domingo, 7 de septiembre de 2014

¡Hay vida...!



                                             ¡HAY VIDA…!





Elena tiene poco más de quince años, su vida aunque joven, ha sido hasta ahora una vida gris, siempre anda por la gran casa que comparten sus padres con sus abuelos que son los propietarios, medio escondida, parece un gato tímido y huidizo, que se acurruca en el lugar más recóndito posible con tal de no ser encontrado.
Vive bastante gente en esta casa de campo, una casa que está en mitad de la nada, un lugar de ensueño, pero lejos de todo y todos, eso la preocupa un poco, el abuelo Juan se ve obligado a contratar peones para llevar a cabo las tareas de sus tierras, la mayoría son personas del pueblo cercano, tanto mujeres como hombres. Sobre todo para la recogida de la fruta, se contrata a unos y otras de igual forma, de manera que le pide a su abuelo Juan, que la deje trabajar con las otras mujeres.
-Está bien, por mí no hay inconveniente, pero pregúntale primero a tus padres, que ya sabes que no quiero líos con ellos.

Habla con su madre, recuerda que la cogió de la barbilla y sin decir nada, le dirigió una mirada sonriente, le dio un beso en la frente.
-No te apures cariño, si es eso lo que quieres, ve y dile a tu abuelo que te hemos dado permiso, yo hablaré con tú padre del asunto.
-Gracias mamá, con el primer dinero que gane bajaremos al pueblo y te compraré un vestido nuevo, y unos zapatos…

Las jornadas eran muy duras, hasta después del tercer día, no comenzaron a remitir algunas agujetas del cuerpo. Llegaron un par de días muy malos, llovía sin parar, el terreno estaba todo enfangado, era imposible dar un paso sin hundirte hasta más arriba de los tobillos. Dos hombres llegados de fuera del pueblo para buscar trabajo, y otro más joven, de nombre Sabino, que tenía muchas habilidades, se hizo amigo de ella, era aficionado a la papiroflexia, hacía cisnes, aviones, gatos… casi cualquier cosa que se te ocurriera, hacía los dobladillos en el papel sobre una tablilla donde cortaba trozos de queso, pan, tocino, por el otro lado, con folios que llevaba en un zurrón, se dedicaba a hacer en sus ratos libres, aquellos maravillosos personajes, muchos de ellos inventados.
El abuelo los dejó quedarse en el pajar de la casa, por no tener lugar en el pueblo donde alojarse. Por la mañana a primera hora, Elena fue a ordeñar a las dos vacas, dejó una cuba cilíndrica en la puerta del establo, enjuagó con agua caliente los dos cubos que iba a usar para el ordeño, y se acercó al rincón donde estaba el pequeño taburete de madera de tres patas.

-Oye niña, ¿por qué no me ordeñas a mí antes…? Ja,ja,ja,
-¡Venga hombre no asustes a la chiquilla!
-¿Tú crees que la he asustado, a mí me parece que no, a que no muñeca?
Elena se asusta, un traspiés la hace caer de espaldas, sobre la paja del establo ha resbalado, la madera del suelo esta mojada.
-¿Qué te das cuenta… no ves que lo está pidiendo a gritos?, mira como se ha puesto boca arriba, ¡y con la falda levantada hasta la cintura y todo…! mira que carita que tiene…
-¡Ya está bien déjala en paz!  -es Sabino que ha salido en su defensa se ha interpuesto en el camino entre aquel salvaje y Elena, que está sangrando por los raspazos de los codos-.
-¿Has visto al mequetrefe este…? Chico aparta de en medio que esto es para hombres, tú siéntate y observa mientras desayunas, así cuando seas un poco más mayor sabrás como van estas cosas.
En su defensa para evitar que pase a mayores este asunto, Sabino se vale de una cadena de más de un metro que está sobre una vaya de madera en la cuadra. La blande cual si fuera una hélice, por encima de su cabeza, se ve sorprendido por detrás, por el amigo del otro violador, lo alza por la cintura y lo sujeta con la misma cadena por el cuello, hasta que lo estrangula, Sabino cae de lado como un muñeco, muerto.

Elena ha sido arrastrada hasta dentro de una de las cuadras vacías, mientras uno la viola, el otro le hace las mil perrerías sujetándole la cabeza, con las rodillas sobre sus todavía débiles brazos. Así pasa más de media hora, hasta que se escuchan voces que proceden de la casa grande, afortunadamente las voces suben el tono, su madre se está acercando a la cuadra, la puerta de atrás de la cuadra, está abierta de par en par pero no ve a su hija, ni a los hombres, solo un torso medio caído en el suelo, es Sabino que inerte y con los ojos muy abiertos, contempla desde otra distancia, desde otro mundo quizás, todo lo sucedido.

Lo más evidente se le revela a Lucía enseguida, falta la mula, un par de alforjas de piel, un cubo de cinc volcado sobre la paja, las vacas que mugen inquietas y dan golpes contra la sujeción delantera que las  mantiene quietas, atadas.
-¡Elena hija estás ahí…!
Se escucha un gimoteo leve, como si fuera un llanto apagado, por el miedo y la vergüenza. Lucía en ese instante, camina con mucha cautela, camino del interior del establo agarra la horca que a diario se usa, para poner paja a las vacas, la agarra con todas sus fuerzas, encaja las mandíbulas, camina despacio pero con decisión, al paso de la segunda cerca, donde tiempo atrás habían más mulas y ahora solo herramientas, ve a Elena, con las piernas encogidas, la cabeza entre las rodillas y los largos cabellos rubios enmarañados, sucia toda ella, por dentro más que por fuera.

-¡Hija mía que te han hecho…! ¡Dios bendito, que ha sucedido aquí!  -grita con espanto-
Se sienta a su lado y le aparta los cabellos del rostro macilento y morado, de un par de golpes fuertes que ha recibido como propina de parte de esos desalmados. Aparecen unos ojos vidriosos, estáticos, fijos en algún punto indefinido para otros, que solo ella sabe cuál es. Llega más gente de la casa, Juan el abuelo entra con decisión dentro del establo, calza botas poceras hasta las rodillas, con más serenidad que Lucía su hija, se agacha sobre el cuerpo de Sabino, la cadena usada para asfixiarlo, cuelga aún de su cuello.

-Que nadie toque nada de lo que veis ¿entendido? Ramiro, llama a la guardia civil que vengan volando, se ha cometido un asesinato.
Ahora ya con un poco más de calma, y mirando por donde pisa, se acerca hasta su nieta.
-¿Qué te han hecho estos hijos de puta…? ¡Dios… porqué permites respirar a esta gente!

De entre las piernas de Elena mana sangre, no es una hemorragia, pero debe de ser algo serio que merece la atención médica. Le dice a Lucía que no cesa de llorar, casi al oído, sin que nadie más pueda escuchar lo que dice.
-El doctor Sandoval vendrá enseguida, no te preocupes hija.  -le da un beso en la sien a Lucía y sale con cuidado, camino de la casa.

Casi todos los llamados llegan al mismo tiempo, guardia civil con cuatro números, el médico subido en su caballo, y tres cazadores amigos de la familia, conocen esta sierra como la palma de su mano. Bajan de un todo terreno desvencijado y se acercan a Juan el abuelo, este les habla aparte de todos, en el lateral de la casa.
-Buscad a estos malnacidos y os deberé la vida, han matado a un muchacho y han ultrajado a mi nieta, van en una mula, con un diamante blanco en la frente. No quiero golpes ni daños, ya los recibirán cuando estén aquí.
Paquito, el más joven de los tres, pero no por ello menos experto que su padre, que ha respondido a su llamada, tiene un perro de rastreo Beagle, jamás le ha fallado en el rastreo.
-Señor Juan, ¿le importaría a usted bajarme alguna cosa de su nieta Elena de la casa?, es para que pueda seguir mejor el rastro mi perro.
-De esto ni una palabra a nadie ¿entendido?
-No tiene ni que decirlo, con usted no hemos hablado, estábamos cazando, y de pronto nos hemos encontrado con esos cerdos, así quedará todo explicado.
-Muy bien ahora bajo.

Lucía, Sandoval el médico, Elena sujeta por ellos y Paquito y su perro, forman una pequeña comitiva hasta su casa. Goliat levanta el hocico y comienza a recoger información con su olfato. Después de unas cuantas fotos que han hecho del lugar, entran por la puerta de atrás y se deslizan hasta el sitio donde fue violada la joven, ahí Goliat se entretiene más, pero termina deprisa.

-¡He! ¿que haces tú aquí Paquito?
-Nada señor, disculpe, es Goliat que se me ha escapado y no sabía dónde estaba.
-Pues venga, fuera de aquí hombre, coge y ata al chucho.
-Ya nos podemos ir, Goliat ya sabe todo lo que necesitaba saber. ¡Goliat, ve poco a poco,  -le indica con la palma de la mano hacia abajo, casi pegándola al suelo-.

No se puede menospreciar el trabajo de los perros en estos momentos, esta tarea es difícil para los hombres, pero para ellos… es una simple diversión que siempre termina con algún premio. Mientras en el llano, en la era de delante de la casa, el capitán de la guardia civil  organiza la captura de los asesinos y violadores,   -ante la ley los dos delitos se juzgan por separado- Goliat a la cabeza de ese mínimo ejército que viene tras él, sigue el rastro de mula y delincuentes, su objetivo.

Los delincuentes, ya han atravesado un pueblo por su parte más alta, son conscientes que les buscan, han robado una gallina, río abajo la están cocinando para reponer fuerzas.
Las que no tiene Elena, a la que han desgraciado, que espera que llegue una ambulancia, cara de ver por esos pagos, para llevarla a un hospital, allí comenzará  otro calvario.
Se escucha parar un coche en la puerta de la casa, se oyen voces y gritos, Lucía reconoce la voz de su marido, Conrado. Aún no ha entrado en la habitación, hablan con él, el médico y su suegro Juan, la conversación casi imperceptible, dentro de estas cuatro paredes del cuarto, seguro que va de lo sucedido, no hay otro motivo para que Conrado haya dejado en manos de los peones del valle, terminar con la esquilada de las ovejas a su cargo.
Asoma la cabeza abriendo la puerta de la habitación poco a poco, pregunta a su mujer con la mirada, para saber si es oportuno entrar, Lucía hace un gesto afirmativo, y abre la puerta para cerrarla tras de sí sin darse la vuelta.

Atrae contra su cintura el hombro de su mujer, un gesto de cariño y solidaridad, la besa en los labios.
-Estoy aquí cariño mío, ya estamos todos contigo, todos juntos en casa.
Besa la morena mano de Elena, todavía con algunas uñas medio rotas, roñosas de haber tenido que lidiar con esos dos bestias hace solo unas horas atrás.
-No vamos a movernos de tú lado para nada preciosa niña mía.
Elena esboza media sonrisa, no puede agradecer de otro modo, las palabras que escucha de boca de su padre. El matrimonio no habla entre sí, no es el momento ni el lugar, muy pronto llegará la ambulancia para llevarla al hospital.

-Pásenla a esta habitación y quédense fuera un instante, ¿usted es el médico que la atendido en el lugar del suceso?
-Sí señor, Sandoval es mi nombre.
-Pues quédese conmigo si tiene la bondad, enseguida salimos señores.
Esta indicación va dirigida a los familiares, los padres y el abuelo. Se sientan en un largo banco de madera, con la espalda contra el embaldosado blanco, que hace las veces de pared y respaldo. Juan, el abuelo está desolado, en la vejez estas cosas, se llevan de diferente forma que cuando uno es joven, se dice que la experiencia es un grado, sin embargo, se hace evidente, que según para qué, es un grado que te precipita, esa desolación que manifiesta Juan, no es más que un mazazo, que acelera su paso a la tumba.
Llegan dos enfermeras con aparatos y herramientas, Lucía reconoce alguna de ellas. Se levanta precipitadamente y llama a la puerta, pide hablar por un pequeño resquicio de apenas diez centímetros, con el doctor, casi al instante se le abre la puerta y dejan que la madre pase. Los dos hombres ahora solos, se disponen a hablar en voz baja, pero son interrumpidos por los quejidos de la joven.
-No…, mamá ¿qué me van a hacer?, ¡por favor no!
-¡Maldita sea…! te juro abuelo, que si les pongo las manos encima a estos asesinos, los mato con mis propias manos.
-Te creo capaz hijo, pero no vale la pena ver crecer a tu hija detrás de unas rejas, deja que se haga justicia, aunque no sea la que esperamos.

A estas horas, la comarca entera sabe del asunto, unas cosas son ciertas, otras inventadas, la versión de terceros, casi siempre es deformada. Nadie conocía a estos hombres, a ninguno de los tres, ni siquiera a Sabino, de quién desconocen, de donde procede, ni siquiera su nombre, solo conocían su nombre, unos cuantos de la casa, incluida Elena por supuesto, era con la que más hablaba. Los otros dos están vivos, y si fueran a la cárcel, es posible que algún día, alguien apareciera para visitarlos y traerles tabaco, pero a Sabino nadie lo ha reclamado, yace en la funeraria del pueblo, en espera de que le hagan la autopsia, es casi seguro que nadie esté presente en este último acontecimiento, cuando un arbusto joven y fuerte, sea arrancado de cuajo, de un jardín esplendoroso, y echado en algún muladar cercano, para que muera secado por el sol.
Medio aliviada de sus heridas, se la llevan a la policía. Allí contesta en la medida de sus fuerzas que son pocas, todo lo sucedido, el guardia que hace las copias a máquina de las declaración, a duras fuerzas puede seguir escribiendo, es la falta de práctica, saca la lengua cada vez que debe apretar una tecla de la máquina, es un guardia civil no un escribiente, el sargento, acostumbrado a la falta de maña de su asistente, apoya la cara en la palma de la mano, mientras Elena sentada y el resto de la familia en pie, esperan con impaciencia, que se termine aquel teatro.

-Bueno… por fin en casa de nuevo, voy a prepararte un caldo que te sentará bien, debes de comer algo, sé que quizás no te apetezca, pero debes hacer un esfuerzo ¿vale?
-No tengo ningún apetito, pero si insistes… y como sé que vas a estar dándome la lata, hazlo si quieres mamá.
Lucía se acerca y le da un beso, Elena se reprime, no sabe bien que es lo que siente en este momento, no le es agradable. Sube entretanto al piso de arriba y se escucha caer el agua de la ducha.
-¿Qué hace ahora la niña?
-No lo sé voy a ver.
-¡Pero si te has duchado en el hospital Elena, vas limpia hija mía…!

Elena con las manos apoyadas en la pared y los brazos extendidos, deja que caiga el agua sobre su cara, se termina el agua caliente, pero ella sigue allí, forma parte de la estructura de la casa, es como un pilar de sostén de la pared maestra.

-Venga ya está bien que vas a coger un resfriado, sal ya de la ducha.
Lucía se moja toda, para forzarla a salir de aquel gélido torrente de agua. La sienta en la banqueta de madera y le pone una toalla por encima, no quiere secarla ella, es posible, casi seguro, que le haga algún aspaviento y le suelte una palabra mal dicha.
Al rato aparece en la cocina con ropa limpia, mientras está abstraída en sus pensamientos, mirando el fuego del hogar, la pareja se mira y no saben que decir ni hacer, solo Lucía sigue meneando el puchero con un cazo, es un instante de reposo, por lo menos ahora, no tiene que decir nada, está justificada.

-¿Sabes mamá…? me gustaría ser como vosotros, tener una familia, una casa, hijos, hacer lo que haces tú a diario.
Conrado y Lucía se miran sorprendidos, él con la boca medio abierta con trozos de queso y pan mezclados, hecha un brazo hacia atrás y coge la bota del vino, la arruga con fuerza, y el chorro que sale de ella, se concentra en el gaznate de Conrado.
-¿De veras te gustaría eso cariño? Formar una familia, es una responsabilidad muy grande, a tu padre y a mí nos costó decidirnos, antes hay que hacer muchos planes, encontrar a la persona adecuada…
-Ya lo sé eso mamá, no soy tonta…
-Sí es una idea de la propia vida, para eso estamos en este mundo, formar familias y tratar de ser felices, tu madre y yo lo somos, nos enamoramos muy jóvenes ¿sabes?
-¿Cómo os conocisteis?
-Elena te lo he contado en alguna que otra ocasión…
-Cuéntamelo de nuevo por favor mamá.
-Pues fue en el campo, aquel otoño fue precioso, las vides venían cargadas de racimos que no te cabían en la mano, un buen año de vendimia. Hasta tu abuela se animó a participar, todo el mundo estaba feliz, no solo nosotros, también los que tenían pequeñas terrazas donde tenían plantadas sus vides. Al terminar nuestra vendimia, el vecino de la tierra de abajo, nos dijo si alguien quería echarle una mano antes de que lloviera, yo le pedí permiso a mi padre si me dejaba ir a ayudar, me dijo que sí y para allá que me fui al siguiente día. Afilé bien mi tijera, y bajé por el sendero que daba al manantial, todavía es testigo de aquel acontecimiento.
Facundo el dueño del viñedo, me puso a marcar el ritmo a los demás, a mi lado cortaba racimos un hombre fuerte y guapo que se llamaba Conrado,  -este sonreía mientras Lucía contaba la historia-  yo le dije algo así como
-Venga hombre no te retrases que de mañana no pasa que se ponga a llover. Me puso una cara…
-A mí no me manda ninguna mujer, contestó.
-No perdona pero no te dije eso. Te dije que pasada la primera hilera, ya se vería.
-Bueno, para el caso es lo mismo… el caso es que cuando se estrechaba el margen, parte del parterre cedió, y yo con él, me agarré a un arbusto que salía del margen,  una mano me cogió todo el brazo y tiró de mí para arriba, si llego a caer…, hoy no estaría contándolo.
-Y te casaste con él.
-No… que va, me acompañó aquí a casa, tus abuelos lo hicieron pasar y se quedó a comer con nosotros. Era un bribón, ¡si hubiera podido, se habría quedado a dormir y todo! Ja,ja,ja.
Al poco llegó a casa a pedir trabajo para labrar con el mulo que teníamos, ¿ves?, para eso sí que valía. Iba y venía cada día por el camino, hasta que más tarde supimos que no tenía casa, que dormía en unas cuevas que las llaman Borregueras, alguna que otra vez, los pastores se refugiaban allí los días de tormenta. Algunos que no llevaban rebaños grandes metían a los animales allí con ellos, así dormían más calientes.
El caso es que llegado un día en el que ya habíamos hablado de muchas cosas, me invitó a su casa, ¡imagínate tú que sitio aquel…! pues en mitad de aquel paraje nos dimos el primer beso. ¡Si lo hubieras visto con la boina retorciéndola en las manos, hablando con mi padre…!

-Mire usted señor Juan, pretendo a su hija, a ella no le desagrado y me preguntaba… si me daría usted su permiso, para llevarla a mi lado como mi prometida.
-¡He! Lo dije mejor que eso.
-Bueno, pero ahora calla que soy yo quién le estoy contando la historia.
-Pues mira chico,  -le contestó mi padre- si la pretendes vas a tener que demostrar que eres capaz de mantenerla, de cuidar de ella, eso para mí es lo principal. Mi condición es la siguiente, si quieres salir con ella y casarte por supuesto, trabajarás sin sueldo alguno aquí en esta propiedad, si veo que eres capaz de atender los trabajos que se te encomienden, podrás casarte con ella ¿conforme?
-Conformísimo, señor Juan. Solo un detalle, ¿dónde me alojaré?
-¡Coño…! pues en tú casa, ¿no querrás quedarte aquí verdad?
-Nooo, no señor, era solo una pregunta para no tener que perder tiempo en ir y venir de mi casa al trabajo.
-Pues ya está contestada.
-¿Y viviste todo este tiempo en las Borregueras?
-Si hija sí, mira cómo se ríe tu madre. No me quité el olor a borrego de encima, creo que en años.
-Y eso es todo, nos casamos y al cabo de dos años naciste tú.

Acurrucada en la mecedora acolchada y cubierta con una manta, se durmió delante del fuego, la subieron a su cama y cerraron la puerta sin ruido alguno. Al pasar por delante de la habitación del abuelo, Elena pegó el oído, su padre estaba llorando, gemía, seguro que no estaba durmiendo, llamó a la puerta con los nudillos y entró, Conrado ya se había retirado.
Le pasó la mano por la espalda, estaba sentado en una vasta silla que hiciera él mismo cuando era más joven.

-Papá, siento mucho que estés así, no te preocupes, poco a poco todo volverá a la normalidad. La vida no permite pararnos en determinados acontecimientos, nos exige seguir, para ver cumplidas nuestras metas.
El abuelo, levanta un brazo y golpea con suavidad la mano que ha dejado alojada en su hombro Lucía.
-Hija, prométeme que harás lo posible para que me entierren aquí arriba, de cara al sol naciente, sin él, me moriría.
Con expresión de absoluta perplejidad, Lucía que no podía ver los ojos de su padre en ese instante, lo abrazó con todas sus fuerzas.
-Te prometo que nadie jamás te apartará de nuestro lado, jamás. Las generaciones futuras de nuestra familia, verán salir el sol contigo cada mañana, desde este altozano.


Disparos que se apreciaban cercanos, alertaron a los vecinos de los alrededores, al cabo de unos minutos apareció de entre la espesura Goliat, caminaba, trotaba y de pronto se paraba mirando hacia atrás, Paquito fue el primero que apareció de entre la espesura de los tres cazadores, llevaba la escopeta de cazar jabalíes, abierta con la culata colgada del brazo y el cañón abierto. Detrás, atados de manos individualmente, pero con la misma soga en el cuello a un paso de distancia uno del otro, los criminales, caminaban maltrechos, cosas del bosque seguramente, con los pantalones hechos girones, sangre en la cabeza los dos. Uno de ellos debería llevar una buena herida, una manga de camisa atada a la cabeza, le cubría la brecha y parte del ojo izquierdo.
Al poco rato llegó la guardia civil, el capitán no se contuvo de darles de patadas en la cabeza y costillas.
-¿Y la mula que os llevasteis de aquí?
-Se despeñó señor, pasamos por un barranco muy estrecho, al hacer un giro perdió pié y… bueno mejor él que nosotros ¿no le parece?
-Claro que me parece bien, para lo que os queda de vida allá donde vais a ir a parar…
Se los llevaron ante la ira de las gentes que habían acudido, si por ellos hubiera sido, los habrían colgado apartados de la casa, de cualquier árbol que se hubiera prestado para ello.

-Gracias amigos, habéis hecho justicia, esta es vuestra casa, disponed de cuanto tengo, siempre seréis bien recibidos. ¿Sabéis…? estaba seguro que seríais vosotros quienes encontrarais a estos hijos de puta.
-Sepa Juan que somos nosotros los que le estamos agradecidos, hizo mucho por nuestros padres cuando llegaron a esta cuenca.
Paquito estaba agachado junto a su perro Goliat, sentado y agradeciendo las caricias que su dueño le prodigaba, se le veía cansado o ansioso, pero con la lengua fuera y la cabeza erguida mostraba todas las características de un perro excepcional. Sin pretensión alguna, miró hacia la casa, en la ventana central del piso de arriba, estaba separando una de las breves cortinas de puntilla de hilo, miraba afuera. Paquito tiene por naturaleza una vista agudísima, sabe que lo está mirando a él, o eso desearía.

Al cabo de tres meses los dos hombres, han sido condenados a cadena perpetua, hasta su muerte van a estar en la cárcel.
Paquito pasa una vez por delante de la casa, Goliat corre tras los conejos que ve, atrapa algún que otro gazapo, sin matarlo se lo trae a su dueño, Elena sale de la cuadra una de las veces y lo ve, no puede evitar reír cuando ve el comportamiento de ese perro.
-¡Pobrecito, que trauma va a tener en el futuro, creo que no se  le va a olvidar ese susto!
-No mujer, los animales no tienen memoria de una cosa así, dentro de un rato ya se le habrá olvidado.
De pronto, Paquito se sonrojó, estaba seguro de haber hecho un comentario fuera de lugar habida cuenta de lo sucedido tiempo atrás. Si a mí me hubiera pasado algo así, seguro que no se me olvidaría en la vida  -pensó para sí-.

-Quería agradecerte personalmente lo que hicisteis por encontrar a esos criminales.
-No fue para tanto, mira  -le dirigió la mirada a Goliat- ese fue el que nos mantuvo en todo momento en la pista sobre ellos, nosotros no hicimos más que seguirlos y trazar un plan para que no escaparan. Lo más difícil lo hizo él solito.
-Pero si no hubieras tenido a Goliat… otro gallo cantaría.
-Posiblemente, la policía también está bien preparada no creas.
-Me alegro que fuera tú perro el que lo hiciera.
-Yo también, me gustas Elena, no sé decir muchas más cosas sobre esto, no conozco el amor, no sé qué os gusta a las chicas. Discúlpame… me vuelvo a casa.
-Espera… por favor, casi no sé quién eres…
-Claro…
-No espera, quiero decir, que no me importa saber mucho de alguien, que se ha ofrecido a exponerse para hacer justicia. ¿Quieres pasear un poco conmigo?
-Claro que sí, no tengo ninguna prisa.
-Espera un momento, voy a avisar en casa, no vayan a echarme en falta y se asunten.

Vuelve dando saltos, lleva una ramita de hinojo entre los dientes.
-Vamos ya está todo arreglado, les he dicho que voy contigo y Goliat, tendrías que ver la cara que ha puesto mi madre…, de tranquilidad quiero decir.
-Para un momento, agáchate, Goliat abajo.
-¿Qué pasa…?
-Mira cuantos gazapos, ¿no son una hermosura?, la madre también come pero siempre tiene ojos para sus hijos, determinado movimiento, un pequeño gritito casi imperceptible para nosotros… y salen todos corriendo a la madriguera.
-Yo no podré tener hijos…, bueno… no creo que sea lo más importante en la vida de las personas ¿no crees?
-Lo más importante es amarse Elena, yo tengo que aprender…
-Podemos aprender juntos si tú quieres. Mírame, ¿estás dispuesto a aprender conmigo? Cuando uno de los dos, tenga cierto nivel de seguridad, se lo dirá al otro ¿de acuerdo?
-Creo que hace tiempo que estoy en ello, porque no dejo de soñar contigo.

Han estado caminando hasta que casi han agotado la conversación.
-Volvamos, hoy creo que hemos aprendido bastante el uno del otro.
-¿Puedo volver a verte mañana?
-Te lo exijo. He, pero vuelve con Goliat, de momento necesitas carabina.
-Ja,ja,ja, ¡cómo eres…!
Ya desde lo lejos del camino, antes de que desaparezcan los dos, perro y amo, se escucha un grito
-¡¡Te quiero…!!



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