debido a una enfermedad-, el sueño poco o mucho es necesario,
reparador, necesitamos estos momentos, que a mí me gusta describir a veces, de
tránsito. La ausencia de ruidos, de intromisiones, de preguntas a veces
absurdas, como las que yo le hacía a mi abuelo, estuvo en la guerra de África,
allí pasó como oficial mala época, tomando decisiones difíciles, viendo morir a
muchos soldados españoles y a otros que formaban el ejército regular… ¿Cómo era la guerra yayo…?
No entendía entonces, era pequeño, que se refugiaba en la
bebida, seguramente, para olvidar horrores vividos en aquellos años de soldado
de la república. Necesitaba la soledad, el vacío que le proporcionaba el
alcohol, con su conducta trastornó nuestra casa cierto, pero… ¿qué iba a hacer
aquel hombre, al que no se le prestó ayuda sicológica alguna, para que se
recuperara?
Todos nosotros también de una forma u otra, estamos metidos
en una guerra, en una que tiene muchos bandos, muchos frentes abiertos, muchos
enemigos contra los que luchar, sin tener porqué hacerlo. Cuando estemos con
profundas ganas de estar solos, de refugiarnos en nuestros propios pensamientos,
no luchemos contra ello, si lo hacemos, luchamos contra nosotros mismos y
siempre ineludiblemente, hay terceros que pagan las consecuencias, y muy
frecuentemente, son los menos responsables.
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