lunes, 22 de septiembre de 2014

VEINTE METROS CUADRADOS

                         


                                      VEINTE METROS CUADRADOS



Bastián lleva andados ya, más de cien kilómetros No es un camino cualquiera este que ha emprendido hace dos semanas, a la muerte de su padre lo han desahuciado, ha tenido que marchar al campo.
Menos mal que el abuelo fallecido también, tiene desde hace ni se sabe cuántos años ya, un par de buenas terrazas de viñas muy antiguas, como sea que nadie se ha encargado de ellas, han pasado como su familia, a mejor vida. En los últimos años se sabe que han habido problemas con algunos propietarios a quienes el gobierno ha expropiado, con el fin de hacer pasar por sus tierras un tren de esos tan modernos, van tan rápido, que tienen que evitar cuantas curvas puedan en determinados tramos.

Las tierras de su abuelo se han salvado por eso precisamente, por estar escalonadas, dos terrazas que en su día costaría hacerlas. Grandes piedras del monte, sirvieron para contener la tierra más alta.  –Hay que ver lo esforzada que era la gente entonces, la hostia, igual estuvieron años para hacer estos desmontes ¿cómo lo hicieron si no sabían de ingeniería ni nada por el estilo?-. Eso se lo pregunta, porque aunque lleva tres años parado no es tonto, ha ido a la escuela, sabe lo elemental, pero a nadie se le escapa el esfuerzo que requiere hacer una obra de esta envergadura. La terraza más grande, con las vides ya podridas, hechas serrín la mayoría de ellas, tiene cómo cien metros de largo por veintiocho de ancho, eso es lo que deduce dando grandes pasos para medir a vuela pie el terreno.

La terraza de abajo es más pequeña, desciende a ella por un pequeño camino por la que apenas caben dos personas juntas, gira de golpe y ya entra de lleno en aquel otro trozo de tierra y piedras que al no ser trabajada se dejan ver más que aquella tierra entre roja y negra que cubre la superficie del plano. Las manos en la cintura, con el viento del otoño golpeando con fuerza su cara, se da cuenta que hasta el valle, que recorre un finísimo hilo de plata que es el rio Alamar, quizás ha sido obra de un gigante ya desaparecido, el que ha hecho estas escaleras para llegar a la ermita que hay en lo alto de la montaña.
Deducciones de un soñador, de un chaval que con solo dieciocho años se ha visto forzado a cambiar de estilo de vida, de la ciudad al campo cómo si alguien le hubiera dado un golpecito en la espalda y lo expulsara de su ambiente, en el que nació y creció. Aunque… bueno, aquí, los aires son bien distintos, se respira aire puro y no hay ratas por las calles, hurgando entre las basuras cómo en su barrio hacían.

Sube de nuevo a la terraza de arriba y se acerca a una especie de refugio de piedra, recuerda que su abuelo le hablaba del pellazo que había en la terraza grande, allí es donde pasaban los días de vendimia.  –No hay lugar mejor que ese para resguardarse del sol y la lluvia hijo, y el agua pasa por el lado interior, llega desde un manantial desde la ermita, dicen los lugareños que es agua bendita, a mí me lo parece ¿sabes?, llega regalada desde su nacimiento, ¡y buena… que ni te imaginas!-
Bastián recuerda a su abuelo cuando le decía estas cosas, le explicaba mil historias de lo felices que eran él y su abuela cuando iban a la vendimia de su tierra. Recuerda hasta el nombre que tenía la mula que usaban para esas labores del campo, Golfa.

O me quedo aquí y reparo esta choza para vivir, o bien vendo esto a quién lo quiera, pillo los cuartos y me busco una casa y un empleo. Se ha dormido temprano, después de una cena, a base de queso y unos buenos tragos de vino de la bota que siempre lleva en bandolera durante este viaje, en un lecho de paja seca, una manta y el saco de dormir, comienza a soñar. Lo despiertan el ruido de varios cencerros, ganado lanar que en compañía de un pastor pasan por mitad de sus terrazas, cabras la mayoría, el pastor que las conduce, silva al perro de lanas marrón claro que vigila a su dueño, y sale a toda prisa en busca de dos cabras que querían tirar para el monte.

-Buenos días buen hombre, sí que madruga usted… solo son las seis de la mañana…
-A las buenas, ¿tú quién eres?, joder… tienes toda la pinta de ser de los Álvarez.
-Así es, soy el nieto de Aniceto.
-¡Me cago en la…! ¿Y qué haces por estas tierras hijo?
-Si puedo, es decir, si soy capaz, he venido para quedarme a vivir aquí.
-Bueno vale, pero eso sí, es un consejo de viejo que de estas cosas entiendo, antes que lleguen las lluvias repara bien el techo, comprueba las vigas de madera y el ventanuco de la salida de humos, hazte de leña que aquí los inviernos son largos y dolorosos. Mira ¿sabes qué?, te enviaré a Marino, esta tarde estará aquí contigo para echarte una mano, aprecia su ayuda chaval que por aquí hay pocos cómo él.
-Gracias… ¿Cuál es su nombre…?
-Salustrio y mi perra que es más lista que yo Susa, hasta pronto, por cierto ¿y tu nombre?
-Ah, es verdad, no se lo he dicho… Bastián.
-Ala pues, hasta luego Bastián.

El “hasta luego Bastián” de Salustrio, ha sido de una semana y media, ha llegado en el coche de línea que lo deja a cuatro kilómetros del pueblo, le gusta ir andando hasta su casa, por eso, baja del autobús, una parada más allá de la que corresponde. Con su zurrón colgando del hombro, y Susa andando a su lado, llegan hasta el cruce donde se desvía el camino en dirección al pellazo de Bastián.

-¡Joder, que cambio ha dado esto…! se nota que no habéis ganduleado. Marino es una fiera, ya te lo dije Bastián, es una ayuda inestimable a pesar de ser mudo.
-¿Nació así o qué?
-Que va, el padre le cortó un buen trozo de lengua porque lo había visto en un pajar con la hija menor del chocolatero. No quería que le soltara nada a su madre, y al bestia ese no se le ocurrió otra cosa que coger el cuchillo que siempre llevaba al cinto y estirarle la lengua con una tenaza, ¡zas!, de un solo tajo le cayó la lengua al suelo.
-¡La madre que lo parió…!
-Ahora que…, se llevó más palos que una estera, todavía debe dolerle el lomo de la que le dimos entre todos, ¡me cago en su puta madre…! Cuatro años hace que ya no se asoma por aquí, y más vale que continúe así, porque si aparece de nuevo ya sabe lo que le espera.

Bastián ha quedado conmovido por la historia, esas noticias no suelen salir por la tele, nadie habla de ellas, salvo los lugareños, y con todo, a los cuatro días se olvida todo. Es lo que tienen estos dos mundos, viven separados por un sinfín de diferencias, lo que es noticia para unos es normal para otros, en cambio en todo el valle, se ha conocido la historia, es como si con un cuerno de carnero se hubiera anunciado lo sucedido, solo que ha pasado de boca en boca, uno se lo ha hecho saber a otro y ese otro ha deformado la noticia, al final muchos que ni conocen a la familia, dan por sentado que el padre degolló al hijo, en una reyerta familiar.

Dicen que estas personas traumatizadas por determinadas circunstancias acaecidas en la vida, están más predispuestas a ayudar a otros, debe de ser, el deseo de que los demás, no sean tratados como ellos lo han sido. De ahí ese incansable trabajo, que Marino desarrolla desinteresadamente para un amigo al que ni siquiera conoce.

-Venid aquí los dos, ¡venga Marino tú también…! vamos a despellejar este conejo que ha encontrado Susa, la tienes que ver cuando los persigue, se deja la piel si hace falta, la ha empujado entre unas zarzas mortales, ha corrido hacia la salida y allí la esperaba, no ha tenido escapatoria. ¿Es grande he?, tenemos para una buena comida los tres, no olvidéis a Susa, que es quién más merece comer de esta pieza.

El fuego lo han hecho fuera de la casa, porque ya es casa aquel pellazo, tiene veinticinco metros cuadrados, pero chico… que bien repartido está todo, estantes curvos que se adaptan a la pared como si fuera un guante, los sostienen traviesas semicirculares de boj, madera dura donde las haya, ancladas a la pared en seco, por fuera las sostienen piedras primorosamente encajadas una a otra, para que no se filtre el agua. Los bancos de tabla gruesa a lado y lado de la mesa, aquel montón de piedras apiladas que siempre veía a su paso por allí con su rebaño, Salustrio lo ve convertido casi en una casa, le falta mucho por hacer, pero el rostro de Bastián refleja ahora además de alegría, determinación.

-Buena cama te has hecho bribón, ¿Qué piensas compartirla con alguien…?
-No señor, esta cama es solo para mí, este pellazo es mi hogar, lo trato como un regalo caído del cielo, es para mí, ganarle una mano al tiempo, ya que se la he ganado, que menos que invitarlo a que se deje sentir en estas tierras…

El conejo ya está ensartado y con el vientre abierto y limpio de todo lo no comestible, Marino lo deja apoyado junto al fuego. Mientras hablan de cómo debe ser la puerta que cierre el  pellazo, Salustrio la dibuja con una vara en el suelo, marca las traviesas que tienen que reforzarla por dentro, el cerrojo que debería montar cuando esté dentro descansando. De la luz no dice nada, ya ha visto que tiene una gran lámpara de aceite sobre la mesa, si saca un tercio de mecha fuera, tendrá una luz de escándalo, aquel interior parecerá una feria.
Marino le indica a Salustrio, que ha sido él el que la ha pintado de blanco por dentro. Este le frota la cabeza animándolo a que siga ayudando a Bastián, en poco tiempo se han hecho buenos amigos.

Después de comer…
-Bueno vamos…
-¿Adónde tenemos que ir?
-Al aserradero del pueblo, Hernando cortará las tablas que te hacen falta para hacer la puerta, ¡verás que puerta tendrás!, me cago en la leche, la mejor del pueblo, será un regalo mío.
-Pero es que esta madera costará dinero y yo tengo justo para pasar un par de semanas más, de dinero digo, luego tendré que trabajar de cualquier cosa.
-Bueno eso puede esperar, de momento, ahora coge lo que necesites coger de aquí y venid conmigo. No olvides los papeles de propiedad de la tierra, se tienen que depositar en el banco, allí debes pedir una copia de ellos, y que guarden los originales.

Ya es noche cerrada cuando vuelve Bastián a su casa, mañana a primera hora, debe subir a la serrería a buscar las tablas, recogerá un serrucho que se ha brindado a dejarle Salustrio y se pondrá a recortar las tablas tal y cómo él le dijo. De momento la puerta no son más que cañas trenzadas unas con otras mucho más finas que Marino ha tardado en hacer casi media mañana, no tiene bisagras, solo es de quita y pon para cubrir la entrada. Le han dejado buena parte del conejo que come para cenar, sobre la mesa encuentra una lechera, una hogaza de pan tierno y queso de cabra. Una nota escueta y con mala letra dice así: “El trabajador es digno de su salario”.

-Hola Marino buenos días, ¿qué haces aquí tan temprano?
El chico mayor que él le señala las tablas que ha subido del pueblo, atadas a un pequeño remolque con dos ruedas de bicicleta.
-¡Pero hombre… hubiéramos podido ir los dos a buscarlas, te habría ayudado!
Marino le señala el cielo, en las montañas que hay más allá de la ermita, se divisan nubes negras, a un lado de estas, se ve una cortina de agua que cae sobre los pinos que hay en esta zona. El tejado seguro que no dejará entrar agua dentro, es en lo que más se han entretenido, han cambiado alguna de las vigas de madera, dispuesto las ramas de boj que sostienen las cortezas de alcornoques y puesto encima de estas planchas, los entramados de haces de avena segada cosidos con alambre galvanizado. Todo está atado al interior de las vigas del tejado, con alambre más grueso casi sin perforar nada, si su abuelo lo viera ahora, se le haría difícil de creer.

Claro hay una cosa que es cierta, para cuando sus abuelos usaban aquella rústica construcción de trogloditas, era solo para circunstancias especiales, no estaba pensada para ser habitada, solo para resguardarse de una tormenta como la que se avecinaba, en otros casos los pastores con un determinado rebaño de animales se podían resguardar allí, por lo menos los más frágiles, y pequeños lechales con sus madres.
La gran piedra plana que subieron de bastante más debajo de la terraza baja, era la ideal para que sirviera de desagüe en caso de que el agua golpeara contra la puerta, escupiría toda el agua fuera. Las puntas de acero se abrían paso de forma rápida entre los nudos de la madera y sus traviesas. El dibujo de Salustrio, recordó Bastián, estaba diseñado como las puertas de las fortalezas, ¡que exagerado!
No les dio tiempo de montar las bisagras en la pared, si las atornillaron en la madera, pero las gotas de lluvia que comenzaban a caer presagiaban una de las buenas.

-¿Marino dónde vas… vuelve aquí hombre?
Se hizo el sordo sin serlo, comenzó a coger de una pila de piedras planas, dos o tres a la vez, iba calzado con botas poceras, las fue dejando caer a lo largo del camino que llevaba hasta la cuesta de la pequeña carretera que llevaba al pueblo, luego, dando media vuelta y pisando sobre ellas, las fue recolocando en su lugar de forma conveniente, algunas de ellas no dejaban espacio entre sí, unos cantos casaban de forma casi perfecta con la siguiente, así hasta que al llegar a la gran piedra de la puerta tuvo que disponer dos piedras, una blanca, la otra roja como la tierra que estaba pisando, se descalzó y entró en la estancia sonriendo. Dejó caer una de sus manos sobre el hombro de Bastián, lo miró complacido, chorreando agua, ahora estaba lloviendo de manera definitiva.

-Mira cómo vas, te has quedado como un pez que ha saltado de la pecera.
Su risa muda se dejó oír por un instante, se quitó el chaleco de fieltro gris y luego la camisa, el pantalón de pana marrón lo sacudió sin sacárselo delante del fuego, se dio la vuelta y levantó un poco los pies, los calcetines de lana basta que llevaba puestos, estaban llenos de agujeros, no tenían puntera ni tacón.
-Ven a este rincón un momento anda.
Bastián sacó de una bolsa de viaje, un grueso bulto de lana, eran calcetines de montaña.
-Toma, tira estos a la basura, cuando pase la tormenta iremos al pueblo y compraremos dos o tres pares más, estos te los quedas para ti.

Después de dos días de lluvia ininterrumpida y recia, comenzó a despejar y los primeros rayos de sol, Bastián vio de verdad donde estaba, que era, y lo que podía significar para él la vida en el pellazo. El perfume que despedía la tierra era inexplicable, no se podía comparar a ninguno que hubiera conocido antes, las tierras más bajas no las buera podido plasmar en un lienzo un maestro pintor, se veía a sí mismo cómo el rey de la montaña, uno de esos héroes que se muestran en las películas o los cómics, algo excepcional.

-¡Me cago en la tormenta y la madre que la trajo…!
Esa era la voz de Salustrio, que llegaba renegando hasta en latín. Pilló a los dos hombres marcando el lugar donde debían ir colocadas las bisagras en la pared, dos cuñas de madera la sostenían levantada unos centímetros del suelo.
-¿Pero qué te ha pasado hombre, te has roto el brazo?
-Pues sí, eso parece, ¿no te jode…? Si lo llevo en un cabestrillo por algo será…
-¿Y cómo ha sido?
-Pues que salieron de la cuadra dos terneros, asustados por los relámpagos y truenos, salieron fuera rompiendo la puerta con la cabeza. Yo que vivo encima de ellos, bajo corriendo a medio vestir por la escalera de madera, me tropecé y caí al suelo de mala manera.
-¿Has ido al médico?
-¡Cómo voy a ir al médico si aquí en este pueblo, no hay ninguno!
-Entonces eso que llevas ahí puesto, envuelto quiero decir, ¿te lo has hecho tú mismo?
-Pues claro, ¿quién si no?
-Hay que llevarte al médico, te tienen que poner el hueso en su sitio y escayolarte luego.
-Va a venir a recogerme Hernando el del aserradero, él me llevará al otro pueblo de abajo, allí hay un centro médico que me lo solucionarán.
-¿Por qué no has ido con él directamente al pueblo ya?
-Pues porque le he dicho, que antes quiero que pase para que vea esto, y para que vea cómo estás dejando esto, tiene mucha idea este hombre, a ver que se le ocurre para que estés algo más cómodo aquí ya que has decidido hacer de esto tú casa.

Marino estaba picando con cuidado en una piedra bastante grande, que recibiría la parte fija de la bisagra, Salustrio se acercó a él y le mesó los cabellos.
-Ya le he dicho a tú madre que no se preocupe por ti, que estás en buenas manos, hoy irás ya para tu casa ¿vale?
Marino siguió picando, era evidente que le gustaba lo que hacía, y la compañía de Bastián, lo que le dijo Salustrio lo perturbó bastante. Por otra parte, a su madre le hacía falta en casa, si no se cortaban los troncos secos que  estaban apilados en la parte de atrás de la casa, pasarían frio ese invierno. Desde la partida de su padre, él era el que se encargaba de arrastrar las cepas de los olivos viejos a casa con la ayuda de una mula y cadenas, para ser luego abiertas con cuñas de acero, un trabajo casi imposible, para una mujer que no había dejado de ser maltratada durante muchos años de forma física y moralmente. Determinadas fuerzas interiores te abandonan cuando estás sometida a esta presión, quieres pero en cambio, hay una mano que te tira hacia atrás, hay quién dice que esto va a personas, nada más cierto que esta opinión; en cambio, nadie mejor que uno mismo conoce sus límites, sus motivos y manifestaciones de estado de ánimo. Es muy difícil si no imposible juzgar desde fuera el complejo mundo en el que cada ser vive interiormente.

-¡Bastián venga coño ayuda a tú amigo, que esta tarea es de dos!
Pareció que lo despertaran de un sueño, reaccionó enseguida preparando el cemento y rompiendo pequeños guijarros que servirían de relleno para anclar los soportes.

-¿Estás ahí Salustrio?
-Pues claro hombre ¡dónde quieres que vaya con solo un remo!
-A ver, a ver, joder… oye chaval, esto está quedando de primera.
-Bueno tampoco es que sea un palacio, tiene exactamente veinticinco metros cuadrados.
-Ya veo, pero oye, fíjate, en este rincón de aquí te cabe una mecedora al lado una mesilla con un par de estantes para libros… no sé tú, pero yo aprovecharía unas varas al lado de la chimenea cruzadas para colgar algo de matanza, algunos chorizos y morcillas… en fin, sin tener que llegar a que se vea disminuido el espacio.
-A propósito, en cuanto me cure un poco del brazo de los cojones, subiremos a casa de mi hijo, cría perros mastines además de ser veterinario, te regalará la cría que tú quieras. Yo creo que sería buena idea que la aceptaras, puede hacerte mucha falta en determinados momentos, no te hará muchas fiestas si es eso lo que esperas de esta clase de perros, pero créeme, en cuanto marque sus límites y tú le ayudes a determinarlos, te darás cuenta, que has escogido la mejor compañía posible; cómo animal de defensa me refiero…

Después de este comentario, todos rieron, Bastián quedó contagiado de aquella risa sana y sin segundas intenciones, fue una reacción impensada, le salió de forma extemporánea.
-Oye tú no creas que estoy diciendo tonterías, tú estás de testigo Hernando… ¿a cuántas mujeres del pueblo ha ayudado a parir Martín?
-No sé muy bien a cuantas pero a bastantes, lo malo es que muchas familias se han ido ya de aquí, pero seguro que las madres e esos niños y niñas, se acuerdan de él.
-¿Lo veis…? así que poca broma con lo que he dicho que lo digo con motivo.

Sin que quedara nada definido, lo principal ahora era llevar al centro de salud a Salustrio, los dos hombres, carpintero y pastor se fueron. Marino trabajaba como si la casa fuera suya, colgando la plomada, rascando las aristas de madera que sobresalían… al final la puerta encajó en el marco de tablas perfectamente, no se veía siquiera la luz desde dentro del pellazo, salvo por el ventanuco y la poca luz que cuando corría el sol, entraba por la salida de humos, conducido este, por una chapa de metal a manera de campana rectangular, que iba de más a menos.

Marino se ha despedido de Bastián con lágrimas en los ojos, lo abraza y le dice con gestos que volverá en cuanto pueda.
-Muy bien amigo, ahora ve a ayudar a tú madre que te extrañará un montón.
Mientras prepara la cubierta para tapar la leña, Bastián se sienta sobre un tronco y con los codos sobre las rodillas y las manos cogidas, deja que el tibio sol caliente su cuerpo, echa la cabeza hacia atrás, la apoya sobre un rollo de cañas que Marino trenzó hábilmente, mira hacia el lado y observa las varillas de rea clavadas en la pared, ¡que ingenioso es este chaval, es verdad, tenía razón Salustrio, tiene ideas para todo! Se queda dormido, hasta sueña un rato, no sabe cuánto, pero sueña.

Una patada en la bota lo despierta alertado, una sombra alargada y cubierta la cabeza por una boina le habla.
-¿Tú, que haces aquí?
-Ahora mismo descansando  -no puede tragar saliva, da miedo aquel tío raro vestido con un abrigo que le llega casi hasta los tobillos-.
-Pues venga arreando, que esto es mío, en esta época del año vengo de paso por estas tierras y siempre paro aquí unos días.
-Este pellazo es mío, era de mi abuelo y lo heredé yo, de manera que vivo aquí, coge el camino de vuelta a la carretera y vuelve por dónde has venido si no quieres salir mal parado.
-¡Mira el hombrecito…! reconozco que tienes huevos chico…

El ruido de un camión al borde del camino de entrada a su terraza, deja al hombre un tanto aturdido.
-¡Salustrio anda ven que tengo visita!
Conoce el camión que a diario recoge la leche, y que alguna que otra vez lo ha dejado donde ahora. En cuanto el pastor con el cabestrillo desciende por la rampa de piedra reconoce al individuo, lleva un cuchillo colgado en un cinturón que le llega a media pierna.
-¡Vaya pero si es mi amigo Salustrio…!
-¡Fíjate, si es el hijo de puta que le cortó la lengua a su hijo…! Tomás ¿cómo tú por aquí?
-Ya ves…, la tierra de uno que siempre tira, la añoranza, ¿cómo te diría…?

Bastián estaba tenso como un arco a punto de saltar sobre aquella bestia, temía el cuchillo de grandes dimensiones que llevaba atado al cinto y que tenía sujeto por el mango, a punto de desenfundarlo.

-Venga ya Tomás, no se te ocurra hacer tonterías, vuelve a bajar estos lares y piérdete de una puta vez para siempre.
-¿Y cómo piensas obligarme a hacerlo viejo tullido?
-Con esta que llevo aquí siempre, por si me encuentro con alguna alimaña.

Sacó del bolsillo un revolver que aunque viejo se veía en buenas condiciones. Tomás dio un paso atrás, no pudo evitar fijarse en el arma cuando Salustrio tiró del percutor hacia atrás y la amartilló dispuesto a todo. Bastián fue rápido, en la mano tenía una rama todavía cruda de olivo, ochenta centímetros de largo y del grosor de un bate de beisbol, haría daño sobrado a Tomás.
El chico enfebrecido por el recuerdo de lo que hizo con su hijo Marino, le golpeaba las piernas una y otra vez, los huesos crujían como ramas rotas, los gritos de Tomás no le importaban a nadie, los pajarillos no dejaron de cantar, quizás se felicitaban de aquel acontecimiento del que ellos, solo eran meros espectadores. Salustrio ya se había apoderado del cuchillo, la había arrojado a la pila de leña de Bastián que respiraba como un toro al que estuvieran lidiando.

-¡Debería matarte hijo de puta, esto no es nada comparado con lo que le hiciste a tú hijo…!
Tomás resollaba en el suelo, no podía respirar, echaba sangre por la boca, un gran golpe en la cabeza que manaba sangre y que trataba de parar con la mano sobre la herida, piernas y pies destrozados, las rodillas rotas…
No podían moverlo de allí, hacían falta al menos tres personas para arrastrarlo, decidieron hacerlo rodar ya desmayado hasta la terraza y desde allí arrojarlo a la inferior, bajaron ambos sujetándose el uno al otro, rodaron el cuerpo hasta el borde de la terraza pequeña y empujaron de nuevo el cuerpo al vacío.

-Salustrio, no siénto que haya hecho nada malo, ¿cómo puede ser eso?
-Pues porque no lo has hecho, ¿habrías dejado que cualquier animal te hubiera procurado devorar?
-Por supuesto que no… ya entiendo, este tío es peor que cualquier depredador.
-Un oso merece tener mejor muerte que este especímen.
-Joder es que lo hemos matado… he.
-No creas, cuando despierte, de un modo u otro buscará de alguna forma un lugar para lamerse las heridas, aunque bien pensado lo dudo, llega la noche muy rápido en la montaña, y los animales, salen a cazar en cuanto las sombras los camuflan. Por aquí hay mucho jabalí, lobos y zorros. ¡Va, no pienses más en eso!
-Es verdad, nos habría matado a los dos si llega a tener oportunidad, y ni siquiera hubiera pestañeado al hacerlo.
-Justamente, así es, habría limpiado el cuchillo en la chaqueta que llevas puesta, y te hubiera dejado en el fondo del barranco, donde está él ahora.

Toman juntos un vaso de vino caliente, un tinto de buen grado con pan tostado y chorizo que cada cual corta a placer con su navaja. Hablan de la supervivencia, que la vida en el monte, se rige por leyes que los urbanitas de las grandes ciudades no llegan a comprender y en consecuencia no quedan contempladas en legajos ni escritos oficiales.

-Por el pueblo pasa cada mes o mes y medio, una patrulla a pie de la guardia civil con la escopeta al hombro, la manta atada a la espalda, entran en el bar, se les da de comer y beber, a veces se tiran a alguna mujer a quién les gusta los uniformes y se van. No preguntan, no hacen más que estas rondas la comandancia los obliga. Maldita gracia les hace, llegan a su puesto de encuentro a tiempo para que salga otra patrulla a hacer lo mismo que ellos acaban de hacer, estos que salen son más mayores, piensan en su retiro, en su pequeña casa y su huerta. Esa es su vida, ¿quién hace el trabajo importante cuando ellos no están aquí? ¿comprendes lo que te digo?
-Claro, Salustrio, es una pena pero lo entiendo.
-No busques trabajo Bastián, cuando puedas bajas al pueblo, trabajarás en el establo, cuidarás de los animales junto a Marino, lo tengo empleado también conmigo. Juntos cuidaréis de las vacas, pastoreareis las ovejas y cabras, Susa os llevará allá donde sabe que comen. Tengo una bicicleta que le compré a un amigo que ya murió, para ayudar a su viuda, la pones a punto y la usas para desplazarte.
Trabajo, transporte y casa, lo tienes todo con eso, no te faltará de nada, y mi reconocimiento si quieres ayudarnos a llevar adelante el negocio. No resumas tú vida a estos veinte metros cuadrados que parecen tu refugio, el refugio de una persona es el mundo entero, sal y contémplalo.




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